martes, 21 de abril de 2020

34 años después, arde Chernóbil

El incendio en la zona de exclusión de Chernóbil visto desde la central nuclear, el viernes 10 de abril de 2020, en una imagen de la policía ucrania. Foto: AP.

Se conmemora el aniversario de la tragedia de Chernóbil con la zona envuelta en llamas ante un súbito incendio. Ante el riesgo, las autoridades y legiones de voluntarios y voluntarias se han movilizado para evitar ninguna catástrofe.

por Carmen Ibarlucea

Se acerca el 26 de abril, el treinta y cuatro aniversario del mayor accidente nuclear de la historia de Europa. La magnitud del desastre se hace visible cuando las autoridades ucranianas estiman que el área no será segura para la vida humana hasta pasado 20.000 años. Y por si eso fuera poco, desde el 3 de abril la zona de exclusión por radioactividad sufre un incendio que ha amenazando con llegar al cuarto reactor, el que sufrió el accidente.

Según los datos que han hecho públicos las autoridades oficiales, se han arrasado más de 100 hectáreas de la superficie cercana a la población de Vladímirovka, en las proximidades a la planta nuclear. Segun estimaciones de Greenpeace, hay 34.000 hectáreas afectadas, y un segundo fuego ocupaba un área de 12.000 hectáreas.

El pasado 14 de abril el incendio había llegado a Prípiat, la localidad donde tenían su residencia las familias trabajadoras de la central nuclear, y que aún a día de hoy sigue siendo inhabitable. Las autoridades ucranianas aseguran que el incendio está controlado y que no va a llegar al sarcófago que cubre el cuarto reactor de la central nuclear, ni a los depósitos con residuos radiactivos, ni a los arsenales militares presentes en la zona.

Además de los efectivos movilizados por el gobierno, que están tratando de poner freno al avance del fuego con hidroaviones y helicópteros, ya han vertido 500 toneladas de agua sobre las llamas. Se han unido personas voluntarias y se han cavado trincheras que sirvan como cortafuegos alrededor del sarcófago que cubre el reactor accidentado, y así evitar que el incendio alcance la central nuclear, aunque estas personas se han expuesto a la radiactividad liberada al remover el suelo. Aunque en 2016 se terminó de construir el sarcófago bajo el que quedaron enterradas 200 toneladas de corium irradiado, 30 toneladas de polvo radiactivo y 16 toneladas de uranio y plutonio. Esta cubierta es la mayor construida en el mundo con una duración estimada de unos cien años en condiciones óptimas, pero no se puede saber cómo va a reaccionar ante las llamas.

Los niveles de radioactividad se han multiplicado con el incendio. Las informaciones oficiales reconocen que la radiación se ha multiplicado por 16, ya que el calor ha removido las cenizas radioactivas.

Los que las autoridades niegan es la posibilidad de un incremento en la radioactividad que alcance a la capital del país, Kiev. Sin embargo, sus habitantes se quejan de la llegada de nubes de humo provenientes del incendio y del olor a quemado. El 16 de abril Kiev fue declarada la ciudad más contaminada del mundo con una puntuación de 238 AQI, por encima de Shenyang. Según los datos del observatorio geofísico, se ha registrado un exceso de formaldehído y dióxido de nitrógeno en el aire de la ciudad.

Por otra parte, en el desarrollo de la crisis el responsable de Inspección Ecológica de Ucrania, Egor Firsov, realizó publicaciones en redes sociales donde aparecía con un contador Geiger declarando “en el centro del incendio la radiación está por encima de lo normal. La norma es 0,14 y las lecturas son de 2,3”, aunque después ha borrado esas publicaciones.

Para quienes se pregunten cómo es posible que en una zona radioactiva donde los humanos no pueden sobrevivir y los animales que la habitan ven disminuida su esperanza media de vida, crecen tantas plantas y árboles como para alimentar un incendio de esta magnitud, la respuesta es doble. Por un lado está la diferencia de nuestra función celular.

La radiactividad destruye las estructuras celulares o produce sustancias químicas reactivas que atacan el ADN. La sofisticada especialización animal hace que el ADN dañado sea irremplazable. La biología animal es como una máquina compleja en la que cada célula y órgano tiene un lugar y un propósito, y todas las partes deben cooperar para que el individuo sobreviva. Pero no es así en el reino vegetal. Las plantas optaron por la inmovilidad, de ahí que conserven una mayor flexibilidad ante los cambios ambientales del tipo que sea. Sus células están rodeadas por paredes rígidas e interconectadas y al crecer van formando el tipo de tejido que necesitan en cada momento.

Y aunque la radiación también puede causar tumores en los vegetales, las células mutadas no se propagan de una parte de la planta a otra como lo hacen las células cancerígenas en los cuerpos animales.

Además de esta resistencia innata a la radiación, algunos estudios apuntan a que al menos algunas plantas de la zona de exclusión de Chernóbil están utilizando mecanismos adicionales para proteger su ADN, cambiando su química para hacerla más resistente al daño y activando los sistemas para repararla si esto no funciona.

Tampoco debemos olvidar que el reino vegetal es mucho más antiguo que el reino animal, y proviene de un tiempo en el que la radiación en la superficie del planeta eran mucho más alta, y fue entonces cuando evolucionaron las primeras plantas. No sería descabellado pensar que los vegetales pueden recurrir a una larga memoria genética para adaptarse a los nuevos retos medioambientales.

Por otra parte, estos años sin presencia humana han sido un descanso para la flora y la fauna, y ha evidenciado lo dañina que es nuestra forma de vida para los ecosistemas, ya que a la larga prosperan mejor bajo circunstancias extremas de radioactividad, que sometidas a nuestra presencia moderna. Por eso, al mantener a las personas alejadas de la zona, se ha ido creado que la naturaleza regrese.

Quizás debido a que escribo desde casa, en Extremadura, lejos de las fuentes primarias de información, no he sido capaz de saber cómo ha afectado este incendio a la planta de energía solar que se inauguró hace dos años.

Eran 3.800 paneles de captación, capaces de generar 500 megavatios para suministrar energía a 2.000 hogares. Un proyecto conjunto de la empresa ucraniana Rodina y la Alemana Enerpac AG, con un coste aproximado de 1 millón de euros, para compensar quizás y en parte el gasto de 2.100 millones de euros del sarcófago que desde hace un año cubre el reactor cuatro.

La planta solar de Chernóbil forma parte de una política estatal para la promoción de las energías renovables, a través de un programa de subvenciones.

Todo este sufrimiento, todas estas perdidas no se pueden cuantificar económicamente, pero para esas personas racionalistas quiero terminar dando un dato. Se calcula, por ahora, el coste del accidente en 237.350 millones de euros, y el estado ucraniano y de Bielorrusia destinan un 5 % de su presupuesto anual a indemnizar a las victimas humanas. Para el resto, el coste en sufrimiento es infinito.

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Fuente:
Carmen Ibarlucea, 34 años después, arde Chernóbil, 20 abril 2020, El Salto Diario.

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