El incendio en la zona de exclusión de Chernóbil visto desde la central nuclear, el viernes 10 de abril de 2020, en una imagen de la policía ucrania. Foto: AP. |
Se
conmemora el aniversario de la tragedia de Chernóbil con la zona
envuelta en llamas ante un súbito incendio. Ante el riesgo, las
autoridades y legiones de voluntarios y voluntarias se han movilizado
para evitar ninguna catástrofe.
por
Carmen Ibarlucea
Se
acerca el 26 de abril, el treinta y cuatro aniversario del mayor
accidente nuclear de la historia de Europa. La magnitud del desastre
se hace visible cuando las autoridades ucranianas estiman que el área
no será segura para la vida humana hasta pasado 20.000 años. Y por
si eso fuera poco, desde el 3 de abril la zona de exclusión por
radioactividad sufre un incendio que ha amenazando con llegar al
cuarto reactor, el que sufrió el accidente.
Según
los datos que han hecho públicos las autoridades oficiales, se han
arrasado más de 100 hectáreas de la superficie cercana a la
población de Vladímirovka, en las proximidades a la planta nuclear.
Segun estimaciones de Greenpeace, hay 34.000 hectáreas afectadas, y
un segundo fuego ocupaba un área de 12.000 hectáreas.
El
pasado 14 de abril el incendio había llegado a Prípiat, la
localidad donde tenían su residencia las familias trabajadoras de la
central nuclear, y que aún a día de hoy sigue siendo inhabitable.
Las autoridades ucranianas aseguran que el incendio está controlado
y que no va a llegar al sarcófago que cubre el cuarto reactor de la
central nuclear, ni a los depósitos con residuos radiactivos, ni a
los arsenales militares presentes en la zona.
Además
de los efectivos movilizados por el gobierno, que están tratando de
poner freno al avance del fuego con hidroaviones y helicópteros, ya
han vertido 500 toneladas de agua sobre las llamas. Se han unido
personas voluntarias y se han cavado trincheras que sirvan como
cortafuegos alrededor del sarcófago que cubre el reactor
accidentado, y así evitar que el incendio alcance la central
nuclear, aunque estas personas se han expuesto a la radiactividad
liberada al remover el suelo. Aunque en 2016 se terminó de construir
el sarcófago bajo el que quedaron enterradas 200 toneladas de corium
irradiado, 30 toneladas de polvo radiactivo y 16 toneladas de uranio
y plutonio. Esta cubierta es la mayor construida en el mundo con una
duración estimada de unos cien años en condiciones óptimas, pero
no se puede saber cómo va a reaccionar ante las llamas.
Los
niveles de radioactividad se han multiplicado con el incendio. Las
informaciones oficiales reconocen que la radiación se ha
multiplicado por 16, ya que el calor ha removido las cenizas
radioactivas.
Los
que las autoridades niegan es la posibilidad de un incremento en la
radioactividad que alcance a la capital del país, Kiev. Sin embargo,
sus habitantes se quejan de la llegada de nubes de humo provenientes
del incendio y del olor a quemado. El 16 de abril Kiev fue declarada
la ciudad más contaminada del mundo con una puntuación de 238 AQI,
por encima de Shenyang. Según los datos del observatorio geofísico,
se ha registrado un exceso de formaldehído y dióxido de nitrógeno
en el aire de la ciudad.
Por
otra parte, en el desarrollo de la crisis el responsable de
Inspección Ecológica de Ucrania, Egor Firsov, realizó
publicaciones en redes sociales donde aparecía con un contador
Geiger declarando “en el centro del incendio la radiación está
por encima de lo normal. La norma es 0,14 y las lecturas son de 2,3”,
aunque después ha borrado esas publicaciones.
Para
quienes se pregunten cómo es posible que en una zona radioactiva
donde los humanos no pueden sobrevivir y los animales que la habitan
ven disminuida su esperanza media de vida, crecen tantas plantas y
árboles como para alimentar un incendio de esta magnitud, la
respuesta es doble. Por un lado está la diferencia de nuestra
función celular.
La
radiactividad destruye las estructuras celulares o produce sustancias
químicas reactivas que atacan el ADN. La sofisticada especialización
animal hace que el ADN dañado sea irremplazable. La biología animal
es como una máquina compleja en la que cada célula y órgano tiene
un lugar y un propósito, y todas las partes deben cooperar para que
el individuo sobreviva. Pero no es así en el reino vegetal. Las
plantas optaron por la inmovilidad, de ahí que conserven una mayor
flexibilidad ante los cambios ambientales del tipo que sea. Sus
células están rodeadas por paredes rígidas e interconectadas y al
crecer van formando el tipo de tejido que necesitan en cada momento.
Y
aunque la radiación también puede causar tumores en los vegetales,
las células mutadas no se propagan de una parte de la planta a otra
como lo hacen las células cancerígenas en los cuerpos animales.
Además
de esta resistencia innata a la radiación, algunos estudios apuntan
a que al menos algunas plantas de la zona de exclusión de Chernóbil
están utilizando mecanismos adicionales para proteger su ADN,
cambiando su química para hacerla más resistente al daño y
activando los sistemas para repararla si esto no funciona.
Tampoco
debemos olvidar que el reino vegetal es mucho más antiguo que el
reino animal, y proviene de un tiempo en el que la radiación en la
superficie del planeta eran mucho más alta, y fue entonces cuando
evolucionaron las primeras plantas. No sería descabellado pensar que
los vegetales pueden recurrir a una larga memoria genética para
adaptarse a los nuevos retos medioambientales.
Por
otra parte, estos años sin presencia humana han sido un descanso
para la flora y la fauna, y ha evidenciado lo dañina que es nuestra
forma de vida para los ecosistemas, ya que a la larga prosperan mejor
bajo circunstancias extremas de radioactividad, que sometidas a
nuestra presencia moderna. Por eso, al mantener a las personas
alejadas de la zona, se ha ido creado que la naturaleza regrese.
Quizás
debido a que escribo desde casa, en Extremadura, lejos de las fuentes
primarias de información, no he sido capaz de saber cómo ha
afectado este incendio a la planta de energía solar que se inauguró
hace dos años.
Eran
3.800 paneles de captación, capaces de generar 500 megavatios para
suministrar energía a 2.000 hogares. Un proyecto conjunto de la
empresa ucraniana Rodina y la Alemana Enerpac AG, con un coste
aproximado de 1 millón de euros, para compensar quizás y en parte
el gasto de 2.100 millones de euros del sarcófago que desde hace un
año cubre el reactor cuatro.
La
planta solar de Chernóbil forma parte de una política estatal para
la promoción de las energías renovables, a través de un programa
de subvenciones.
Todo
este sufrimiento, todas estas perdidas no se pueden cuantificar
económicamente, pero para esas personas racionalistas quiero
terminar dando un dato. Se calcula, por ahora, el coste del accidente
en 237.350 millones de euros, y el estado ucraniano y de Bielorrusia
destinan un 5 % de su presupuesto anual a indemnizar a las victimas
humanas. Para el resto, el coste en sufrimiento es infinito.
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Fuente:
Carmen Ibarlucea, 34 años después, arde Chernóbil, 20 abril 2020, El Salto Diario.
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