por
Fernando Gimeno, Emiliano Castro Sáenz y Arnald Prat Barnadas
Lima
/ Ciudad de Guatemala / Santiago de Chile.- Lidia Montes abre con
extrema delicadeza el único grifo de su casa, en los suburbios de
Lima. Lo hace suavemente, lo justo para que salga un chorro fino y
débil que le permita lavarse las manos como ha visto en televisión.
El
líquido cae en una tina de plástico, lo que evita que fluya ladera
abajo del seco cerro donde está encaramada su humilde vivienda. Para
ella el agua es un bien de valor incalculable, y más ahora, frente a
la pandemia.
Lavarse
las manos con agua y jabón, el sencillo consejo para mantener a raya
al coronavirus, resulta un auténtico lujo para unos 600 millones de
personas en el planeta que no tienen agua en sus casas y,
desprotegidos contra la COVID-19, se han vuelto más vulnerables aún
que antes de la llegada de la enfermedad.
En
Latinoamérica, la región del mundo con más recursos hídricos, hay
unos 34 millones de habitantes sin acceso en sus viviendas a la red
pública de agua, según informes recientes del Banco Mundial (BM).
La mayoría sufre pobreza económica y están entre los grupos
sociales más expuestos al avance sin freno de la pandemia.
Aproximadamente
uno de cada diez está en Perú, un país que paradójicamente es el
octavo del mundo con mayor abundancia de agua y el tercero en
Sudamérica, pero donde casi el 10 % de su población, equivalente a
3 millones, debe buscar agua por sus propios medios a un precio
sangrante para sus delicados bolsillos.
Poca
agua a precio desorbitado en Lima
Para
esta mujer de 39 años, madre soltera con dos hijos menores a su
cargo y otros tres ya emancipados, racionar y reutilizar el agua es
vital, pues en este rincón de la periferia de Lima el agua vale por
lo menos cuatro veces más que en un distrito de clase alta.
“Aquí
es más cara, pero… ¿qué podemos hacer? Aunque sea con un poquito
de agua nos lavamos para protegernos”, comenta a Efe con
resignación Montes, que se cubre la cara con una mascarilla de tela.
El
agua que usa Lidia viene de un depósito de 1.100 litros. Llenarlo
tres veces al mes le cuesta más de 60 soles (unos 18 dólares). Eso
mismo valdría 15 soles (4,3 dólares) si la red de agua llegase al
empinado cerro donde está su hogar, en un joven asentamiento en el
barrio de Collique, dentro del distrito de Comas.
Como
ese hay otros 244 asentamientos más solo en Comas, uno de los 43
distritos de Lima, la mayor ciudad del mundo después de El Cairo
ubicada en un desierto. De sus 10 millones de habitantes, que
representan al 30 % de la población de Perú, hay 400.000 aún sin
servicio de agua, según la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho).
A
expensas del “aguatero”
Dependen
del “aguatero”, el camión cisterna que vende el agua,
sobrevaluada por la necesidad. En este cerro de Collique fueron los
vecinos los que construyeron un depósito y una rudimentaria red de
mangueras para, con una bomba, llevar el agua hasta las partes más
altas.
Lidia,
que llegó hace cuatro años desde la amazónica y lluviosa región
de Loreto, vive de lo que los vecinos le pagan por manejar la bomba y
llenar los depósitos de cada casa.
Sin
embargo, eso no es suficiente, aún menos en tiempos de pandemia y
confinamiento.
“A
veces lloro pensando que mi economía no me alcanza para mis hijos”,
lamenta la mujer, mientras Jhon, su hijo de 4 años, le demanda
atención.
“Ahorita
no hay ni para comer”.
Ella
y sus vecinos son parte del 70 % de la población en edad de trabajar
de Perú que vive con lo que gana cada día, de modo que el
confinamiento los ha dejado sin ingresos desde el 16 de marzo.
Cisternas
gratis, un alivio temporal
Los
únicos alivios para este mal trago son el bono de 380 soles (110
dólares) que dio el Gobierno a 3,5 millones de hogares en situación
de pobreza y los camiones cisternas enviados también por el
Ejecutivo para repartir agua gratuitamente.
Falta
poco para el mediodía y de repente el confinamiento se rompe en este
cerro, los vecinos se juntan expectantes en una descuidada cancha. Ha
llegado la cisterna gratuita y esta vez acompañada de autoridades,
que prometen que la red pública de agua llegará a la zona en dos o
tres años.
Allí
está el ministro de Vivienda, Construcción y Saneamiento, Rodolfo
Yáñez, quien explica a Efe que “desde el primer día de la
cuarentena el Gobierno distribuye agua a las poblaciones más
vulnerables de todo el país”.
La
cisterna que llegó a este polvoriento rincón de Lima es una de las
360 que en estos días abastecen gratuitamente a diversas zonas de 24
de los 50 distritos de Lima (43) y Callao (7). ¿Es eso suficiente?
Yáñez responde que incrementarán la flota a 400 camiones pero pide
que usen el recurso de manera racional.
Tuberías
vacías en Guatemala
Las
cuatro hijas y el bebé de Angélica se apresuran a meter en su casa,
cercana al borde de un barranco, los tambos, cubetas y toneles vacíos
tras haber esperado sin éxito la pipa (cisterna) municipal. La que
suple el inexistente flujo en las tuberías de sus casas, en la
periferia de Ciudad de Guatemala, desde enero pasado.
Angélica,
embarazada de su sexto hijo antes de cumplir los 30 años, se dedica
a vender tortillas a pocos metros de su hogar, ubicado en Santa
Catarina Pinula, a 17 kilómetros del centro de la ciudad. Ahí vive
desde hace 20 años, pero no recuerda haber sufrido nunca tanto por
la escasez de agua como ahora.
Unos
metros abajo vive Sandra Hernández con su esposo y sus tres hijos,
en una casa de piso de tierra y paredes de lámina al inicio de la
ladera. También tiene varios toneles esperando el suministro que
paga cada mes y que, con la nueva administración municipal, no hay
modo de que llegue.
Hace
unos días consiguió algunos galones de agua para lavar los trastes
que se le acumulan sobre la pila. Cocina para cinco y no da abasto,
está afligida porque todo es incierto con la COVID-19.
“Tenemos
miedo”
“A
mi hija mayor solo le depositaron 500 quetzales (65 dólares) en la
última quincena de su trabajo (en una importante compañía
telefónica), mi marido es mecánico por cuenta propia y no tiene
encargos, y mi hijo vende auto partes cerca del Parque de la
Industria pero todos tenemos miedo de que siga yendo”, describe
Sandra consternada.
Y
es que el Parque de la Industria es un centro de convenciones estatal
designado por el presidente, Alejandro Giammattei, como el primer
hospital temporal de campaña de los cinco que se instalarán en todo
el territorio nacional para la emergencia sanitaria.
Su
vecina, Dora Garnilla, quien ha mantenido la presión de la comunidad
hacia las autoridades, sale a comprar cuatro galones y un garrafón
de 20 litros de agua a otra vecina. Le costará 2,5 dólares y le
servirá para que su familia de cinco se bañe y lave las manos el
tiempo que pueda.
A
eso sumará 4 dólares de la factura mensual por un servicio
inexistente y también el precio de la pipa. En total, unos 50
dólares sin que eso sea suficiente para la familia.
Pozos
fuera de servicio
Según
la Municipalidad de Santa Catarina Pinula, 18 pozos de 40 que surten
al municipio estaban dañados o fuera de servicio cuando entró la
nueva administración en enero, por lo que “se trabaja a marchas
forzadas para revertir la situación”, dijo a Efe el secretario del
municipio, Rafael Paiz.
El
drama del agua ahoga con su carencia a más de tres millones de
guatemaltecos, según indica el doctor en Ingeniería del Agua y del
Ambiente, Marco Morales, quien lamentó a Efe que ahora las
autoridades reparen en la importancia del recurso hídrico cuando “la
pandemia desnuda la realidad de la crisis del agua“.
Con
decenas de contagiados por el virus, Morales admite que la
vulnerabilidad de la población es “altísima” por la indolencia
de las autoridades en un país que, como Perú, tiene “demasiada
agua”.
Al
igual que Santa Catarina Pinula, otros barrios sufren una situación
similar, pero el panorama se agrava en el denominado Corredor Seco
guatemalteco. Una céntrica región azotada por la pobreza extrema y
la desnutrición que habitan 2 millones de personas pero de las
cuales solo medio millón tiene tubería en casa, según el censo de
2018.
Esta
zona es la más golpeada por la escasez de lluvia, como en 2019,
cuando la sequía afectó a unas 300.000 familias, y será uno de los
sectores más sensibles cuando la pandemia alcance su pico máximo en
el país, previsto para finales de abril e inicios de mayo.
Chile
atraviesa una histórica sequía
Chile
enfrenta la pandemia en medio de la peor sequía de su historia
reciente. La escasez de agua hace todavía más difícil lavarse las
manos con frecuencia en las zonas agrícolas, las más afectadas por
la crisis hídrica.
El
47,2 % de la población rural, equivalente a más de un millón de
personas, no dispone de abastecimiento formal de agua potable, según
datos de Greenpeace, y la recibe a través de pozos, ríos o camiones
aljibe (cisterna).
Este
último es el caso de los pequeños pueblos de la comuna de Petorca,
en la región de Valparaíso, donde no se puede consumir más de 50
litros por persona al día -un estadounidense medio consume entre 300
y 380-.
“¿Cómo
nos vamos a enfrentar al coronavirus cuando sabemos que sin agua no
hay salud? Nuestra cuota diaria la repartimos entre el aseo, la
alimentación y vivir”, dice a Efe el presidente de la Unión de
Agua Potable Rural de la cuenca del río Petorca, Álvaro Escobar,
tras expresar su “tristeza” por “el abandono del Estado”.
Unos
150 kilómetros al sur de Petorca, en Rungue, solo hay tres o cuatro
horas de agua al día. Riegan las plantas con lo que sobra de lavar
la ropa. Por eso Carolina Moreno, dirigente vecinal, lanza una
carcajada al escuchar la medida de higiene.
“Es
una falta de respeto que te digan que te laves las manos y dejes
correr el agua cuando nosotros ni tenemos”, insiste.
Agua
en manos de grandes empresas
A
la sequía se suma que un 80 % de los recursos hídricos de Chile
están en manos privadas, principalmente de grandes empresas
agrícolas y mineras. Tanto la Constitución (1980) como el Código
de Aguas (1981) otorgaron derechos de aprovechamiento gratuitos a
particulares y les dieron libertad para venderlos a precio de
mercado.
Por
eso para el secretario general del Movimiento de Defensa del Agua, la
Tierra y la Protección del Medioambiente (Modatima), Rodrigo
Mundaca, es “fundamental” que el agua se blinde como un “derecho
humano”.
“Es
imposible que la gente se lave 20 o 30 veces las manos gastando 2
litros cada vez”, apostilla a Efe el activista.
De
norte a sur las poblaciones más desfavorecidas de Latinoamérica
claman por ese derecho fundamental, el acceso al agua, cuya carencia,
ahora, pone sus vidas aún más en riesgo.
Fuente:
Fernando Gimeno, Emiliano Castro Sáenz y Arnald Prat Barnadas, Poca agua a precio desorbitado en Lima, 17 abril 2020, EFEverde. Consultado 21 abril 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario