En la imagen, vista aérea de una zona de selva virgen junto a otro quemado recientemente cerca de Porto Velho, el 23 de agosto de 2019. Foto: Víctor R. Caivano / AP. |
Mientras el mundo se concentra en los focos de incendio, nadie habla de lo que hay detrás: un complejo entramado de corrupción, crímen y desmonte. Los más afectados son los pueblos indígenas, a quienes corren de sus tierras y se las queman.
por
Joaquín Sánchez Mariño
(Desde
Jarú, Rondonia - Brasil) Al momento de terminar esta nota subo a un
auto compartido con tres brasileños que encuentro en la estación de
buses para partir hacia Jarú. Allí cerca trabajan contra el fuego
los cuerpos de bomberos y la fuerza nacional. Pero además, este
lugar es la puerta de entrada para una de las últimas reservas
protegidas que queda en Rondonia y donde está sucediendo la trama
más cruda y violenta de los incendios en el Amazonas, pero también
la más silenciosa.
Sin
embargo, en el camino hacia ahí esta nota cambia. Escribo este
comienzo mientras al costado de la ruta se suceden, unos tras otros,
los campos deforestados. No es la ausencia de árboles lo que da la
pauta de la deforestación sino lo opuesto: la formación de árboles
que se alza en línea recta detrás de cada campo razado, como
soldados en pie de guerra a la espera de su hora última.
Pegado
a la ruta, todo se ve negro, negro, negro. Una banquina más allá de
la banquina, la traza de cemento que el fuego no pudo atravesar. "Si
ves una ruta entre arboles preocúpate. Ahí ya sabes que están
abriendo camino para entrar y deforestar todo a sus costados",
dice un primer informante para esta nota. Como él, todos los que
hablen sobre el tema pedirán anonimato.
"Una
porción de la policía está muy metida en el negocio. Los invasores
tienen armas escondidas en partes de la reserva para controlarla",
dice quién da la primera pista de la historia, un biólogo joven
residente en Porto Velho. El también me habla del fenómeno "espina
de pez". Es como se ve gran parte de la Amazonía si se mira una
imagen satelital: un espinal central del que salen otras pequeñas
espinas.
Luego
hablaré con funcionarios del ICMbio -un instituto para la
conservación de la biodiversidad- y miembros de ONGs, pero ellos
tampoco darán su nombre. Los funcionarios, por una cuestión
puntual: el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ordenó que nadie
puede hablar del tema salvo el ministro de Medio Ambiente, o quien
este autorice. Además, porque muchos de ellos están amenazados de
muerte por la mafia de los invasores. Los miembros de las ONGs, en
tanto, por miedo a esas amenazas también, por el peligro que supone
el tema para todo aquel que viva o esté en el estado de Rondonia.
Hasta
el 2018, en los registros dentro del Parque Nacional Pacaás
figuraban 117 hectáreas deforestadas. Este año ya figuran más de
220. Puede parecer poco, pero se trata de más de cien hectáreas en
un año, en un área de reserva natural. Allí no puede hacerse
ningún tipo de de desmonte y, sin embargo, lo hay. No solo eso: ese
desmonte provocó los incendios en esta zona específica. ¿Por qué?
Allí está la cuestión, por los grileiros y los invasores.
Grileiros
se les llama a las personas que mediante técnicas fraudulentas
(coimas, contactos, documentación falsa) logran convencer al Estado
de que son los dueños de una tierra y consiguen un título de
propiedad. "Tomadores de tierra ajena", dice una de las
mujeres que viaja en el auto rumbo a Jarú. Son, digamos, los
estafadores más sofisticados. Una vez que logran tener el título,
es muy difícil que les quiten esas tierras, y quien lo intente
deberá convencer al Estado de que el grileiro presentó pruebas
falsas o tuvo complicidad de la justicia. Tarea difícil.
No
todos en Brasil saben lo que es un grileiro. Quienes viven en las
ciudades no suelen estar al tanto de la práctica, lo que aumenta el
éxito de su trabajo.
Por
otro lado están los invasores. Son menos sofisticados pero más
violentos y peligrosos, y tienen la pretensión última de
convertirse en grileiros: es decir, de conseguir los títulos de las
tierras que invaden. Esas tierras muchas veces pertenecen a pueblos
indígenas que se ven corridos a la fuerza por esta mafia.
Además,
son un factor clave en los incendios de este año dentro de la
Amazonía. Y sin saberlo, el presidente Bolsonaro terminó siendo
funcional a ellos.
Es
una historia compleja. En Rondonia hay una mujer llamada Vitoria
Pando de Souza. Un día alegó que gran parte de las tierras
protegidas (una de las pocas áreas de Rondonia no deforestadas) le
pertenecían. Presentó documentación completamente falsa y sin
esperar reconocimiento de la justicia (que nunca llegó), se puso a
vender lotes. Un remate imperdible: 50 reales la hectárea (más o
menos 12 dólares).
Luego entra en escena su abogado, Lindolfo Cardoso, que le ofrece comercializar él mismo las tierras y comienza a vender la hectárea a 100 reales. Repitamos, de un área protegida, poblada en gran parte por pueblos indígenas.
Entre
los compradores apareció uno que quería 2,000 hectáreas. Esa
persona, a quien podemos apodar Queiroz, (curiosamente, el nombre de
un policía de peso de la zona), armó una asociación, loteó los
terrenos como si fuera un country y comenzó a vender. No puso nada a
su nombre sino al de un primo, a quien todos en la zona señalan como
su testaferro.
¿Precio
del lote? Mil dólares. No solo era una inversión fenomenal comprar
a cien y vender a mil sino que además nunca pagó esas 2000
hectáreas que tomó. Además, a todos aquellos que querían comprar
los obligaba a hacerse parte de la asociación y pagar un cánon
mensual. Y exigía un compromiso más: que cada comprador desmonte su
lote, lo queme, y luego lo siembre para evitar que vuelva a crecer la
vegetación.
Dividieron
el enorme terreno, echaron a los indígenas de sus tierra y comezaron
las quemas. Cada vez que se acercaba la fiscalización de ICMbio, los
invasores desaparecían. Pero a partir de los discursos de Jair
Bolsonaro y su destrato a las políticas ambientales se vieron
respaldados en su práctica y comenzaron a quemar
indiscriminadamente.
Y
un día, Brasil tuvo su "día del fuego". Los hacendados y
productores rurales que necesitan más tierra libre para ganado
decidieron que debían celebrar la práctica de la quema. Encender la
tierra está prohibido en la Amazonia Legal (como llaman en Brasil a
todo el área). Ni hablar de hacer incendios. Pero la verdad es que
los provocan sin reprimenda alguna. El combate está a cargo de Ibama
(Instituto Brasilero de Medio Ambiente y Recursos Naturales), pero
desde que la Fuerza Nacional dejó de apoyarlos (por el giro en las
políticas) es poco lo que pueden hacer.
No
son todos delincuentes. Muchos lo hacen por cuestiones domésticas o
costumbre, aunque ignoran el daño posible. Pero con el Día del
Fuego (que se "celebró" a mediados de agosto en el estado
de Pará), de repente quemar la tierra se presentó como una
actividad provechosa para Brasil, como si fuera más lo que deja que
lo que extingue.
No
es fácil acceder a las tierras tomadas por los invasores. Muchos de
los lotes fueron vendidos y hay mapas que muestran los nombres de
esos dueños (para no entorpecer posibles investigaciones, no podemos
publicarlos). De todas formas, están ahí, en una tierra que -contra
todo discurso nacionalista-, no les pertenece. La recomendación
estricta fue contarlo todo desde lejos. Pero aquí estamos, camino a
Jarú. Camino a la Amazonia Ilegal.
Fuente:
Joaquín Sánchez Mariño, Grileiro se invasores, las mafias clave en la propagación del fuego en el Amazonas, 27 agosto 2019, Infobae.
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