por
María Cristina Garcia
Si
escribo y público, deseo la crítica, y una amiga me hizo oportunos
e inteligentes comentarios sobre el artículo publicado el martes.
Entonces recordé las enseñanzas de mi maestra de Periodismo
Narrativo, Leila Guerriero. Ella nos hacía muchas preguntas. Elijo
algunas: ¿se entiende el contexto?, ¿está la información
necesaria?, ¿es un texto eficaz?, ¿tiene los datos duros
necesarios?, ¿es un texto con mirada interesante o prejuiciosa?.
Deseo
que el lector encuentre las respuestas a continuación.
Atravesé
el pudor para escribir en 1992, después de conversar y disentir con
total sinceridad con el director de este diario, Antonio Maciel.
Gracias Don Antonio. Veintiocho años después ¿por qué sigo
escribiendo?... y la respuesta también llegó de Leila: el
periodismo narrativo es “un oficio modesto, hecho por seres lo
suficientemente humildes como para saber que nunca podrán entender
el mundo, lo suficientemente tozudos como para insistir en sus
intentos y lo suficientemente soberbios como para creer que esos
intentos les interesarán a todos”.
Retomando
y acordando con la frase de Camus que -elije ponerse al servicio de
quienes padecen la historia-, mostraré algunos relatos de los
padecientes de Chernóbil. Ellos guardan la memoria de lo sucedido,
después de 34 años.
Es
el testimonio de Bogdab Vasik y Andrei Fulchensky:
Un
detalle de lo duro que fue hacer frente al desastre de Chernóbil es
que los soldados allí desplazados soñaban con volver a la guerra.
"Lo más difícil de trabajar en la zona de exclusión era pasar
por aquellos lugares vacíos", cuenta Vasik.
"Recuerdo
las ventanas y las puertas abiertas de par en par. Vi gatos y perros
sin pelo, confundidos, corriendo salvajes por una tierra muerta. Era
una película de terror, porque en la guerra yo había estado y puedo
con ello. Hay tiros, lucha... Ok. Pero ahí en Chernóbil no había
nada, la ropa tendida en las casas se volvió amarilla, y todo estaba
vacío, sin alma".
Su
compañero Andrei Fulchenski, veterano de la guerra de Afganistán,
pasó tres meses sobrevolando el reactor: "A ese lugar fuimos
600.000 liquidadores y quedamos vivos 105.000". Bogdan Vasik era
conductor: "Los vehículos que usamos se quedaron ahí, porque
estaban contaminados 12 veces por encima de la norma".
Ninguno
de nosotros ha visto la nueva serie Chernobyl: ‘No necesitamos que
nadie nos lo cuente’”.
Ellos
no están contaminados por la cultura audiovisual. Lo vivieron.
Tras
la explosión del reactor un cúmulo de circunstancias hizo que se
contaminara con radiactividad un territorio que comprende algunas
zonas muy pobladas en lo que hoy es Bielorrusia, Ucrania y Rusia.
Pero para que los efectos de este desastroso evento no fuesen mayores
hubo que “hacer cuentas con las vidas”. Es el término con el que
sus asesores le dijeron al ministro de Energía, Anatoli Maiorets,
que para preservar la salud de miles, cientos perderían la suya.
Sentados
en una mesa, usando una calculadora solar que tenían que acercar a
la bombilla subidos a una silla, apuntaron sobre un papel unas sumas
y restas crueles pero necesarias: "Recoger el combustible y el
grafito en aquel punto, tres vidas. Cerrar estás válvulas de allá,
una vida", recordaría en sus memorias Grigori Medvedev,
ingeniero nuclear desplazado a la zona.
Más
de medio millón de personas fueron movilizadas a través del aparato
del Partido Comunista, organismos estatales y, sobre todo, del
ejército soviético y sus reservistas. Algunos fueron reclutados en
sus puestos de trabajo, sin tiempo para despedirse de sus familias.
Esos
días, por los accesos a Pripyat y Chernóbil se vieron las dos caras
de la Unión Soviética de entonces: cerdos, vacas y demás ganado se
cruzaban en su evacuación con grúas y vehículos militares rumbo al
foco de la radiación.
La
URSS repitió el patrón de comportamiento que exhibió al verse
sorprendida por la invasión nazi en 1941: ineptitud para prevenir el
desastre y gran capacidad para movilizar los recursos necesarios para
afrontar los efectos de la tragedia. Hoy los liquidadores se quejan
de la falta de ayudas sociales.
El
mundo está fascinado con la nueva serie de HBO, y ellos sienten que
el Gobierno se ha olvidado de ellos. Esa serie que visibilizó
Chernóbil tres décadas más tarde… hoy entretiene al mundo. Lo
escribo y me avergüenzo.
Sigue
el relato Andrei:
"A
la zona de exclusión llegó gente de todo el país. El diario
oficial Pravda publicó relatos heroicos de liquidadores, hablando de
valores soviéticos como la ‘amistad de los pueblos’: vecinos de
Leningrado sirviendo de cortafuegos para sus camaradas en Kiev”.
La
carne de esas zonas contaminadas fue troceada y mezclada con la de
otros sitios no contaminados y repartida por todo el país salvo a
Moscú, donde residía la élite soviética y sus familias: aquella
fraternidad tenía sus límites.
Y
sobre todo llegaba tarde. Chernóbil fue producto de muchas cosas: el
secretismo y la compartimentación de la información que operaban en
los años 30, resultaban obsoletos en medio de la complejidad
científica de los 80.
A
Mijail Gorbachov le habían dicho que un reactor como el de Chernóbil
"podría estar instalado en medio de la Plaza Roja sin riesgo".
Desde
primera hora se aplicó el manual, pero lo sucedido estaba ya fuera
del manual. “Ahí nos encontrábamos con los mismos carteles de
Peligro, radiación en cada esquina”, recuerda Bogdan, de 66 años,
procedente de Ucrania. “De mi ciudad fuimos a Chernóbil 1837,
quedamos 300, todos los demás han muerto".
El
cáncer que padecen hoy muchos de ellos es similar al que en aquel
difícil 1986 le fue detectado a la URSS: para los soviéticos fue el
fin de lo que llamaban la presunción de inocencia del sistema, la
biopsia política que certificó que sin cambios la supervivencia del
régimen era imposible.
“El
accidente nuclear en Chernóbil, del que este mes se cumplen veinte
años fue tal vez -incluso más que la Perestroika iniciada por mi
Gobierno- la verdadera causa del colapso de la Unión Soviética. De
hecho, la catástrofe de Chernóbil fue un punto de inflexión
histórica que marcó una era anterior y una posterior al desastre”.
Esto escribía Mijail Gorbachov en un artículo publicado por El País
en abril de 2006.
En
su biografía del líder soviético editada por Debate, William
Taubman realiza un inventario de las críticas del presidente de la
URSS que van desde el volumen de verduras a la venta hasta el
reclutamiento militar, pasando por las denuncias anónimas, la
burocracia, lo añosos que eran los ministros y los funcionarios del
Partido, la filosofía, o la propia gobernabilidad (“Hace tiempo
que erramos el tiro. Tan sólo creemos que gobernamos. Es sólo una
apariencia”).
También
sobre la vida diaria de los ciudadanos soviéticos el presidente hizo
autocrítica y crítica del propio sistema. Tras un viaje al este del
país, Gorbachov reflexionaba: “La gente me atacaba en las calles y
en las fábricas, sobre todo mujeres; simplemente, me dieron mi
merecido. Las industrias de defensa están en plena forma, pero la
gente debe esperar entre diez y quince años para recibir una
vivienda. Una ciudad próxima a un lago no cuenta con agua potable.
No hay ropa para los niños, y jamás han visto un helado. Ni
siquiera hay manzanas disponibles”.
Aunque
ya desde principios de 1986 los discursos de Gorbachov habían
empezado a transmitir una inquietud creciente y advertencias
terribles sobre los riesgos para la supervivencia del socialismo
soviético, incluso sobre la contaminación: “Nuestro índice de
contaminación es tal que, si tuviéramos que revelar las cifras,
terminarían crucificándonos y diciéndonos: ‘¡Mirad lo que el
socialismo le está haciendo a la naturaleza!’”.
Ante
semejante tragedia, no hubo posibilidad de catarsis, y sucedía lo
que hoy también escuchamos ante la pandemia del coronavirus 19: en
lugar de las habituales frases de consuelo, el médico le dice a una
mujer acerca de su marido moribundo: ¡no se acerque a él! ¡no
puede besarlo! ¡Prohibido acariciarlo! …su marido ya no es un ser
querido, sino un elemento que hay que desactivar.
Un
mundo, una zona se instaló, donde se vio alterado incluso el amor y
la muerte. Como sostuvo el pensador italiano del siglo pasado,
Benedetto Croce, el pasado es conocimiento para entender el presente.
Ello justifica saber la verdad sobre Chernóbil, o acercarnos a ella.
Escribe
Svetlana: “la literatura cedió su lugar ante la realidad. Ahora ya
no podemos creer, como los personajes de Chejov, que dentro de cien
años el mundo sería maravilloso.¡ La vida será maravillosa! Hemos
perdido este futuro. En estos cien años ha pasado el gulag de
Stalin, Auschwitz… Chernóbil…el 11 de setiembre de Nueva York…
es inconcebible como se ha dispuesto esta sucesión de hechos, como
han sucedido en la vida de una generación”.
En
1971 John Lennon grababa en un estudio en Londres Imagina, la canción
que reflejó las utopías de mi generación:
Imagina toda la gente, viviendo la vida en Paz. Usted, puede decir que soy un soñador, pero no soy el único,
Espero que algún día te nos unas y el mundo será como uno.
Imagina no posesiones, me pregunto si puedes.
No hay necesidad de codicia o hambre
Una fraternidad de hombres.
Puedes decir que soy un soñador, pero no soy el único.
En
estos tiempos de pandemia, a veces digo -la esperanza es insensata-.
Pero la esperanza está en el tiempo y arraigada en la memoria. En la
niñez. En el paraíso perdido.
Hoy
elijo la esperanza de alguien que no renuncia a soñar.
Fuentes:
María Cristina Garcia, Testimonios y el ocaso de un régimen, 3 mayo 2020, La Voz del Pueblo.
Ilustración: Sebastián Angresano.
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