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Jorge
Munnshe, en Clío: Revista de historia, publicó una nota que quería
compartir con ustedes, sobre accidentes nucleares en vuelos
espaciales.
“En
2018, se cumplieron 40 años de la caída a la Tierra del satélite
Kosmos 954, equipado con un reactor nuclear que liberó radiactividad
en la región del impacto. El suceso suscitó mucha alarma social,
marcó el inicio de una etapa de mayor rechazo popular al uso de
energía nuclear en vehículos espaciales y promovió el
planteamiento de reformas legales internacionales para reducir el
peligro de contaminación radiactiva por caída de nave espacial.
El
miedo de la sociedad a los nocivos efectos de la radiactividad
liberada por un accidente en una central nuclear ha sido
históricamente proporcional a la cercanía de esta. En el caso de un
vehículo espacial, capaz en principio de sobrevolar puntos de la
Tierra muy alejados entre sí, e incluso de acabar pasando tarde o
temprano por casi cada región poblada si es un satélite diseñado
para tal fin, este miedo ha dependido mucho menos de la geografía.
La
era nuclear, iniciada casi al mismo tiempo que la era espacial, hizo
posible suministrar a bordo de algunas de aquellas primeras naves la
copiosa energía que necesitaban sus rudimentarios sistemas
electrónicos. Las limitaciones en el peso de todo lo que se envía
al espacio descartaban el uso de casi todas las fuentes tradicionales
de energía. Los paneles solares resultaron ser un buen recurso
energético para muchas naves. Sin embargo, las que debían viajar a
lugares mucho más distantes del Sol que la Tierra, o las que, pese a
no alejarse tenían necesidades energéticas muy grandes, difíciles
de satisfacer solo con energía solar, encontraron en la nuclear la
solución.
Una
clase de generadores que empezó a utilizarse consiste, a grandes
rasgos, en material radiactivo encerrado dentro de un contenedor.
Este impide que la radiactividad salga fuera pero sí permite
aprovechar el calor generado por la desintegración natural de dicho
material. Ese calor se puede emplear directamente como calefacción
para todo aquello del interior de la nave que necesite protegerse del
frío espacial. O también para generar electricidad destinada a la
electrónica de a bordo. Esos generadores son bastantes simples, ya
que no ejercen acción alguna en el material radiactivo, más allá
de mantenerlo confinado y recoger su calor.
Sin
embargo, la energía suministrable por esos generadores resultaba
insuficiente para algunas naves, incluyendo satélites-espía usados
en la Guerra Fría. Para tales vehículos, la Unión Soviética y
Estados Unidos desarrollaron y pusieron en servicio minirreactores de
fisión nuclear instalables a bordo y preparados para operar en el
espacio durante periodos bastante largos.
Un
satélite en una órbita más bien baja, como las ideales para
espiar, está sometido a fuerzas que tienden a desacelerarlo y a
hacerle perder altitud peligrosamente. Para contrarrestar estos
efectos, debe ejecutar periódicamente maniobras que consumen
combustible. Cuando este se agota, pasa poco tiempo antes de que el
satélite caiga a la Tierra; un tiempo insuficiente para que el
material radiactivo haya dejado de serlo en la medida adecuada como
para no resultar ya peligroso. La caída acarrea atravesar la
atmósfera a una velocidad tan grande que el roce del aire contra la
nave puede destrozarla.
En
el caso de los generadores simples que tan solo albergan material
radiactivo que emite calor, se optó por acorazarlos a fin de que
soportasen la caída sin liberar al medio ambiente su nocivo
cargamento. Sin embargo, esta solución no era viable para los
reactores nucleares, mucho más grandes y pesados. Para estos, se
optó por conservar algo de combustible y, una vez completada la
misión de la nave, usarlo en el envío de esta (o de la parte que
aloja al reactor) a una órbita mucho más alta. Allá arriba, las
citadas fuerzas que tienden a hacer caer a un satélite son más
débiles y el proceso puede tardar siglos, tiempo suficiente para que
el nivel de radiactividad haya descendido hasta valores tolerables.
La
caída del Kosmos 954
Lanzado
al espacio en septiembre de 1977 por la Unión Soviética, el Kosmos
954 tenía como uno de sus objetivos principales espiar en diversas
partes del mundo la actividad de portaaviones estadounidenses. Sin
embargo, se averió gravemente, sin posibilidad de situar al reactor
en una órbita alta.
Pese
al secretismo imperante por parte soviética, el problema fue
conocido muy pronto por las autoridades de Estados Unidos, la otra
superpotencia. Sus ultrasensibles radares militares para vigilancia
orbital captaron la disminución alarmante de su altitud de vuelo y a
principios de enero de 1978 los especialistas estadounidenses ya
tenían claro, al igual que sus homólogos soviéticos, que el
satélite, con reactor incluido, se estrellaría antes de que acabase
el mes.
Se
predijo con acierto que la fecha exacta sería el día 24, pero no
estaba claro en cuál de los lugares sobrevolados caería liberando
allí productos radiactivos.
El
12 de enero, Jimmy Carter, presidente de Estados Unidos, notificó
personalmente a la Unión Soviética que las autoridades
estadounidenses conocían el problema y ofreció ayuda para intentar
calcular dónde caería y así tener la oportunidad de evacuar la
zona si estaba poblada. El 17 y el 18 de enero, se avisó del peligro
que corría el mundo a los gobiernos de algunas naciones con
capacidad de rastrear la trayectoria del satélite. Estos aunaron así
esfuerzos con Estados Unidos y la Unión Soviética para predecir
dónde caería el Kosmos 954.
No
se advirtió al público del inminente accidente nuclear a fin de
evitar el pánico descontrolado. Aunque, tal como recalcaron las
autoridades soviéticas, no había peligro alguno de explosión
nuclear, la contaminación radiactiva de alguna de las zonas
habitadas del mundo sobrevoladas por el satélite era amenaza
suficiente para provocar situaciones de histeria y agitación social.
Finalmente,
la caída tuvo por escenario una zona escasamente poblada del norte
de Canadá, aunque tan extensa como la ocupada por Austria. Por ella
se esparcieron los restos del satélite, destrozado por el roce
atmosférico.
Sin
víctimas mortales ni la necesidad de evacuar gente de áreas urbanas
densamente pobladas, se minimizó notablemente el alcance humano de
la catástrofe.
Pocos
minutos después de que el satélite entrase en el espacio aéreo de
Canadá, Jimmy Carter se lo comunicó a Pierre Trudeau, primer
ministro del país afectado.
En
los meses que siguieron, se llevó a cabo una extensa operación de
búsqueda y recolección de fragmentos del satélite. Por ser la
nación propietaria del vehículo, se le cargó a la Unión Soviética
el coste de esta limpieza. El suceso planteó la necesidad de una
legislación internacional más estricta en cuestiones de seguridad
para el uso de energía nuclear en el espacio.
Otros
accidentes
La
caída del Kosmos 954 no fue el único accidente de vehículo
espacial con energía nuclear, aunque sí el más grave en términos
de problemas para seres humanos. En 1983, al Kosmos 1402 le ocurrió
algo parecido, pero al caer en el mar no suscitó la alarma social ni
el eco mediático de su predecesor.
Otros
casos han pasado aún más desapercibidos. En 1973, el lanzamiento
fallido de otro satélite soviético con reactor nuclear terminó con
este hundiéndose en el océano. El reactor del satélite
estadounidense SNAPSHOT, lanzado al espacio en 1965, dejó de
funcionar antes de lo previsto y años después se detectó el
desprendimiento de fragmentos desde un componente del vehículo.
En
cuanto a los generadores que no son reactores, desde los años 60 han
protagonizado varios accidentes con liberación ocasional de material
radiactivo pero dispersado de manera que no hubo zonas de alto
riesgo. La mayoría de las veces, el material ha permanecido aislado
tras el accidente”.
Como
sea, adonde sea, y cuándo sea, la energía nuclear nunca es una
buena opción.
Editorial
-
Satélites espías que se vienen abajo con su reactorcito nuclear a
bordo
Contenido
-
Bajante del Paraná. Jorge Daneri
La bajante del Paraná ha sido noticia en las últimas semanas por los impactos no solo económicos, sino también ecosistémicos. Jorge Daneri es abogado, especializado en materia ambiental y con él abordamos los diversos aspectos de esta problemática.
-
Respetar Chernobyl
Ecología,
desarrollo Sustentable y Culturas
ECOS
se halla al aire en la región desde 1998. Vino a llenar el espacio
creíble de información y debate en el que se trabajan cuestiones
globales (convenios internacionales, problemáticas generales)
nacionales (cuestiones de las diferentes provincias o sobre recursos
interjurisdiccionales) provinciales (problemáticas de cuenca,
radicación de industrias, costas, pesca, educación ambiental) y
locales (los temas de sustentabilidad en el municipio).
Objetivo
general Promoción del pensamiento crítico a partir de la difusión
de las temáticas ambientales y culturales en aras de la
concientización y la educación para un desarrollo sustentable.
Objetivos
específicos
-
Aumentar el bagaje de información disponible para el público en
general.
-
Difundir las cuestiones ambientales y culturales que se problematizan
en la región.
-
Acompañar los emprendimientos productivos que tiendan al desarrollo
sustentable.
-
Facilitar el acceso a las informaciones generadas en el seno de las
instituciones formales dedicadas al medio ambiente y a la
recuperación de las culturas tradicionales.
-
Poner en conocimiento del público en general disposiciones vigentes
que protejan el ambiente, los derechos de las comunidades nativas y
regulen el marco ambiental de la provincia.
Conductora
Silvana
Buján es Argentina, licenciada en Ciencias de la Comunicación
Social y periodista científico y ambiental, ejerciendo desde hace
más de dos décadas de manera ininterrumpida a través de radios y
medios gráficos del país y del exterior.
Es
activista ecologista y participa, dirige o coordina organizaciones no
gubernamentales y redes temáticas. Es conferencista y consultora en
temas de ambiente y desarrollo. Ha obtenido tres veces el 1º Premio
a la Divulgación Científica de la Universidad de Buenos Aires
(2009, 2012, 2014) y el 2º Premio en 2010; el 1º Premio
Latinoamericano y del Caribe del Agua CATHALAC-UNESCO 2009; Ocho
Premios Martin Fierro por sus trabajos en radio y 21 nominaciones. Ha
sido Premio Nacional de Periodismo en el año 2007, 1º Premio del
Congreso Tabaco o Salud 2010, 1º Premio de Periodismo en Salud de la
Asociación Médica Argentina 2010 Distinción honorífica Colegio de
Ingenieros DII por su labor en difusión ambiental, 2013.
Lleva
adelante desde 1998 ECOS ciclo de periodismo científico abocado al
ambiente y las culturas. Y CALIDAD EN VIDA, de periodismo médico,
cultura y salud. Dirige BIOS, ONG miembro de la Red Nacional de
Acción Ecologista y la Coalición Ciudadana Antiincineración. Es
miembro del Comité Consultivo de GAIA internacional. Es miembro de
la Red Argentina de Periodismo Científico y la Red Latinoamericana
de Periodismo Ambiental. Vive en Mar del Plata.
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