La socióloga y activista ambiental advierte sobre las consecuencias del fracking y la "eldoradización" de Vaca Muerta: "Es un bluff peligroso". La incómoda relación de las expresiones políticas populares con la ecología y la explotación "sin culpas" en la era Cambiemos.
por Carlos Romero
En los más de 12
años que Maristella Svampa lleva involucrada en la temática
ambiental, aprendió que “hay luchas que se ganan y otras que se
pierden, pero que es necesario encarar la lucha como tal”, sabiendo
lo duro que es instalar en el debate público un discurso que
cuestione el modelo de desarrollo actual. “Hay una gran dificultad
por parte de los diferentes espacios políticos, no solo la derecha
sino las izquierdas, que han sido muy refractarias al ambientalismo”,
asegura. Socióloga, investigadora, docente y escritora, en su último
libro, Chacra 51, regreso a la Patagonia en los tiempos del fracking,
une su actividad como intelectual y activista, con la historia de su
familia en Río Negro, donde el extractivismo es el hilo -o la
“maldición”, como dice la autora- que atraviesa y amenaza
ambos planos.
Para Svampa, la
humanidad vive una “crisis socioecológica de alcance
civilizatorio”, donde el fracking -la fractura hidráulica,
empleada para extraer combustibles fósiles no convencionales-
simboliza el afán de los sectores hegemónicos por negarse a
discutir la transición energética. Por eso, define a Vaca Muerta
como una promesa “eldoradista” y asegura que Cambiemos siguió y
recrudeció el modelo extractivista del kirchnerismo.
¿La problemática
ambiental es una discusión técnica o filosófica?
En realidad, es
un tema político. Hace tiempo que dejó de ser sólo una cuestión a
resolver por técnicos o por las burocracias estatales, y es un tema
que concierte a las comunidades. En la medida en que en los últimos
30 años parte de la sociedad tomó conciencia de que las
consecuencias de los modelos industriales, extractivos, son
destructivas para las condiciones de vida y los territorios, se
volvió un debate eminentemente político. Por supuesto, hay
controversias sociotécnicas, pero deben ser entendidas como debates
societales que exigen pensarse en clave de democratización de las
decisiones. No es posible imponer de manera vertical, sin consultar a
las sociedades, modelos de desarrollo que impactan en las condiciones
de vida, territorios y ecosistemas. Lo que sucede es que no todas las
sociedades son todavía conscientes. Cada vez que esto se habla en
Argentina, pareciera que las demandas de la sociedad son una
expresión del fundamentalismo ambiental que critica o pretende
obstruir la dinámica del progreso, mientras que el gobierno y las
corporaciones encarnarían esa visión hegemónica. Es muy difícil
de instalar cuando hay esta concepción lineal del desarrollo.
Por eso, aunque
sea un debate político, está afuera de la agenda.
Sí, pero creo
que lo político es algo más genérico. La politización de la
sociedad es consecuencia de que estos debates se transformen en
problemas públicos, y hablamos no sólo de la dimensión
cognoscitiva, sino del sentimiento de injusticia que experimenta una
comunidad ante lo que considera que no le ha sido consultado o va a
tener efectos nefastos. Esto no implica desconocer lo que vos decís:
que en nuestro país hay una minimización del alcance de esta
problemática. Yo bromeo y digo que las empresas y el gobierno actual
consideran que lo ambiental es una suerte de columna más en la
contabilidad, leída como responsabilidad social empresarial. Hay que
desarrollar una visión más holística, en términos de crisis
socioecológica de alcance civilizatorio, pero en Argentina no lo
hay. Sea que hablemos del progresismo populista o de los sectores
neoliberales, todos parecen acordar en una visión muy productivista
del desarrollo y no cuestionar sus consecuencias, sólo minimizarlas
y concebir posibles soluciones en la línea de profundización del
capitalismo y sus respuestas tecnológicas. Eso está instalado en el
establishment político-partidario, pero quizá lo más grave es que
gran parte de la sociedad lo ve así también.
¿Cuál es el
cuadro que estamos atravesamos a nivel planetario?
Parto de la idea,
coincidiendo con gran parte del campo científico, de que estamos en
una nueva era, en la cual el ser humano, que siempre fue un agente de
cambio biológico, se ha convertido en una fuerza de alcance
geológico. Eso nos enfrenta ante un umbral de irreversibilidad cuya
punta del iceberg es, sin duda, el calentamiento global y sus efectos
en términos de cambio climático. Hoy lo vemos en Argentina en
inundaciones, sequías, eventos extremos que también son agravados
por los modelos de desarrollo instalados en país. Estamos ante una
nueva era que exige replanteos profundos sobre la relación de la
humanidad con la naturaleza. Ahí enfrentamos también consecuencias
de índole filosóficas, que ponen en entredicho la visión moderna
acerca de la cual la humanidad tenía como destino controlar a la
naturaleza, considerándose como algo externo a ella.
En ese punto, ¿se
vuelve un debate acerca de la condición humana?
Sin dudas, es una
cuestión compleja, que coloca en entredicho no sólo el modelo
capitalista sino también un elemento ligado a la especie humana
misma. Para mí, es central a la hora de contestar a aquellas
posiciones que lo reducen todo a la crítica al capitalismo
neoliberal. Por ejemplo, hablar de capitaloceno es muy fácil (NdR:
término acuñado por el historiador Jason Moore para dar cuenta de
una nueva era, resultado de la crisis ecológica causada por el
capitalismo), parece que diluye la responsabilidad del ser humano
como especie, cuando yo creo que hay elementos que tienen que ver,
como dice (el historiador poscolonial) Chakrabarty, con la especie
humana y su búsqueda del mejoramiento de las condiciones de vida.
O sea, ¿estos
mismos problemas se pueden dar bajo otros sistemas?
Si uno piensa en
las experiencias de los socialismos realmente existentes, no hubo ahí
un cambio radical en la relación con la naturaleza, sino todo lo
contrario. La visión productivista y obrerista del mundo conllevó a
una destrucción de los recursos naturales, aún si se hubiera hecho
en función de una mejor redistribución de la riqueza. Que esto ha
sido agravado por el capitalismo neoliberal, no hay duda. La
expansión de las fronteras de mercantilización implica un avance
inédito en términos de comoditización de la vida y la naturaleza,
pero no hay que olvidar que ahí hay un elemento ligado a la especie
humana. Que es difícil pensar la transición, sin dudas, pero los
pueblos, las naciones, las élites deben repensar la sociedad.
Sin embargo, como
dijimos, el sistema político mira hacia otro lado.
Creo que hay una
gran dificultad por parte de los diferentes espacios políticos, no
solo la derecha sino las izquierdas, las marxistas y las populistas,
que han sido muy refractarias al ambientalismo. Muchos de ellos
consideran que es una invención de los países del primer mundo, que
quieren negar el derecho al desarrollo a los países periféricos.
Uno de los
caballitos de batalla de Cambiemos son las energías renovables,
ahora muy criticadas por la oposición. ¿Qué opina?
Sería un gran
error por parte del progresismo demonizar a las energías renovables.
Hay que cuestionar el modelo de mercantilización que ha instalado
Cambiemos, que además lo hizo de la mano del capitalismo de amigos,
pero eso no implica demonizar a las energías renovables y la
potencialidad que tienen pensadas desde un sistema energético
diferente. Viene a colación de que es muy complicado charlar estas
cuestiones con la izquierda marxista, pero sobre todo con la
populista. Ya hay autores marxistas de peso que han ampliado la
noción de conflicto más allá de la oposición capital-trabajo,
para dar cuenta del conflicto capital-naturaleza. Pero es mucho más
difícil con los progresismos realmente existentes, que guardan aún
en clave nacional-desarrollista una visión reduccionista del
desarrollo y muy descalificadora de las críticas al ambientalismo,
que reducen al puro fundamentalismo, como si no hubiera propuesta,
negando las luchas contra el neoextractivismo y las alternativas
sistémicas que se discuten en América Latina. Es un grave problema,
sobre todo si pensamos que en el futuro próximo está la posibilidad
de que el progresismo vuelva al gobierno. Sería grave repetir los
errores cometidos durante el kirchnerismo.
¿Qué
continuidades y rupturas hubo con la llegada de Cambiemos?
Creo que hay
muchas y grandes rupturas. Pasamos de un modelo más estadocéntrico,
ligado a una visión redistribucionista-populista, a una visión
aperturista neoliberal que hoy coloca al país en una encrucijada
ante el endeudamiento externo y la erosión de las condiciones de
vida y el poder adquisitivo. Hubo una ruptura de modelos, más allá
de las críticas que hago al kirchnerismo, que tenía grandes
problemas socioeconómicos, pero los índices que dejó fueron
empeorados al extremo por Cambiemos. En términos de
neoextractivismo, hay continuidades y profundización. Implicó una
continuidad del neoextractivismo que el kirchnerismo defendió a
rajatabla: la expansión del agronegocio, la megaminería a cielo
abierto, la explotación de combustibles no convencionales a través
del fracking. Todo fue retomado y profundizado por Cambiemos en una
lógica neoliberal, que además no presenta un discurso vergonzante
como sí tenía el kirchnerismo.
¿En qué sentido
se dio esta diferencia discursiva?
En el
kirchnerismo había una tensión entre lo que era un discurso en
relación a los derechos humanos y la defensa de la expansión de la
frontera del capital. Con Cambiemos no hay esta tensión, por lo que
su avance sobre los territorios se hace al compás también de la
mayor represión. Incluso, durante el kirchnerismo se avanzó en la
prohibición de ciertas actividades extractivas en algunos
territorios y en los juicios por el tema glifosato y fumigaciones.
Hoy, Cambiemos busca avanzar como si no existiera esta legislación
producto de las luchas ligada a la problemática socioambiental.
Vienen con la excusa de que es necesario hacer negocios que van a
traer progreso, supuestamente, y por otro lado, que no se ha
discutido, por ejemplo, la megaminería en los territorios. Esta
excusa, que siempre traen a colación las corporaciones, hoy llega de
la mano de Sergio Bergman, que más que un secretario de Ambiente es
un ministro de facto de la minería.
En Chacra 51 se
refiera a las promesas “eldoradistas”, en referencia a ese
progreso milagroso del que habla el extractivismo y que finalmente
nunca llega. ¿Cuál sería hoy el símbolo eldoradista de la
Argentina?
Sin duda, Vaca
Muerta, que está siendo erosionado cada vez más por la realidad.
Durante el kirchnerismo, la baja del precio de los commodities dejó
todo en stand by, y con Cambiemos, más allá de los subsidios
enormes que el Estado le da a las trasnacionales para que no se
vayan, a pesar de la flexibilización que hace que los trabajadores
desarrollen actividades en condiciones peligrosas y aumente la tasa
de accidentes, a pesar de todo ello, el rendimiento energético del
fracking es mucho menor al de los combustibles convencionales y que
es todo muy costoso. Un artículo reciente del Wall Street Journal
habla del fracking como un bluff. Esto lo veníamos diciendo desde
2013, no es nuevo. Seis años después, comienza a ser incorporado
como una variable que coloca en entredicho la posibilidad de que Vaca
Muerta sea la potencia energética que soñó el kirchnerismo y a la
que apostó Cambiemos. En 2013, cuando decíamos esto mismo, éramos
execrados desde la derecha y la izquierda. Había un consenso del
fracking que unía a progresismo y neoliberalismo. Hoy vemos estos
resultados. No estamos esperando las disculpas, esperamos que se abra
la conversación.
¿El caso del
litio es similar?
Es diferente,
creo yo. Merece otro tipo de debate. Si efectivamente el litio es un
bien estratégico que implica una posibilidad de avanzar hacia un
modelo pos fósil, es necesario instalar una discusión que involucre
a las comunidades que viven en los territorios, que son casi todas
indígenas. Porque el gran riesgo es que el litio se explote y se
destruyan los territorios, se demonice a las poblaciones y se las
empobrezca, y por otro lado, que estemos financiando la transición
energética a las grandes potencias.
¿Por qué el
fracking se vuelve el símbolo de un modelo insostenible?
El avance en la
explotación de hidrocarburos no convencionales refleja el afán de
sectores globales de permanecer en una matriz energética basada en
los combustibles fósiles, constituye una negación de la necesidad
de pensar una transición energética y de la gravedad de la crisis
socioecológica. Por otro lado, los combustibles fósiles casi se han
agotado, lo que queda es raspar el fondo de la olla, tocar la roca
madre, la que ha generado esos recursos a lo largo de millones y
millones de años. El impacto en términos no solo territoriales,
sino geológicos, es enorme. No por casualidad una de las
consecuencias es la lubricación de fallas sísmicas. Es sumamente
peligroso y esto lo dice gran parte de la comunidad científica en
Estados Unidos y Europa. Sería muy peligroso seguir avanzando en esa
línea en Argentina. Estamos jugando con fuego en un momento donde ya
hay un incendio en el planeta. Hace poco, un informe de la ONU
aconsejaba no explotar los recursos no convencionales en Vaca Muerta,
porque es una potencial bomba de carbono. Si estamos viendo la
necesidad de reducir las emisiones de CO2 para que no aumente la
temperatura más allá de 1,5 grados, contar acá con esta potencial
bomba de carbono es una locura.
Quienes defienden
estos métodos, aseguran que no hay alternativas.
Sí, está muy
instalada la idea de “zona de sacrificio”. Lo que hubo en América
Latina, que yo llamé el consenso de los commodities, está muy
ligado a la obturación de la discusión sobre modelos alternativos.
Así como en los 90 se decía que no había alternativa al
neoliberalismo, en América Latina se instaló la idea de que no
había alternativas al neoextractivismo y que todo lo que implicaba
un cuestionamiento quedaba en el terreno de la irracionalidad, el
retraso y el fundamentalismo ambiental. En Argentina, además, está
muy ligado a la idea del desierto, que retrotrae a la visión por la
cual se justificó el exterminio de los indígenas en el siglo XIX;
la idea de que son territorios vacíos y que se desvaloriza la
presencia de pueblos originarios. También hay una desvalorización
de las economías regionales.
¿Qué
experiencias se pueden destacar como una alternativa?
Participó en
muchas reuniones a nivel internacional en las que discutimos sobre
transiciones y queda claro que es muy complejo pensar alternativas.
Ya lo decía Jameson en esa frase célebre: es más fácil pensar el
fin del mundo que el fin del capitalismo. Tenemos en claro que no se
asocian a los socialismos realmente existentes, que hay que pensar
las alternativas emancipatorias no sólo en clave antipatriarcal sino
ecológica. No hay modelos macrosociales, lo que hay son
experiencias, muchas de ellas frágiles, locales, amenazadas, pero
que buscan avanzar y colocarse como modelos. Lo encontramos en las
experiencias alternativas contra la megaminería, en economías
sociales y regionales; en Argentina lo encontramos, por ejemplo, en
las experiencias agroecológicas que hay en ese inmenso continente
sojero, que muestran que es una alternativa viable, no contaminante,
que no destruye los territorios y crea mayores fuentes de trabajo. Yo
apuesto a ese tipo de redes, que son la otra cara de las luchas.
Muchas veces,
para hablar de estos temas, se apela a la noción de “decrecimiento”.
¿Qué significa y, en concreto, qué implica?
Tiene dos vías.
La primera, cuando fue lanzada por André Gorz, en los 70, en
respuesta a Los límites del crecimiento, primer informe en el que se
muestra que, de seguir en la lógica de desarrollo industrial, vamos
hacia un mundo insostenible, porque los recursos naturales no son
infinitos. Fue, además, un mensaje al tercer mundo, porque decía
que no era posible la universalización de ese modelo de desarrollo.
De ahí que desde América Latina se contestara a ese informe, y que
cuando en Europa surgiera la noción de decrecimiento, no hubiera
posibilidad de diálogo. La segunda vía se da a partir de 2000-2002,
cuando diferentes movimientos, sobre todo en Francia, Italia y
España, colocaron en agenda la necesidad de pensar una salida a la
crisis socioecológica, recuperando esta noción y dándole una
actualidad diferente. Algunos piensan que es sólo una fórmula que
implica la negación del crecimiento, pero en realidad ha sido
recreada desde otro lugar, para englobar una serie de experiencias
disruptivas que van más allá del modelo actual, por ejemplo, las
monedas sociales, las experiencias de eficiencia energética, lo que
se llama las ciudades de transición, los casos de agroecología
urbana. Sin duda, lo que hay que cambiar es el perfil metabólico de
la sociedad, quiere decir que la sociedad futura deberá consumir
menos materia y energía. Es la clave para entender la noción de
decrecimiento. Sino, creemos que es sólo una fórmula que no dice
mucho y que, al contrario, suscita animadversión al hablar de las
sociedades pobres, en donde no solo la pobreza, sino la desigualdad,
es el gran problema, en las cuales es necesario articular justicia
social con justicia ambiental.
Parece difícil
instalar esta reflexión en una sociedad donde bienestar y altos
niveles de consumo son considerados términos casi equivalentes.
Lo que pasa es
que nuestras sociedades están acostumbradas a un estilo y una
calidad de vida que no puede ser garantizada en un futuro
sustentable, lo que no significa que volvamos al tiempo de los
primates o al neolítico. De ninguna manera. Pero sí que tenemos que
pensar en consumir menos materias primas y energía. Hay que instalar
un debate necesariamente democrático sobre qué tipo de sociedad
deseamos. Son cambios radicales, que van a requerir mucho tiempo, y
yo no sé si tenemos ese tiempo.
Fuente:
Carlos Romero, Svampa: “El riesgo es financiar la transición energética de las grandes potencias”, 04/02/18, Zoom Revista.
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