En nota anterior decíamos que los principales motivos para rechazar la Energía Nuclear eran cuatro: Impactos en la salud, residuos, seguridad, y vinculación con la actividad militar. Vimos sucintamente en 5 notas los efectos sobre la salud y en una nota empezamos a desarrollar el tema de los residuos radiactivos.
Por Juan Vernieri
En lo sucesivo a los restos radiactivos de las actividades nucleares los denominaremos desechos. Se denominarían residuos si interpretamos que contienen parte reutilizable, pero hemos visto que, en la actualidad, reprocesar para obtener más combustibles no era nada favorable a la humanidad, pues se sigue acumulando plutonio que no sirve para otra cosa que para fabricar bombas atómicas. Entonces para nosotros no son residuos, sino desechos.
Los combustibles gastados de los reactores constituyen la mayor parte de los desechos nucleares de muy alta radiactividad. Como emiten radiaciones que afectan la salud, se requiere un aislamiento total. Son de alta perdurabilidad y no habiendo aún en el mundo depósitos definitivos, se realizan almacenamientos temporarios en espera de disponer permanentes.
Junto a todos los reactores nucleares productores de electricidad, hay una profunda piscina donde, mediante manipulación robótica, se van acumulando los combustibles gastados, sumergidos bajo un manto de agua de por lo menos 9 metros.
Se encuentran en estanques asombrosamente claros e iluminados con luz azul, Es una vista extrañamente hermosa e inquietante. Largas filas de contenedores de metal, llenos de combustible nuclear usado, yacen debajo de la superficie terrestre, algunos hasta a 40 metros de profundidad.
Al momento de retirar del núcleo, los combustibles gastados tienen muy alta temperatura y deben mantenerse refrigerados. La radiactividad intensa genera una gran cantidad de calor, por tanto, debe enfriarse durante largos períodos antes de su traslado a otra instalación de almacenamiento.
Estos combustibles gastados son intensamente radiactivos. La barrera de agua de por lo menos 9 metros es muy eficaz, aislante de la radiación, un excelente blindaje, además es un buen refrigerante. Se podrían conservar así durante décadas.
Para mantener la refrigeración, el agua debe renovarse permanentemente, o bien circularla por una torre de enfriamiento. Si el calor no se evacúa, hay riesgo de que se incendie el combustible gastado en cuestión de días o semanas, con posible liberación de radioactividad a gran escala.
La cuestión de qué hacer con esos desechos es algo con lo que muchos gobiernos, han estado lidiando durante años.
Desde el inicio de la producción de electricidad nuclear en 1954 hasta finales de 2016, se generaron unas 390.000 toneladas de combustible gastado. Aproximadamente un tercio fue reprocesado y los dos tercios restantes están en almacenamientos temporales.
Del tercio reprocesado se obtuvo entre el 1 y el 2% de plutonio para usarlo en la producción de un nuevo combustible, restando entre el 95 y el 96% de uranio que también puede aprovecharse y entre el 3 y 4 % de residuos finales, estos últimos clasificados como desechos de muy alta vida, que se vitrifican y deberá buscársele un destino definitivo.
El uranio del combustible gastado, separado durante las operaciones de reprocesamiento, contiene varios isótopos que plantean problemas de protección radiológica y contaminan las instalaciones de conversión y enriquecimiento. No es fácil su utilización, Francia tiene 34.200 toneladas pendientes de recuperación. Esto es el equivalente a treinta años de producción al ritmo actual.
También hay desechos de alta radiactividad de otros orígenes y hay de media actividad que igualmente requieren gestión por lapsos prolongados.
Es decir que la acumulación es bastante grande, sin embargo, la cantidad no es el principal problema. El verdadero problema es el TIEMPO.
Después de unos 1.000 años, todavía queda alrededor del 10% de la radiactividad original que se descompondrá lentamente durante unos 100.000 años más o menos. Esto crea dificultades únicas. No resueltas aún.
Para tener una idea de lo que significan estos tiempos recordemos que el Imperio Romano duró unos 500 años, la última edad de hielo terminó hace unos 10.000 años y surgió la agricultura que revolucionó la historia, transformando el modo de vida y la supervivencia humana por completo.
Esto nos permite advertir que la superficie de la Tierra y las civilizaciones humanas cambian mucho más rápido que la velocidad a la que puede decaer la radiactividad de los desechos de alta como los combustibles gastados.
Según dice la OIEA, se están produciendo avances significativos en la gestión segura y eficaz de los desechos radiactivos y el combustible nuclear gastado, pero el destino definitivo y seguro está aún muy lejos de lograrse.
Actualmente, la mejor opción supuesta para almacenamiento “definitivo” son los llamados Almacenes Geológicos Profundos (AGP).
La falta de un destino definitivo y la necesidad de desocupar las piscinas para albergar nuevos desechos obliga a disponer depósitos transitorios en seco. Varios países, entre ellos el nuestro, están haciendo frente a esta situación mediante la construcción de nuevas instalaciones de almacenamiento fuera de los edificios del reactor, ya sea dentro o fuera de los límites de la planta, o como una instalación nacional centralizada.
Después de un mínimo de seis años, cuando los combustibles gastados han perdido suficiente temperatura, pueden trasladarse a esos depósitos en seco.
Pero este asunto de los almacenamientos temporales en seco lo dejamos para la próxima.
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