viernes, 28 de julio de 2023

Principales razones para rechazar la energía nuclear | 5.° parte

En notas anteriores decíamos que los principales motivos para rechazar la Energía Nuclear eran cuatro: Impactos en la salud, residuos, seguridad, y vinculación con la actividad militar. Tal vez debemos destacar que no son los únicos, los hay a montones. Empezamos a ver detalles de cómo afecta la salud de los humanos, seguimos con dos casos paradigmáticos, y un hecho sucedido en nuestro país. Hoy finalizaremos el tema de Impacto sobre la salud con el caso llamado “núcleo demoníaco”, la tercera bomba atómica que no se arrojó sobre Japón.

Por Juan Vernieri

El 15 de agosto de 1945, la Segunda Guerra Mundial había terminado con la rendición de Japón ante las dos atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Quedaba otra bomba sin terminar, por si Japón demoraba en rendirse. El tercer núcleo de plutonio preparado, ya no se utilizaría como arma.

Los científicos nucleares del laboratorio pudieron quedarse con la esfera, que se conocería como el núcleo del demonio. Los científicos conocían lo suficiente sobre los materiales radiactivos con los que trabajaban para poder desencadenar reacciones como una bomba, pero querían una mejor comprensión del borde donde el material subcrítico se inclinaba hacia el peligroso estado crítico intensamente radiactivo.

Una forma de empujar el núcleo hacia la criticidad era haciendo rebotar de regreso al núcleo, los neutrones que arroja y así desestabilizarlo aún más.

El “Grupo de Ensamblaje Crítico” en Los Álamos, estaba trabajando en una serie de experimentos en los que rodearon el núcleo con materiales que reflejaban neutrones y monitorearon el estado del núcleo.

La noche del 21 de agosto de 1945, el físico Harry Daghlian estaba solo en el laboratorio, construyendo un escudo de ladrillos de carburo de tungsteno. Los ladrillos habían traído el plutonio cerca del umbral de criticidad, cuando a Daghlian se le cayó un ladrillo encima. Al instante, el núcleo reaccionó, volviéndose supercrítico, y Daghlian fue rociado con una dosis letal de radiación. Murió 25 días después.

Su muerte no disuadió a sus colegas. Nueve meses después, habían desarrollado otra forma de acercar el núcleo a ese borde crítico, al bajar una cúpula de berilio sobre el núcleo.

Louis Slotin, un físico canadiense, había realizado este movimiento en muchos experimentos anteriores: sostenía la cúpula con una mano y con la otra usaba un destornillador para mantener un pequeño espacio abierto, limitando apenas el flujo de neutrones de regreso a la bomba. Un día de mayo de 1946, su mano se resbaló y la brecha se cerró. Una vez más, el núcleo se volvió supercrítico y dosificó a Slotin, junto con otros siete científicos en la habitación, con la penetrante radiación gamma.

Una luz azul brillante iluminó la habitación. Un instante después del resplandor, Louis Slotin sabía que era hombre muerto.

El físico atómico de origen canadiense estaba instruyendo a su sucesor, Alvin Cushman Graves, en una operación crítica para el desarrollo de armamento nuclear en el laboratorio de Los Álamos, Nevada. Una manipulación tan peligrosa que se conocía como “hacerle cosquillas en la cola al dragón”. Slotin la había efectuado ya dos docenas de veces sin problemas. El 21 de mayo de 1946, sin embargo, ocurrió la catástrofe.

El experimento consistía en generar en laboratorio la primera etapa de una reacción de fisión. Un núcleo de plutonio reposaba dentro de una media esfera de berilio, que actuaría como reflector de neutrones. Otra idéntica debía cerrarse por encima. El investigador conocía de primera mano las consecuencias de un error. Recordemos que un año antes, uno de sus asistentes, Harry K. Daghlian, había dejado caer un fragmento de tungsteno en un núcleo similar mientras lo manipulaba. La radiación resultante le provocó la muerte unos días después, una agonía durante la cual Slotin le acompañó al pie de su cama.

Nueve días de sobrevivencia

Los otros científicos sobrevivieron a su baño de radiación, pero Slotin, el más cercano al núcleo, murió de enfermedad por radiación después de nueve días de dolorosa agonía, en la misma cama que su antecesor. Los experimentos se detuvieron. Después de un período de enfriamiento, el núcleo del demonio fue refundido en un arma diferente, finalmente destruida en una prueba nuclear.

Slotin fue aclamado como un héroe por el gobierno de los Estados Unidos por reaccionar lo suficientemente rápido para evitar la muerte de sus colegas. Algunos físicos argumentan que este fue, como tantos otros, un accidente prevenible. (Fuente: A. Wellerstein, historiador de la ciencia y profesor adjunto del IT de Nueva Jersey.)

Como el hombre designado para tomar su relevo, ya que Slotin había terminado aborreciendo la investigación nuclear con fines militares, Alvin C. Graves estaba en primera fila durante el accidente. Estudiante del Massachusets Institute of Technology (MIT) y doctorado en física nuclear por la Universidad de Chicago, había sido reclutado para el Proyecto Manhattan para desarrollar la bomba atómica. Ahora se aprestaba a ocupar el puesto de jefe de armado en Los Álamos.

Los ocho hombres presentes durante el incidente fueron puestos en observación de inmediato. No llevaban protección contra la radiación ni las placas de plomo que hubieran permitido diagnosticar a qué nivel se habían expuesto. Ingresados en el Hospital de Los Álamos, las pruebas de sangre y muestras de hueso revelaron que Slotin habían recibido más del doble de la exposición mortal. Los médicos no podían hacer otra cosa que tomar muestras mientras moría.

Los dos otros pacientes más graves eran el propio Graves y Allan Kline, un físico de 26 años recién licenciado que participaba como asistente en el experimento. El tratamiento consistía en tenerles en observación mientras su cuerpo eliminaba la radiación y tratar de evitar un daño permanente. Sin embargo, los análisis revelaron que todo el metal que llevaban encima cuando ocurrió el accidente había quedado irradiado y ponía en peligro su vida. Eso incluía los empastes de oro de sus dientes.

Efectivamente, la radiación que envenenaba sus propios dientes presentaba riesgo de provocarles un cáncer de mandíbula. Se decidió tratar de contenerla con unas fundas a medida elaboradas con pan de oro. Pero resultó no ser suficiente, con lo que ambos hombres terminaron llevando molduras de oro sólido en la boca durante cinco días. Al noveno desde el ingreso, tras una terrible agonía y acompañado de sus padres que habían sido avisados, Louis Slotin falleció.

A Graves se le dio un 50% de posibilidades de sobrevivir. Pero dos semanas después del ingreso recibió el alta, y se reincorporó al trabajo a los pocos meses. La principal secuela visible del accidente era una calva en el pelo que fue remitiendo naturalmente. Su cuenta de espermatozoides había caído a cero, pero no quedó estéril: dos años después concibió su segundo hijo con su esposa, la pionera en física de neutrones Elizabeth Riddle Graves.

Alvin C. Graves llegó a ser el director del Laboratorio de Los Álamos, y su legado se enturbia a partir de ese momento: fue un gran detractor de los peligros de la radiación asociados con los experimentos en Nevada. En una comisión del Congreso de EEUU sobre la relación entre radiactividad y cáncer, llegó a declarar: “No es un riesgo de algo que te vaya a ocurrir, sino un riesgo de que algo tiene más probabilidades de ocurrirte. Puede que no muchas más probabilidades”. Murió a los 55 años de un infarto mientras esquiaba, algo que se achacó en su momento a causas naturales, pero que ahora se relaciona con el accidente.

Kline, por su parte, fue despedido inmediatamente, porque los niveles de radiación que había recibido lo inhabilitaban para trabajar en el laboratorio durante los siguientes 25 años, y abandonado a su suerte.

Cuando reclamó una compensación a la Administración, el caso fue encubierto. No fue hasta los años ochenta cuando una investigación periodística en The Times destapó el escándalo. Hoy, los protectores dentales de oro que llevó Grave se exponen en solitario en una vitrina del museo de Los Álamos.


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