En la zona norte
de la capital salteña hay lugares a donde nadie llega. Les responden
que por vivir en asentamientos no están registrados.
por Iván
Rodriguez
Cerca de la
medianoche una intensa lluvia trajo alivio para algunos luego de una
intensa jornada de calor. Pero los que la padecieron fueron
principalmente los vecinos de la zona norte de la ciudad.
La información
oficial se centró en los evacuados de los barrios Unión y 1° de
Mayo, aunque hay algunos a quienes no les llega ni la ayuda de los
organismos encargados de la misma.
Esto es lo que
sucede cada vez que llueve en el barrio 17 de octubre, sobre todo en
la zona de los asentamientos colindantes con la planta de tratamiento
de líquidos cloacales.
A lo insalubre
que es vivir tan cerca de esta planta se suma el hecho de que sus
casas estén en un lugar de difícil acceso y a donde pocos pueden
llegar.
Después de la
lluvia las calles son imposibles. Ningún vehículo, por más todo
terreno que fuera, podría avanzar con éxito por ese río de piedras
y barro que dejó la tormenta.
El agua los
volvió a dejar aislados y ninguna ayuda les llega. Lo poco que se
les reparte desde los organismos gubernamentales queda en las
primeras cuadras del enorme barrio y ni las sobras pueden tomar los
vecinos del asentamiento 17 de octubre.
Anoche a las
23:30 el miedo y la desesperación se colaron en las casas de los
vecinos. Algunos dormían y otros ya se habían preparado para
entablar otra batalla contra las torrenciales aguas que arrasan con
las pertenencias que no les sobran.
Miriam Llanes y
su esposo construyeron pequeñas defensas en la puerta de su casa
para evitar las inundaciones pero no hubo forma de detener la furia
de la tormenta. A los pocos minutos ya tenía cuarenta centímetros
de agua dentro de su casa. Las marcas quedaron por mucho más tiempo.
Sus hijos,
acostumbrados a padecer con cada lluvia según cuenta Miriam, ya
sabían que tenían que subirse a la mesa para no mojarse. En ese
mismo mueble pusieron un pequeño freezer y de tanto peso comenzó a
romperse.
Fátima Vilte
vive con su marido y cuatro hijos. Uno de ellos fue quien notó que
entraba agua a la casa y desesperado despertó a su mamá: “hay
mucha agua”, repetía alarmado según el relato de la mujer.
Hay empezó para
ella y su familia una noche larguísima que concluyó a las 5 de la
madrugada cuando la lluvia ya había cedido y pudieron poner las
cosas medianamente en orden.
A las 1 de la
madrugada, María Mercedes Yugra notó que las precarias defensas que
puso en la entrada y en las paredes de su casa comenzaron a ceder. El
agua no solo ingresaba por el suelo sino también por los techos.
Fue su hijo mayor
quien ingresó a la habitación de la mujer porque su pieza se estaba
inundando. El colchón en que dormía quedó arruinado por el agua.
Para María
Mercedes cada lluvia implica también perder ropa que vende en ferias
debido a que las guarda en un pequeño espacio que dispuso para el
guardado de las prendas y que no siempre llega a tapar con plástico,
única manera de salvar esta ropa de las lluvias.
“Había agua
por todos lados”, cuenta Miriam quien trabaja de costurera y
haciendo piezas de cotillón. A su casa llegaron efectivos policiales
luego de que terminó la lluvia, al igual que a varias viviendas de
la zona.
Pero según
cuenta la mujer los vecinos se rehúsan a abandonar sus hogares por
miedo a perder las pocas pertenencias que tienen. Y si les piden que
dejen que se lleven a sus chicos la respuesta también es negativa,
ya que al estar lejos de sus padres podrían estar peor.
A las 3 de la
madrugada recién pudo terminar de sacar la mayor parte del agua de
su casa, pero no fue hasta el mediodía que junto a su marido
terminaron de secar la mayor parte de las divisiones de su vivienda.
Sus dos hijos menores seguían arriba de una silla para no mojarse
los pies.
Es que al
procurar que los hijos no se enfermen, la preocupación por el
calzado pasa a segundo plano y muchas veces el agua se lo lleva o en
el mejor de los casos queda mojado por varias horas.
Lo mismo le
ocurrió a Fátima, quien hace solo meses tuvo al menor de sus hijos.
El pequeño padece una enfermedad coronaria y debe ser operado
“cuando suba un poco de peso”, según contó la mujer.
Este mismo
defecto en canal auriculoventricular (canal AV) tuvo otro de sus
hijos, que ahora tiene siete años y hace cinco fue operado. A pesar
de su corta edad sabe que cada vez que llueve, él y sus tres
hermanos deben subirse arriba de la mesa para no mojarse.
Una vez que cesó
la lluvia comenzó el viento. Ráfagas potentes comenzaron a sacudir
los techos e hicieron que la noche sea aún más larga para quienes
la padecieron.
“Estas lluvias
dan miedo”, expresa María Mercedes y cuenta que anoche “no se
veía nada” y que hizo lo que pudo para sacar el agua que se le
metía dentro de la casa.
Al otro día cada
vecino se las debe arreglar para prepararse para otra batalla contra
la furia de la naturaleza mientras tratan de ayudarse mutuamente.
A lo lejos ven
que una máquina niveladora pasa por algunas calles del barrio, pero
no llega a donde ellos están. “Ustedes son un asentamiento y no
están registrados”, obtienen como respuesta. Las cifras oficiales
no los cuentan.
Fuente:
Iván Rodriguez, A donde no llega la ayuda oficial: tres relatos sobre las inundaciones en Salta, 25/02/19, La Gaceta de Salta.
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