Centro Atómico Constituyentes. Foto: CNEA. |
En notas anteriores decíamos que los principales motivos para rechazar la Energía Nuclear eran cuatro: Impactos en la salud, residuos, seguridad, y vinculación con la actividad militar. Empezamos a ver detalles de cómo afecta la salud de los humanos y seguimos con dos casos paradigmáticos. Hoy veremos un hecho sucedido en nuestro país.
Por Juan Vernieri
El 23 de setiembre de 1983, en el Centro Atómico Constituyentes, una dependencia de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), ubicada en el partido de General San Martín, se produjo un escape fatal en el reactor de investigación denominado RA-2, emplazado en esas instalaciones.
Una grave falla humana de operación desencadenó una excursión de potencia, produciéndose el accidente de mayor gravedad en la historia del desarrollo nuclear argentino, con consecuencias letales para Osvaldo Rogulich, el técnico a cargo de los ensayos. Además, otras 17 personas sufrieron diferentes niveles de radiación.
El técnico electromecánico se convertía en el único protagonista de la “excursión de potencia” del reactor nuclear RA-2. Cuando Osvaldo Rogulich recibió el resplandor azul que lo encegueció como un flash, supo que su suerte estaba echada. Era un hombre metódico, cuidadoso y de pocas palabras. Estaba casado y era padre de tres hijas, vivía en el barrio obrero San José, en Temperley, en la casa que él mismo construyó.
Esta liberación de energía sucedió en unos 50 a 70 milisegundos. No sintió ningún dolor, pero Rogulich había recibido una dosis radiactiva tan grande que lo convertiría en la primera víctima fatal en la historia del desarrollo nuclear argentino.
Aproximadamente 25 minutos después del accidente, comenzó a mostrar signos y síntomas de una exposición aguda en todo su cuerpo (vómitos, dolor de cabeza intenso y diarrea). Su estado empeoró al día siguiente, agravándose su cuadro gastrointestinal. Al amanecer del domingo 25 le aparecieron los primeros desórdenes neurológicos y respiratorios, radioneumonitis en el pulmón derecho y edema en antebrazo y mano derecha. Falleció a las 16:45 del mismo día, es decir, dos días después del accidente.
Dos técnicos que se encontraban en la sala de control anexa al reactor en el momento del accidente recibieron muy altas dosis de rayos gamas y de neutrones. Estuvieron bajo estricta vigilancia y seguimiento médico. Se diagnosticó la ausencia de efectos cancerígenos. También cinco personas recibieron altas dosis de rayos gamma y de neutrones, con iguales consecuencias. Otras personas recibieron bajas dosis sin presentar síntomas.
Tras producirse el fatal accidente, la instalación crítica RA-2 fue puesta fuera de servicio ese mismo mes. Entre los años 1984 y 1989 la CNEA procedió a darle curso a los trabajos de decomisionamiento, desmantelamiento y recuperación de los sectores del edificio expuestos a las radiaciones. Recién 22 años después, en el 2005, todas las dependencias afectadas pudieron abrirse al uso sin restricciones.
Aun cuando fue mantenido en el más estricto secreto por los funcionarios militares que presidían la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), países como Francia y los Estados Unidos fueron informados a las pocas horas de sucedido.
Eran los últimos días de la dictadura militar iniciada en 1976 y faltaba poco para las elecciones generales del 30 de octubre que restaurarían la democracia, con Raúl Alfonsín como presidente electo.
Ni antes, ni durante, ni después del gobierno democrático, se informó a la población. Ni siquiera a los vecinos que vivían en las cercanías del Centro Atómico. Diversas ONGs ambientalistas como Greenpeace, Movimiento Antinuclear del Chubut, FUNAM, Red Nacional de Acción Ecologista acusan a la CNEA de ocultar información por este y por otros casos menores.
El accidente fue divulgado brevemente en las páginas del Washington Post, una semana después de ocurrido.
Como colofón y para una idea de lo que significa la radiactividad, es suficiente saber que el ataúd con los restos de Marie Curie, la científica pionera en el campo de la radiactividad, en el Panthéon de Francia, está revestido con casi tres centímetros de plomo, ya que, al momento del traslado de su cuerpo, se descubrió que tenía altos índices de radiactividad, considerados actualmente muy peligrosos para la salud.
El cuerpo de Osvaldo Rogulich posiblemente fue sepultado en un ataúd de plomo, para reducir la exposición de la radiación a su entorno y a las personas involucradas en el manejo del cuerpo.
La afectación a la salud humana es una de las tantas razones por la que es preciso prescindir de la energía atómica.
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