por Mario Osava
RÍO DE JANEIRO - Los incendios quemaron 10 por ciento de la provincia argentina de Corrientes, el sur de Brasil perdió más de 70 por ciento de la cosecha de soja y de maíz en algunas áreas y una situación similar sufre Paraguay. La Cuenca del Plata suplica por lluvias.
“Esta es la peor sequía que he vivido”, asegura Paulo Pires, de 60 años, con una visión amplia de los daños del fenómeno por presidir la Federación de las Cooperativas Agropecuarias del Estado de Rio Grande do Sul desde 2014.
La agrupación cuenta 42 cooperativas afiliadas que representan 60 % de la producción de trigo, 45 % de soja, 45 % de leche y 20 % del maíz en uno de los estados de mayor producción agrícola de Brasil.
“Los antiguos hablan de una sequía más dura en 1943”, sin lluvia en los cinco meses que suelen ser los más lluviosos, “pero en aquella época ni había soja acá”, la pérdida agrícola era mucho menor, comparó Pires a IPS, por teléfono desde São Luiz Gonzaga, el municipio de 33 000 habitantes en que vive y posee 1800 hectáreas, donde siembra soja, maíz y trigo y cría ganado vacuno.
La escasez de lluvia que va en su tercer año castiga el Sur y parte del Centro-oeste de Brasil, el noreste de Argentina, Paraguay y el sureste de Bolivia, que corresponden a gran parte de la Cuenca del Plata, formada principalmente por los ríos Paraguay, Paraná y Uruguay, que nacen en Brasil.
Se trata de una región climática de América del Sur, con cierta homogeneidad en sus variaciones, especialmente ante los efectos de los fenómenos La Niña y El Niño, definió el meteorólogo Marcelo Seluchi, coordinador general de Operaciones del brasileño Centro de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales (Cemanden).
La Niña, que enfría las aguas superficiales en la zona ecuatorial este y central del océano Pacífico, está en curso desde octubre y agrava las sequías en la cuenca del Plata mientras provoca más lluvias en el centro y norte de Brasil, donde las inundaciones y derrumbes ya ocasionaron la muerte de 300 personas este verano austral.
Más sequías y más severas
Darío Soto-Abril, secretario ejecutivo de la Asociación Mundial para el Agua (GWP, en inglés), cree que el clima cambió, con “sequías más frecuentes, más severas y más prolongadas”, como la actual que empezó en 2019.
El especialista de nacionalidad colombiana destaca las causas locales, como el cambio del uso de la tierra que promueve la deforestación. Sin bosques, el suelo absorbe menos agua, baja la humedad y ocurren más incendios que destruyen bosques, como sucede en el noreste de Argentina actualmente, en un “círculo vicioso”, explicó a IPS por teléfono desde Bogotá.
GWP es una organización intergubernamental en que participa también una red de organizaciones involucradas en el manejo del agua y cuyo objetivo es promover un cambio hacia una gestión integrada de los recursos hídricos.
En 2020 hasta septiembre el Pantanal, uno de los seis biomas brasileños que se extiende por Bolivia y Paraguay, registró 223 % más incendios que en el mismo período del año anterior, ejemplificó Soto-Abril.
“Los incendios son causa y consecuencia de las sequías”, acotó. El estado de São Paulo, el más rico y poblado de Brasil, con 46 millones de habitantes, “solo tiene 8 % de la vegetación que tenía hace 60 años” y un efecto es que desde 2014 enfrenta dificultades para el suministro de agua a sus ciudades, citó como ejemplo.
Las pérdidas se multiplican. “Los ríos bajos en la cuenca del Plata dejan de ser navegables en sus 3400 kilómetros de hidrovías. Eso afecta las exportaciones. Las centrales hidroeléctricas reducen su generación”, puso como otra muestra de la situación.
Pero las mediciones a lo largo de las seis últimas décadas revelan que en la cuenca no hubo reducción de las lluvias en la cuenca, sino ligero aumento en algunos puntos, apuntó Seluchi, un investigador argentino hace mucho residente en Brasil.
“Esta larga sequía de tres años parece más bien una anomalía, no una tendencia general”, matizó. La Niña puede explicar las lluvias reducidas en este verano, pero no en los dos años anteriores donde no estuvieron presentes los fenómenos de La Niña ni su contraparte cálida, El Niño.
Algunos estudios mostraron que hubo alteraciones no en el centro del Pacífico, como es usual, sino “en su vuelta”, lo que pudo configurar un “La Niña atípico”, especuló.
Además la oscilación de la temperatura del Pacífico medido en décadas varía y “ahora estamos en el punto más frío, lo que puede resultar un La Niña más frecuente y prolongado”, detalló.
¿Efectos del cambio climático?
De todas formas, “el cambio climático cumple seguramente algún papel y pudo notarse en los eventos extremos, como la mayor intensidad cuando llueve y las olas de calor que se sintieron en enero en Porto Alegre (una capital del sur brasileño) y en Argentina hasta la Patagonia”, destacó Seluchi a IPS, por teléfono desde São José dos Campos, sede de Cemaden, a 100 kilómetros de São Paulo.
El total de las lluvias en un período largo puede mantenerse en el mismo volumen, pero al parecer aumentó la irregularidad en el tiempo, en la frecuencia y distribución territorial.
La actual cosecha de soja se redujo “a diez sacos por hectárea contra un promedio histórico de 55 sacos (de 60 kilos) y bajó la calidad”, lamentó Renato Nicolodi, gerente técnico de la Cooperativa Agrícola Tupanciretã.
También en 2019 hubo pérdidas, con 36 sacos por hectárea, pero en 2020 fue normal con 57 sacos, acotó. Es decir en Tupanciretã, un municipio de 24 000 habitantes, en el centro de Río Grande del Sur, no se sintió la sequía en el verano pasado, al contrario de otras áreas cercanas.
Nicolodi, un agrónomo de 52 años, que siembra en las 600 hectáreas de la familia, no identifica el cambio climático en el rigor de la actual sequía. La memoria local habla de una más grave en los años 50 del siglo pasado y “antes de la sequía de 2019 hubo siete años excelentes”, arguyó.
Son fenómenos naturales y que se podría mitigar con embalses para la irrigación, pero “no lo permiten” por cuestiones ambientales, lamentó en entrevista telefónica con IPS desde Tupanciretã.
Pires, también agrónomo, agrega mejores políticas para el seguro contra pérdidas agrícolas como forma de aliviar los daños que sufren los agricultores.
En su evaluación, las sequías son más intensas a oeste, al acercarse al río Uruguay, que es la frontera entre Brasil y Argentina, caso de su municipio, São Luiz Gonzaga, ubicado a pocas decenas de kilómetros del río.
Del lado argentino, los incendios arreciaron desde enero y quemaron más de 800 000 hectáreas, en el segundo año de fuerte sequía en la provincia de Corrientes y otras del norte que son parte de la cuenca. Arroz, té y cítricos, además del ganado privado de forraje, representan las grandes pérdidas.
En Brasil, la Federación de la Agricultura del estado de Rio Grande do Sul, cuarto mayor productor agrícola del país, estimó que las pérdidas del sector alcanzarán 14,4 millones de toneladas de granos, provocando una caída de 8 % en el producto interno bruto del estado este año.
En el estado de Paraná, segundo mayor productor agrícola, la Secretaría de Agricultura y Abastecimiento estimó que la cosecha total esperada de 25,5 millones de toneladas bajará a 14,74 millones de toneladas, una caída de 42 %. La soja, el producto principal, tendrá una pérdida de 45 %.
Otra preocupación de Pires, además de los daños de la sequía, es que la invasión rusa de Ucrania elevará más aún los precios de los fertilizantes ya “muy caros”. Brasil importa cerca de 85 % de los fertilizantes que consume y de esos 23,3 % vinieron de Rusia en 2021.
ED: EG
Fuente:
Mario Osava, Cuenca del Plata, un epicentro de las sequías en Sudamérica, 25 febrero 2022, Inter Press Service. Consultado 1 marzo 2022.
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