Cuando la Organización de las Naciones Unidas llama insistentemente la atención, ante la crisis climática provocada por el hombre, cuando destaca el aumento de la división entre ricos y pobres, cuando pone de manifiesto que la solidaridad está ausente cuando más se la necesita, y que los salvavidas económicos para los más vulnerables llegan demasiado poco y demasiado tarde... si es que llegan, es lacerante advertir que el mundo distraído, inconsciente, e irresponsable, despilfarra fortunas en inútil y absurda carrera armamentística y, además, desperdicia inexplicablemente alimentos y ropas, en descomunales cantidades.
por Juan Vernieri
Los gastos militares del mundo han aumentado en un 2,6 % en comparación con el año anterior, alcanzaron el nivel más alto desde 1988 según informe publicado. Durante la última década, aumentó en casi un 10 %. Al borde del fin de 2021, en medio de las amenazas geopolíticas de China y Rusia, Estados Unidos aprobó un gasto militar de 768.000 millones de dólares. India, Rusia, China y el Reino Unido son, con Estados Unidos, los cinco principales gastadores militares.
1.300 millones de toneladas de alimentos se desperdician cada año, la tercera parte de lo que se producen para el consumo humano, mientras hay 800 millones de personas pasando hambre en el mundo. Solo en América Latina, región que no nada en la abundancia, se pierden anualmente 127 millones de toneladas, con un costo de 97.000 millones de dólares. El problema se agudiza por la falta de capacitación, tecnificación y financiamiento de los productores, y por la poca conciencia de los consumidores, dicen los expertos. En las regiones menos desarrolladas del mundo, las pérdidas se sitúan en la primera parte de la cadena de valor, es decir durante la producción, el procesamiento, y el almacenamiento, y en las zonas más desarrolladas como Estados Unidos o Europa, la pérdida se da al final de la cadena de valor, es decir, en la distribución, mercadeo y en el consumo.
Hay una pérdida inevitable de alrededor del 10 %. Es abrumador el volumen de alimentos que se desperdicia cada año y que, encima, produce impacto ambiental. La producción utiliza una gran cantidad de tierra, agua y energía, por lo que los alimentos desperdiciados implican un aporte significativo a la crisis climática. Un estudio demuestra que, a partir de los mayores desperdicios, existe una contribución de gases efecto invernadero de, aproximadamente, el 10 % de todas las emisiones, lo que es equivalente a casi el doble de las emisiones de gases producidas por todos los automóviles conducidos en los Estados Unidos y Europa.
Cúmulos de ropa sin usar, están siendo abandonados en el desierto chileno de Atacama, sumándose a un cementerio cada vez más grande de colecciones antiguas de marcas de moda. Según un reportaje de AFP, la agencia ha descubierto que unas 59.000 toneladas de ropa acaban en el puerto de Chile cada año. De ellas, al menos 39.000 toneladas se trasladan a vertederos en el desierto. La enorme pila de ropa, así formada, se compone de prendas fabricadas en China y Bangladesh, que llegan a las tiendas de Estados Unidos, Europa y Asia, y las que el público no compra, se mandan al puerto chileno de Iquique, para ser revendidas a otros países latinoamericanos. Llegan a Iquique desde todo el mundo. Lo malo es que la mayor parte se desecha posteriormente, cuando los envíos no pueden revenderse a lo largo de América Latina. Este inexplicable despropósito, genera además contaminación. "El problema es que la ropa no es biodegradable y tiene productos químicos, por lo que no es aceptada en los vertederos municipales", afirma Franklin Zepeda, fundador de una empresa que intenta aprovechar la ropa desechada, fabricando paneles aislantes con ella.
Se divulgan escasamente las consecuencias que la industria de la moda tiene en el medio ambiente, la segunda más contaminante del mundo. Representa entre el 8 y el 10% de las emisiones de carbono del mundo, según la ONU. En 2018, también se descubrió que la industria de la moda consume más energía que las industrias de la aviación y el transporte marítimo juntas.
Estas cifras globales, aunque relevantes, no consiguen darnos una imagen real del problema: para fabricar un solo pantalón vaquero son necesarios 7.500 litros de agua. La industria de la moda utiliza cada año 93.500 millones de metros cúbicos de agua para fabricar prendas y complementos, un volumen que bastaría para satisfacer las necesidades de un tercio de la población de Somalia, uno de los países en los que más afecta la sequía a nivel mundial.
La industria de la moda es responsable del 20% del desperdicio total de agua en el planeta. El modelo imperante anima comprar, usar y desechar.
Los problemas no quedan ahí: cada año se tiran al mar medio millón de toneladas de microfibras en forma de textiles. Equivale la contaminación que producen tres millones de barriles de petróleo. Un problema que puede agravarse durante los próximos años, debido a que la calidad de muchas prendas es cada vez peor y se desechan más a menudo.
La explicación de porqué se pueden desperdiciar tantas prendas, está en algo que no siempre advierten los consumidores: la escasa relación que existe entre lo que paga por la ropa y su valor real. Comprar ropa de moda significa pagar la prenda adquirida más las que la industria descarta. Tal vez está pagando 5 o más veces, lo que realmente vale.
LA IRRESPONSABILIDAD HUMANA
ARRIESGA LA PAZ, ADMITE HAMBRE Y FRIO Y AFECTA EL AMBIENTE.
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