lunes, 7 de febrero de 2022

Asombrosa inconsciencia de la humanidad (XIV)

En agosto de 1945, Estados Unidos concretó el ataque más letal que jamás haya ocurrido, en el que se estima que murieron alrededor de 200.000 personas. Lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki, las dos únicas bombas nucleares que, hasta hoy, se hayan utilizado en una guerra.

por Juan Vernieri

El gigante americano, involucrado en la guerra mundial, aparentemente solo por el ataque nipón a su armada en Perl Harbour, quería vencer a Japón, e invadirlo antes que la Unión Soviética llegara e impusiera su comunismo. Sus científicos tenían muy avanzada la fabricación de un artefacto explosivo de intensidad colosal. Serviría para presionar a su enemigo, obligar su rendición y terminar con la Segunda Guerra Mundial.

Preparaba cuatro unidades del horrendo aparato. Uno para experimentar, dos listos para arrojar progresivamente sobre el archipiélago y, en caso de que no fueran suficientes para lograr su objetivo, una cuarta bomba atómica prácticamente lista.

Como sabemos la primera de plutonio, llamada Trinity, fue la prueba del desierto de Nevada que confirmó los conocimientos científicos; la segunda de uranio, llamada Little Boy, causó la devastación de Hiroshima, las dos restantes de plutonio, Fat Man arrojada sobre Nagasaki y la cuarta, Rufus, nunca llegó a convertirse en una bomba funcional, no fue necesario.

Conseguida el día 15 la rendición japonesa, a partir del 21, los investigadores del laboratorio Los Álamos en Nuevo México, donde se diseñaron las bombas atómicas, comenzaron a utilizar el núcleo de plutonio de Rufus, para experimentos extremadamente peligrosos. Querían averiguar cuál era el límite en que el plutonio se volvía supercrítico, es decir, querían saber, cuál era el punto en que una reacción en cadena del plutonio, desataría una explosión de radiación mortal.

Manipular un núcleo de plutonio es una maniobra extremadamente delicada. Por eso los investigadores se referían a esos ejercicios como “hacerle cosquillas a la cola de un dragón”. “Sabían que, si tenían la desgracia de despertar a la bestia furiosa, terminarían quemados”, escribió el periodista Peter Dockrill.

El físico Harry Daghlian, de 24 años, fue el primero en sufrir las consecuencias de las atrevidas cosquillas. Era de noche y estaba trabajando solo, violando los protocolos de seguridad, en la tarea de construir una pila de bloques de carburo de tungsteno, alrededor de Rufus. Ya había apilado varios bloques, pero cuando estaba por colocar el último, su dispositivo de monitoreo le indicó que, si lo hacía, el núcleo se volvería supercrítico. Maniobró entonces para retirar el bloque pero, infortunadamente, se le cayó sobre el núcleo, que entró en estado supercrítico y generó una ráfaga de neutrones. Procuró desbaratar la torre de bloques, y quedó así expuesto a una dosis adicional de radiación. Durante 25 días soportó la dolorosa intoxicación radioactiva hasta que, finalmente, murió en el hospital.

Tan solo nueve meses después el dragón volvió a reaccionar al cosquilleo que el físico Louis Stolin le estaba ejerciendo. Era el mayor experto del mundo en el manejo de cantidades peligrosas de plutonio. Junto a un grupo de colegas, estaba mostrando cómo llevar un núcleo de plutonio al punto supercrítico. El ejercicio consistía en unir dos mitades de una esfera de berilio, formando un domo en el que los neutrones rebotaran hacia el núcleo. La clave para no causar un desastre era evitar que las dos medias esferas cubrieran totalmente el núcleo.

Utilizaba como separador, un destornillador que servía de válvula de escape para los neutrones. Podía así registrar cómo aumentaba la fisión, sin que la reacción en cadena llegara al punto crítico. Todo iba bien, pero ocurrió lo único que no debía ocurrir. Se le resbaló el destornillador y el domo se cerró por completo. Fue solo un instante, pero bastó para que el núcleo llegara al punto crítico y liberara una corriente de neutrones que produjeron un intenso brillo azul. No duró más de unas décimas de segundo. Reaccionó rápido y destapó el domo, pero ya era tarde: había recibido una dosis letal de radiación. “Eso es todo” dijo.

Nueve meses antes, Stolin había acompañado a su colega Daghlian durante sus últimos días de vida, y tenía caro que un destino similar podía esperarle. Su agonía duró nueve días. Murió a los 35 años en el mismo cuarto del hospital en el que había muerto su colega.

Con posterioridad a los accidentes de Daghlian y Stolin se fortalecieron las medidas de seguridad en los procedimientos con material radioactivo. A partir de entonces, este tipo de ejercicios comenzaron a maniobrarse de manera remota, a una distancia de unos 200 metros entre el personal y el material radioactivo. Según los archivos de Los Álamos, el “núcleo del demonio” como reapodaron a Rufus, fue derretido en el verano de 1946 y se utilizó para fabricar una nueva arma.

Si hay una presencia maligna aquí, no es el núcleo, sino el hecho de que los humanos se apresuraron a fabricar estas terribles armas”, sentenció el periodista Peter Dockrill de Science Alert.

LA HUMANIDAD, SE APRESURÓ A ABRIR LA NUEVA CAJA DE PANDORA.

JAMAS DEBIÓ DESCUBRIRLA.

NO A NUEVOS REACTORES NUCLEARES EN ARGENTINA Y

DESACTIVACIÓN PROGRESIVA DE LOS ACTUALES.


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