A
17 años, personas de la ciudad expresan sus recuerdos en escritos
cortos sobre la inundación y vuelven a reclamar memoria, verdad y
justicia.
Este
29 de abril se cumplen 17 años de la peor tragedia hídrica que
afectó a la ciudad de Santa Fe. Ese día pero de 2003 el agua del
río Salado comenzó a ingresar por la obra inaugurada e inconclusa
de la Circunvalación Oeste. La mayor crecida histórica registrada
dejó a un tercio de la ciudad bajo las aguas marrones, densas y
barrosas. Afectó a las zonas densamente pobladas de todo el cordón
suroeste. Edificios de importancia estratégica como hospitales,
escuelas y hasta una central eléctrica se vieron afectadas por la
catástrofe. Fueron 28 mil familias inundadas y 158 muertos, según
distintas agrupaciones sociales y políticas santafesinas.
Este
año, por la pandemia del coronavirus, no habrá marchas ni actos en
la Plaza 25 de Mayo por la memoria de los muertos y de los
damnificados. María Claudia Albornoz, referente de la organización
social que trabaja en barrio Chalet, La Poderosa, invitó a todos los
santafesinos a realizar un abrazo simbólico a través de las redes,
invitando a compartir una foto de lo ocurrido para de esta manera
recordar la tragedia y seguir reclamando justicia. La intención es
recolectar narrativas para hacer un libro con las voces de vecinos de
la ciudad. A continuación, seis relatos de mujeres de distintas
edades que sufrieron la catástrofe en primera persona.
No
me olvido
La
lluvia parece ayudar al recuerdo. En esa foto se ve mi barrio, una de
las casas sumergidas era la mía. En una de esas habitaciones estaban
flotando los libros que salvaron mi infancia.
La
memoria puede ser algo vivo.
Yo
no me olvido de estar poniendo bolsas en el Hospital de Niños hasta
que el agua nos llegó al pecho y la confusión de no saber qué
hacer nos hizo volver al barrio a avisar, cosa que el gobierno no
hizo. No me olvido que mientras volvíamos del hospital, mojados y
llenos de barro y basura, la gente parada en las veredas nos
preguntaba cómo estaba la cosa y nosotros les decíamos que se
fueran porque el agua estaba avanzando velozmente. No me olvido el
haber salido con nuestros vecinos a intentar detener el agua, hasta
que estallaron los portones del Club Colón y tuvimos que volver a
los edificios haciendo cadenas humanas y viendo, impotentes, ancianos
atrapados en sus casas... sus tumbas.
Yo
no me olvido de los gritos en la madrugada.
Yo
no me olvido de la corriente arrastrando todo. No me olvido de la
desesperación. No me olvido la impotencia. No me olvido la amargura.
No me olvido el desamparo.
Tampoco
me olvido de todos aquellos que salieron a ayudarnos, con lo que
tenían, con lo que podían: los pescadores, los pibes que
practicaban canotaje en el Azopardo, tantos, fueron a buscarnos a los
que estábamos atrapados, a darnos una mano y cuando bajó el agua
también, la solidaridad de la clase obrera dijo presente.
Y
nunca, nunca, me voy a olvidar que hay responsables políticos de
tanto dolor, negligencia que pagamos los pobres, los laburantes. No
me olvido que el asesino Reutemann aún está impune y ocupa una
banca en el Senado.
Autora:
Paula Oxossi
El
río arrasó
En
la primera se puede ver el rostro de un bebé. Es mi hermano que hoy
tiene 18 años, en ese entonces tenía un año y dos meses de vida.
Quien lo tiene en sus brazos y no se ve soy yo.
En
la segunda foto las protagonistas somos mi tía y yo.
Ambas
imágenes las tomé de un material fílmico llamado "La lección
del Salado. parte 1" que hizo Cable y Diario el 28/04/2003 en mi
querido Barrio Cabal.
Recuerdo
aquel día como si hubiese sido hoy, tatuado en mi memoria como marca
de agua. Allí estábamos, parados en la vereda de casa, con los pies
tapados por las aguas del Salado, sin entender qué estaba pasando.
Solo veíamos cómo todos corrían e intentaban salvar sus cosas en
la medida que el agua les daba tiempo.
Ahí
estábamos, como espectadores y a la vez partícipes de una película
de terror viendo cómo el agua nos llevaba de a poco las pocas cosas
que teníamos.
Con
nueve años no entendía mucho. Sí recuerdo que pensaba que por esa
noche teníamos que irnos de nuestra casa pero al otro día íbamos a
volver y el agua ya no iba a estar dentro de ella.
A
veces pienso que quisiera volver a tener esa inocencia de niña y
pensar que todo va a pasar.
El
río pasó y arrasó con todo lo que encontró.
Un
agujero en la defensa por obras inconclusas a pocas cuadras de casa,
en la zona de Jockey Club, fue lo que provocó esta catástrofe
hídrica que dejó 158 víctimas fatales.
Sabemos
que la culpa no fue del río Salado sino que el responsable fue un
Gobierno que no concluyó tres importantes obras.
Por
eso a 17 años seguimos pidiendo memoria, verdad y justicia por el
crimen hídrico del 2003.
Autora:
Jésica Soda
Abuela
Las
imágenes que tengo del 29 de abril son fotos que están en mi
cabeza. Sos vos abuela, parada frente a la casa, con el agua hasta la
cintura, te miro desde los hombros de mi papá. Sos vos abuela,
diciendo "vamos a la escuela", porque no había adónde ir.
Esa
escuela donde trabajabas, donde conociste a tus queridas amigas,
donde le dabas la copa de leche a los pibes del barrio y donde vos y
mamá me mostraron el mundo de las bibliotecas y de las fábulas.
Sos
vos abuela, llegando a la escuela con la ropa mojada y yendo a
ayudar, salón por salón, consolando a las mujeres, diciendo “ya
va a pasar esto”, tragándote la angustia. Son tus plantas, las que
ya no estaban cuando volvimos a casa.
Te
extraño todos los días, pienso en cómo se detuvo el tiempo para
vos en 2003, pienso que eras joven y en todo lo que hacías, andar
siempre por el barrio, visitando a tus amigas, a los enfermos, a
quien lo necesitara. Pienso que eras mi compinche, mi compañera, mi
defensora. La que me apañaba en todo, mi cómplice cuando me
escapaba a la siesta y me dabas pan con mermelada y me dejabas ver la
tele en tu comedor. La maga de mi infancia.
Nada
fue igual en casa y en la familia después de 2003, acá nos
acordamos de tu risa, de tus ocurrencias, de cómo siempre te la
arreglabas para darle una mano a alguien. Me sorprende hasta hoy cómo
la gente se sigue riendo de tus salidas.
A
lo largo de mi vida después de la inundación pensé muchas veces en
qué dirías de tal o cuál cosa, me pregunto si Walter te caería
bien (yo creo que sí), me imagino nuestras charlas sobre el
feminismo. Porque a tu modo fuiste una rebelde, cuando dejaste las
polleras y te calzaste los pantalones, cuando te separaste sin ley de
divorcio, cuando decidiste que la vida también era fuera de la casa,
militando a tu manera. Me imagino mostrándote lo que escribo,
repitiendo en mi memoria la forma en que te alegrabas con mis
cuentos. Era poderosa para vos, sentías tanto orgullo de tu Tati, de
tu nieta mayor.
Te
extrañamos y te amamos, abuela, y todo el amor que nos diste nos
mueve siempre, como hoy, a exigir justicia.
No
perdonamos el abandono, tu muerte injusta en un centro de evacuados,
la muerte de 157 personas más, las enfermedades, la profunda
tristeza con la que tuvimos que aprender a vivir, la destrucción de
nuestras vidas.
Todo
eso se podría haber evitado.
Se
tendría que haber evitado.
Hubo
un gobierno que fue para pocos y no para nosotros, el cordón oeste,
la Barranquitas, la Villa del Parque donde creciste y donde anduvimos
tanto las dos de la mano. Esos inundadores que llevamos en fotos a la
plaza para que comparezcan ante la memoria del pueblo.
Sí,
la muerte
el
dolor
la
tristeza
todo
eso se podría haber evitado.
Hoy
no marchamos, pero sabés que ya nunca amanecemos igual un 29 de
abril. Te amamos abuela, no te olvidamos. No te olvidamos y no
perdonamos.
Esta
es la última foto que me saqué con mi abuela, Luisa Guadalupe
Ochoa, que falleció a los 56 años el 1 de mayo de 2003 en el centro
de evacuados de la Escuela Falucho.
Autora:
Mariángeles Guerrero - periodista
En
Recreo
Hace
17 años Recreo se inundaba, sin que el gobierno provincial, ni
municipal nos diera aviso.
Por
aquellos tiempos Recreo era una comuna, con escasos recursos
económicos y humanos para intentar frenar, o prevenir las cuantiosas
pérdidas que nos trajeron las arrasadoras aguas del río Salado.
Desde
aquel abril de 2003 donde entre vecinos intentábamos frenar el agua
barrosa que quería entrar a nuestros hogares, hasta hoy, muchísimas
personas no lograron recuperarse, con cada lluvia nos seguimos
inundando por muchos años, aún algunos barrios sufren en cada
lluvia.
El
28 de abril de 2003 dejó una marca en muches de nosotres, aunque
lamentablemente hay quienes sostienen que fue la naturaleza y no la
inoperancia, falta de previsión, falta de aviso, hay quienes creemos
que fue y es responsabilidad absoluta del Gobierno que nos dejó bajo
agua.
Aquel
día el agua avanzó lentamente. Alrededor de las 17 el agua cruzó
la Ruta Nacional 11. Aún quienes no sabemos mucho sobre suelos
supimos que era grave, la ruta y el ferrocarril siempre son los
lugares más altos, en ese momento y ya previendo lo peor, aunque no
contábamos con ningún anuncio oficial, corrí al telecentro para
llamar al instituto en Santa Fe donde estudiaba mi hermana.
Desesperada le expliqué que se vuelva, que en unas horas su casa
estaría tapada de agua y que iban a dejar de transitar los
colectivos. Yo tenía a mi hija de apenas un año intentando caminar,
la cargue en brazos por más de 15 horas para que no se embarre
gateando sobre el suelo con olor a podrido, los pozos negros
rebalsados y las víboras que nos rodeaban.
Un
colectivo de la empresa Monte Vera me trasladó desde Recreo hasta la
Ruta 11 y el cruce con la Ruta 5 para ir a lo de mi papá. Desde ahí
camine sola con mi hija en brazos cinco kilómetros hasta que llegué.
Toda la ruta estaba llena de agua, yo descalza y con una bolsa de
pañales en la soledad absoluta.
Creo
que por años dormí con una pierna colgada de la cama cada vez que
llovía, para sentir si había entrado agua.
Recreo
no sufrió la pérdida de vidas ya que el agua ingreso lentamente,
pero perdió muchísimo. Fue mucho tiempo de trabajo que cada familia
tuvo para poder volver a habitar sus casas. Y creo que aunque no se
hable del tema muchos quedamos atravesados por el dolor.
El
gobernador de Santa Fe era Carlos Reutemann, responsable absoluto del
abandono de sus ciudadanos. Actualmente es senador y sigue impune.
Recreo
perdió mucho, hasta perdió la memoria.
Hoy
recuerdo ese día con el mismo dolor que llevaba la gente en sus
rostros. Hoy seguimos reclamando justicia.
Autora:
Celina Junquera
Volver
a casa
Cada
28 y 29 de abril repaso los detalles. Eran épocas duras, desde el
año anterior, cobraba el Plan Jefas y Jefes de Hogar desocupados de
150 pesos y cumplía la contraprestación en la Comuna local. Esa
mañana del 28, Liliana, la asistente social, me envío a relevar los
centros de evacuados, improvisados, en la sala de velatorio comunal y
el Club Huracán. Todas las familias que iban llegando eran del Loteo
Vinelli. Recuerdo, claramente, a esa joven buscando piojos en la
cabeza de una pequeña niña. Durante toda la jornada iban y venían
camionetas de Defensa Civil. Pero nadie decía nada.
Ya
en mi casa, me aliste para ir a cursar y dejar a mi pequeño en la
guardería. Al salir, vi perpleja –y sonreí– la canoa de mi
vecino sobre la calle. Estaba inquieta, pero nadie había dicho nada.
También estaba emocionada, comenzaba el segundo año del Profesorado
de Historia, no quería faltar a clases. Me senté en el primer banco
del salón para atender a mi nueva profe Isabel y escuchar cada
detalle. De golpe, y sin aviso, me llaman. Mi hermana, casi llorando:
¡Volvé, el agua cruza la Ruta 11! Volví. Corrí más de 10 cuadras
y espere el colectivo. Mi cabeza no daba crédito. ¿Cómo? Si nadie
dijo nada. Hasta que lo vi, no había dudas.
Esa
noche fue interminable, larguísima. Mi hermano buscaba arena junto a
vecines, pero nadie decía nada. El agua, finalmente, entró en todos
lados. Nada la paró. Lo que vino después del agua fue peor.
Desesperación, angustia, locura, muerte, más pobreza, destrucción,
corrupción sin límites, negación del crimen y de cada crimen,
violencia sin fin, amnesia. Para el Gobierno provincial solo éramos
posibles querellantes.
Por
eso, a partir de ahí, hubo más abogados y técnicos del gobierno,
que psicologues dispuestos a socorrer. Después de tanto dolor propio
y ajeno, no fue fácil volver. Muches no volvieron. No fue fácil
volver a clases, hubo compañeres y profes, que perdieron todo, y no
volvieron más. Y nadie dijo nada. 17 años después, la Justicia
sigue sin decir nada. Memoria, verdad y justicia para las víctimas
del crimen hídrico.
Autora:
Natalia Junquera
Autoevacuados
Yo
en ese momento tenía 10 años. Vivía en Gaboto al 4700, entre
Artigas y Perú, casi a la mitad de la cuadra. Afuera de mi casa
había unos sauces hermosos, altísimos, que ya empezaban a
amarillearse con el llamado del otoño.
A
las 9 de la mañana subían algunos vecinos al terraplén como si
pudieran avizorar la tragedia de aquel día a fines de abril. Miraban
expectantes hacia los reservorios fuera del anillo de defensa,
esperando que eventualmente el agua parara ahí y no se tragara a
Barranquitas Oeste también. Hacia la tarde los rumores se convertían
en una triste realidad.
La
gente en general era reacia a dejar sus casas. Mi mamá después de
comer, y de discutir con el forro de mi papá que se fue a la mierda,
empezó a guardar toda nuestra ropa en bolsitas de supermercado. Mi
hermana mayor, embarazadísima, hacía lo mismo. Cuando volvió mi
viejo se acostó a dormir porque para él, el agua no iba a llegar.
Afuera
arribaban los primeros camiones de la Municipalidad con arena y
bolsas arpilleras, a pedirle a los vecinos que taparan con bolsas el
anillo de desagüe del terraplén.
La
verdad es que la solidaridad caracteriza a los barrios miserables y
abandonados, y al menos cincuenta vecinos colaboraban con cuatro
tristes municipales que llegaron con los camiones. Yo iba de acá
para allá, mirando cómo los adultos ensayaban reacciones frente a
lo que ya sabían inevitable.
Mi
mamá le habló al papá del Guille, el pendejo que me corría a
piedrazos por putito, que tenía un carro y caballos. Ellos nos
hicieron de flete.
A
eso de las 17 empezamos a sacar nuestras cosas. Primero la ropa, los
muebles chicos. Las ollas, los platos, esas cositas pequeñas que te
encajaban para que sientas que ayudas en algo. Después los muebles
indispensables.
Hacia
las 8 yo ya estaba en la casa de mis tíos en barrio San Pantaleón,
fuimos ahí porque era más alto y teníamos la esperanza de que nos
pudiéramos quedar hasta que esto pasara.
Mi
mamá llegó toda mojada con mi primo.
A
las 8 de la noche el agua ya les llegaba al pecho. A mí vieja se le
cayo la heladera encima, y si no fuera por mi primo hubiera muerto
ahogada ahí mismo, en la casa donde nos había criado.
Esa
noche nos acostamos todos amontonados. Tenía fresco en la memoria
los gritos desgarradores de la pelea de mis vecinos de enfrente. "Yo
no me voy a ir" le decía Don Muringa a sus hijas que querían
sacarlo de la casa a empujones. "Yo me muero acá, con mis cosas
y en mi casa". Me preguntaba por qué no se fue, por qué no
sacó sus cosas como nosotros.
Mi
mama y mis tíos no durmieron nada esa noche, y menos mal porque a
las 6 de la mañana empezó el éxodo de San Pantaleón también, el
agua volvía a corrernos.
Nuestro
derrotero seguía lejos de terminarse.
Esa
mañana, escapándonos del agua otra vez, usurpamos un local al lado
de una estación de servicio en Facundo Zuviría. A las 11 llegó la
policía y nos echó. Otra vez buscamos dónde ir. Mi primo llamó a
su expatrón, que tenía la cartonería Rozek también en Facundo.
Todavía no sabía que iba a vivir nueve meses en ese galpón.
Cuando
llegamos ya había cinco familias más. Lo más desgarrador fue el
momento en el que una mujer se enteró que uno de sus hijos estaba
perdido. Todos los años repaso ese momento. A los días se fue,
jamás supe si se reencontró con su hijo. Las imágenes en la tele
mostraban nuestros barrios desaparecidos en la creciente. En las
copitas de los árboles intentábamos reconocer cuál era nuestra
casa.
Algunos
"autoevacuados" tenían casi todo como nosotros. Otros
habían llegado con lo puesto.
Nos
organizamos para comer hasta que los soldados empezaron a llegar con
alimentos, ropa y algunos muebles indispensables. Mi papá
desapareció por 15 días.
La
catástrofe afuera asolaba la ciudad. Mi mamá decía que después de
las 8 no se podía salir. Yo no necesitaba salir... afuera de ahí no
me quedaba nada.
Mientras
estuvimos en ese galpón muchas cosas pasaron. Los días de frío
eran horribles, helaba adentro, y las chapas condensaban la humedad,
así que enseguida empezaban a gotearnos encima. Y los días de calor
era imposible dormir. Las chapas se calentaban hasta que se hacía
imposible dormirse.
En
el medio yo empezaba a descubrirme travesti y no sabía cómo
canalizar eso de ninguna otra manera que no fuera el llanto y la
incomodidad con todo mi entorno.
Mis
papás se separaron y mi viejo se quedó con mi casa… Así que mi
mamá y nosotros no teníamos dónde irnos, hasta que la Cruz Roja
Alemana nos asignó un módulo habitacional plástico, en un barrio
de emergencia en el norte de la ciudad. Ahí nomás nuestra vida se
circunscribió a un baldío y una carpa que parecía un pequeño
circo.
Cuando
mi mamá terminó de construir nuestra casa teníamos 5 × 5 metros
de cubo plástico para cuatro personas sin electricidad ni agua, en
un protobarrio con tres baños químicos para 42 familias, y una sola
canilla comunitaria. Así sobrevivimos años, hasta que
semiurbanizaron el baldío que nos habían cedido.
Con
la violencia con la que se arranca una flor y se coloca en un tarrito
con agua a ver si prende, nos arrancaron de nuestro barrio, de
nuestras vidas y de nuestras historias.
Pero
mi mamá siempre fue una hierba resistente; no sabía otra cosa que
pelearla y sobrevivir.
Es
obligatorio no olvidar.
La
foto es de un cuadro que mi mamá rescató el 29 de abril de 2003,
cuando dejamos nuestra casa, forzadas por la creciente del río
Salado. No fue una catástrofe ambiental, fue un crimen hídrico,
provocado por la acción directa del gobierno provincial y municipal.
De
derecha a izquierda yo soy la segunda, con la remerita musculosa de
patos, que por cierto era mi favorita.
Autora:
Victoria Stéfano
Fuente:
Emotivos relatos sobre la inundación de 2003, 28 abril 2020, UNO Santa Fe. Consultado 30 abril 2020.
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