En
2020 cada uno sabrá quién es ante una realidad que requiere coraje
para enfrentarla y coraje para perder.
por
Eliane Brum
Ningún
autoritarismo se establece o se mantiene sin la complicidad de la
mayoría. Esto es lo que nos enseña la historia. El nazismo no
habría existido sin la connivencia de la mayoría de los alemanes,
los llamados “ciudadanos comunes”, ni la dictadura militar en
Brasil habría durado tanto tiempo sin la connivencia de la mayoría
de los brasileños, los llamados “buenos ciudadanos”. Lo mismo
ocurre con cada gran tragedia en diferentes realidades. Los déspotas
se alimentan no solo del estruendoso silencio de muchos, sino también
de la pequeña colaboración de tantos que encuentran formas de
aprovechar la situación. En tiempos de autoritarismo, ningún
silencio es inocente y toda omisión es acción. Esta es la opción
que se les ofrece a los brasileños en 2020. Ante el avance
autoritario liderado por el antidemócrata de ultraderecha Jair
Bolsonaro, que está corroyendo la justicia, destruyendo la Amazonia,
estimulando el asesinato de activistas y robando el futuro de las
nuevas generaciones, cada uno tendrá que habérselas consigo mismo y
elegir su camino. El 2020 es el año en que sabremos quiénes somos y
quién es cada uno.
Hay
varias acciones en curso. Y varias mistificaciones. Quien vivió la
dictadura militar (1964-1985) conoce muy bien -salvando las
diferencias- cómo sigue el guion. A finales del 2019, parte de la
prensa, de los académicos y de lo que se llama mercado comenzaron a
exaltar las muestras de “mejora económica”. El alza de la bolsa,
la “caída gradual” del desempleo, la indicación del aumento del
PIB en 2020 son algunas de las señales que se enumeran. Aunque se
esperaba más, dicen, “los avances innegables desde el punto de
vista económico”, incluida la reforma de las pensiones, la
“inflación comedida” y los tipos de interés que cierran el 2019
“a un nivel inimaginable” permiten -y aquí viene una de las
expresiones favoritas de este selecto grupo de “players”- un
“optimismo moderado”. Incluso una encuesta de una asociación de
comerciantes mostró un increíble aumento del 9,5 % en las ventas
navideñas, inmediatamente cuestionado por otra asociación de
comerciantes. Es como si la “economía” fuera una entidad
separada de la carne del país, es como si hubiera una parte que
pudiera aislarse y sobre la que se pudiera hablar utilizando palabras
metidas en guantes de cirujano. Es como si fuera suficiente enguantar
la jerga técnica para evitar a los dueños de las manos toda la
sangre.
Mientras
la gente que está en la sala -los que siempre están en la sala,
independientemente del gobierno- entabla este diálogo afectado, las
bombas explotan en el edificio de la productora del grupo humorístico
Porta dos Fundos, la policía mata como nunca antes en las periferias
de ciudades como Río de Janeiro y São Paulo, aumentando el
genocidio de la juventud negra, el antipresidente legaliza el robo de
tierras públicas en la Amazonia, los ambientalistas son acusados de
crímenes que no cometieron, las ONG son invadidas sin ninguna
justificación remotamente legítima, los adolescentes pobres mueren
pisoteados porque decidieron divertirse en un baile funk el sábado
por la noche, los indígenas guardianes de la selva y los
agricultores familiares son ejecutados, la policía se convierte en
milicia como si eso formara parte de la normalidad, y también la
policía y los “agentes de seguridad” condenados por crímenes
son los únicos que son indultados por Navidad. Las señales están
en todas partes, pero a los miembros respetados de las instituciones
de la República que deberían ser los primeros en notarlas -y luchar
contra ellas- no se les cae de la boca que “la democracia en Brasil
no está amenazada”.
¿A
qué Brasil se refieren estos señores bien educados? ¿De qué país
hablan estas lumbreras del presente? Sin duda, no del mío ni del de
muchos. No del de las favelas donde la gente se encierra en casa a
sabiendas que ninguna puerta puede detener la violencia policial. No
del país donde los policías hace mucho que exterminan a los negros
sin tener que responder por ello, pero quieren más, ya que el
exterminio se va legalizando como quien no quiere la cosa. No del
país donde los templos de las religiones afrobrasileñas son
invadidos y destruidos a pesar de que el Estado es formalmente laico.
No del país donde los líderes de la selva ven la Navidad y el Año
Nuevo como los peores momentos del año porque es cuando tienen que
dejar a la familia y huir, al menos hasta que las instituciones
descabaladas regresen de las vacaciones.
Personas
de la sala, sepan que en este país hay mucha gente escondida en este
momento para poder empezar el año viva. No esperan brindar, solo
quieren que una bala no les atraviese el cuerpo -o cuatro la cabeza,
como le sucedió a Marielle Franco, un crimen que casi dos años
después todavía no se ha desvendado-. ¿Democracia dónde? Los
escondidos, los amenazados, los familiares de los muertos quieren
saberlo. Todos nosotros anhelamos vivir en este país en el que
ustedes ven “avances innegables en la economía en 2019” e
“instituciones que funcionan”. No se guarden la dirección solo
para ustedes.
Sin
embargo, las personas de la sala solo siguen en la sala dictando la
realidad porque la mayoría se lo permite, quedándose al margen o
aprovechando las sobras. Son los que, en palabras de la historiadora
francoalemana Géraldine Schwarz, “siguen la corriente”. La
pregunta es si usted, que lee este texto, formará parte del rebaño
de los que siguen la corriente.
No
el rebaño de ovejas. Esta imagen evoca pasividad, equivocación, una
obediencia absuelta por la inocencia. No. Este rebaño, el de los que
actúan quedándose al margen, o el de los que actúan sacándole
provecho, “porque después de todo es así y quién soy yo para
cambiar la realidad”, es una manada de lobos. Porque el activismo
de su omisión es cómplice de la sangre de las víctimas, las que
caen, las que viven una vida de terror. También es cómplice de las
ruinas de un país. En el caso de la Amazonia, es cómplice de las
ruinas de la vida de nuestra especie y de muchas otras en el único
planeta disponible.
Géraldine
Schwarz escribió un galardonado libro llamado Los amnésicos
(Tusquets, 2019). La historiadora, cuya familia era una de las que
obtuvo ventajas durante el nazismo pero se consideraba inocente del
Holocausto, concedió una excelente entrevista al periodista Fernando Eichenberg en el periódico O Globo. Ella señala como la adhesión a
los déspotas del siglo XXI mantiene la misma estructura que la
adhesión a los totalitarismos del siglo XX:
“En
el imaginario colectivo, tendemos a dividir la sociedad en tres
categorías históricas en el siglo XX: héroes, víctimas y
verdugos. De hecho, la mayoría de la población no se reconoce en
ninguna de ellas. Es lo más fácil: no incluirse en ninguna de las
tres categorías y, simplemente, seguir la corriente. La magnífica
película basada en la novela de Alberto Moravia [El conformista, de
Bernardo Bertolucci] muestra muy bien cómo el conformista termina
aceptando lo que antes era inaceptable. En la enseñanza de la
historia, a menudo a través de la ficción o de la celebración,
tenemos una visión ligeramente distorsionada del pasado. Uno tiene
la impresión de que la población no tuvo ningún papel en esta
historia. Y a menudo desempeñó el papel de pilar y consolidador de
dictaduras. Aquí es donde la democracia juega un papel importante,
ya que las personas tienen los medios para evitar un golpe de Estado
y que se establezca un régimen criminal. Elegir Bolsonaro, por
ejemplo, para mí, es jugar con fuego, porque parece alguien que es
capaz de todo”.
La
historiadora defiende la memoria como uno de los principales
instrumentos de defensa de la democracia. “Lo importante es ser
conscientes de nuestra falibilidad y reconocer que también podemos
convertirnos en bárbaros”, afirma. “La historia no se repite,
pero los métodos de manipulación, sí, porque la psicología humana
no cambia. En un contexto de crisis, en medio de un grupo, el ser
humano tendrá reacciones similares. Un método es difundir el miedo,
a menudo exagerado en comparación con la realidad. (...) Se trata de
confundir la frontera entre lo verdadero y lo falso, desorientando
totalmente a las personas. Se pierden las referencias, ya no se sabe
en qué creer. Y, como solía decir [la filósofa alemana] Hannah
Arendt, quien ya no cree en nada puede ser manipulado a voluntad.
Hasta el punto de invertir sus valores: lo que era bueno ayer, hoy ya
no lo es. Esto es lo que se observa en varias sociedades del mundo.
Las personas que hoy apoyan a Jair Bolsonaro, hace diez años
probablemente defendían los derechos humanos. Por eso, enseñar lo
que ocurrió en el Tercer Reich es capital. En la historia hay muy
pocos ejemplos de una sociedad tan civilizada, moderna e intelectual
que rápidamente derivó hacia la barbarie. Es una enseñanza
universal, que sirve de alarma para todo el mundo”.
El
problema es que países como Brasil no produjeron la memoria de la
dictadura precisamente para poder absolver a los asesinos,
secuestradores y torturadores del Estado. La condición para
recuperar la democracia fue perdonar lo imperdonable. Esta política
de amnesia tuvo como resultado, en 2018, la elección de un
presidente cuyo héroe es un torturador y asesino de civiles. Frente
a una población desmemoriada, al final del primer año de gobierno
del déspota electo hemos visto como se repetía una hoja de ruta
conocida, con las adaptaciones necesarias para una época impactada
por Internet. Aunque la memoria en Brasil sea frágil, todavía
existe. No hay excusa para mantenerse al margen. Tampoco hay
inocencia en el supuesto conformismo.
El
problema, en Brasil y en otros países que experimentan procesos
políticos similares, también es de memoria reciente. La que se está
construyendo ahora, no solo con las mentiras difundidas en las redes
sociales por Bolsonaro y su familicia, sino con las narrativas que
aíslan la economía de la carne sangrante. Como si la evocación del
AI-5 -una medida decretada por la dictadura militar para cerrar el
Congreso y reprimir a la disidencia- por parte del ministro de
Economía Paulo Guedes no tuviera nada que ver con sus decisiones
económicas. Se está produciendo una memoria falsa, que es peor que
la desmemoria. Peor que no recordar es recordar algo que nunca
sucedió.
Entre
las muchas perversiones de la dictadura, una fue particularmente
enloquecedora para quienes optaron por luchar contra el régimen de
opresión. Mientras hombres y mujeres eran observados y perseguidos
día y noche, destituidos de sus puestos, despedidos de sus trabajos,
convertidos en parias y criminalizados; mientras libros, periódicos,
películas y obras de teatro eran censurados; mientras algunos
brasileños debían abandonar el país para salvar la vida amenazada
por el Estado; mientras los que se quedaban eran secuestrados,
torturados y asesinados por agentes del Estado, una mayoría fingía
que no estaba pasando nada. Fingía tanto que terminó creyendo que
no eran gritos de dolor y terror lo que escuchaba. Era el buen
ciudadano que solo seguía la corriente, protegía sus propios
intereses y analizaba lo que podía obtener con el estado de las
cosas.
Estamos
empezando a presenciar el mismo mecanismo perverso hoy. Con todas las
excusas posibles, ayudadas por la polarización que desplaza el
peligro hacia una falsa oposición. A pesar de todos los errores y
crímenes cometidos por el Partido de los Trabajadores (PT) en el
poder, el odio a ese partido no es una justificación aceptable para
que alguien siga la corriente. La situación ya no permite que se
sigan haciendo los ilusos. Solo hace falta tener vergüenza para
darse cuenta de que ya no se trata del PT. Se trata de corroer lo que
queda de democracia en Brasil. Se trata de autorizar que se roben
enormes trozos de selva, se deforesten y se pongan a nombre de los
autores del delito. Se trata de convertir a las fuerzas de seguridad
en milicias con autorización para matar. Se trata de criminalizar,
con la ayuda de la estructura del Estado, a quienes defienden a los
más frágiles. Se trata del genocidio de negros, y también de
pueblos indígenas.
Hay
mucha gente que finge que es una oveja para lavarse las manos frente
a lo que vive Brasil. Pero también hay personas angustiadas que
preguntan qué hacer frente a lo que ya no pueden evitar ver. A estos
les respondo que nadie les dará una respuesta. Esta respuesta tendrá
que crearse, colectivamente, por iniciativa de quienes hacen la
pregunta. En cada profesión hay algo que hacer. En este momento
necesitamos hacer mejor lo que sabemos hacer, pero también debemos
hacer bien lo que no sabemos hacer. Solo lo que sabemos ya no es
suficiente. Lo que somos ya no es suficiente. Tenemos que ser mejores
de lo que somos para enfrentar este tiempo en el que ya no queda
tiempo. Y tenemos que serlo juntos, creando lazos y tejiendo redes
entre nosotros.
Este
es el desafío de 2020. El Año Nuevo no debe darse por hecho. El
2020 solo será nuevo si nuestra resistencia rescata el presente de
manos de los déspotas. Este es el único propósito posible ante lo
que vivimos y lo que presenciamos. Cada uno de nosotros tiene que
responsabilizarse del horror de nuestro tiempo.
Eliane
Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros
de no ficción Brasil, construtor de ruinas, Coluna Prestes - o
avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina
quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas. Sitio web:
desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter:
@brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum. Instagram: brumelianebrum
Traducción
de Meritxell Almarza
Fuente:
Eliane Brum, Los cómplices, 2 enero 2020, El País. Consultado 3 enero 2020.
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