La
inmensa presa de Ilisu ocupará más de 300 kilómetros cuadrados e
inundará la histórica ciudad de Hasankeyf pese a las protestas de
vecinos y conservacionistas.
por
Andrés Mourenza
No
está muy claro cuándo nació la ciudad de Hasankeyf. Hay quien dice
que hace 10.000 años, quien asegura que son 12.000. Sobre su
certificado de defunción hay menos dudas: 2019. A lo sumo, el año
que viene, cuando el agua de un nuevo embalse lo cubra todo en aras
de la producción hidroeléctrica.
La
localidad, en el sureste de Turquía, aparece tras doblar un meandro
del Tigris, río que ha conocido tiempos mejores y desde hace décadas
discurre con un caudal ínfimo respecto a lo que fue: una vía
fluvial navegable. El valle en ese punto se ensancha y surge un
castillo natural, un peñón de roca que se eleva 100 metros sobre el
agua, horadado por túneles medievales y cuevas aún más antiguas.
Desde la ciudadela sobre ese peñón hasta el río se desparrama por
la ladera contigua una localidad abigarrada que mezcla antiguas
construcciones de piedra con modestas casas de cemento de colores y
en la que resaltan minaretes árabes y túrquicos, restos de iglesias
armenias y siríacas, hamames... Hay, había, también un mausoleo
erigido por la dinastía turcomana de los Akkoyunlu cuya fina
decoración en azulejos recuerda a la arquitectura de Samarkanda.
En
definitiva, un patrimonio cultural que pondría los dientes largos a
cualquier Ayuntamiento, pero que nunca ha sido lo suficientemente
explotado (aunque el Gobierno lo declaró área de conservación en
1981 jamás pidió incluirlo en la lista de Patrimonio de la
Humanidad de la Unesco). Ya nunca lo será: en los próximos meses
quedará cubierto por las aguas del embalse de Ilisu.
La
presa hidroeléctrica, que ha costado más de 1.500 millones de euros
y tendrá una capacidad de 1.200 megavatios, ya ha cerrado sus
compuertas decenas de kilómetros río abajo y comenzado a llenarse.
Este movimiento lo han descubierto los activistas de la iniciativa
Mantener Vivo Hasankeyf examinando imágenes de satélite. El
Gobierno lo mantiene en secreto. “Hay quien dice que ya se ha
comenzado a inundar la presa, otros que solo son pruebas. Créame si
le digo que yo mismo he preguntado y no me han querido responder”,
confiesa un funcionario del ministerio encargado de construir la
presa. “Parece que en este tema no se quiere que trascienda
información. Solo están al tanto de lo que ocurre los escalafones
más altos de Presidencia, de nuestro ministerio y de Exteriores,
porque la presa afecta a otros países”, añade.
Desde
Exteriores no confirman ni desmienten el inicio del llenado y se
limitan a remitir a una nota informativa publicada por el ministerio
de Agricultura y Bosques en la que se asegura que “todos los
trabajos relacionados con la propiedad cultural son gestionados junto
a expertos nacionales e internacionales” y “de acuerdo a
principios de conservación internacionales”. “La presa de Ilisu
hará revivir la historia y Hasankeyf heredará un gran legado (…),
se convertirá en un destino cultural y turístico”, sostiene. Ni
el Ministerio de Cultura y Turismo ni la prefectura de Hasankeyf han
respondido a las preguntas de EL PAÍS.
Es
cierto que algunos de los principales monumentos, como los mausoleos
de Zeynel Bey y del imán Abdullah, así como el Hamam de los
Artúquidas, han sido transportados al Nuevo Hasankeyf, que se
levanta en la otra orilla del río, a dos kilómetros de su
emplazamiento original. Pero en todo Hasankeyf hay listados 550
edificios, monumentos y sitios de interés cultural, la mitad de los
cuales serán anegados (la ciudadela permanecerá justo por encima de
las aguas, y también asomará parte de algunos minaretes). “Es un
desastre. Hay innumerables casas, tumbas, mezquitas, iglesias que
quedarán sumergidos. También los jardines. Son una de las escasas
muestras de jardín islámico medieval y urbano que quedan en el
mundo”, cuenta John Crofoot, un periodista estadounidense implicado
desde hace años en la defensa de Hasankeyf. “Algunos restos, por
ejemplo el puente [del siglo XII], han sido cubiertos de cemento para
preservarlos del agua. También se ha llenado de cemento el castillo
y se ha puesto un muro de protección porque es de roca caliza y, al
contacto con el agua, se erosionará. Es una intervención horrible.
Dicen que es para proteger los monumentos, pero, en realidad, supone
su destrucción”, sostiene.
Por
ello se han presentado quejas en el Parlamento Europeo y la
organización Europa Nostra, que mantiene a Hasankeyf desde hace años
como uno de los siete patrimonios más amenazados del continente,
denunció el “daño irreparable” que el Gobierno turco está
causando en “uno de los sitios arqueológicos y arquitectónicos
más importantes de Europa”.
Hace
una década, las protestas de conservacionistas y vecinos llevaron a
que organismos de Austria, Alemania y Suiza se retirasen del proyecto
de Ilisu como garantes de los créditos. También lo hicieron varias
empresas. Pero entonces, el ministro encargado, Veysel Eroglu,
respondió: “No necesitamos su dinero. Construiremos la presa
cueste lo que cueste”. En su lugar, se llevó a cabo mediante
créditos concedidos por los bancos turcos Akbank y Garanti, este
último propiedad del español BBVA.
Pero,
además de la cuestión del patrimonio que se perderá, está el
problema social y humano que representa un embalse que sumergirá más
de 300 kilómetros cuadrados de territorio y unas 200 poblaciones,
desplazando de 15.000 a 20.000 personas, empezando por los 7.000
habitantes de Hasankeyf. “En el nuevo pueblo se han otorgado poco
más de 700 viviendas. Solo a aquellos que estaban casados, tenían
familia y vivían en casas antiguas. Al resto de familias se le ha
dado 100.000 liras de indemnización, y las nuevas viviendas cuestan
una media de 150.000 liras”, se queja por teléfono Ridvan Ayhan,
vecino de Hasankeyf y miembro de la asamblea municipal. Además,
alega, el nuevo emplazamiento es un lugar “seco”, hay problemas
de abastecimiento de agua -“en los pozos que han hecho se mezcla
con el petróleo y huele fatal”- y no hay zonas verdes, mientras
las casas del viejo Hasankeyf tenían todas su pequeño jardín o
huerto.
Las
autoridades han prometido que en el Nuevo Hasankeyf se construirá un
puerto para alojar las barcas que llevarán a los visitantes a las
ruinas de la vieja ciudadela, y habrá deportes acuáticos para
atraer a los turistas. “¿Qué van a venir a ver los turistas? ¡Si
estará todo bajo el agua!”, se queja Ayhan. “Esta es una ciudad
pobre. La gente vive de lo que cultiva, de sus huertas y de sus
animales. Ahora los jóvenes se irán, porque aquí no hay futuro”,
augura.
Con
todo, Ercan Ayboga, ingeniero ambiental y activista, cree que aún no
es demasiado tarde: “De momento, solo el 1% del patrimonio cultural
del valle del Tigris ha resultado dañado. La presa tardará entre
seis y 24 meses en llenarse, dependiendo del caudal del río. Que lo
haga al completo es una decisión política. Si hay protestas en
Turquía y en el resto del mundo, aún podemos salvar Hasankeyf”.
Protestas
de Irak y Siria
A.
M.
En
los últimos años se han visto imágenes poco frecuentes: peces
muertos en las orillas de los ríos iraquíes, niños cruzando a pie
el Tigris, desecación de las marismas de Mesopotamia, que las
antiquísimas norias del río Orontes en Siria dejen de funcionar...
Buena parte de ello tiene que ver con la prolongada sequía que
arrastra el Mediterráneo oriental desde 1998 y con la mala gestión
de los recursos hídricos por parte de unos países inmersos en
violentos conflictos. Sin embargo, una parte se debe también a la
construcción de embalses más al norte.
Turquía
posee la llave del agua en Mesopotamia: los grandes ríos de la
región, el Tigris y el Éufrates, nacen en ese territorio. Y desde
finales del pasado siglo, en el marco de un programa para desarrollar
la pobre región de Anatolia suroriental -donde se concentran la
minoría kurda-, Ankara ha construido una veintena de presas
destinadas a la generación de electricidad y al regadío. Los
Gobiernos de Damasco y Bagdad han protestado repetidas veces alegando
que estas obras han reducido el caudal de los ríos. En 1987, Turquía
y Siria firmaron un protocolo según el cual el Éufrates tiene que
llevar al menos 500 metros cúbicos de agua por segundo a su entrada
en el país árabe, si bien Ankara ha aprovechado el vacío de poder
de la guerra civil para ignorar este compromiso en varias ocasiones.
Con Irak no existe un acuerdo similar respecto al Tigris, pero la
grave sequía experimentada el año pasado ha llevado a crear un
organismo consultivo.
De
hecho, como gesto de buena voluntad, en 2018 se pospuso hasta este
año el cierre de compuertas de Ilisu a petición de las autoridades
iraquíes. Una vez inundada, y al ser una presa hidroeléctrica, no
supondrá una reducción del caudal del Tigris, pero sí durante el
periodo de llenado.
“El
embalse de Ilisu servirá de sistema de regulación, manteniendo el
caudal durante las crecidas de invierno para soltarlo durante las
sequías de verano”, sostiene el Ministerio de Exteriores turco en
una nota: “Las presas son las principales infraestructuras para
evitar que los países río abajo se vean afectados por los efectos
destructivos de las inundaciones”.
Fuente:
Andrés Mourenza, Turquía anega 10.000 años de historia, 18 agosto 2019, El País. Consultado 19 agosto 2019.
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