En la imagen, vista aérea de una zona de selva virgen junto a otro quemado recientemente cerca de Porto Velho, el 23 de agosto de 2019. Foto: Víctor R. Caivano / AP. |
La deforestación, los incendios y el cambio climático acercan a la cuenca amazónica a una transformación irreversible.
por
Manuel Ansede
El
climatólogo brasileño Carlos Nobre puso sobre la mesa en 1991 una
preocupante hipótesis: la sabanización de la Amazonia. Sus
investigaciones sugerían que la deforestación a gran escala de las
selvas amazónicas incrementa la temperatura atmosférica, reduce las
precipitaciones y alarga la estación seca. El resultado a largo
plazo, advertía, sería la transformación de los densos bosques
tropicales en una vegetación de sabana, sobre todo en el sur y el
sureste de la Amazonia.
Casi
tres décadas después, Nobre es miembro de la prestigiosa Academia
Nacional de Ciencias de Estados Unidos y los datos apuntalan su
hipótesis. La cuenca amazónica ya ha perdido un 20 % de su
superficie por la deforestación en los últimos 60 años -sobre todo
para crear tierras de cultivo, pastos para el ganado o explotaciones
mineras- y la temperatura ha aumentado un grado. Los 77.000 incendios registrados en lo que va de 2019 en la Amazonia rompen la tendencia
descendente de los últimos años y allanan el camino hacia el
desastre. El fuego, alertaba Nobre en un estudio publicado en 2016,
“contribuye al establecimiento de sabanas en lugares que podrían
estar cubiertos de selva”.
La
sabanización de la Amazonia es una amenaza directa para otras partes
del planeta. En 2013, un equipo de la Universidad de Princeton
(Estados Unidos) alertó de que una hipotética deforestación masiva
de la cuenca amazónica generaría un ciclo meteorológico similar al de El Niño, un fenómeno natural y cíclico vinculado a un
calentamiento del Pacífico tropical oriental.
“La
clave es que la deforestación de la Amazonia no solo afectará a la
Amazonia. No se podrá contener. Impactará en la atmósfera y la
atmósfera transportará esos efectos”, advirtió entonces el
biólogo David Medvigy, líder de la investigación. Sus resultados
mostraban que las ondas de Rossby, que mueven las condiciones
meteorológicas de un lugar a otro del planeta, llevarían la sequía
a Estados Unidos. Una Amazonia deforestada significaría un 20 % menos
de lluvias en la costa noroeste estadounidense y una reducción del
50 % de la capa de nieve de Sierra Nevada, una fuente de agua esencial
para las ciudades y las tierras de cultivo de California, según los
cálculos de Medvigy.
“Si
cambia la capa de nieve en Sierra Nevada, de donde proviene la mayor
parte del riego del Valle Central de California, la deforestación de
la Amazonia podría tener graves consecuencias para el suministro de
alimentos en Estados Unidos”, afirmó el biólogo, hoy en la
Universidad de Notre Dame, en Indiana.
Los
primeros modelos matemáticos del equipo de Carlos Nobre calcularon
que existían dos puntos de inflexión que conducirían a la
sabanización irreversible de la Amazonia: un aumento de 3 grados de
la temperatura y una deforestación del 40 % de la cuenca amazónica.
Ahora, Nobre cree que el umbral sería más bien el 25 %, debido a
las sinergias entre la deforestación, el cambio climático y los
incendios.
“La
humedad de la Amazonia es importante para las precipitaciones y el
bienestar humano, porque contribuye a las lluvias invernales en
partes de la cuenca del río de la Plata, especialmente en el sur de
Paraguay, el sur de Brasil, Uruguay y el centro y el este de
Argentina”, explicaban Nobre y el biólogo Thomas E. Lovejoy, de la
Universidad George Mason (Estados Unidos), en un editorial de la revista Science Advances el año pasado.
“Creemos
que la solución sensata no pasa solo por frenar estrictamente la
deforestación, sino por reconstruir un margen de seguridad alrededor
del punto de inflexión de la Amazonia, reduciendo el área
deforestada a menos del 20 %, por una razón de sentido común: es
absurdo descubrir dónde está exactamente el punto de inflexión
alcanzándolo”, proponían Nobre y Lovejoy, dos conservacionistas
muy respetados en la comunidad científica.
En
la cumbre de Naciones Unidas sobre el cambio climático celebrada en
París en 2015, la entonces presidenta brasileña, la izquierdista
Dilma Rousseff, se comprometió a reforestar 12 millones de hectáreas
hasta 2030. El nuevo presidente, el ultraderechista Jair Bolsonaro,
amagó en un primer momento con romper el acuerdo de París, pero
pronto dio marcha atrás ante la posible pérdida de certificados
internacionales de calidad necesarios para las exportaciones de su
sector agrícola y ganadero.
La
destrucción de la Amazonia también supone una amenaza más global
para el planeta. Las selvas amazónicas han sido históricamente un
sumidero de CO2, que se acumula en sus árboles amortiguando los
efectos de las emisiones industriales humanas. Sin embargo, un
estudio publicado en 2015 en la revista Nature alertó de que ese
papel de sumidero está disminuyendo, en parte por “un aumento
sostenido a largo plazo en la mortalidad de los árboles”, según
los autores, encabezados por el ecólogo Roel Brienen, de la
Universidad de Leeds (Reino Unido).
La
comunidad científica intenta ahora comprender la verdadera magnitud
de este fenómeno, multifactorial y complejo. Los primeros resultados
no son tranquilizadores. Las sequías de 2005, 2010 y 2015 podrían
haber convertido temporalmente la Amazonia en una fuente de CO2 en
lugar de un sumidero, acelerando el calentamiento global. Ese podría
ser el futuro si no se frenan los incendios y la deforestación.
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Fuente:
Manuel Ansede, La ‘sabanización’ de la Amazonia amenaza a todo el planeta, 25 agosto 2019, El País. Consultado 25 agosto 2019.
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