El
sistema de seguridad de la Guerra Fría pactado por Estados Unidos y
Rusia se desintegra mientras emergen potencias como China y nuevas
amenazas tecnológicas sin ninguna restricción.
por Carlos
Torralba
La
estructura de control de armamento nuclear y desarme progresivo que
negociaron arduamente con Moscú todos los presidentes de Estados
Unidos desde los años sesenta está cerca de ser reducida a
escombros. La consecuencia es que hoy el mundo es un lugar menos
seguro, con una carrera armamentística en marcha y más expuesto a
la posibilidad de un ataque nuclear. En paralelo, emergen nuevas amenazas sin ningún tipo de control como las armas cibernéticas,
los misiles hipersónicos o los robots asesinos.
La
irrupción de nuevas potencias -sobre todo China- que hacen oídos
sordos a cualquier iniciativa que pueda frenar su expansión militar,
la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump y John Bolton, su consejero de Seguridad Nacional, que ha denostado durante décadas
los acuerdos de desarme, y los programas armamentísticos de enemigos
de Washington como Irán o Corea del Norte han provocado que casi
todos los límites al desarrollo y despliegue de armas atómicas
pactados entre las dos superpotencias durante medio siglo se hayan
disipado.
La retirada de Washington del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance
Intermedio (INF, por sus siglas en inglés) terminó el viernes con
la prohibición de que Estados Unidos y Rusia (como sucesora de la
URSS) almacenasen, probasen o desplegaran misiles terrestres,
convencionales o nucleares, de alcance intermedio (de entre 500 y
5.500 kilómetros). El veto duró 32 años, desde que Ronald Reagan y
Mijaíl Gorbachov lo firmaron en la Casa Blanca.
El
acuerdo estuvo motivado por el pánico nuclear que imperaba en la
Europa de los setenta y ochenta después de que la URSS desplegara
misiles nucleares SS-20, capaces de golpear ciudades europeas en
pocos minutos. Tras la petición del canciller Helmut Schmidt, y pese
a las multitudinarias manifestaciones, Estados Unidos instaló en
1983 decenas de misiles Pershing II en Alemania occidental, a 10
minutos de vuelo de Moscú. El miedo a que un conflicto entre los dos
bloques derivara en la destrucción mutua forzó a las partes a ceder. Ese miedo parece hoy inexistente.
El
pánico nuclear desembocó en la Edad de Oro del Control
Armamentístico (1987-2000), en la que Estados Unidos y Rusia
llegaron a otros acuerdos como el que limitó -hasta que Moscú lo suspendió en 2007- el número de tanques, aviones y piezas de
artillería en Europa; y multilateralmente se prohibieron las armas químicas y se alcanzó una moratoria de los ensayos nucleares que en
las últimas dos décadas solo ha infringido Corea del Norte.
El
ocaso de esta estructura de control de armas comenzó cuando en 2001
George W. Bush anunció la retirada de Estados Unidos del Tratado
sobre Misiles Antibalísticos, firmado por Richard Nixon y Leonid
Breznev en 1972, alegando que beneficiaba al resto de potencias
nucleares. La victoria electoral de Donald Trump -el único
presidente desde Dwight D. Eisenhower que no ha establecido ningún
diálogo de desarme con Moscú-, ha acelerado el derrumbe del sistema
vigente. “La Administración actual no tiene ningún plan ni está
capacitada para alcanzar acuerdos de control armamentístico”,
asegura por teléfono Kingston Reif, director de Desarme y Políticas
de Prevención de Riesgos en Arms Control Association.
El
INF -que obligó a la destrucción de 2.692 misiles soviéticos y
estadounidenses- estaba en la cuerda floja desde que en 2014, la
Administración de Obama acusó al Kremlin de violar el tratado
durante los ensayos del misil Novator 9M729. Moscú lo niega y
continúa con el desarrollo y despliegue de estos proyectiles, además
de acusar a Washington de incumplir el acuerdo con la instalación en 2015 del sistema antimisiles Aegis en Rumania. Tras anunciar la
suspensión del tratado en febrero, la retirada de Estados Unidos se
formalizó el viernes. El veto impedía a Washington tener misiles
como los que Corea del Norte lanzó hace 10 días al mar del Japón
-con Bolton de visita en Seúl-, o como los que la Guardia
Revolucionaria iraní disparó en 2017 contra posiciones del Estado
Islámico en Siria. Además, durante los años que Estados Unidos y
Rusia lo han tenido prohibido, China ha desarrollado múltiples
versiones de misiles terrestres de alcance intermedio que incomodan a
la Casa Blanca y el Kremlin, pero le han permitido consolidar su
supremacía regional
“A
corto plazo, [la retirada del INF] apenas ofrece a Washington nuevas
posibilidades en el plano militar”, señala por teléfono Olga
Oliker, directora para Europa y Asia Central del International Crisis
Group. La investigadora argumenta que Estados Unidos ya tenía
capacidad de almacenar y utilizar misiles de alcance intermedio
lanzados desde aeronaves o embarcaciones, ya que el tratado
únicamente vetaba los terrestres. De hecho, en las últimas tres
décadas, misiles estadounidenses de ese rango han impactado en Irak,
Bosnia, Sudán, Afganistán, Siria… “Ningún aliado europeo ni
asiático permitiría hoy el despliegue de misiles estadounidenses en
su territorio”, sostiene Oliker. Aun así, el Pentágono ya ha
anunciado que lleva tiempo trabajando en una versión terrestre de
sus Tomahawk con la que pretende ensayar este mismo mes.
Con
el INF convertido en papel mojado, la mayoría de expertos coincide
en que son escasas las opciones de que se prorrogue el New START, que
limita el número de cabezas nucleares desplegadas por Rusia y
Estados Unidos, y expira en febrero de 2021, dos semanas después de
que concluya el mandato de Trump. En virtud del tratado, las dos
potencias están sometidas a un régimen mutuo de constantes
inspecciones.
Moscú
lleva años reiterando su interés en prorrogarlo, aunque pretende
negociar algunas modificaciones y ampliaciones. Una semana después
de su investidura, Putin le preguntó a Trump por teléfono cuál era
su postura con respecto al New START. Tras consultar brevemente con
sus asistentes, el republicano lo repudió con el pretexto de que era
un pésimo acuerdo negociado por Obama, perjudicial para los
intereses de Estados Unidos y muy beneficioso para Rusia. Argumentos
similares a los que utilizó poco después para dinamitar el pacto
nuclear con Irán, por el que Teherán se comprometió a congelar su
programa de desarrollo atómico. Como consecuencia, los reactores
nucleares iraníes ya enriquecen uranio por encima de los límites
que fijaba el pacto. Por su parte, el diálogo nuclear con Corea del
Norte no ha dado más resultado que unas cuantas fotos de Trump junto
a Kim Jong-un. Pyongyang acusa a los negociadores de Trump de tener
una “actitud gansteril”.
Ensayos
nucleares
El
final del New START abriría una era en la que, tras casi 50 años,
los arsenales nucleares de Estados Unidos y Rusia no estarían sometidos a
ningún límite o restricción. Bolton defiende que cualquier
negociación futura debe incluir, sin excepciones, al resto de potencias nucleares (China, Francia, el Reino Unido, Israel, Corea
del Norte, India y Pakistán). “Si Trump bloquea la renovación del
New START dará un paso autodestructivo”, señala Reif. El experto
cree que un potencial relevo demócrata en la Casa Blanca no tendría
margen suficiente para negociar su ampliación con el Kremlin.
Tras
enterrar el INF, los halcones de Trump han acusado a Rusia de estar
ensayando secretamente detonaciones de bombas atómicas de escasa
potencia, violando la moratoria de 1992. A diferencia de las
acusaciones referidas al INF “respaldadas por la OTAN y numerosos
investigadores”, la mayoría de expertos acogieron con escepticismo
las denuncias de recientes ensayos nucleares en el Ártico ruso. Al
margen de los de Pyongyang, los últimos ensayos nucleares fueron los
realizados en 1996 por India y Pakistán.
Un
ejemplo más del desprecio con el que Trump aborda el control
armamentístico es el estado actual de la Oficina de Estabilidad
Estratégica y Políticas de Disuasión. Entre despidos y
deserciones, el departamento de Estado encargado de las políticas de
desarme y no proliferación ha perdido en dos años el 70 % de su
plantilla. Quedan cuatro trabajadores.
Frente
a este sombrío panorama, han proliferado las organizaciones e
iniciativas a favor del desarme. La Campaña para la Abolición de
las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés) es una de las
más destacadas. Galardonada con el Nobel de la Paz en 2017, la
plataforma logró que la ONU aprobara (con 122 votos a favor) el
Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares. Sin embargo, no se
han logrado las 50 ratificaciones necesarias para que la prohibición
entre en vigor para los países firmantes. Aun así, el rechazo
frontal en las potencias nucleares -con la excepción de Jeremy
Corbyn, el líder de la oposición británica- da a corto plazo nulas
opciones de éxito a la iniciativa. La coordinadora de ICAN, Beatrice
Fihn, en una entrevista el año pasado en Madrid, llamaba a la
movilización; a reaccionar antes de que la indignación popular sea
fruto de un accidente o ataque nuclear. Oliker, sin embargo, cree que
habrá que esperar hasta que el pánico nuclear fuerce a negociar
acuerdos como los de la Guerra Fría.
Fuente:
Carlos Torralba, La era del control nuclear se desmorona, 4 agosto 2019, El País. Consultado 7 agosto 2019.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Castle Bravo", del artista Martin Breedlove. La Operación Castle fue una serie de pruebas nucleares de alta energía, que Estados Unidos realizó en el atolón de Bikini en marzo de 1954.
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