por Jorge Eduardo
Espinosa
BOGOTÁ -
Colombia está ante uno de los debates de políticas antidrogas más
delicados de su historia reciente: usar o no un herbicida llamado
glifosato en fumigaciones aéreas a cultivos ilícitos.
En los últimos
cinco años, los cultivos de coca han aumentado más del 60 por
ciento y, en 2017, la superficie de sembradíos de coca alcanzó la
cifra récord de 209.000 hectáreas en Colombia. Ante este panorama,
el presidente Iván Duque anunció que su gobierno quería retomar el
uso del glifosato. Así que el 7 de marzo, la Corte Constitucional
decidió convocar una audiencia pública para analizar los “riesgos
de utilizar glifosato en la salud de las personas” y debatir la
eliminación de la restricción del herbicida. Por estos días, la
corte sigue discutiendo la petición de Duque.
Sin embargo, la
discusión dejó de ser un asunto local y ahora es parte de un
complejo tablero geopolítico: cinco días después de la audiencia
en la corte, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, le envió
un mensaje claro al gobierno: pedirá al Congreso estadounidense que
se incremente el 46 por ciento el presupuesto para combatir las
drogas en Colombia si el gobierno de Duque decide reanudar el uso del
herbicida.
Pero el glifosato
no debe ser usado como un arma de presión internacional ni como una
estrategia nacional para contrarrestar el innegable aumento de
cultivos ilícitos. Levantar la prohibición de su uso es una
equivocación porque iría en contra de la evidencia científica
sobre sus daños a la salud y porque la fumigación con el herbicida
se había vuelto costosa e inefectiva.
La historia del
glifosato en la lucha contra la droga en Colombia es larga -podría
remontarse hasta 1978- y nunca ha estado libre de controversias. En
octubre de 2015, la fumigación se detuvo porque una corte pidió al
gobierno que “diera aplicación al principio de precaución” en
caso de que las fumigaciones pudieran afectar la salud de comunidades
campesinas. Cuando parecía un debate superado en el país que no ha dejado de ser el mayor productor de coca del mundo, la discusión
regresó en los meses finales de la presidencia de Juan Manuel Santos
y ahora Duque parece decidido a restablecer esta práctica como parte
de su política antidrogas.
En la audiencia
convocada por la corte, los opositores del glifosato presentaron
evidencia científica mientras los voceros del gobierno de Duque
argumentaron que se deben usar todas las herramientas para combatir
los cultivos ilícitos, y que eso incluye el uso del herbicida: a
diferencia de la erradicación manual de los cultivos, que cubre dos
o tres hectáreas diarias -según informes del gobierno de Duque-, la
aspersión de glifosato afecta 150 hectáreas al día.
El problema con
el argumento del gobierno es que este no es solo un debate técnico,
sino ético. Un estudio de la Universidad de Columbia de 2019
encontró que, en Brasil, entre los años 2000 y 2010, usar glifosato
en cultivos de soya aumentó la probabilidad de más de 557 muertes adicionales de niños. Los investigadores Adriana Camacho y Daniel
Mejía, en un estudio de la Universidad de los Andes, en Colombia,
concluyeron que: “La exposición al glifosato utilizado en las
campañas de aspersión aérea de cultivos de coca aumenta la
probabilidad de sufrir trastornos en la piel […] y abortos”.
Vale recordar que
una jueza en California falló en agosto de 2018 a favor del
jardinero Dewayne Johnson en su demanda contra Monsanto, productor de
Roundup, un herbicida con glifosato, por un linfoma no Hodgkin. La
justicia determinó que la empresa deberá pagarle 39 millones de dólares en compensación y 250 millones en daños.
El gobierno
colombiano debería considerar que sus ciudadanos merecen el mismo
cuidado que los ciudadanos de Estados Unidos. Cuando la ciencia ha
demostrado que el glifosato causa problemas de salud, el gobierno
colombiano tiene una responsabilidad ética: si existe alguna
posibilidad de que la fumigación dañe la salud de las poblaciones
campesinas que viven rodeadas de cultivos de coca, su uso debe
prohibirse.
Si no fuera
suficiente argumento, también está probada la ineficacia de las
fumigaciones con glifosato. Otro estudio de la Universidad de los
Andes encontró que, para erradicar una hectárea, era necesario
fumigar 33 hectáreas, a costos más altos que otros programas de
erradicación que son más efectivos.
Santiago Tobón,
investigador de la Universidad de Chicago, me explicó que parte del
problema en los territorios sembrados con coca es que “al no tener
un título de propiedad sobre la tierra, quienes siembran la coca no
tienen ninguna responsabilidad penal por la siembra”. Según Tobón,
esto lleva a que una hectárea erradicada con glifosato, sea
inmediatamente resembrada. Sería más efectivo formalizar la
propiedad de la tierra -en Colombia, aproximadamente el 22 por ciento
de la tierra privada no tiene título-, lo que podría disminuir los
incentivos para cultivar coca: los dueños de las tierras tendrían
que asumir una responsabilidad penal por los cultivos ilegales y
accederían a créditos bancarios para cultivar productos legales.
A medida que se
acercan las elecciones presidenciales en Estados Unidos, la presión
para disminuir los cultivos de coca en Colombia seguirá aumentando y
el gobierno colombiano estará cada vez más arrinconado. El 29 de
marzo, Trump regañó al presidente colombiano: “Duque es un buen
tipo, pero están saliendo más drogas de Colombia ahora que antes.
No ha hecho nada por nosotros”. Luego, el 10 de abril, volvió a acusarlo de ser un incompetente que poco hace para combatir el
aumento del negocio de la droga.
El gobierno
regañado de Duque debería explorar soluciones que pueden ser más
eficientes, menos costosas y sin riesgos a la salud. Por una parte,
se deben dedicar los recursos estatales a combatir los eslabones más
fuertes de la cadena del narcotráfico, como la destrucción de
laboratorios y la incautación de grandes envíos de cocaína.
Detectar las cuentas bancarias de los mafiosos y los empresarios que
lavan su dinero es más dañino para las organizaciones criminales
que fumigar hectáreas que pueden ser resembradas poco después.
El economista
Daniel Mejía, en un análisis del Plan Colombia (acuerdo binacional
concebido en 1999 con Estados Unidos que buscaba crear una estrategia
antinarcótica), documentó que entre 2006 y 2009 la aspersión con
glifosato bajó un 40 por ciento, las incautaciones aumentaron 60 por
ciento y la destrucción de laboratorios aumentó 26 por ciento. La
consecuencia fue que, en esos años, la oferta de cocaína bajó 50
por ciento. Esto, concluye Mejía, indica que la interdicción es la
estrategia antinarcóticos más efectiva.
Para completar
una estrategia integral, no estaría mal que el gobierno colombiano
también exigiera mejoras a Trump. Por ejemplo, reducir la creciente demanda de cocaína entre su población, que ya llega a los dos
millones de consumidores anuales.
Jorge Eduardo Espinosa es periodista colombiano y panelista de Hora 20 en Caracol Radio.
Fuente:
Jorge Eduardo Espinosa, El glifosato no es la solución para Colombia, 15/04/19, The New York Times. Consultado 17/04/19.
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