Campo de silos con combustible nuclear gastado de la Central Nuclear Embalse. Foto: Autoridad Regulatoria Nuclear. |
Mortal porque la radiactividad, a esos niveles, mata. Herencia porque serán las generaciones futuras -que no han disfrutado de la electricidad producida por las centrales nucleares- las que tendrán que asumir el problema. Y eterna, porque mantendrán su capacidad mortífera durante cien mil años, por dar una cifra mínima.
por Francisco Javier
y González Bayón
El plutonio 239,
generado únicamente en las barras de los elementos combustibles de
una central nuclear, es un elemento de la tabla periódica que dejó
de existir sobre la tierra en sus primeros millones de años, antes
de que apareciera la vida. Su núcleo es inestable y durante su
desintegración emite una partícula alfa y otra gamma, ambas de muy
alta energía. Al chocar con cualquier molécula la destruye, algo
habitual en la naturaleza que no tendría mayor problema si no fuera
porque eso incluye a las moléculas de los seres vivos. Si esa
molécula es del ADN, puede producirse una mutación, es decir:
cáncer. Su periodo de semidesintegración es de 24.100 años, es
decir, a los 24.100 años el número de núcleos de una muestra se
reduce a la mitad. Tras otro periodo igual se reduce de nuevo a la
mitad, es decir la cuarta parte de la cantidad inicial. Tras cien mil
años, la muestra se ha reducido a un dieciseisava parte, una
cantidad que sigue siendo peligrosa si se trata de una concentración
importante, como es el caso.
Lo primero que
piensa cualquier persona ajena al mundillo de la ciencia es que
“hombre, alguna solución habrá, ¿no se puede destruir?” La
respuesta es sí… desde el punto de vista científico-experimental,
lo cual no implica directamente que sea una solución factible. Me
explico. En un reactor de investigación, hace muchos años que se
bombardea plutonio. El proceso se llama transmutación y consiste en
bombardear la muestra con neutrones de alta energía que provocan la
fisión del núcleo, utilizando una energía del orden de los
megawatios para transmutar algunos gramos. El problema es que en el
mundo habrá dentro de una década más de 300.000 toneladas de
combustible gastado (CG) en todo el mundo, 6.700 en España. Está
muy lejos de lo razonable pensar que se pueda disponer de la energía
necesaria. No es ninguna exageración decir que se necesitaría, para
transmutar todo el plutonio, cien veces más energía eléctrica de
la que han producido las centrales nucleares durante su
funcionamiento.
Después de más
de medio siglo de industria nuclear, no existe solución al problema
de los Residuos Radiactivos de Alta Actividad (RAA), salvo
esconderlos en lugar seguro. Para ello, hay que encontrar un lugar
donde el material se encuentre confinado con toda seguridad. Dado que
la construcción humana más antigua son las pirámides, que no pasan
de 5000 años, lo que se baraja es colocar los RAA en Almacenamientos
Geológicos Profundos (AGP), donde haya total seguridad de ausencia
de movimientos sísmicos, escorrentías de agua, grietas, etc…
durante más de cien mil años. No es tarea fácil. Quizás por eso,
los RAA se mantienen al lado de las centrales nucleares en todo el
mundo, en las piscinas de almacenamiento del CG, salvo el caso de los
países que tienen permiso de NNUU para fabricar la bomba atómica.
Estos países procesan una pequeña parte del CG para extraer el
plutonio necesario para fabricar sus bombas. Al fin y al cabo, para
eso se inventaron las centrales nucleares, pues el proceso de
“fabricación” del plutonio hubiera resultado carísimo y no
hubieran podido construir las decenas de miles de cabezas nucleares
que están repartidas entre las grandes potencias. El resto de RAA,
también en estos países, se encuentra junto a las centrales.
La solución que
genera más consenso es la construcción de un Almacén Temporal
Centralizado (ATC) donde concentrar los RAA en los diferentes países
durante un periodo transitorio de entre 50 y 100 años. De esta
manera le quitan el problema de encima a los titulares de las
centrales nucleares y se lo pasan al Estado. Lo habitual en estos
casos. Así se gana tiempo, para pensar qué se hace con ellos
durante los siguientes 99.900 años.
Las generaciones
futuras deberán destinar una parte de sus recursos para mantener
confinados con seguridad estos materiales. No es difícil adivinar lo
que pensarán las gentes de los milenios venideros de “los
antiguos” cada vez que se tengan que encargar de la herencia de las
generaciones de los siglos XX y XXI. Eso si aún saben de la
existencia de semejante material.
Por ahora, es
nuestra generación la que debe ocuparse del problema, nadie tiene
derecho a mirar para otro lado. El movimiento antinuclear tampoco.
Las nucleares ya van cerrando, por viejas y por caras, pero la lucha
antinuclear no terminará nunca mientras existan RAA. No sirve de
nada decir que “ya lo advertimos”.
Fuente:
Francisco Javier, González Bayón, La eterna herencia mortal de la energía nuclear, 15/04/19, El Salto Diario. Consultado 16/04/19.
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