Central nuclear José Cabrera, en Guadalajara, España, dejó de operar en 2006. Foto: Marina Segura/ EFE |
por David Page,
Mario Viciosa y Giulio Maria Piantadosi
La central cerró
un domingo. A las 23.30 horas, apurando la jornada, un técnico
apretó por última vez el botón rojo. Ese botón rojo. Apagada.
Desenchufada. La de Zorita se convertía en la primera nuclear de
España en apagarse para siempre de manera programada (Vandellós I
lo hizo antes, pero tras un incendio). Era 30 de abril, era 2006, y
la más vieja de las centrales nucleares del país quedó
desconectada.
Su nombre oficial
era, es, Central Nuclear José Cabrera, un homenaje a uno de los
promotores del plan para traer la energía nuclear a España. Pero
todos la conocen por el nombre del municipio en que se encuentra,
Almonacid de Zorita, a unos 70 kilómetros de Guadalajara, a unos 100
de Madrid, y a apenas unos pasos del río Tajo.
Zorita fue la
primera central nuclear de España, el primer hito del ambicioso plan
atómico de la dictadura franquista, luego muy venido a menos. [El
régimen soñó con tener hasta 27 centrales nucleares, pero el país
acabó conformándose con nueve reactores, de los que el dictador
Franco sólo pudo inaugurar dos, Zorita y Garoña. Lo hizo “vestido
de paisano”, cuentan las crónicas de la época. El resto se
abrieron ya en los ochenta.] Aquella central, entonces modernísima,
abrió en 1968, y esa España en blanco y negro entraba en la era
atómica y, de momento, en ella sigue.
Frente al tenso
culebrón y la enorme batalla empresarial y política que ha supuesto
el cierre de la central burgalesa de Garoña (finalmente decretado por el Gobierno el año pasado), la clausura de Zorita se produjo
casi sin pena ni gloria. Sólo casi. Pero su fin llegó con mucho
menos ruido que el que ha generado el choque por mantener viva Garoña
y, sobre todo, que el que se avecina con el resto de centrales del país.
Sí que hubo una
grave fractura en la cúpula del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN)
entre los técnicos y los políticos sobre la clausura de Zorita,
sobre si estaba justificado el cierre en términos de seguridad (la
única competencia del organismo supervisor), pero a la postre el
centro avaló la clausura.
Sí que hubo unos
partidos políticos que lo celebraban más explícitamente que otros,
y por diferentes motivos, pero había un acuerdo evidente y general
en clausurarla. El primer clavo del ataúd de Zorita lo puso el
Gobierno del PP en 2002 frenando la renovación de su licencia y el
cierre definitivo lo decretó el del PSOE en 2006. “Zorita está
cerrada y bien cerrada”, sentenció el entonces portavoz de la
Junta de Castilla-La Mancha, y hoy su presidente, Emiliano
García-Page.
Incluso a la
propia titular de la planta, la antigua Unión Fenosa (hoy Gas Natural Fenosa), ya había dejado de resultarle especialmente
rentable por su modesta producción. El cierre no tuvo impacto en el
sistema eléctrico nacional, porque Zorita en relación al resto de
centrales era enana. Tenía una potencia de 160 megavatios (MW),
apenas un tercio de la también pequeña Garoña (cuya desconexión a
finales de 2012 el sistema eléctrico tampoco notó), y entre seis y
siete veces menos que el resto de las plantas nucleares más modernas
españolas, que todas superan los 1.000 MW.
Diseñada para
funcionar 35 años, las mejoras y reformas introducidas a lo largo de
su vida útil la llevaron hasta los 38. Y ahí se acabó su historia.
Durante las casi cuatro décadas que Zorita estuvo en funcionamiento,
su producción eléctrica total superó ligeramente los 36.500
gigavatios hora (GWh). Esa electricidad generada durante toda su vida
por la planta guadalajareña equivale a poco más de mes y medio del
consumo eléctrico que registró España el año pasado.
Nucleares que
desaparecen
Hoy en la antigua
sala en que se apretó el botón rojo de apagado no hay nada. Es puro
hormigón visto. Ya no están los equipos de control de la central,
ya no hay botones ni agujas de potencia. Hace tiempo que fueron
retirados, como casi todo lo demás en la planta, como el propio
reactor. Y es que la central se va vaciando por dentro, poco a poco,
hasta hacerla desaparecer del todo. Los trabajos de desmantelamiento
de la central de Zorita arrancaron hace doce años y aún quedan
otros dos más para terminarlos.
“El
desmantelamiento de una nuclear es un traje a medida, el de cada
central es diferente”, explican desde Enresa, la empresa pública
encargada de la gestión de los residuos nucleares y de pilotar la
clausura y demolición de las plantas atómicas en España (al menos
de momento, porque el Gobierno prepara un cambio legal para trasladar a las propias eléctricas la responsabilidad de desmantelar sus centrales).
El de Vandellós
I, la central tarraconense que echó el cierre en 1989 tras un
incendio y una inundación posterior, se trata de un desmantelamiento
en diferido. El cajón de su reactor permanecerá sellado en una
suerte de sarcófago gigante durante un periodo de latencia de 25
años, y entonces -en 2025- se reanudarán los trabajos para acabar
demoliéndola.
El de Zorita, en
cambio, es un desmantelamiento inmediato (como probablemente lo será
también el de Garoña), en el que los trabajos comienzan justo
después del cierre y continúan sin pausa hasta dejar el terreno
como si allí no hubiera habido nunca un reactor. Ése es el
objetivo, ése es el compromiso. Hasta ahora se ha completado un 84 %
de las labores previstas, y la demolición total de todos los
edificios y la retirada de todo el material concluirán a finales de
2019.
Desmantelar
una central nuclear no consiste sólo en demolerla. Se trata de un
gran proceso industrial muy complejo, y que comprende grandes
trabajos pesados y también labores de auténtica cirugía”,
explica Manuel Ondaro, director del Desmantelamiento de la José
Cabrera, mientras camina por el edificio que albergaba el antiguo
reactor. “Lo que estamos haciendo aquí nos convierte en una
referencia internacional. Han venido equipos de todo el mundo a ver
los trabajos”, dice orgulloso.
El
desmantelamiento y posterior demolición de la planta obligarán a
Enresa a gestionar 104.000 toneladas de residuos de todo tipo. La
inmensa mayoría se trata de materiales convencionales, sin
radiactividad alguna, y que no requiere un tratamiento especial.
Apenas un 6% del total (algo más de 6.000 toneladas) sí son
residuos con actividad nuclear o que están contaminados en mayor o
menor medida.
Su propio
cementerio nuclear
Las labores más
delicadas, las que obligaban al manejo de materiales de altísima
radiactividad, se concentraron en los primeros años tras el cierre.
Gas Natural Fenosa y Enresa colaboraron en la retirada del
combustible nuclear gastado de la piscina del reactor, y la sociedad
pública -que asumió la titularidad de la central en 2010- se
encargó en solitario de la retirada de la vasija y de todos los
elementos internos del reactor.
Todo este
material, que seguirá siendo potencialmente peligroso durante miles
de años, se encuentra en un almacén temporal individualizado (ATI)
construido específicamente junto a la central para guardar la basura
nuclear de Zorita. A cielo abierto, y sobre una gran losa que los
protege de posibles terremotos, doce grandes contenedores cilíndricos
esconden 175 toneladas de combustible nuclear y otros cuatro
contienen 45 toneladas más de equipos internos y maquinaria del
antiguo reactor.
Y allí seguirán
hasta que se construya el futuro almacén temporal centralizado (ATC)
de Villar de Cañas, en Cuenca, que ya va con años de retraso sobre
el plan previsto -y sin nuevos plazos fijados para tenerlo listo- por
las dudas sobre la seguridad de los terrenos elegidos. Cuando Enresa
termine el desmantelamiento el próximo año y (en principio) el
terreno en que se ubicaba la central tenga ya el aspecto de cualquier
monte bajo castellano, ese cementerio será el testimonio único del
pasado atómico de la zona.
Medir
contaminación con drones
El edificio que
albergaba el reactor nuclear de Zorita ahora es apenas un esqueleto
de hormigón. Tras el túnel y las enormes puertas que servían para
sellar la antigua zona de máxima seguridad de la central hoy no
queda casi nada. El edificio de contención lo presiden dos enormes
agujeros. Uno, en el que estaba la vasija que contenía el núcleo
del rector. Otro, el de la piscina en que se almacenaba el
combustible nuclear utilizado.
Las paredes de
ese edificio de contención son como un enorme mapa. Llenas de cruces
y de números pintados a mano, que demuestran que se ha medido metro
a metro la radiación de cada hueco. Los técnicos de Enresa han
comprobado con medidores específicos si hay contaminación
radiactiva en 14.000 metros cuadrados de muros y suelos del edificio
de contención, más otros 10.000 metros cuadrados más del edificio
auxiliar.
Queda sólo por
realizar esas mediciones en el interior de la icónica cúpula
naranja de Zorita. Una labor que se efectuará próximamente
utilizando drones que cargarán los equipos de caracterización para
determinar si el hormigón de los techos del edificio principal están
contaminados o no.
Limpiar la
radioactividad con un trapo
A los técnicos
de la planta a veces se les escapa, y a pesar de la asepsia que
-según destacan- domina su trabajo, al descuido se refieren a la
contaminación radiactiva como “guarrería” o “porquería”.
Dependiendo del nivel de radioactividad y de la profundidad de la
incrustación de esa “porquería” en los materiales, los métodos
de limpieza son diferentes, y algunos sorprendentes para el profano.
Y es que la
radioactividad muy ligera, apenas polvo contaminado que se acumula,
puede ser retirada de paredes, suelos o los más diferentes elementos
de la central (tuberías, cableado…) “simplemente pasando un
trapo húmedo o raspando con un cepillo”, explica Ondaro. “Si
está incrustada en el hormigón sólo de manera superficial se
retira una capa del muro con una radial pequeña y si la incrustación
es profunda se utilizan martillos picadores”, indica el jefe del
desmantelamiento.
De Zorita saldrán
cerca de 6.000 toneladas de residuos de radiactividad media, baja o
muy baja. Estos materiales contaminados no se quedarán en el almacén
aledaño a la central, sino que están siendo evacuados -ya han
salido unas 2.000 toneladas- al centro de almacenamiento nuclear de
El Cabril, en Córdoba.
Antes de su
destino andaluz, el procesamiento al que son sometidos estos residuos
en la central es uno de los grandes orgullos del equipo de Enresa. Se
construyó un túnel subterráneo para trasladar los materiales
contaminados directamente, sin salir al exterior, desde el reactor
hasta el antiguo edificio en que estaba la turbina de la central, que
hoy se ha reconvertido en almacén transitorio. Son almacenados y
sellados con hormigón en los contenedores que directamente servirán
para su traslado y estancia en El Cabril.
El pueblo que se
apagó con la central
Apenas a unos
minutos de la central se encuentra el poblado. Antaño era una
colonia de 70 viviendas en mitad de la nada en la que vivían
empleados de Unión Fenosa con sus familias. Había una piscina
comunitaria, un economato, un centro social, e incluso una más que
sui generis capilla que se instaló en una antigua estación de tren.
Hoy el poblado es
sólo una pequeña ciudad fantasma. Están las viviendas, pero ni
rastro de las familias. Y ejerce de trasunto extremo, pero en
miniatura, de los efectos que el cierre de la central nuclear está
teniendo en Almonacid de Zorita, el primer pueblo nuclear de España
y el primero que ha descubierto lo que le puede suceder a otros
cuando se queden sin su particular motor económico… y atómico.
El pueblo va
cada vez a menos, y lo hace a pasos agigantados. Hemos pasado de
tener un motor económico a no tener nada”, se lamenta la alcaldesa
de Almonacid, Elena Gordón, que como algunos de sus antecesores en
el cargo también trabaja en la central nuclear. “Durante años se
paliaron los efectos del cierre gracias a los trabajos de
desmantelamiento. Ahora que queda tan poco, la desolación es cada
vez más palpable”.
Con la central en
funcionamiento, en ella trabajaban cerca de 300 personas, repartidas
a partes iguales entre empleados de Fenosa y de empresas
subcontratadas. Y cuando se ejecutaba una recarga de combustible en
la planta acudían durante semanas entre 700 y un millar de
trabajadores adicionales. Hoy empleados de Gas Natural Fenosa quedan
19, y al desmantelamiento se dedican unas 170 personas entre Enresa y
contratas.
El retrato de un
pueblo apagándose lo dibuja su alcaldesa: en los últimos años
Almonacid ha perdido un cuarto de su población -de alrededor de un
millar de habitantes a cerca de 750-, y la que queda cada vez está
más envejecida; a la escuela del pueblo acuden 30 niños repartidos
todos en sólo tres aulas; han desaparecido comercios, han cerrado
bares y restaurantes…
Almonacid y otros
12 municipios del área de influencia de la central se han unido para
promover la Alternativa Zorita, un plan de dinamización que reclaman
al Gobierno y que contempla la construcción de la autovía de la
Alcarria, un parador de turismo en Pastrana y un polígono
mancomunado en Almoguera. Y también una autopista de datos, porque,
según se queja Gordón, “aquí estamos en la prehistoria de las
comunicaciones digitales, cómo vamos a atraer entonces empresas”.
A la espera de
estas medidas, “el desánimo es generalizado, esto ya va cuesta
abajo”, explica la alcaldesa. “Es horrible esta sensación de
abandono. Que no nos dejen en el olvido, que el Gobierno no se
preocupe sólo de Garoña. Estamos igual o peor que en Garoña”. Y
mientras, en los pueblos cercanos a la central de Garoña, se miran
con temor en el espejo de Zorita.
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Fuente:
David Page @davidpagep, Mario Viciosa @marioviciosa, Giulio Maria Piantadosi @gmpiantadosi, Así murió la central nuclear más vieja de España, 18/02/18, El Independiente.
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