Diagrama esquemático mostrando dos pozos. Durante la explotación se perforarán cientos de ellos |
Para extraer uranio el Gobierno impulsa nuevos métodos que incluyen la destrucción intencional de los acuíferos y el riesgo de contaminación radiactiva a perpetuidad de la meseta patagónica.
por Roberto Ochandio
En su reciente
viaje a Rusia el presidente Macri anunció el convenio con firmas
rusas para la explotación de uranio en la meseta chubutense usando
el método de lixiviación in-situ. Según la propaganda oficial este
es un “proceso benigno”, “los acuíferos están perfectamente
aislados por estratos impermeables”, “el proceso de extracción
culmina después de la restauración a condiciones originales”, y
“la emergencia energética nos obliga a tomar este tipo de
decisiones”. Nuevamente los voceros del Gobierno ocultan el
verdadero impacto de estas explotaciones, esta vez sobre acuíferos
activos de la castigada meseta patagónica.
Por un puñado de
dólares
Los acuíferos
subterráneos almacenan una variedad de metales arrastrados por
aluviones que bajan de las montañas. Entre estos metales se
encuentra el uranio, un elemento naturalmente radiactivo pero que al
estar depositado y encapsulado no presenta riesgos para los seres
vivos.
La minería
ofrece distintos métodos para extraer el uranio, típicamente
minería por galerías, minería a cielo abierto, o este método
nuevo en la Argentina llamado lixiviación in-situ.
El proceso
consiste en inyectar un producto químico llamado “lixiviante”
dentro del acuífero por medio de pozos inyectores. El lixiviante es
arrastrado dentro del acuífero donde disuelve el uranio y otros
minerales, y luego es bombeado hacia la superficie usando bombas
centrífugas por medio de pozos productores. En superficie se separa
el uranio y se manda a una planta de procesamiento. El agua cargada
de lixiviante, metales pesados, sales y elementos radiactivos, se
recicla inyectándola nuevamente, mientras el exceso de agua
producida se acumula en piletas de superficie para su decantación y
evaporación.
Dependiendo del
tipo de formación subterránea, de la permeabilidad del acuífero,
de las reacciones químicas dentro del acuífero, de la velocidad del
proceso de extracción y, sobretodo, de las urgencias económicas de
la compañía minera, el lixiviante puede ser ácido (ácido
sulfúrico o ácido nítrico) o alcalino (bicarbonato de sodio,
bicarbonato de amonio, o también dióxido de carbono), más un
oxidante tal como agua oxigenada.
Cualquiera sea el
lixiviante elegido, este presenta problemas serios para la integridad
del acuífero y la salud de los seres vivos. Los lixiviantes ácidos
son más agresivos y diluyen fácilmente todo tipo de minerales
incorporando metales pesados al agua que se bombea a la superficie,
incluyendo arsénico, selenio, plomo, vanadio y otros. Además de
metales pesados también aumenta la disolución de oligoelementos, es
decir, los metales necesarios para el funcionamiento de organismos
vivos. Estos oligoelementos quedan en el agua del acuífero y se
incorporan a los organismos produciendo desbalances y enfermedades.
Por su parte los
lixiviantes alcalinos no son tan agresivos pero contribuyen a
aumentar la disolución de elementos radiactivos, particularmente
radio-226. Cuando llega a la superficie este elemento continúa con
su proceso natural de desintegración radiactiva produciendo
radón-222. Tanto uno como otro son peligrosos agentes cancerígenos
que expondrán a los trabajadores de la mina, a los vecinos del lugar
y de las localidades de la costa chubutense a serios riesgos para su
salud.
De acuerdo a
experiencias internacionales, es imprescindible que el acuífero esté
perfectamente encapsulado, en su totalidad, por depósitos
sedimentarios impermeables. Sin embargo, debido a la forma irregular
de los acuíferos, plegamientos y fallas geológicas, fallas de
bombas durante la operación, y roturas de cañerías inevitables al
trabajar con elementos corrosivos, es imposible garantizar la
operación segura de estos emprendimientos. Esta misma experiencia
internacional nos muestra los daños causados y las multas y
penalidades sufridas por las compañías mineras ante los incidentes
frecuentes en estas operaciones.
El desarrollo de
estos proyectos implica la instalación de cientos, o miles, de pozos
inyectores y productores. Se inyectarán dentro del acuífero cientos
de toneladas de lixiviante durante los 15, 20 o 30 años que dure el
proyecto, al cabo del cual el acuífero quedará completamente
destruido a perpetuidad. Todo esto en momentos que el mundo entero
está padeciendo el agotamiento y contaminación de fuentes
tradicionales de agua dulce.
A la destrucción
del acuífero se sumará los daños producidos por la planta de
procesamiento. El uranio extraído del acuífero deberá ser
procesado en superficie para obtener la “torta amarilla” de
uranio, es decir el compuesto uranífero que luego se deberá
enriquecer en la planta de Pilcaniyeu (cerca de Bariloche),
convertirse en dióxido de uranio en la planta de Dioxitek (ahora en
Alta Córdoba, luego en Formosa), transportarse a Ezeiza para la
producción del combustible nuclear y, finalmente, transportarse a
las plantas nucleares para su uso (Atucha y Embalse).
Cada uno de estos
procesos implica riesgos graves de contaminación radiactiva, escapes
y derrames, y exposición a la población, además de generar
residuos radiactivos que se acumularán a perpetuidad dado que no hay
manera segura de desactivarlos y limpiarlos.
Peor aún, estos
proyectos se realizan sin tener licencia de la población. Todos
estos proyectos son rechazados no solo por sus riesgos inminentes,
sino también por la certeza de que los funcionarios a cargo no serán
responsables de cualquier contaminación y daños resultantes. Un
ejemplo claro, a la vista de todos, es el estado en que se encuentran
las minas de uranio abandonadas en toda la Argentina.
La Comisión
Nacional de Energía Atómica (CNEA) faltó a su responsabilidad de
remediar las minas abandonadas dejando así un reguero de
contaminación en cada uno de sus proyectos. Para citar algunos
ejemplos se puede mencionar a la abandonada mina Los Gigantes, en
Córdoba, donde el drenaje ácido de mina termina desembocando en la
cuenca del lago San Roque. Por su parte la mina abandonada de Sierra
Pintada, a 40 km de San Rafael, Mendoza, descarga sus pestilencias en
los ríos Atuel y Diamante. No solo que no se hizo ningún esfuerzo
para remediar estas minas, sino que se empeoró su situación al usar
estas minas como vertedero de residuos radiactivos provenientes de la
planta de conversión química de Dioxitek.
Nuevamente la
CNEA trabaja contra los intereses del pueblo argentino al ser
partícipe del proyecto planeado por el Gobierno central a espaldas
de la población. Durante años lideró programas de exploración de
uranio en el Chubut y otras provincias, para ahora entregar esta
información al mejor postor.
La zona donde se
planea instalar la explotación de uranio está ubicada en el centro
de la meseta chubutense, a orillas del río Chubut. Los acuíferos
afectados desembocan en este río, el cual llegará cargado de
contaminación a las poblaciones que dependen de sus aguas: Los
Altares, Las Plumas, 28 de Julio, Dolavon, Gaiman, Trelew, Rawson,
Playa Unión y Puerto Madryn. Por su parte la provincia de Río Negro
también está amenazada dado que se encontró depósitos de uranio
entre Lamarque y Valcheta.
Además de la
contaminación radiactiva remanente en piletas de evaporación,
diques de cola y desechos industriales, el aire de la zona quedará
contaminado con radón y polvo de uranio, los cuales pueden volar
cientos de kilómetros y afectar directamente a las poblaciones
costeras.
Una vez más, el
Gobierno argentino se pone al servicio del capital, aunque esto
implique la destrucción de un acuífero, riesgos graves a la salud
de las personas y el desplazamiento de las actividades tradicionales
de las regiones afectadas.
La pregunta es:
¿hasta cuándo aguantará el pueblo argentino los desmanes, la
codicia y la desidia de este gobierno?
Roberto Ochandio es autor es Licenciado en Geografía, ex trabajador petrolero de YPF y coautor del libro “Veinte Mitos y Realidades del Fracking” (2014).
Fuente:
Uranio en Chubut: ¿cuáles son los riesgos de la lixiviación in situ que impulsa el Gobierno?, 15/02/18, La Izquierda Diario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario