jueves, 14 de noviembre de 2013

El aviador y la Patagonia


A finales de la década de 1920, Antoine de Saint Exupéry pasó quince meses en la Argentina. Ese tiempo le bastó para escribir una novela, conocer al amor de su vida y fundar la primera línea aérea que unió al Sur argentino, esa “tierra donde las piedras vuelan”.

por Eduardo Diana

Apenas estuvo 15 meses en la Argentina. Sin embargo, fueron días cargados de aventuras, viajes y emociones. Aquí fundó la primera línea aérea comercial a la Patagonia, escribió una novela, conoció a su amor y descubrió inhóspitas geografías. La estadía marcó para siempre al célebre escritor y aviador francés Antoine de Saint Exupéry. Su admiración por los paisajes argentinos quedó registrada en varios de sus libros, anécdotas y decenas de cartas a su madre y a sus amigos. La Patagonia, a la que definió como la “tierra donde las piedras vuelan”, fue su gran pasión.

En su pequeño y frágil avión recorrió el país todo lo que pudo. Y su presencia nunca pasó inadvertida. Hay varios lugares en los que, de diversas maneras, dejó su recuerdo. Hoteles, estancias, aeropuertos y distintas ciudades y pueblos registran su paso. En homenaje, una de las agujas del conjunto pétreo encabezado por el monte Fitz Roy, en la localidad santacruceña de El Chaltén, y el aeródromo de San Antonio Oeste, en Río Negro, llevan su nombre. En el pueblo entrerriano de Concordia le dedicaron una estatua y un paseo público.

Mirando al sur
“Saintex”, como le decían sus amigos, llegó a Buenos Aires el 12 de octubre de 1929, con la misión de asumir la dirección de la empresa Aeroposta Argentina, filial de la francesa Compagnie Générale Aéropostale. Lo esperaban sus compatriotas Jean Mermoz y Henri Guillaumet, quienes lo ayudarían a abrir rutas aéreas comerciales a la Patagonia.

El desafío no era menor: había que poner en marcha la ruta aérea más austral del mundo. Pero el autor de El Principito era un aventurero y un soñador. Y fue justamente el gran desafío que lo esperaba, lo que lo animó a viajar a este rincón del mundo. Tenía apenas 29 años, aunque acreditaba una gran experiencia como aviador, uniendo Francia y Africa.

Saint Exupéry fue también el primer piloto de Aeroposta Argentina. Este 1º de noviembre se cumplieron 84 años del vuelo inaugural, que terminó con el aislamiento de varios pueblos del sur del país. Desde el aire, se maravilló con la Cordillera de los Andes, los bosques, las llanuras interminables, la estepa, los valles y la costa patagónica. Llegó hasta Ushuaia, y unió las localidades de Bahía Blanca, Viedma, Trelew, Puerto San Julián, Comodoro Rivadavia, Puerto Deseado y Río Gallegos.

El 20 de octubre de 1929 sus ansias de volar lo llevaron a comandar el primer vuelo de reconocimiento hacia el sur de la Argentina, entre Bahía Blanca y Comodoro Rivadavia. Hizo escalas en San Antonio Oeste y Trelew. La línea aérea estaba dedicada al transporte de correspondencia, un gran negocio de esa época, aunque esporádicamente también llevaba pasajeros.

Saint Exupéry volaba en un Latecoere 25, un monomotor que podía transportar hasta una tonelada de mercadería y no superaba los 180 kilómetros por hora. En tierra tenían que atarlo con cadenas para que el viento no lo moviera. La máquina parecía frágil, pero podía planear como ninguna. Era un modelo de características únicas en el mundo, construido con madera, aluminio y otros metales. En la actualidad, se lo conserva restaurado en los hangares de una dependencia de la Fuerza Aérea Nacional en Quilmes, al sur del Gran Buenos Aires.

El 1º de noviembre repitió el viaje a Comodoro Rivadavia, ya como vuelo oficial. En enero de 1930 extendió la ruta aérea a Río Gallegos. Hasta ese momento, las dos ciudades solo podían unirse por mar. “Los sacamos de su desierto”, escribió en una carta a un amigo. En los pueblos, Saint Exupéry era recibido como un héroe. Las fotos de la época lo muestran saludando a gente que se concentraba para recibirlo en los aeropuertos. Se lo ve con su gorro de aviador, las antiparras y un pañuelo en el cuello.

Con Dios de copiloto
Saint Exupéry pasó sus quince meses en la Argentina desafiando los gélidos vientos patagónicos. Los vuelos eran verdaderas epopeyas. Con la cabina del avión abierta, los pilotos afrontaban temperaturas de hasta 10 grados bajo cero apenas cubiertos con camperas de cuero forradas con corderito, gorro, botas y guantes. Pero Saintex disfrutaba de esas travesías. “Voy con Dios de copiloto”, solía bromear.

Luego de los primeros viajes al sur, le escribió a su madre: “¡Qué bello país y cómo es de extraordinaria la Cordillera de los Andes! Me encontré a 6.500 metros de altitud, en el nacimiento de una tormenta de nieve. Todos los picos lanzaban nieve como volcanes y me parecía que toda la montaña comenzaba a hervir”.

El Latecoere 25 de Saint Exupéry parecía de papel cuando atravesaba zonas de turbulencias. Y al despegar y aterrizar debía ser acompañado por personal de la aerolínea que corría junto a la nave sosteniendo sus alas. Sin aparatos, hacían navegación visual. Saint Exupéry decidió volar de noche para evitar las turbulencias. Siempre llevaba un anotador. Esas experiencias fueron plasmadas luego en su novela Vuelo nocturno, cuyo manuscrito lo realizó durante su estadía en el país. La publicó en 1931, cuando regresó a Francia. La novela fue llevada al cine por la Metro Goldwyn Mayer.

De nieves y castillos
En junio de 1930, su compañero Guillaumet desapareció en la Cordillera de los Andes. En medio de una tormenta, perdió el rumbo. Durante varios días Saintex lo buscó sobrevolando la zona donde había desaparecido. No podía localizarlo. Los lugareños no querían acompañarlo en una excursión terrestre porque decían que, en invierno, la cordillera no devuelve a los hombres. Cuando Saint Exupéry ya había dado por muerto a Guillaumet, le escribió una carta imaginaria: “Cuando de nuevo me deslizaba entre los muros de los pilares gigantes de los Andes, me parecía que ya no te buscaba, sino que velaba tu cuerpo en silencio, dentro de una catedral de nieve”. A los cinco días de haberse perdido, Guillaumet fue encontrado vivo por unos baquianos. Su increíble historia, tantas veces escuchada con lujo de detalles por Saintex, está contada en su libro Tierra de hombres.

Aunque pasó gran parte de su estadía en Buenos Aires, no era el lugar que más le gustaba del país. Se hospedaba en el hotel Majestic, muy cerca del Obelisco. Allí escribió la novela Vuelo nocturno y tuvo su primer encuentro con el arquitecto francés Le Corbusier, a quien llevó a sobrevolar la ciudad para uno de sus trabajos de urbanismo.

En Buenos Aires también conoció a la salvadoreña Consuelo Suncin, con quien se casó años más tarde en Francia. A veces visitaba a la escritora Victoria Ocampo, quien le publicaría en la revista Sur la novela Correo del Sur, su primera obra literaria. Pero Saint Exupéry era un aventurero. No le gustaba estar en Buenos Aires porque debía ocuparse de las cuestiones burocráticas y administrativas de la compañía aérea. Además, no se acostumbraba al cemento de las ciudades. Prefería volar, viajar, escribir.

En otro vuelo de expedición, esta vez a Paraguay, su avión sufrió un desperfecto técnico y debió aterrizar de urgencia en Concordia, Entre Ríos. Ese episodio fue reflejado en “Oasis”, el capítulo V del libro Tierra de hombres. “Había aterrizado en un campo y no sabía que iba a vivir un cuento de hadas”, contó en una de sus cartas. Debió aterrizar cerca del Castillo San Carlos y fue asistido por dos niñas “enigmáticas y maravillosas”, a las que llamó “mis dos princesas argentinas”.

En ese castillo vivía una familia de origen francés, de apellido Fuchs Valon, que lo asistió y lo hospedó durante unos días. La finca luego estuvo varias décadas abandonada y el “castillo de leyenda” se incendió, hasta que recientemente el gobierno entrerriano lo reacondicionó y lo habilitó para que sea visitado por el público.

Un niño de rulos rubios
En enero de 1931, al terminar su estadía argentina, el escritor volvió a Francia con la intención de tomarse unos días de vacaciones. Sin embargo, mientras estaba en Europa, la compañía aérea que había iniciado los vuelos comerciales a la Patagonia, quebró. Saint Exupéry ya no volvería nunca más al país. En una carta, le escribió a un compañero argentino de la línea aérea: “Me encontraba en la Argentina como en mi propio país, me sentía un poco vuestro hermano y pensaba vivir largo tiempo en medio de vuestra juventud tan generosa”.

En 1943 publicó El Principito, uno de los libros más leídos en todo el mundo. La fábula del niño de rulos rubios fue traducida a más de 250 idiomas y dialectos -la obra literaria más traducida después de la Biblia-, vendió más de 150 millones de ejemplares y marcó la vida de varias generaciones de lectores.

Muchos especialistas en la literatura de Saint Exupéry creen que podría haber empezado a concebir al personaje de El Principito durante sus viajes nocturnos a la Patagonia. También señalan que la silueta de la boa que se está tragando a un elefante en una de las ilustraciones del libro, es muy similar a la forma de la Isla de los Pájaros, en Chubut.

Al margen de esas especulaciones, no hay dudas de que la encantadora atmósfera que envuelve a El Principito abreva en la vida de su autor. Una vida cargada de viajes y aventuras. Como cuando desde su pequeño avión espiaba maravillado los paisajes de la Patagonia.

Fuente:
Eduardo Diana, El aviador y la Patagonia, noviembre 2013, Revista Rumbos. Consultado 14/11/13.

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