Puertos, aeropuertos, embalses, plantas transformadoras, plantas potabilizadoras, etc. son los puntos débiles de un país en caso de guerra. Disponer de energía nuclear es una grave debilidad más. En el caso de Argentina el compromiso es aún mayor, tenemos gran concentración de reactores en zona de alta densidad de población, a escasos cien kilómetros de la Capital Federal.
Por Juan Vernieri
En Lima, partido de Zárate, se encuentran dos reactores Atucha I (360 MW) y Atucha II (745 MW), uno en construcción CAREM (32 MW) y uno más planeado comprar a China, Atucha III (1.250 MW), semejante concentración es irracional. Se me dirá que es hipotético que Argentina entre en guerra, así pensábamos en abril de 1982, sin embargo, trascendió que el Reino Unido planeaba lanzar una bomba atómica sobre Córdoba.
Hay infinidad de razones que sugieren a los gobiernos que deben evitar la energía nuclear para producir electricidad. Sin embargo, nuestros últimos 5 gobiernos, incluido el actual, siguiendo consejos con intereses nada claros, no lo advirtieron; insistieron en aumentar la cantidad de reactores de potencia que disponemos.
Una de las principales objeciones a esta energía es la herencia. Los combustibles gastados que deja son residuos altamente radiactivos y perdurables por decenas de miles de años, para los cuales, a más de 70 años de iniciada la era nuclear, a pesar de cuantiosas inversiones, no se le ha encontrado solución aceptable, segura, y definitiva.
Hasta 1981, se los arrojaba al mar, ahora, gracias a la acción de Greenpeace y otras organizaciones ambientalistas, que contaron con la colaboración de 14 activistas gallegos, que se opusieron a que barcos ingleses siguieran arrojándolos a la denominada Fosa Atlántica de 4.000 metros de profundidad, frente a Galicia. Allí yacen 200.000 bidones de residuos nucleares. La movilización despertó una ola de apoyo en todo el mundo que sirvió para acabar con los vertidos nucleares en el mar y el cierre de los ochenta cementerios radiactivos marinos de entonces. Esa práctica quedó prohibida, pero… hay países que lo hacen a ocultas.
Actualmente la tecnología dice que la mejor opción es el Almacén Geológico Profundo (AGP), es decir depositarlos en roca estable a más de 500 metros de profundidad. Pero aún no hay ninguno operativo. El país que tiene la construcción más avanzada de un AGP es Finlandia en Onkalo, que iniciará almacenamientos a mediados de esta década.
No solo el material radiactivo es altamente tóxico, sino que su duración es tal, que obliga a enfrentar escalas de tiempo inimaginables: ¿qué hacer o dónde poner una sustancia que puede constituir un riesgo para la vida por decenas de miles de años? Los AGP ¿Son seguros durante el tiempo que dure la radiactividad? Nadie lo asegura.
De momento, tampoco nadie sabe qué hacer con ellos, y se mantienen en ubicaciones temporales, en las piscinas de refrigeración o en contenedores en superficie como en la central de Embalse. Otro tema es el costo del mantenimiento.
En la imagen el almacenamiento de residuos en la Central Nuclear Embalse, Córdoba, Argentina. |
Otra de las razones de oposición es la siempre presente posibilidad de accidente. Todas las nuevas tecnologías, en sus principios, han tenido desastres. Pero las calamidades de la energía nuclear tienen consecuencias globales y pueden marcar a la humanidad durante siglos. Un desastre nuclear implica la contaminación del terreno inmediato. La contaminación es además, arrastrada por los vientos, emponzoñando las inmediaciones durante años. Las precipitaciones arrastran hasta el suelo las partículas radiactivas de la atmósfera, acumulándolas allí donde va el agua, como márgenes de carreteras, acequias, aguas subterráneas y ríos. Los seres vivos que no sufran una radiación directa la irán absorbiendo a lo largo del tiempo, ya sea por las emisiones del ambiente o por ingestión de alimentos o agua, provocando diferentes enfermedades y lesiones que pueden ser transmitidas de generación en generación. Los materiales inertes también sufren por la radiación, produciendo un envejecimiento prematuro y acelerando su desgaste y volviéndolos quebradizos.
Hay varias razones más, hoy por la invasión rusa a Ucrania, se ha puesto en evidencia otra muy grave.
En caso de guerra, un país sin armas nucleares puede ocasionar una hecatombe nuclear en un país enemigo que disponga reactores para producir electricidad. Para ello no es necesario bombardear una central o atacarla con artillería, es suficiente con que consiga dejarla sin abastecimiento eléctrico o sin agua para refrigeración. El tsunami dejó sin electricidad a la central de Fukushima y ocasionó el lamentable desastre.
¿Se imaginan si un país que tiene decenas de reactores operativos es invadido? Como Estados Unidos, Francia, China, Japón, Rusia, República de Corea, Canadá, Reino Unido y el caso actual Ucrania que dispone 15 reactores operativos y una Central desactivada.
Lo grave no son solo los reactores en sí, sino los depósitos de combustibles gastados en superficie. Que se sepa no han habido ataques a almacenamientos, pero si numerosos accidentes: En Rusia el vertido de residuos al río Tetcha, supuso la contaminación de 124.000 personas y la evacuación de otras 7.500, que ocupaban suelos altamente contaminados. El accidente más grave se produjo el 29 de septiembre de 1957 en la planta de almacenamiento de Kishtim, cuando al explotar un contenedor con 160 m3 de residuos, contaminó una superficie de 1.000 km2. El accidente obligó a la evacuación inmediata de 10.700 personas. Se desconoce el número de víctimas del accidente. Los materiales radiactivos acumulados en el lago Karachai se dispersaron con la sequía de 1967; como consecuencia, 1.800 km2 resultaron contaminados.
En caso de guerra, disponer de energía nuclear es una grave debilidad.
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