Uno de los aviones estadounidenses involucrado en el accidente de enero de 1966. Foto: Rizzoli Press |
Estados
Unidos diseñó una estrategia para tener varios bombarderos
nucleares sobrevolando las 24 horas del días zonas fronterizas con
la Unión Soviética. El desprendimiento de las bombas en Palomares
(Almería) fue tan solo uno de los distintos accidentes por los que
el Gobierno de Estados Unidos terminó cancelando la operación. Un tribunal de Estados Unidos autoriza una demanda colectiva de veteranos expuestos a radiación en Palomares.
por
Carlos H. de Frutos
17
de enero de 1966. Cuatro bombas termonucleares se desprenden de un
bombardero estadounidense mientras este sobrevuela el municipio de
Cuevas de Almanzora (Almería) a la altura de la pedanía de
Palomares. La primera de aquellas bombas se encontró intacta; una
segunda fue rescatada meses más tarde del fondo del mar; las dos
restantes se quebraron, esparciendo el material radioactivo de su
interior por la zona.
44
años después de la que pudo haberse convertido en la mayor
catástrofe de nuestra historia, el oscurantismo en torno a este
episodio, así como a la gestión de sus consecuencias directas,
continúa suscitando interrogantes. ¿Por qué cuatro bombas nucleares de una potencia destructiva 300 veces superior a la lanzada
en Hiroshima sobrevolaban territorio español? ¿Eran estos vuelos
frecuentes? ¿Existía un consentimiento explícito de estas
maniobras por parte del Gobierno franquista?
Un
convenio a medida
Para
encontrar algunas respuestas, hay que remitirse al convenio defensivo
firmado entre los Gobiernos de España y Estados Unidos en el marco
de la Guerra Fría, en concreto, a la 'Nota adicional al párrafo
segundo del artículo III' del acuerdo. Bajo este título de aparente
irrelevancia, el epígrafe recogía uno de los puntos clave del
convenio: la regulación de las bases militares estadounidenses
instaladas en territorio español.
Tal
y como desgrana el periodista Rafael Moreno Izquierdo en su libro La Historia Secreta de las bombas de Palomares, dos eran los supuestos
en los cuales las bases aéreas estadounidenses en España podrían
ser utilizadas con fines de acción militar. El primero de ellos
apelaba a una "evidente agresión comunista" que "amenazara
la seguridad de Occidente", y tan solo requería de una mera
comunicación a las autoridades españolas para hacerse efectivo. El
segundo, también referente a casos de "emergencia" o
"amenaza de agresión a Occidente", se vinculaba a una
consulta entre ambos Gobiernos para valorar "las circunstancias
de la situación creada".
Una
escueta regulación susceptible de ser interpretada de forma
totalmente abierta que, además, no distinguía en modo alguno si el
armamento transportado por los aviones sería convencional o nuclear,
ni incorporaba un ordenamiento del sistema de vuelos sobre territorio
español. Dos aspectos clave para los intereses de Estados Unidos en
los que -a diferencia de lo estipulado en otros convenios, como el
firmado entre Estados Unidos y Canadá- el Gobierno franquista
ofrecía vía libre a los americanos. En otras palabras: un 'traje a
medida' diseñado por y para el Ejército estadounidense con el fin
operar a su antojo en España.
La
estrategia americana contra la III Guerra Mundial
A
mediados de los años 50, la preocupación entre los altos cargos de
la Fuerza Aérea de Unidos acerca de la capacidad real de Washington
para evitar una III Guerra Mundial iba en aumento. Según sus
estimaciones, para el año 1963 la Unión Soviética sería capaz de
destruir en un único ataque la mayor parte de la flota estratégica
estadounidense y posicionarse así con una notable ventaja militar y
moral de cara al consecuente inicio del conflicto.
El
creciente temor a ser sorprendidos por los soviéticos tuvo una
respuesta contundente por parte de la estrategia norteamericana. Esta
pasaba por la idea de contar con un cierto número de bombarderos
sobrevolando las 24 horas del día las zonas fronterizas de la Unión
Soviética y dispuestos para, en cualquier momento, descargar las
cuatro bombas nucleares con las que se cargaría cada aeronave.
Las
palabras del comandante en jefe del Mando Aéreo Estratégico, el
general Thomas Power, recogidas en el libro de Moreno Izquierdo,
definen de forma explícita esta nueva estrategia: "Día y
noche, tengo un porcentaje de mi comando en el aire. Y los aviones
están cargados con bombas... No llevan arcos y flechas".
Para
el año 1966 -el del accidente de Palomares- la capacidad destructiva
de este operativo militar, que disponía de hasta once bases lejos
del territorio estadounidense ubicadas en cinco países, alcanzaba
los 1.607 objetivos de forma simultánea, todos ellos en la Unión
Soviética. El cálculo en vidas humanas rondaba los 65 millones de
muertos potenciales.
Una
de las misiones que formaron parte de aquella estrategia recibió el
nombre 'Chrome Dome' [cúpula cromada]. Puesta en marcha en el año
1960, los vuelos de esta operación, realizados por bombarderos B-52,
más modernos y de mayor radio de acción que los anteriores,
cruzaban por primera vez el Atlántico despegando desde territorio
estadounidense.
Una
de las rutas de aquel operativo, la sur, atravesaba el océano para
sobrevolar España y cruzar el Mediterráneo hasta las fronteras
turco-soviéticas. Una vez realizada la misión, las aeronaves,
cargadas con artefactos nucleares en sus bodegas, eran reabastecidas
en pleno vuelo por aviones KC-135 antes de regresar a territorio
americano.
Las
'flechas rotas' ignoradas
Entre
las posibles complicaciones de estas misiones, la más amenazante era
el desprendimiento de alguna de las cuatro bombas que cargaba cada
bombardero. Este escenario recibió por parte de las autoridades
militares estadounidenses el nombre de 'Código Flecha Rota'. Dadas
las complejidades técnicas de las operaciones necesarias para
mantener tal número de aeronaves en constante actividad, los
accidentes no tardaron en producirse.
La
primera de estas 'flechas rotas' surgió tan solo un año después de
la puesta en marcha de la misión. En enero de 1961, uno de estos
bombarderos B-52, con problemas en el tanque de combustible, se
estrelló en la ciudad de Goldsboro, en Carolina del Norte. Ninguna
de las bombas llegó a explotar, aunque sí se fragmentaron y
liberaron su carga durante la colisión.
También
sobre territorio estadounidense, en enero de ese mismo año, una de
estas aeronaves se estrelló en Yuva City (California) a causa de una
descompresión; y ya en 1964, una tormenta de nieve causaría un
nuevo accidente en Pennsylvania, a la altura de Savage Mountain. En
ambos casos, las bombas que colisionaron durante los incidentes
permanecieron prácticamente intactas.
El
'Palomares danés' que puso fin a la 'Chrome Dome'
A
pesar de estas tres experiencias, en las que se registraron
importantes daños materiales e incluso humanos -varios de los
pilotos y miembros de la tripulación fallecieron durante los
accidentes- y se rozó la catástrofe, la vorágine de la Guerra Fría
rechazó cualquier tipo de rectificación de las misiones. Dos
accidentes más elevaron el nivel de alarma.
El
de Palomares, causado por un problema en la maniobra de repostaje de
un B-52, que debía regresar a Estados Unidos, sería el primero de
ellos. En esta ocasión, las consecuencias sí registraron una
gravedad mayor que en las anteriores incidencias, con importantes
niveles de contaminación de la zona afectada por el desprendimiento
de las bombas que derivaron en graves consecuencias para la salud de
habitantes y efectivos de limpieza que, a día de hoy, continúan sin ser reconocidas por las autoridades estadounidenses.
La
gravedad de este nuevo accidente no puso fin a la operación, aunque
sí redujo el número de efectivos con vuelo constante: de doce a
cuatro. A pesar de ello, y de los intentos del entonces secretario de
Defensa Robert McNamara por anular las misiones por completo, dos
años más tarde, la base aérea de Thule en Groenlandia sería el
escenario de un nuevo accidente.
Un
error humano fue el causante de esta última 'flecha rota' que
esparció por territorio danés el material de las bombas caídas
sobre una gran masa de hielo junto al propio bombardero. El trabajo
de las fuerzas de seguridad danesas y americanas logró contener un
desastre que, al igual que en el caso de Palomares, volvió a causar
enfermedades y muertes prematuras a causa de la radiación cuya
responsabilidad ha sido sistemáticamente evadida por las autoridades
de Estados Unidos.
Una investigación de la BBC publicada en el año 2008 destapó además
unos documentos, hasta entonces clasificados, que certificaban la
existencia de una cuarta bomba que hasta el momento se había dado
por perdida públicamente y que, según se sospecha, pudo acabar
perdida entre el hielo, a pesar de que el Pentágono negara en su día
este hecho.
Thule
fue la gota que colmó el vaso. La amenaza de estos accidentes y las
consecuencias diplomáticas que estos conllevaron, así como el
riesgo de provocar de forma accidental el inicio de un conflicto a
nivel mundial con la Unión Soviética, terminó por convencer a los
altos cargos militares estadounidenses de la extrema peligrosidad de
las misiones 'Chrome Dome'. Cinco accidentes y cientos de afectados,
que con el tiempo se convertirían víctimas mortales, después, se
ponía fin a uno de los episodios más significativos de la paranoia
militar de la Guerra Fría.
Fuente:
Carlos H. de Frutos, Sesenta años de la Operación 'Chrome Dome', la patrulla nuclear que provocó el accidente de Palomares, 11 enero 2020, eldiario.es. Consultado 14 enero 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario