Con
solo 45 o 50 días en nuestro país, los niños procedentes de
Bielorrusia, una de las zonas más afectadas por el desastre nuclear,
consiguen aumentar su esperanza de vida entre 18 y 24 meses.
por
Berta Tena
Quedan
más de 299.900 años para que la radiación emitida durante el desastre de Chernóbil se extinga por completo de la zona de la antigua URSS, sobre todo en Bielorrusia, donde se posó el 80 % de la
nube de contaminación. Cuando el 26 de abril de 1986 se produjo el
accidente nuclear, el Kremlin estableció un perímetro de seguridad
(aún vigente) de 30 km alrededor de la central y tuvo que desalojar
a cerca de 300.000 personas.
Aryna
vive exactamente a 118 kilómetros de la zona cero (una distancia
poco mayor que la que separa Madrid y Segovia), en un pueblo llamado
Mózyr, en la provincia de Gomel, la más afectada por la
radiactividad. Tiene 9 años, vive con sus padres y sus tres
hermanos. Cuando hace tres años su hermana pequeña nació con una
anomalía en el corazón saltaron todas las alarmas en la familia.
Conectada a un respirador, la pequeña sobrevive día a día mientras
la madre solo se puede dedicar a cuidarla. Es la primera vez que
Aryna deja a su hermana. También es la primera vez que sale del
país, incluso del pueblo, y lo hace dentro del programa 'Pro Infancia Chernobyl' del que forma parte junto a otros cientos de
niños para viajar a España por el periodo vacacional y así mejorar
su salud.
Aryna
llegó el 6 de julio a Madrid con un índice de cesio 137 en su
organismo de 30 becquerelios por litro, cuando a partir de 20 ya es
muy grave. Algunos niños llegan incluso con una cifra que oscila
entre 70 y 80 becquerelios. El cesio 137 es un isótopo radiactivo
que se produce principalmente por fisión nuclear y que puede causar cáncer en los 10, 20 o 30 años a partir del momento de la
ingestión, inhalación o absorción. Estos niños llevan ingiriendo,
inhalando y absorbiendo cesio desde que nacen, y antes, ya lo hacían
sus padres y abuelos.
Es
un componente que no es absorbido por la tierra, sino que queda en la
superficie, por lo que todo lo que tocan, comen y beben está
cubierto de radiactividad. Tiene un periodo de semidesintegración de
30,23 años, aunque la desaparición total tarda miles de años. Por
ello, Bielorrusia se ha convertido en el país con la tasa de cáncer infantil más alta de Europa. Según Germán Orizaola, investigador
de la Universidad de Oviedo que ha dedicado gran parte de sus
estudios a recorrer las zonas afectadas por Chernóbil, el riesgo al
que están expuestos estos niños "se debe fundamentalmente al
consumo de alimentos procedentes de zonas contaminadas, así como a
posibles efectos transgeneracionales debidos a la exposición a la
radiación a la que estuvieron expuestos sus padres".
Antes
de salir de su país, los niños son sometidos a un test para ver qué
valores de cesio registran en el Instituto Belrad, en Minsk. Al
volver de España, les realizan la misma prueba y queda comprobado
que, por cada verano que pasan fuera, se reduce en un 40 o 45 % la
cifra. Además, según datos de la OMS y de la Organización Mundial
contra el Cáncer, cada período de 45 a 60 días que estos niños y
niñas pasan fuera del territorio radiado, su esperanza de vida se
alarga entre 18 y 24 meses.
No
obstante, Orizaola se muestra algo más reacio a este dato, ya que
considera que los efectos reales se podrían ver al comparar la
esperanza de vida de los niños que ahora están en el programa, con
la de los que no están. "Habría que esperar unos 70 años para
poder realmente evaluar el posible incremento en esperanza de vida",
señala.
Problemas
de corazón y de crecimiento
La
'Federación Pro Infancia Chernobyl' es la encargada de seleccionar a
los niños, en concreto, la presidenta de la federación y
vicepresidenta de Asnia Huelva, Nieves Sánchez, que viaja cada
invierno al terreno para, junto con la llamada contraparte (los
representantes de la organización en Bielorrusia), visitar colegios,
conocer a los niños, las familias, las casas… con la intención de
seleccionar a los más necesitados, no solo por las enfermedades o
patologías que puedan padecer, sino en base al nivel socioeconómico.
"Nos gusta ver a los niños, conocerles, ver en qué situación
están y, si padecen alguna patología concreta, tienen prioridad",
explica Sánchez.
Las
30 asociaciones que conforman la federación, más la decena que
actúa de forma independiente, no perciben subvención del Estado.
"Como no es un país tercermundista, no está reconocido como
parte del programa de ayudas a la cooperación internacional. No
obstante, dependiendo de los ayuntamientos en los que se enmarque
cada asociación, pueden llegar a recibir alguna ayuda por parte del
gobierno municipal. Si no, todo corre a cargo de la asociación y de
las familias", cuenta Sánchez, que relata cómo se pasan el año
intentando recaudar fondos con actos benéficos, mercadillos y la
venta de artesanía y de lotería de Navidad.
"Cada
niño puede costar a la asociación entre 800 y 1.000 euros y todo
corre a nuestro cargo", relata. Esto hace que, tras la crisis de
2008, el número de familias de acogida se haya reducido
drásticamente. "Por eso y porque parece que Chernóbil ha caído
en el olvido y nunca pasó", cuenta Óscar Rodríguez,
presidente de la Asociación Pro Niños del Mundo, localizada en
Madrid. Sánchez recuerda que en los 90, cuando comenzaron a trabajar
en este proyecto, se llegaba a traer a España unos 9.000 niños por
verano, "ahora con suerte llegan a los 900".
La
revisión médica, lo primero
Cuando
Aryna llegó a España iba acompañada, junto con el resto de niños
y niñas que venían con la delegación de Madrid, por una tutora
nombrada por la contraparte que tiene que tener dos requisitos: que
trabaje en algo relacionado con la docencia y que sepa castellano
para poder ayudar a los pequeños con las traducciones y su
aclimatación.
Lo
primero que hacen, como norma de la federación, es ir a un
oftalmólogo, un dentista y un pediatra para revisar su cuadro
médico. Además, si algún niño tiene alguna patología concreta,
va directamente al especialista. Como es el caso de Aryna, que en los
informes bielorrusos aparecía detectada una cardiopatía, pero que
el cardiólogo de España ha comprobado que no es así. Dependiendo
de la comunidad autónoma, casi todo tiene que correr a cargo de la
sanidad privada porque si no tendrían que esperar meses hasta que
les pudiera revisar un médico. Lo hacen con acuerdos de colaboración
en la que determinados centros, clínicas y hospitales no cobran nada
por la cita, revisión y tratamiento de los menores.
Aunque
ha quedado descartada la deficiencia cardíaca y una posible
escoliosis, Aryna sí que se encuentra por debajo del percentil
infantil en base a las tablas establecidas por la OMS y todo parece
indicar que la radiación le ha afectado al crecimiento, como ocurre
en muchos de los niños nacidos en esta zona. Además, también es
habitual que padezcan problemas de corazón, respiratorios y de
desarrollo intelectual, según apunta Rodríguez.
Con
unos enormes ojos azules, que aunque sonríen de vez en cuando,
suelen tener la mirada perdida, apagada, casi convirtiéndolos en
gris, Aryna es una niña que en tan solo una semana ya sabe decir los
colores, las letras, números, e incluso saluda y se despide en
español. Es muy rápida aprendiendo y sabe deducir lo que sus padres
de acogida le dicen a pesar de la barrera del lenguaje. Es como una
esponja. Tiene el pelo larguísimo, le llega hasta la cintura, lacio
y de color rubio ceniza. Su madre de acogida, Laura, se lo peina,
mientras ella está sentada en un taburete delante de ella. No pierde
detalle de cada movimiento, cada gesto, cada sonido… es como si
supiera lo que se está diciendo, como si supiera que ella es la
protagonista de esta historia.
El
desconocimiento de la catástrofe nuclear
"Yo
creo que vienen sin saber por qué. En los países de la antigua URSS
no se habla de ello, no se reconoce el error humano, aún no se han
esclarecido las causas. A los niños se les dice que es por su bien,
que así visitan médicos y pasan el período vacacional fuera",
cuenta Ana Lozano, otra de las madres de acogida, que participa por
primera vez en el programa con Daryna, de 8 años, que tiene una
pequeña cardiopatía. Aunque los primeros días de adaptación son
complicados para los más pequeños, en seguida se unen a las
costumbres familiares, van a campamentos de día con los hermanos de
acogida, juegan, van al parque, algunos incluso al mar, aprenden a
nadar... disfrutan del verano. "No hay que olvidar lo importante
que es el aspecto psicológico de este programa y el beneficio que
puede representar a ese nivel para los niños", puntualiza
Orizaola.
Daryna,
que de nuevo tiene el pelo larguísimo, seña de identidad cultural,
le encantan los brillos, el color rosa y pasa el día persiguiendo y
cuidando a Noel, de dos años, hijo menor de Lozano. Aunque sonríe
en cuanto sabe que le están prestando atención, tiene un gesto tan
profundo que parece esconder más vivencias de las que una niña de
su edad debería haber afrontado. Habla con su madre de acogida
mediante el traductor de google, con quien ha encajado tan bien que
entre ellas parece haber una conexión especial, tanto, que la niña
no deja de buscar sus abrazos y caricias. Daryna es hija única y
tiene padre y madre, un caso excepcional en Bielorrusia donde los
orfanatos están a la orden del día y donde las familias suelen
estar desestructuradas, marcadas por el alcohol, la tragedia y la
violencia.
En
este programa, los niños y niñas están desde que cumplen los 7
años, hasta que llegan a los 17 y repiten siempre con la misma
familia. Al llegar a la mayoría de edad, si quieren seguir viniendo
a España, la organización les sigue ayudando, aunque ya con un
visado de turista. Los lazos que crean con sus familias son tan
estrechos que les acaban llamando "papá" y "mamá"
y suelen hablar por teléfono y WhatsApp durante todo el año.
El
regreso
Vika
Matsiaka nació el 6 de marzo de 2001, ahora tiene 18 años, pero
entró al programa con 8. Cuando ocurrió el desastre de Chernóbil,
su madre tenía 5 años y vivía dentro de los 30 km de perímetro de
seguridad. Sus abuelos decidieron trasladar a toda la familia hasta
Berezino para huir de la radiación. "Nunca me han hablado mucho
de lo que ocurrió", cuenta Vika por teléfono desde Bielorrusia
en un casi perfecto castellano que ha ido aprendiendo durante todos
estos años. Como su madre tenía mucho miedo de lo que pudiera
pasarle, quiso que entrara en el programa de 'Pro Infancia', en el
que la destinaron con una familia de Huelva. "Cuando era pequeña
no entendía nada, lloraba mucho, me sentía diferente, la comida era
diferente… Ahora sé que fue muy bueno para la salud", cuenta
sin saber que al salir de Bielorrusia por primera vez registró entre
74 y 80 becquerelios por litro, según recuerda la vicepresidenta de
Asnia Huelva.
No
vino sola. Su vecino Vlad Naskovets también entró en el programa y
dio la casualidad de que su madre de acogida era la hermana de la
madre de acogida de Vika. Crecieron juntos y se convirtieron casi en
hermanos. "Hemos hablado mucho sobre lo que nos ocurrió.
Algunas veces pensamos qué hubiera sido de nosotros si no hubiéramos
pasados los veranos en España, si no hubiéramos conocidos los dos
mundos", confiesa Vika y recuerda cómo notaba el cambio físico
cuando volvía de la península: "Nos ha cambiado la vida".
Vika
ya no se puede desvincular de sus "padres" españoles, como
ella les llama. Aterrizará la próxima semana en nuestro país para
visitarles porque, además de los lazos creados, sabe que nunca
estará fuera de peligro.
Fuente:
Berta Tena, Los niños que aún llegan de Chernóbil: un verano en España para ganar meses de vida, 21 juio 2019, El Confidencial. Consultado 24 julio 2019.
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