miércoles, 24 de julio de 2019

Los niños que aún llegan de Chernóbil: un verano en España para ganar meses de vida

Con solo 45 o 50 días en nuestro país, los niños procedentes de Bielorrusia, una de las zonas más afectadas por el desastre nuclear, consiguen aumentar su esperanza de vida entre 18 y 24 meses.

por Berta Tena

Quedan más de 299.900 años para que la radiación emitida durante el desastre de Chernóbil se extinga por completo de la zona de la antigua URSS, sobre todo en Bielorrusia, donde se posó el 80 % de la nube de contaminación. Cuando el 26 de abril de 1986 se produjo el accidente nuclear, el Kremlin estableció un perímetro de seguridad (aún vigente) de 30 km alrededor de la central y tuvo que desalojar a cerca de 300.000 personas.

Aryna vive exactamente a 118 kilómetros de la zona cero (una distancia poco mayor que la que separa Madrid y Segovia), en un pueblo llamado Mózyr, en la provincia de Gomel, la más afectada por la radiactividad. Tiene 9 años, vive con sus padres y sus tres hermanos. Cuando hace tres años su hermana pequeña nació con una anomalía en el corazón saltaron todas las alarmas en la familia. Conectada a un respirador, la pequeña sobrevive día a día mientras la madre solo se puede dedicar a cuidarla. Es la primera vez que Aryna deja a su hermana. También es la primera vez que sale del país, incluso del pueblo, y lo hace dentro del programa 'Pro Infancia Chernobyl' del que forma parte junto a otros cientos de niños para viajar a España por el periodo vacacional y así mejorar su salud.

Aryna llegó el 6 de julio a Madrid con un índice de cesio 137 en su organismo de 30 becquerelios por litro, cuando a partir de 20 ya es muy grave. Algunos niños llegan incluso con una cifra que oscila entre 70 y 80 becquerelios​. El cesio 137 es un isótopo radiactivo que se produce principalmente por fisión nuclear y que puede causar cáncer en los 10, 20 o 30 años a partir del momento de la ingestión, inhalación o absorción. Estos niños llevan ingiriendo, inhalando y absorbiendo cesio desde que nacen, y antes, ya lo hacían sus padres y abuelos.

Es un componente que no es absorbido por la tierra, sino que queda en la superficie, por lo que todo lo que tocan, comen y beben está cubierto de radiactividad. Tiene un periodo de semidesintegración de 30,23 años, aunque la desaparición total tarda miles de años. Por ello, Bielorrusia se ha convertido en el país con la tasa de cáncer infantil más alta de Europa. Según Germán Orizaola, investigador de la Universidad de Oviedo que ha dedicado gran parte de sus estudios a recorrer las zonas afectadas por Chernóbil, el riesgo al que están expuestos estos niños "se debe fundamentalmente al consumo de alimentos procedentes de zonas contaminadas, así como a posibles efectos transgeneracionales debidos a la exposición a la radiación a la que estuvieron expuestos sus padres".

Antes de salir de su país, los niños son sometidos a un test para ver qué valores de cesio registran en el Instituto Belrad, en Minsk. Al volver de España, les realizan la misma prueba y queda comprobado que, por cada verano que pasan fuera, se reduce en un 40 o 45 % la cifra. Además, según datos de la OMS y de la Organización Mundial contra el Cáncer, cada período de 45 a 60 días que estos niños y niñas pasan fuera del territorio radiado, su esperanza de vida se alarga entre 18 y 24 meses.

No obstante, Orizaola se muestra algo más reacio a este dato, ya que considera que los efectos reales se podrían ver al comparar la esperanza de vida de los niños que ahora están en el programa, con la de los que no están. "Habría que esperar unos 70 años para poder realmente evaluar el posible incremento en esperanza de vida", señala.

Problemas de corazón y de crecimiento

La 'Federación Pro Infancia Chernobyl' es la encargada de seleccionar a los niños, en concreto, la presidenta de la federación y vicepresidenta de Asnia Huelva, Nieves Sánchez, que viaja cada invierno al terreno para, junto con la llamada contraparte (los representantes de la organización en Bielorrusia), visitar colegios, conocer a los niños, las familias, las casas… con la intención de seleccionar a los más necesitados, no solo por las enfermedades o patologías que puedan padecer, sino en base al nivel socioeconómico. "Nos gusta ver a los niños, conocerles, ver en qué situación están y, si padecen alguna patología concreta, tienen prioridad", explica Sánchez.

Las 30 asociaciones que conforman la federación, más la decena que actúa de forma independiente, no perciben subvención del Estado. "Como no es un país tercermundista, no está reconocido como parte del programa de ayudas a la cooperación internacional. No obstante, dependiendo de los ayuntamientos en los que se enmarque cada asociación, pueden llegar a recibir alguna ayuda por parte del gobierno municipal. Si no, todo corre a cargo de la asociación y de las familias", cuenta Sánchez, que relata cómo se pasan el año intentando recaudar fondos con actos benéficos, mercadillos y la venta de artesanía y de lotería de Navidad.

"Cada niño puede costar a la asociación entre 800 y 1.000 euros y todo corre a nuestro cargo", relata. Esto hace que, tras la crisis de 2008, el número de familias de acogida se haya reducido drásticamente. "Por eso y porque parece que Chernóbil ha caído en el olvido y nunca pasó", cuenta Óscar Rodríguez, presidente de la Asociación Pro Niños del Mundo, localizada en Madrid. Sánchez recuerda que en los 90, cuando comenzaron a trabajar en este proyecto, se llegaba a traer a España unos 9.000 niños por verano, "ahora con suerte llegan a los 900".

La revisión médica, lo primero

Cuando Aryna llegó a España iba acompañada, junto con el resto de niños y niñas que venían con la delegación de Madrid, por una tutora nombrada por la contraparte que tiene que tener dos requisitos: que trabaje en algo relacionado con la docencia y que sepa castellano para poder ayudar a los pequeños con las traducciones y su aclimatación.

Lo primero que hacen, como norma de la federación, es ir a un oftalmólogo, un dentista y un pediatra para revisar su cuadro médico. Además, si algún niño tiene alguna patología concreta, va directamente al especialista. Como es el caso de Aryna, que en los informes bielorrusos aparecía detectada una cardiopatía, pero que el cardiólogo de España ha comprobado que no es así. Dependiendo de la comunidad autónoma, casi todo tiene que correr a cargo de la sanidad privada porque si no tendrían que esperar meses hasta que les pudiera revisar un médico. Lo hacen con acuerdos de colaboración en la que determinados centros, clínicas y hospitales no cobran nada por la cita, revisión y tratamiento de los menores.

Aunque ha quedado descartada la deficiencia cardíaca y una posible escoliosis, Aryna sí que se encuentra por debajo del percentil infantil en base a las tablas establecidas por la OMS y todo parece indicar que la radiación le ha afectado al crecimiento, como ocurre en muchos de los niños nacidos en esta zona. Además, también es habitual que padezcan problemas de corazón, respiratorios y de desarrollo intelectual, según apunta Rodríguez.

Con unos enormes ojos azules, que aunque sonríen de vez en cuando, suelen tener la mirada perdida, apagada, casi convirtiéndolos en gris, Aryna es una niña que en tan solo una semana ya sabe decir los colores, las letras, números, e incluso saluda y se despide en español. Es muy rápida aprendiendo y sabe deducir lo que sus padres de acogida le dicen a pesar de la barrera del lenguaje. Es como una esponja. Tiene el pelo larguísimo, le llega hasta la cintura, lacio y de color rubio ceniza. Su madre de acogida, Laura, se lo peina, mientras ella está sentada en un taburete delante de ella. No pierde detalle de cada movimiento, cada gesto, cada sonido… es como si supiera lo que se está diciendo, como si supiera que ella es la protagonista de esta historia.

El desconocimiento de la catástrofe nuclear

"Yo creo que vienen sin saber por qué. En los países de la antigua URSS no se habla de ello, no se reconoce el error humano, aún no se han esclarecido las causas. A los niños se les dice que es por su bien, que así visitan médicos y pasan el período vacacional fuera", cuenta Ana Lozano, otra de las madres de acogida, que participa por primera vez en el programa con Daryna, de 8 años, que tiene una pequeña cardiopatía. Aunque los primeros días de adaptación son complicados para los más pequeños, en seguida se unen a las costumbres familiares, van a campamentos de día con los hermanos de acogida, juegan, van al parque, algunos incluso al mar, aprenden a nadar... disfrutan del verano. "No hay que olvidar lo importante que es el aspecto psicológico de este programa y el beneficio que puede representar a ese nivel para los niños", puntualiza Orizaola.

Daryna, que de nuevo tiene el pelo larguísimo, seña de identidad cultural, le encantan los brillos, el color rosa y pasa el día persiguiendo y cuidando a Noel, de dos años, hijo menor de Lozano. Aunque sonríe en cuanto sabe que le están prestando atención, tiene un gesto tan profundo que parece esconder más vivencias de las que una niña de su edad debería haber afrontado. Habla con su madre de acogida mediante el traductor de google, con quien ha encajado tan bien que entre ellas parece haber una conexión especial, tanto, que la niña no deja de buscar sus abrazos y caricias. Daryna es hija única y tiene padre y madre, un caso excepcional en Bielorrusia donde los orfanatos están a la orden del día y donde las familias suelen estar desestructuradas, marcadas por el alcohol, la tragedia y la violencia.

En este programa, los niños y niñas están desde que cumplen los 7 años, hasta que llegan a los 17 y repiten siempre con la misma familia. Al llegar a la mayoría de edad, si quieren seguir viniendo a España, la organización les sigue ayudando, aunque ya con un visado de turista. Los lazos que crean con sus familias son tan estrechos que les acaban llamando "papá" y "mamá" y suelen hablar por teléfono y WhatsApp durante todo el año.

El regreso

Vika Matsiaka nació el 6 de marzo de 2001, ahora tiene 18 años, pero entró al programa con 8. Cuando ocurrió el desastre de Chernóbil, su madre tenía 5 años y vivía dentro de los 30 km de perímetro de seguridad. Sus abuelos decidieron trasladar a toda la familia hasta Berezino para huir de la radiación. "Nunca me han hablado mucho de lo que ocurrió", cuenta Vika por teléfono desde Bielorrusia en un casi perfecto castellano que ha ido aprendiendo durante todos estos años. Como su madre tenía mucho miedo de lo que pudiera pasarle, quiso que entrara en el programa de 'Pro Infancia', en el que la destinaron con una familia de Huelva. "Cuando era pequeña no entendía nada, lloraba mucho, me sentía diferente, la comida era diferente… Ahora sé que fue muy bueno para la salud", cuenta sin saber que al salir de Bielorrusia por primera vez registró entre 74 y 80 becquerelios por litro, según recuerda la vicepresidenta de Asnia Huelva.

No vino sola. Su vecino Vlad Naskovets también entró en el programa y dio la casualidad de que su madre de acogida era la hermana de la madre de acogida de Vika. Crecieron juntos y se convirtieron casi en hermanos. "Hemos hablado mucho sobre lo que nos ocurrió. Algunas veces pensamos qué hubiera sido de nosotros si no hubiéramos pasados los veranos en España, si no hubiéramos conocidos los dos mundos", confiesa Vika y recuerda cómo notaba el cambio físico cuando volvía de la península: "Nos ha cambiado la vida".

Vika ya no se puede desvincular de sus "padres" españoles, como ella les llama. Aterrizará la próxima semana en nuestro país para visitarles porque, además de los lazos creados, sabe que nunca estará fuera de peligro.

Fuente:
Berta Tena, Los niños que aún llegan de Chernóbil: un verano en España para ganar meses de vida, 21 juio 2019, El Confidencial. Consultado 24 julio 2019.

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