Sobran
diagnósticos que marcan que la falta de cloacas es la principal
causa del deterioro.
por
Fernando Colautti
El
lago San Roque acumula más de 40 años de decadencia, con decenas de
investigaciones que fueron alertando sobre su avanzado estado de
contaminación. Pero en la cultura dominada por la imagen, fue esa de
marzo pasado de un embalse podrido y oloriento frente a la turística
Carlos Paz la que encendió las alarmas como nunca. La degradación
ya saltaba a los ojos. Ahí se reflotaron los anuncios sobre
gestiones, que siguen en camino.
Recién
en 2017, el municipio de Carlos Paz admitió, por primera vez
abiertamente, que el lago que es su postal turística está degradado
y que hasta su uso recreativo representa un riesgo sanitario. Es un
avance: durante largos años, cada información sobre el tema en los
medios generaba el enojo de sus sectores políticos y empresariales
que siempre reprocharon que esa difusión atentaba contra el perfil
de la ciudad. Pero, al revés, el problema no es mostrarlo sino
ocultarlo: lo que aleja a los visitantes es que sea cierto y que no
se haga nada por solucionarlo.
Llama
la atención, en ese marco, que tantas localidades de Punilla tengan
nula o muy baja cobertura en ese servicio, sabiendo del impacto
(sanitario, ambiental pero también turístico y por lo tanto
económico) que esa carencia genera, cuando otras ciudades cordobesas
avanzaron, y por su propia cuenta, en redes cloacales que ocupan más
del 70 u 80 por ciento, y en algunos casos hasta rozan el 100 por
ciento, de sus áreas urbanas.
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