A pesar del largo prospecto de contraindicaciones que tiene su uso, pocos pueden imaginar una vida privada de bolsas plásticas. El mundo cuenta con ejemplos de comunidades que pudieron resolver el problema.
por Maximiliano Monti
Todo un dilema: entre la incomodidad de erradicarlas y la amenaza de seguir usándolas, ¿qué hacemos con las bolsas plásticas?
Por supuesto, no hay nada más difícil que empezar una revolución. Nada más arduo, empinado, impredecible. Es el momento en que la voz enfrenta por vez primera a un auditorio de incrédulos y los convence -o no- de la urgencia de un cambio.
Por eso el mundo escuchó desconcertado al capitán estadounidense Charles J. Moore cuando, luego de
navegar en 1997 una zona poco transitada del Pacífico, describió una gigantesca sábana de basura que cubría el océano.
El fenómeno, que consistía en un conjunto de islas formadas por millones de toneladas de plástico, fue presentado por Moore y el oceanógrafo Curtis Eddesmayer con el nombre de Gran Parche de Basura del Pacífico Norte. La comunidad científica meditó los datos y aconsejó, oportunamente, una salida a la amenaza plástica.
Moore había activado la alarma.
Para aliviar el mea culpa internacional, la década del 2000 reunió esfuerzos comunes sobre uno de los aspectos más evidentes del problema: las bolsas plásticas.
Irlanda fue pionera a través del PlasTax, un impuesto que desde 2002 aplica hasta 44 centavos de euro sobre cada bolsa plástica utilizada.
La medida fue seguida por gravámenes similares en el Reino Unido e Israel, mientras que Taiwán, Kenia, Tanzania, Ruanda, Uganda, Sudáfrica, Italia, China, Los Ángeles y San Francisco decidieron prohibirlas en grandes comercios.
Desde entonces los resultados fueron notables. Sólo en Irlanda su consumo cayó 90 %. Pero lo que en apariencia son señales optimistas de una solución a largo plazo, guarda algunos aspectos oscuros.
Todos están de acuerdo con que hay un problema y también con la necesidad de cambio. Lo difícil es coincidir en la forma: si lo mejor es prohibirlas, cobrarlas o reemplazarlas por bolsas de materiales orgánicos (papel o biodegradables), como hizo Francia en 2010.
El factor invisible
La biodegradabilidad parece ser la clave del asunto. Promete reemplazar a los plásticos convencionales (elaborados a partir de combustibles fósiles) por materiales fabricados a partir de materias primas orgánicas (fécula de papa, aceite de maíz y soja) que pueden descomponerse en abono o compostaje por acción de microorganismos del ambiente. Es una opción que seduce a gobiernos, científicos, empresas y organizaciones ecologistas.
Entusiasmados por las virtudes de la biodegradabilidad, tienen una respuesta por cada objeción.
El proyecto alemán Biokunststoffe y la asociación European Bioplastics destacan la posibilidad de ahorrar petróleo y emisiones de CO2 y minimizan cuestiones como el dilema de la tierra (cada hectárea destinada a la producción industrial es una hectárea perdida para la producción de alimentos).
Las críticas más duras son predicadas por Alemania, país que ocupa el cuarto puesto entre los menores consumidores de bolsas plásticas por persona por año, de acuerdo con la Agencia Federal de Medio Ambiente (UBA, por sus siglas en alemán). Aunque el podio es encabezado por Irlanda (18 contra 71 en Alemania), la cualidad más curiosa del sistema alemán es la ausencia de leyes punitivas que obliguen a comercios y consumidores. Hay, en la sociedad alemana, un factor invisible.
“Alemania cuenta con un sistema dual -explica Beier Wolfgang, experto en procesamiento y reciclaje de plásticos de la UBA-. Las grandes cadenas cobran entre 15 y 25 centavos de euro por bolsa y las tiendas pequeñas las entregan gratuitamente. El número de bolsas de plástico que circula cada año en Alemania varía entre las 70 mil toneladas (según la UBA) y las 106 mil (según la Asociación de Ayuda del Medio Ambiente). En cualquier caso, la Agencia Federal lo considera demasiado alto. Desde una perspectiva ambiental, se necesita con urgencia una reducción en el consumo de estas bolsas”.
El Gobierno alemán desconfía de los remedios comprobados por sus vecinos de la Unión Europea.
Según el informe Plastiktüten (bolsas de plásticos) de 2013 realizado por la UBA, la prohibición en Italia es contraria a la Directiva sobre Envases y Residuos de Envases de la Comisión Europea, y el éxito del programa PlasTax irlandés es parcial al no contemplar las bolsas para productos frescos, frutas, dulces, helados, entre otros.
Descarta, además, la opción definitiva por las bolsas biodegradables porque presentan desventajas que sólo los países con desarrollados sistemas de reciclaje pueden evitar. Por ejemplo, su degradación no está garantizada en vertederos comunes.
“Las bolsas biodegradables -agrega Wolfgang- no son por el momento una alternativa razonable a las bolsas de plástico convencionales. Aunque su uso puede ahorrar recursos no renovables (petróleo) y reducir las emisiones de CO2, el cultivo de materias primas renovables para su fabricación conduce a más estrés en otras áreas del medio ambiente (eutrofización, acidificación) y no resuelve el problema de tirar la basura”.
- ¿Cuál es, para la UBA, la opción en países que carecen de un sofisticado sistema de reciclaje?
- La prohibición total y una mayor utilización de alternativas más limpias, como bolsas reutilizables.
Argentina, un laboratorio
Si bien no existen leyes nacionales, hay ciudades y provincias que decretaron la prohibición o el pago de las bolsas plásticas en comercios. El diagnóstico es alentador.
Solamente la Ciudad de Buenos Aires ha logrado bajar desde 2012 un 57 % su consumo, según el Ministerio de Espacio Público y Medio Ambiente, lo que significa 600 millones de bolsas plásticas menos por año.
La ciudad de Córdoba también participa en la cruzada. El concejal Marcelo Rodio, del partido El Peronismo Que Viene, presentó un proyecto de ordenanza para ser debatido en el Concejo Deliberante. El programa busca implementar las bolsas biodegradables a la vez que reemplazar la presente ordenanza 11.696, que prohíbe la entrega de “bolsas no degradables”.
Con tan ambigua nomenclatura, las bolsas plásticas fueron sustituidas por oxodegradables, es decir, compuestas por materiales biodegradables y no biodegradables que terminan convertidos en plástico picado y aditivos tóxicos. Pueden resolver el impacto visual de las bolsas en el paisaje, pero no el asunto de fondo”.
Rodio indica que piensa trabajar sobre una ordenanza específica cuyo objetivo final es promover el uso de bolsas biodegradables hechas con un material como la fécula de papa, que permite su degradación en dos años y sirve de abono para la tierra.
- ¿Qué experiencias de otros países tuvieron en cuenta?
- Irlanda es un modelo. También Villa General Belgrano y Bariloche. Nosotros proponemos volver al changuito y a la bolsa plástica resistente. Si generamos una campaña de concientización, la gente nos va a dar una mano. No sabe, por ejemplo, que la bolsa que recibe en el supermercado está incluida en el monto de su compra.
- ¿Por qué no, entonces, una prohibición de las bolsas plásticas?
- Nuestro proyecto propone un cambio paulatino de 16 meses. Queremos concientizar, no imponer. Un plan de varias etapas en el que cada vez se entregan menos bolsas oxodegradables hasta entregar solamente dos bolsas según norma Iram, más grandes y resistentes, una negra y una verde para permitir la selección en origen.
- ¿De qué material están hechas?
- Son oxodegradables. Pero también son más resistentes. Esto permite reutilizarlas y reducir su consumo. La norma Iram no es lo ideal, pero es mejor que todo lo que tuvimos hasta el momento. La última etapa es llegar a las bolsas biodegradables.
- La UBA niega que las bolsas biodegradables sean la alternativa. ¿Qué opina al respecto?
- No hemos estudiado el modelo alemán. Hay muchísimos proyectos en todo el mundo. La ventaja de las bolsas biodegradables es que están hechas de una materia prima que, una vez degradada, es buena para la tierra. Por eso no vemos que haya un problema significativo en usarlas. La transición puede ser compleja. Consiste en pasar de una costumbre antigua, conocida, cómoda, hacia una costumbre nueva, inédita, extraña. Las transiciones están llenas de pasos en falso: Daca, la capital de Bangladesh, fue en 2002 la primera ciudad del mundo en prohibir las bolsas plásticas cuando descubrió que la gran inundación de 1998 había sido provocada por la obstrucción de los desagües con plástico. Sin embargo, ocho años más tarde, las autoridades levantaron la veda y la gente volvió a usarlas. Fue un gran error.
Fuente:
Maximiliano Monti, Alternativas a la amenaza plástica, 11/11/13, La Voz del Interior. Consultado 13/11/13.
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