martes, 16 de abril de 2013

Arroyo del Gato: historia de una cuenca condenada

Sobre sus orillas viven miles de familias expuestas a la contaminación y al peligro de ser tapadas por el agua. Las obras necesarias llevan varias décadas de demora y, colapsado en sus desagües, ahora su curso no logra cumplir con algo clave para evitar inundaciones: drenar las aguas del casco.

Visto desde arriba, en imagen satelital, el Gato se parece a una de esas líneas que trazan signos vitales en los monitores de hospital. Lo que recorre esta linea no es pantalla sino una cuadrícula gris y despareja con cientos o miles de techos, parques, arroyos, canales, campos y terrazas. En la cuadrícula, hacia el norte, la línea arranca cerca de la ruta 36, en Olmos, zigzaguea como culebra en las cuencas de Melchor Romero, La Cumbre, Ringuelet y Tolosa, y enfila como línea sin pulso hacia la desembocadura del Río Santiago. Son unos 98 kilómetros cuadrados de superficie total y unos 25 kilómetros de longitud. Es la cuenca donde va a escurrir el 75 % de las aguas de la Ciudad. El arroyo del Gato. Para muchos, la razón de todos los males que flotaron con el desastre del 2 de abril.

Si las aguas corren buscando los arroyos y con ellos el río -un precepto hidráulico básico al que todos los expertos recuerdan al hablar de la última y feroz inundación-, está claro que las que subieron con furia en el casco platense y sus alrededores lo hicieron por una razón tan simple como elemental: no tenían arroyo a dónde ir. O dicho mejor: no había cuenca capaz de escurrir.

Una historia de advertencias
La Plata está cortada por la diagonal 74, que corre de sur a norte, y la zona que queda al oeste de esa diagonal es zona inundable. Allí hay tres arroyos que la rodean: el Regimiento, que nace en el Cementerio; el Pérez, que cruza toda la zona de Los Hornos; y la naciente del arroyo del Gato.

Cuando los pluviales se cargan, detallan distintos expertos consultados por este medio, el agua no tiene más remedio que bajar por las calles. Imaginemos que tomamos un plano de la inundación y le superponemos el plano topográfico tradicional de la Ciudad. Esa sencilla prueba demostrará que buena parte del agua recorrió sus lugares naturales, es decir los cauces de los arroyos.

El arroyo del Gato es la columna vertebral del sistema pluvial platense. Distintos estudios encarados por la UNLP en los últimos años fijan prioridades y obras esenciales para estabilizar la cuenca, que abarca tres cuartos del casco histórico más Los Hornos, Olmos, San Carlos, Romero, Tolosa, Ringuelet y Hernández -y la lista sigue-. Esto significa que toda el agua que cae en esos barrios y localidades y no es absorbida por los paños verdes va a parar, tarde o temprano, al Gato, tras avanzar a una velocidad que se calcula en un metro por segundo.

“Las cuencas son naturales y están conformadas por la topografía -detalla con pedagogía elemental y sencilla Horacio Albina, ex decano de la facultad de Ingeniería de la UNLP-. Lo que ocurre con el Gato es preocupante. Basta con ver la población asentada sobre sus márgenes para confirmar lo disparatado y peligroso de la situación”.

Para Albina y varios de sus colegas, lo que quedó en evidencia de un modo brutal con la última inundación no es algo novedoso. Al contrario. Hace tiempo que los especialistas vienen dando señales de alerta sobre la posibilidad de que ocurra algo como lo que finalmente pasó.

Una de esas voces de alerta fue la del ingeniero hidráulico Pablo Romanazzi, discípulo de Albina en la UNLP y quien junto a su colega Arturo Urbiztondo presentaron el 6 de diciembre de 2007 un informe que proponía soluciones tecnológicas sobre la cuenca del Gato.

En ese trabajo, de más de 400 páginas y avalado por el laboratorio de hidráulica de la facultad de Ingeniera de la UNLP, ambos expertos decían: “se pudo constatar que el sistema actual de evacuación de excedentes pluviales (...) se presenta insuficiente aún para tormentas frecuentes de baja magnitud”.

Entre algunas de las razones de esta situación, los ingenieros marcaron “el aumento de la impermeabilidad y la escorrentía de la cuenca” y el crecimiento de los conductos troncales, los cuales, al decir de los entendidos en la materia, no han acompañado el crecimiento del trazado platense.

“El crecimiento de los conductos troncales no ha acompañado al crecimiento urbano de la ciudad -puntualizan Romanazzi y Urbiztondo-, como sí lo ha hecho en extensión la red secundaria de desagües pluviales. Esto determina una situación de colapso para las pocas salidas que presenta el sistema de evacuación actual”.

Además del diagnóstico, Romanazzi y Urbiztondo recomendaban obras como la ampliación de la capacidad de conducción del arroyo, sobre todo desde la avenida 19 hasta su desembocadura; concretar la ampliación de conductos troncales y la construcción de nuevos conductos principales.

“El crecimiento urbano de la cuenca alta debe afrontarse con la construcción de conductos bajo las grandes avenidas -137, 143 ó 149- y evitar de esta forma el traslado de las aguas hacia el casco fundacional”.

Pese a las advertencias, ninguna autoridad tomó nota y se dispuso a concretar los trabajos necesarios. Nada. Fue así que, un año después de ese trabajo, en 2008 y tras otra fuerte inundación que afectó a la ciudad, técnicos de la consultora ABS tomaron como base el informe de los especialistas de la UNLP y, a pedido de la Dirección Provincial de Saneamiento y Obra Hidráulica (DIPSOH) del Ministerio de Infraestructura bonaerense, elaboraron otro informe en el que presupuestaron las obras estructurales para aliviar la situación del arroyo del Gato.

En ese trabajo figuran cuatro obras clave: la construcción de un derivador del afluente del arroyo Pérez por calle 142 (cotizado en 2010 en 102 millones de pesos), un derivador por avenida 13 (200 millones de pesos), descargas al Gato desde calle 17 hacia aguas abajo (223 millones de pesos) y obras de desagües en las calles 25, 11 y 5 (250 millones de pesos). Al margen de alguna tarea de limpieza sobre el curso de agua, de las obras estructurales apuntadas por los expertos, una vez más, no se hizo nada.

Al comprobar el listado de obras terminadas y en ejecución de la DIPSOH -actualizado hasta noviembre de 2011-, en La Plata sólo figura la obra “desagües pluviales en el barrio La Boyerita” de la cuenca Gorina, con un costo total de 2 millones de pesos y, hasta el 21 de noviembre de ese año, en un estado de avance del 34 %.

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Los hijos del arroyo
El colapso estructural de la cuenca no es el único drama que atraviesa por estos días -y desde hace años- el arroyo del Gato. Al margen de cuestiones hidráulicas, el problema de la contaminación se presenta como uno de los grandes males que afectan a buena parte de ese curso, situación que se agrava al comprobar que cerca de 75 mil personas viven actualmente sobre sus orillas, en la zona denominada cuenca baja. La gran mayoría son chicos a los que, excluidos de cualquier mínimo confort, la mugre y el peligro constante a ser tapados por el agua les va oscureciendo la infancia y cualquier posibilidad de futuro.

Un informe de la dirección provincial de Preservación de la Biodiversidad presentado hace ya un tiempo advertía la situación con una claridad lapidaria: “El arroyo, en determinados tramos, está muerto. No tiene vida”.

Según el estudio, el curso soporta día tras día alteraciones en la composición de sus aguas como efecto de la actividad humana que se genera en sus cercanías. A lo largo de sus 25 kilómetros de extensión, de acuerdo al relevamiento, hay 200 actividades que impactan sobre la cuenca. Además de las industrias dedicadas a distintas producciones, hay un hospital, una unidad carcelaria, e hipermercados. Ni que hablar, claro, de las miles de familias que llevan sus vidas sobre esos márgenes.

“Eso es sencillamente una locura -dice Albina-. La gente no se puede asentar por debajo de determinadas cotas. No sólo en el Gato: está prohibido vivir en las orillas de cualquier cuenca. Hay que tener en cuenta que la actividad humana tan cercana denigra al arroyo y potencia sus peligros, y ni que hablar cuando se producen inundaciones. Toda esa gente es la primera víctima del desastre”.

Una de las conclusiones a las que se llegó con el estudio coincide con lo que tanto han insistido las agrupaciones ambientalistas que se han dedicado a la problemática e incluso con las reiteradas denuncias vecinales: las principales causas de la contaminación del agua -puntualiza el trabajo- son los vuelcos de residuos industriales, las conexiones cloacales clandestinas, los vertidos de desperdicios sólidos sobre los márgenes y el curso principal y los fertilizantes y plaguicidas.

Sin necesidad de navegar sus aguas turbias y nauseabundas, la gente asentada en las precarias viviendas que se amontonan en las cercanías del Gato advierte en forma cotidiana las consecuencias de que el arroyo sea utilizado como basurero de la actividad doméstica y fabril de la zona.

Desde hace años la atmósfera de Ringuelet está impregnada de olores descriptos como “insoportables” y que son más o menos intensos según la época del año, las condiciones climáticas y la cantidad de vuelcos que recibe el curso de agua. De acuerdo a informes técnicos, el 70 % de lo que corre por el cauce es materia orgánica en descomposición. Su estado es comparable con el del Riachuelo o el arroyo Matanza.

La mayoría de los efluentes líquidos son de origen industrial -tratados o sin tratar- y de acuerdo a lo señalado en el estudio del organismo provincial, provienen de actividades como las producidas en las estaciones de servicio, los talleres mecánicos y las fábricas. A esos vuelcos se suman lo que genera vida doméstica y que también va a parar al arroyo, adonde caen los líquidos cloacales de domicilios sin sistema de red y bolsas de RSU (Residuos Sólidos Urbanos) que son arrojadas en forma directa al curso o son arrastradas desde los basurales por la lluvia.

Señalado en los últimos días como uno de los escenarios claves de la inundación que enluta a los platenses, la cuenca es víctima de distintas situaciones que se conjugan para que su estado sea alarmante. Obras estructurales que no se hicieron, vuelcos clandestinos y asentamientos que se han multiplicado en los últimos años contribuyen, cada uno a su modo, para que las aguas del arroyo del Gato suban y bajen siempre turbias. Siempre peligrosas.

Fuente:
Arroyo del Gato: historia de una cuenca condenada, El Día.

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