Sobre sus orillas viven miles de familias expuestas a la contaminación y al peligro de ser tapadas por el agua. Las obras necesarias llevan varias décadas de demora y, colapsado en sus desagües, ahora su curso no logra cumplir con algo clave para evitar inundaciones: drenar las aguas del casco.
Visto desde arriba, en imagen satelital, el Gato se parece a
una de esas líneas que trazan signos vitales en los monitores de hospital. Lo
que recorre esta linea no es pantalla sino una cuadrícula gris y despareja con
cientos o miles de techos, parques, arroyos, canales, campos y terrazas. En la
cuadrícula, hacia el norte, la línea arranca cerca de la ruta 36, en Olmos,
zigzaguea como culebra en las cuencas de Melchor Romero, La Cumbre , Ringuelet y Tolosa,
y enfila como línea sin pulso hacia la desembocadura del Río Santiago. Son unos
98 kilómetros
cuadrados de superficie total y unos 25 kilómetros de
longitud. Es la cuenca donde va a escurrir el 75 % de las aguas de la Ciudad. El arroyo del
Gato. Para muchos, la razón de todos los males que flotaron con el desastre del
2 de abril.
Si las aguas corren buscando los arroyos y con ellos el río -un precepto hidráulico básico al que todos los expertos recuerdan al hablar de la última y feroz inundación-, está claro que las que subieron con furia en el casco platense y sus alrededores lo hicieron por una razón tan simple como elemental: no tenían arroyo a dónde ir. O dicho mejor: no había cuenca capaz de escurrir.
Si las aguas corren buscando los arroyos y con ellos el río -un precepto hidráulico básico al que todos los expertos recuerdan al hablar de la última y feroz inundación-, está claro que las que subieron con furia en el casco platense y sus alrededores lo hicieron por una razón tan simple como elemental: no tenían arroyo a dónde ir. O dicho mejor: no había cuenca capaz de escurrir.
Una historia de advertencias
Cuando los pluviales se cargan, detallan distintos expertos
consultados por este medio, el agua no tiene más remedio que bajar por las
calles. Imaginemos que tomamos un plano de la inundación y le superponemos el
plano topográfico tradicional de la Ciudad. Esa sencilla prueba demostrará que buena
parte del agua recorrió sus lugares naturales, es decir los cauces de los
arroyos.
El arroyo del Gato es la columna vertebral del sistema
pluvial platense. Distintos estudios encarados por la UNLP en los últimos años
fijan prioridades y obras esenciales para estabilizar la cuenca, que abarca
tres cuartos del casco histórico más Los Hornos, Olmos, San Carlos, Romero,
Tolosa, Ringuelet y Hernández -y la lista sigue-. Esto significa que toda el
agua que cae en esos barrios y localidades y no es absorbida por los paños
verdes va a parar, tarde o temprano, al Gato, tras avanzar a una velocidad que
se calcula en un metro por segundo.
“Las cuencas son naturales y están conformadas por la
topografía -detalla con pedagogía elemental y sencilla Horacio Albina, ex
decano de la facultad de Ingeniería de la UNLP-. Lo que ocurre con el Gato es preocupante.
Basta con ver la población asentada sobre sus márgenes para confirmar lo
disparatado y peligroso de la situación”.
Para Albina y varios de sus colegas, lo que quedó en
evidencia de un modo brutal con la última inundación no es algo novedoso. Al
contrario. Hace tiempo que los especialistas vienen dando señales de alerta
sobre la posibilidad de que ocurra algo como lo que finalmente pasó.
Una de esas voces de alerta fue la del ingeniero hidráulico
Pablo Romanazzi, discípulo de Albina en la UNLP y quien junto a su colega Arturo Urbiztondo
presentaron el 6 de diciembre de 2007 un informe que proponía soluciones
tecnológicas sobre la cuenca del Gato.
En ese trabajo, de más de 400 páginas y avalado por el
laboratorio de hidráulica de la facultad de Ingeniera de la UNLP , ambos expertos decían:
“se pudo constatar que el sistema actual de evacuación de excedentes pluviales
(...) se presenta insuficiente aún para tormentas frecuentes de baja magnitud”.
Entre algunas de las razones de esta situación, los
ingenieros marcaron “el aumento de la impermeabilidad y la escorrentía de la
cuenca” y el crecimiento de los conductos troncales, los cuales, al decir de
los entendidos en la materia, no han acompañado el crecimiento del trazado
platense.
“El crecimiento de los conductos troncales no ha acompañado
al crecimiento urbano de la ciudad -puntualizan Romanazzi y Urbiztondo-, como
sí lo ha hecho en extensión la red secundaria de desagües pluviales. Esto
determina una situación de colapso para las pocas salidas que presenta el
sistema de evacuación actual”.
Además del diagnóstico, Romanazzi y Urbiztondo recomendaban
obras como la ampliación de la capacidad de conducción del arroyo, sobre todo
desde la avenida 19 hasta su desembocadura; concretar la ampliación de
conductos troncales y la construcción de nuevos conductos principales.
“El crecimiento urbano de la cuenca alta debe afrontarse con
la construcción de conductos bajo las grandes avenidas -137, 143 ó 149- y
evitar de esta forma el traslado de las aguas hacia el casco fundacional”.
Pese a las advertencias, ninguna autoridad tomó nota y se
dispuso a concretar los trabajos necesarios. Nada. Fue así que, un año después
de ese trabajo, en 2008 y tras otra fuerte inundación que afectó a la ciudad,
técnicos de la consultora ABS tomaron como base el informe de los especialistas
de la UNLP y, a
pedido de la
Dirección Provincial de Saneamiento y Obra Hidráulica
(DIPSOH) del Ministerio de Infraestructura bonaerense, elaboraron otro informe
en el que presupuestaron las obras estructurales para aliviar la situación del
arroyo del Gato.
En ese trabajo figuran cuatro obras clave: la construcción
de un derivador del afluente del arroyo Pérez por calle 142 (cotizado en 2010
en 102 millones de pesos), un derivador por avenida 13 (200 millones de pesos),
descargas al Gato desde calle 17 hacia aguas abajo (223 millones de pesos) y
obras de desagües en las calles 25, 11 y 5 (250 millones de pesos). Al margen
de alguna tarea de limpieza sobre el curso de agua, de las obras estructurales
apuntadas por los expertos, una vez más, no se hizo nada.
Al comprobar el listado de obras terminadas y en ejecución
de la DIPSOH
-actualizado hasta noviembre de 2011-, en La Plata sólo figura la obra “desagües pluviales en
el barrio La Boyerita ”
de la cuenca Gorina, con un costo total de 2 millones de pesos y, hasta el 21
de noviembre de ese año, en un estado de avance del 34 %.
Clic sobre la imagen para ampliarla |
Los hijos del arroyo
El colapso estructural de la cuenca no es el único drama que
atraviesa por estos días -y desde hace años- el arroyo del Gato. Al margen de
cuestiones hidráulicas, el problema de la contaminación se presenta como uno de
los grandes males que afectan a buena parte de ese curso, situación que se
agrava al comprobar que cerca de 75 mil personas viven actualmente sobre sus
orillas, en la zona denominada cuenca baja. La gran mayoría son chicos a los
que, excluidos de cualquier mínimo confort, la mugre y el peligro constante a
ser tapados por el agua les va oscureciendo la infancia y cualquier posibilidad
de futuro.
Un informe de la dirección provincial de Preservación de la Biodiversidad
presentado hace ya un tiempo advertía la situación con una claridad lapidaria:
“El arroyo, en determinados tramos, está muerto. No tiene vida”.
Según el estudio, el curso soporta día tras día alteraciones
en la composición de sus aguas como efecto de la actividad humana que se genera
en sus cercanías. A lo largo de sus 25 kilómetros de
extensión, de acuerdo al relevamiento, hay 200 actividades que impactan sobre
la cuenca. Además de las industrias dedicadas a distintas producciones, hay un
hospital, una unidad carcelaria, e hipermercados. Ni que hablar, claro, de las
miles de familias que llevan sus vidas sobre esos márgenes.
“Eso es sencillamente una locura -dice Albina-. La gente no
se puede asentar por debajo de determinadas cotas. No sólo en el Gato: está
prohibido vivir en las orillas de cualquier cuenca. Hay que tener en cuenta que
la actividad humana tan cercana denigra al arroyo y potencia sus peligros, y ni
que hablar cuando se producen inundaciones. Toda esa gente es la primera
víctima del desastre”.
Una de las conclusiones a las que se llegó con el estudio
coincide con lo que tanto han insistido las agrupaciones ambientalistas que se
han dedicado a la problemática e incluso con las reiteradas denuncias
vecinales: las principales causas de la contaminación del agua -puntualiza el
trabajo- son los vuelcos de residuos industriales, las conexiones cloacales
clandestinas, los vertidos de desperdicios sólidos sobre los márgenes y el
curso principal y los fertilizantes y plaguicidas.
Sin necesidad de navegar sus aguas turbias y nauseabundas,
la gente asentada en las precarias viviendas que se amontonan en las cercanías
del Gato advierte en forma cotidiana las consecuencias de que el arroyo sea
utilizado como basurero de la actividad doméstica y fabril de la zona.
Desde hace años la atmósfera de Ringuelet está impregnada de
olores descriptos como “insoportables” y que son más o menos intensos según la
época del año, las condiciones climáticas y la cantidad de vuelcos que recibe
el curso de agua. De acuerdo a informes técnicos, el 70 % de lo que corre por el
cauce es materia orgánica en descomposición. Su estado es comparable con el del
Riachuelo o el arroyo Matanza.
La mayoría de los efluentes líquidos son de origen
industrial -tratados o sin tratar- y de acuerdo a lo señalado en el estudio del
organismo provincial, provienen de actividades como las producidas en las estaciones
de servicio, los talleres mecánicos y las fábricas. A esos vuelcos se suman lo
que genera vida doméstica y que también va a parar al arroyo, adonde caen los
líquidos cloacales de domicilios sin sistema de red y bolsas de RSU (Residuos
Sólidos Urbanos) que son arrojadas en forma directa al curso o son arrastradas
desde los basurales por la lluvia.
Señalado en los últimos días como uno de los escenarios
claves de la inundación que enluta a los platenses, la cuenca es víctima de
distintas situaciones que se conjugan para que su estado sea alarmante. Obras
estructurales que no se hicieron, vuelcos clandestinos y asentamientos que se
han multiplicado en los últimos años contribuyen, cada uno a su modo, para que
las aguas del arroyo del Gato suban y bajen siempre turbias. Siempre
peligrosas.
Fuente:
Arroyo del Gato: historia de una cuenca condenada, El Día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario