Tras
cinco años de las inundaciones en Sierras Chicas, las heridas
emocionales y psicológicas aún no sanan. Para ahondar en la
temática, Diego Tachella, psicólogo, habló de las secuelas que se
pueden experimentar luego de un acontecimiento como este.
por
Agostina Canova
La
región. La tragedia del 15 de febrero dejó innegables secuelas en
todos los habitantes de las Sierras Chicas. Sin distinción entre
quienes perdieron todo, aquellos que estuvieron horas arriba del
techo, o a quienes no les afectó material o directamente; las
inundaciones dejaron el recuerdo de cuán catastrófica puede ser una
tormenta.
Entre
los vecinos de la región es frecuente escuchar declaraciones tales
como: “Cuando hay lluvia no puedo dormir”; o “Antes no me daban
miedo las tormentas, ahora me aterran”; e incluso “Duermo con un
brazo al costado de la cama, por las dudas que sí empieza a entrar
agua, me despierte antes de que se inunde”.
El
Estado ayudó a los damnificados con kits de electrodomésticos,
colchones o viviendas (algunas aún en deuda). Además de la
colaboración anónima de muchas personas que donaron ropa, muebles,
alimentos y lo que estuviera a su alcance. Sin embargo, hay algo que
nadie pudo reparar: el daño emocional y psicológico.
Luego
de vivir una situación como las inundaciones, la psiquis experimenta
una especie de trauma. Para ahondar en el tema, El Milenio consultó
a Diego Tachella, psicólogo (MP: 3257) y residente de Mendiolaza.
Para
la Organización Mundial de la Salud se considera una situación de
desastre cuando ocurre «un acto de la naturaleza, de tal magnitud,
que da origen a una situación catastrófica en la que súbitamente
se alteran los patrones cotidianos de la vida y la gente se ve
hundida en el desamparo y el sufrimiento”.
Como
resultado de ello, las víctimas necesitan víveres, refugio,
asistencia sanitaria, así como otros elementos fundamentales para
subsistir y protección contra condiciones ambientales desfavorables;
según explicó Tachella.
Asimismo,
agregó que el del llamado 15F, fue un evento súbito -y como tal-
afecta las estructuras bio-psico-socio-ecológicos. De este modo,
provoca modificaciones en los vínculos, altera la cotidianidad y
causa daños y pérdidas materiales y humanas. Esto perturba tanto a
las personas implicadas como a los testigos, el personal de rescate,
pueblos vecinos y hasta a toda una región.
El
Milenio: ¿Cómo afecta a las personas vivir una catástrofe como lo
fueron las inundaciones del 15 de febrero?
Diego
Tachella: Los niveles de afectación son múltiples, dependiendo o
en relación con los recursos personales, familiares, sociales y
comunitarios de cada persona. Desde las pérdidas materiales y de
vidas humanas, hasta los objetos que son de gran valor afectivo para
cada persona.
También
hay efectos inmediatos, a corto, mediano y a largo plazo. En lo
inmediato, está la sorpresa y lo inminente del desastre o crisis y
suelen surgir respuestas de negación, ansiedad, angustia, o
hiperactividad sin propósito.
Durante
el impacto, suelen surgir conductas adaptativas: algunas personas
logran evaluar su situación, controlar su ansiedad y operativizar
un plan de acción para salir de la emergencia. Muchas otras personas
actúan confusamente y deambulan desorientadas. También están
quienes actúan de maneras irracionales, sin control de sus
emociones, paralizados por su ansiedad y angustia.
Hay
un dolor psíquico que se presenta ante el impacto que supera las
defensas de la persona para contener esa desorganización violenta e
imprevista del entorno. Éste se activa ante las pérdidas y la
súbita desaparición de lo que era cotidiano y previsible.
Luego
del primer impacto, pasado un tiempo y empezando a recuperar la
cotidianidad, aparecen las adaptaciones necesarias de toda la
comunidad afectada y de las personas y familias. Es una exigencia
masiva de adaptación que resulta en tensiones y nuevas pautas de
interacción. En ese contexto, los marcos de referencia deben
reestructurarse de manera súbita, estos marcos son los que permiten
entender las circunstancias y definir las acciones o conductas.
Pueden
aparecer también, sensaciones de vulnerabilidad ante el mundo, de
abandono por parte de a quienes se cree responsables del hecho, de
enojo y de angustia. También, una cronificación de la sensación de
desilusión, desamparo y perplejidad ante lo súbito y externo del
hecho.
EM:
¿Puede generar traumas psicológicos permanentes?
DT:
Sí, claro. Si bien a la hora de referirse técnicamente a las
personas que atravesaron este tipo de situaciones, se habla de
damnificados y no de víctimas, para evitar dejar a la persona en un
lugar pasivo ante los hechos, y revictimizarlas.
Es
posible que, ante eventos como éste y con personalidades con cierta
predisposición previa, puedan desarrollarse o agudizarse algún
trastorno. Suele tratarse de estrés postraumático los traumas que
surgen a partir de un desastre natural.
También
resulta necesaria la elaboración del duelo por las pérdidas
materiales, afectivas y en lo simbólico. Lo que implica alcanzar un
nivel de aceptación de la realidad de la pérdida y del impacto que
ésta tiene sobre la vida de cada persona. Aunque si hay algún
trastorno previo, se puede agudizar o surgir alguna crisis puntual.
En
cualquier caso, es recomendable consultar a profesionales, en
especial los niños. Si hay un miedo exagerado o hipervigilancia,
dificultades para dormir, pesadillas perturbadoras repetidas,
angustia excesiva, conductas evitativas en relación a la temática,
irritabilidad o ataques de ira.
EM:
¿Qué recomendación le haría a aquellas personas que sufrieron
durante las inundaciones?
DT:
Elaborar la situación traumática, ya sea hablando sobre el tema o
escuchando a otros y relatando su propia experiencia. También,
participando de redes de apoyo con otros damnificados (conformados
por vecinos, testigos, rescatistas, etc), de encuentros
socio-comunitarios, realizando o participando de expresiones
artísticas, deportivas y culturales (que son formas de elaboración
colectiva de lo que ha sido traumático), ya sea de charlas,
exposiciones o encuentros.
En
lo individual, si se requiere por la intensidad del malestar,
solicitar acompañamiento a equipos especializados o a profesionales.
Un objetivo importante es recuperar la cotidianidad, las rutinas y
tareas diarias, la vida social y comunitaria y los proyectos
personales, familiares y colectivos. Se busca disminuir la sensación
de vulnerabilidad que queda luego de un suceso así.
Además,
es importante establecer (y reestablecer) lazos y redes para ofrecer
y recibir ayuda e información de situación de desastres y
emergencias, en es -si es posible- que se reiteren situaciones
similares.
Fuente:
Agostina Canova agostinacanova@elmilenio.info, Los daños psicológicos tras las inundaciones, 8 febrero 2020, El Milenio. Consultado 9 febrero 2020.
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