Natalia estudió Comunicación en la UBA y tiene una editorial independiente. Foto: Silvana Colombo / La Nación. |
por
Mariano Jasovich
"Haber
nacido en un país contaminado pesa mucho en mi historia. Mi madre
estaba todo el tiempo diciéndome 'no hagas esto, no hagas lo otro'".
Natalia Litvinova es bielorrusa y nació cuatro meses después de la
explosión de Chernobyl en la ciudad de Gomel, a unos 200 kilómetros
de la central nuclear. Su madre estaba embarazada aquel 26 de abril
de 1986, cuando colapsó el reactor 4 que causó una radiación 400
veces mayor que la bomba de Hiroshima. A los 10 años emigró a
Argentina con su familia para escapar de los efectos del desastre.
La
serie de HBO sobre la tragedia en la Unión Soviética tuvo gran
repercusión e hizo que se volviera a hablar de Chernobyl, de las
razones de la explosión y del colapso del mundo comunista. De hecho,
el último líder soviético, Mijail Gorbachov, reconoció en 2006
que el accidente de la central nuclear fue una de las causas de la
desintegración de la URSS. Radiación, cáncer, malformaciones en
bebés, desinformación y terror. Son algunas de las palabras que
resuenan en las cabezas de los sobrevivientes de la tragedia.
Vivir
con miedo
Natalia
tiene la piel muy blanca y los ojos claros. Sería la última de las
mamushkas por su delgadez, pero no por su altura. "Lo primero
que recuerdo es que mi mamá le tenía terror al sol. No me dejaba
exponerme ni un segundo. Otro tema era también con la lluvia. Apenas
caían dos gotas todas las madres corrían a tapar a sus hijos y a
meterlos en los departamentos", recuerda la joven, que gesticula
con sus manos al mejor estilo argentino.
El
país de Natalia, Bielorrusia, formaba parte de la Unión Soviética
en 1986 y fue uno de los que más sufrió la radiación silenciosa de
Chernobyl. El 23% del territorio de Bielorrusia resultó afectado por
la radiación. Y el 70% de las partículas radiactivas emitidas por
la central durante el accidente acabaron en ese país. Como
consecuencia del desastre, 135.000 bielorrusos fueron evacuados de
sus hogares y reubicados.
Natalia
recuerda que su tía, también embarazada, estaba trabajando la
tierra el día después de la explosión (el accidente ocurrió a las
1:23 de la madrugada del 26 de abril de 1986) y su hijo nació con
malformaciones y no sobrevivió.
"El
relato familiar de ese día cuenta que hacía mucho calor, más de 30
grados. Una temperatura poco común para esa zona -recuerda
Litvinova-. La ciudad estaba semivacía, porque muchos se habían ido
a pasar sus vacaciones al campo".
Vivir
con radiación
A
diferencia de Prípiat, la ciudad Ucraniana pegada a la central
nuclear y en donde vivían sus trabajadores, que fue evacuada en su
totalidad, la bielorrusa Gomel siguió su "vida normal"
esos años. "En el edificio donde vivíamos con mi familia casi
no quedaron hombres -relata Natalia-. Murieron la mayoría entre los
55 y 65 años de edad".
Dos
años después del desastre, su madre con un grupo de amigos
decidieron visitar la zona de Chernobyl. "Fueron al cementerio
más cercano a festejar una especie de ´Día de los muertos' con
vodka y comida. De hecho en todos los cementerios bielorrusos hay
mesitas y sillas entre las tumbas para este tipo de reuniones".
"Muchos
años después mi madre me contó que sintió en el aire como un
aroma metálico embriagador que la adormeció a ella y a sus amigos
-cuenta Natalia-. ´Me dieron ganas de quedarme tirada en el pasto
durmiendo', me contó. En ese momento se asustaron mucho y se
volvieron".
Las
lecturas de radiactividad en la leche en pueblos a 225 kilómetros de
distancia de Chernobyl rebasan en la actualidad hasta cinco veces el
límite para los adultos, y más de 12 veces el límite para los
niños, de acuerdo con científicos de los Laboratorios de
Investigación Greenpeace en la Universidad de Exeter, en Gran
Bretaña, y del Instituto Ucraniano de Radiología Agrícola.
"Estas
personas saben que la leche puede representar un peligro, pero nos
dicen: 'no tenemos opción, tenemos que alimentar a nuestras
familias'", dijo recientemente al New York Times Iryna Labunska,
investigadora de la Universidad de Exeter y autora principal del
estudio. "Mis abuelos vivieron la guerra y me decían 'mirá si
nos vamos a ir por un poco de radiación'", explica Natalia. Un
tercio de la población de Bielorrusia fue exterminada durante la
Segunda Guerra Mundial en el avance de los alemanes sobre territorio
soviético.
Actualmente,
33 años después del desastre, Bielorrusia es el país con más
superficie dentro de la "Zona Muerta" provocada por el
accidente, que abarca unos 2.600 kilómetros cuadrados. Las zonas de
exclusión de Bielorrusia están cerradas al turismo, a diferencia de
Prípiat, en Ucrania, que hoy vive un boom turístico luego de la
serie de HBO.
Hace
dos años, Natalia volvió a visitar a las amigas de su madre en
Gomel. "La ciudad estaba igual como la dejé a mis 10 años. Eso
me pareció hasta poético. Me sentí metida en una película con el
tiempo detenido. Fui en verano y estaba todo florecido -explica la
joven-. Lo que si me impactó fue que en el parque donde yo jugaba
habían hecho una base militar".
La
relación con los bielorrusos no fue fácil. "Yo ya era
'argentina' para ellos y me miraban raro porque hacía preguntas
sobre la radiación. Hay mucha negación en Gomel sobre los efectos
que sigue causando Chernobyl. De hecho, fuimos hasta un río y yo no
me animé a entrar. Y la amiga de mi mamá se metió y me miró con
desconfianza por mi actitud. Allá no se habla ni de Chernobyl, ni de
política. No hay espacios para la crítica o protestas. Muy
diferente a Argentina", cuenta Natalia.
La
vida en la Argentina
Cuando
ya había vivido 10 años en Gomel, entre los miedos al sol y la
lluvia, se produjo un clic en su madre que la decidió a marcharse.
"Yo tenía problemas para asimilar el hierro en la sangre.
Fuimos a ver a un pediatra que le recomendó a mi mamá que nos
fuéramos del país, que era lo mejor para la salud. Además, por
esos días se murió en forma repentina el hijo de una amiga de mi
madre mientras dormía. Nunca supieron que le pasó", cuenta
Natalia.
Primero
intentaron emigrar hacia Rusia, pero no fueron aceptados. "Hay
mucha discriminación hacia el bielorruso y el ucraniano en Moscú",
cuenta. Entonces, la madre de Natalia usó una especia de juego de la
copa, que se hacía en este caso con un plato y un mapa. Y salió
Argentina.
La
familia (compuesta también por su padre y su hermano) vendió su
casa, su auto y se embarcaron hacia su nuevo destino. Llegaron en
1996, en pleno 1 a 1 menemista. "Lo primero que recuerdo es que
nuestros ahorros acá no valían nada. Era todo mucho más caro.
Enseguida nos fuimos a vivir a un hotel familiar por la zona de
Congreso. Una familia también rusa que vivía al lado nuestro se
hicieron nuestros amigos y después nos robaron todo", confiesa
Natalia, que recuerda que su padre murió a poco de llegar al país,
víctima de una trombosis.
Ahora
Natalia, con 32 años, se dedica a la poesía y tiene una editorial
llamada Llaltén. "Es una planta medicinal, creo que tiene que
ver con la idea de que la literatura sana", dice la joven
bielorrusa.
"Al
principio me asustó un poco el colegio. Yo venía de una educación
soviética en la que sólo preguntás cuando te dejan. Está armado
para que te dediques a estudiar y no tengas amigos. Acá era todo muy
distinto, los chicos gritaban todo el tiempo, la maestra también y
yo no entendía el idioma y me sentía abrumada", relata la
poeta.
Pero
luego del arranque complicado, Natalia se acomodó al estilo
argentino. Ahora cuenta que puede tomar sol, hizo toda su carrera en
la educación pública hasta la universidad (estudió comunicación
en la UBA) y ahora la pelea como todos los jóvenes del país con un
emprendimiento propio apostando por el arte.
Fuente:
Mariano Jasovich, El crudo relato de una sobreviviente de Chernobyl: "Les teníamos miedo al sol y a la lluvia", 13 junio 2019, La Nación. Consultado 18 junio 2019.
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