jueves, 13 de junio de 2019

Chernobyl: cuando la boca te sabe a metal



Repasamos la serie Chernobyl, de HBO y Sky, que ha supuesto una verdadera sensación en la comunidad seriéfila. Tanto su factura como su mensaje como las conclusiones que se pueden sacar de la histórica catástrofe de 1986 merecen un comentario.

por Raúl Sánchez Saura

Es justo comenzar diciendo que Chernobyl (2019) no es una serie ni antinuclear ni pronuclear. Simplemente no se posiciona en ese debate. La intención de Craig Mazin era la de retratar una catástrofe acaecida en 1986, por lo general, de forma realista.

El fenómeno que esta ha supuesto lo conocemos todas a estas alturas: antes incluso de que se emitiera el último episodio, esta miniserie ya contaba con la mayor puntuación en IMDB. Hay quienes puedan pensar que quizás a modo de venganza ante la decepción de la octava temporada de Juego de tronos entre su comunidad de fans, pero lo cierto es que Chernobyl, a día de hoy, es sin duda la serie de 2019. Las actuaciones de Jared Harris, Emily Watson, Stellan Skarsgård, Jessie Buckley o Paul Ritter apabullan, como hace la mayoría de ellas durante la escena del juicio. Otros cameos, como los de Ralph Ineson, James Cosmo, Donald Sumpter o Michael McElhatton perviven en el recuerdo.

La música, imperceptible por momentos, no busca subrayar la carga emotiva de lo que estamos viendo, porque no hace falta. La fanfarria de un Zimmer o un Williams hubiese aguado la experiencia, relegando esta joya a un melodrama de domingo por la tarde. Y aún más remarcable es que la mente detrás de todo esto sea responsable de dos de las películas de Resacón. La producción, el guion y todo el trabajo técnico alcanzan el aprobado, consiguiendo que uno necesite una ducha para quitarse la radiación al final de cada episodio.

Y aquí hemos tocado un tema sensible para algunos, que acusan a la miniserie de sensacionalista, y de paso irreal. Sin pretender justificar las decisiones de nadie, ni listar las incongruencias con la realidad (ya que esto se ha hecho ya tanto), es cierto que Chernobyl se toma algunas licencias con el bosque, el helicóptero o la sucesión de los acontecimientos aquel 26 de abril de 1986, entre otras. Pero estas bien pueden entenderse cuando toca comprimir varios meses en unas pocas horas, como ha tocado hacer con el personaje de Ulana Khomyuk. Y, en tanto su mensaje no es el de valorar la energía nuclear ni exacerbar las tragedias humanas fruto de ese desastre, cuesta acusarla de sensacionalista.

El tema principal de la serie, contra la que se advierte de principio a fin, son las mentiras. El riesgo en el que incurrimos cuando faltamos a la verdad, la escondemos o la despreciamos. Cuando quienes ostentan el poder juegan con estas cuestiones y confunden el juicio de la ciudadanía. Este desprestigio de la verdad es una amenaza desde los tiempos de Orwell hasta Trump, y quizás Mazin tuviera esto último especialmente en consideración. Nadie ha de renunciar a su propio juicio ante el discurso del gobernante, ni renunciar a denunciar lo que es obviamente falso. Sin contrapoderes, el poderoso se vuelve soberbio y relativiza los errores que puede cometer. Se cree más allá del bien y del mal, así como su rayo que emplea cual Zeus. Que Mazin haya escogido Chernóbil para contar esta historia no nos debe sorprender: se han publicado decenas de libros alrededor del accidente desde principios de los 90. Es un desastre que sigue atrayendo a la gente por las razones que fuere. Y la censura del aparato soviético encaja perfectamente con esta cuestión.

Quizás lo que nos queda por decir es la necesidad de confrontar las mentiras y medias verdades de quienes buscan oscurecer la realidad, callar y amedrentar a quien tiene otra visión de los hechos. Esto es algo que el colectivo antinuclear conoce muy bien, por algo han llegado a poner protección a algunas de nosotras. La soberbia de ciertos colectivos continúa siendo estomagante cuando hablamos de temas tan dolorosos y delicados, más cuando no reconocen los números de las víctimas ni muestran solidaridad con las vidas que se perdieron. Chernobyl está dedicada a ellas y en ellas nos corresponde pensar. Que nunca vuelva a suceder lo que sufrieron estas personas. Que la soberbia no impere.

Véanla y dúchense si lo precisan. Le darán la razón a IMDB.

Fuente:
Raúl Sánchez Saura, Chernobyl: cuando la boca te sabe a metal, 10 junio 2019, El Salto Diario.

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