Repasamos la serie Chernobyl, de HBO y Sky, que ha supuesto una verdadera sensación en la comunidad seriéfila. Tanto su factura como su mensaje como las conclusiones que se pueden sacar de la histórica catástrofe de 1986 merecen un comentario.
por
Raúl Sánchez Saura
Es
justo comenzar diciendo que Chernobyl (2019) no es una serie ni
antinuclear ni pronuclear. Simplemente no se posiciona en ese debate.
La intención de Craig Mazin era la de retratar una catástrofe
acaecida en 1986, por lo general, de forma realista.
El
fenómeno que esta ha supuesto lo conocemos todas a estas alturas:
antes incluso de que se emitiera el último episodio, esta miniserie
ya contaba con la mayor puntuación en IMDB. Hay quienes puedan
pensar que quizás a modo de venganza ante la decepción de la octava
temporada de Juego de tronos entre su comunidad de fans, pero lo
cierto es que Chernobyl, a día de hoy, es sin duda la serie de 2019.
Las actuaciones de Jared Harris, Emily Watson, Stellan Skarsgård,
Jessie Buckley o Paul Ritter apabullan, como hace la mayoría de
ellas durante la escena del juicio. Otros cameos, como los de Ralph
Ineson, James Cosmo, Donald Sumpter o Michael McElhatton perviven en
el recuerdo.
La
música, imperceptible por momentos, no busca subrayar la carga
emotiva de lo que estamos viendo, porque no hace falta. La fanfarria
de un Zimmer o un Williams hubiese aguado la experiencia, relegando
esta joya a un melodrama de domingo por la tarde. Y aún más
remarcable es que la mente detrás de todo esto sea responsable de
dos de las películas de Resacón. La producción, el guion y todo el
trabajo técnico alcanzan el aprobado, consiguiendo que uno necesite
una ducha para quitarse la radiación al final de cada episodio.
Y
aquí hemos tocado un tema sensible para algunos, que acusan a la
miniserie de sensacionalista, y de paso irreal. Sin pretender
justificar las decisiones de nadie, ni listar las incongruencias con
la realidad (ya que esto se ha hecho ya tanto), es cierto que
Chernobyl se toma algunas licencias con el bosque, el helicóptero o
la sucesión de los acontecimientos aquel 26 de abril de 1986, entre
otras. Pero estas bien pueden entenderse cuando toca comprimir varios
meses en unas pocas horas, como ha tocado hacer con el personaje de
Ulana Khomyuk. Y, en tanto su mensaje no es el de valorar la energía
nuclear ni exacerbar las tragedias humanas fruto de ese desastre,
cuesta acusarla de sensacionalista.
El
tema principal de la serie, contra la que se advierte de principio a
fin, son las mentiras. El riesgo en el que incurrimos cuando faltamos
a la verdad, la escondemos o la despreciamos. Cuando quienes ostentan
el poder juegan con estas cuestiones y confunden el juicio de la
ciudadanía. Este desprestigio de la verdad es una amenaza desde los
tiempos de Orwell hasta Trump, y quizás Mazin tuviera esto último
especialmente en consideración. Nadie ha de renunciar a su propio
juicio ante el discurso del gobernante, ni renunciar a denunciar lo
que es obviamente falso. Sin contrapoderes, el poderoso se vuelve
soberbio y relativiza los errores que puede cometer. Se cree más
allá del bien y del mal, así como su rayo que emplea cual Zeus. Que
Mazin haya escogido Chernóbil para contar esta historia no nos debe
sorprender: se han publicado decenas de libros alrededor del
accidente desde principios de los 90. Es un desastre que sigue
atrayendo a la gente por las razones que fuere. Y la censura del
aparato soviético encaja perfectamente con esta cuestión.
Quizás
lo que nos queda por decir es la necesidad de confrontar las mentiras
y medias verdades de quienes buscan oscurecer la realidad, callar y
amedrentar a quien tiene otra visión de los hechos. Esto es algo que
el colectivo antinuclear conoce muy bien, por algo han llegado a
poner protección a algunas de nosotras. La soberbia de ciertos
colectivos continúa siendo estomagante cuando hablamos de temas tan
dolorosos y delicados, más cuando no reconocen los números de las
víctimas ni muestran solidaridad con las vidas que se perdieron.
Chernobyl está dedicada a ellas y en ellas nos corresponde pensar.
Que nunca vuelva a suceder lo que sufrieron estas personas. Que la
soberbia no impere.
Véanla
y dúchense si lo precisan. Le darán la razón a IMDB.
Fuente:
Raúl Sánchez Saura, Chernobyl: cuando la boca te sabe a metal, 10 junio 2019, El Salto Diario.
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