¿Cómo interpretan las víctimas de Chernóbil su experiencia si no hay mito, episodio histórico o novela que se le parezca?
por
Sergio del Molino
Estoy
tan obsesionado con Chernobyl que acabo de ver una foto de una ciudad
en tono sepia con una niebla marronácea cubriendo los edificios y he
pensado que era un fotograma de la serie. Qué va: era una
perspectiva de Madrid y su boina un día de mucha contaminación. Por
lo que percibo, esto le pasa a más gente, y las razones de esa
fascinación no están tanto en la calidad (soberbia e inapelable) de
la serie, sino en la propia catástrofe.
Lo
explica Svetlana Alexiévich en su Voces de Chernóbil (una de las
obras en las que Craig Mazin se ha basado para escribir la ficción
de HBO): la explosión nuclear desafía nuestra capacidad de narrar.
Alexiévich tardó una década en decidirse a escribir la primera
versión de su obra porque no quería regurgitar otro libro sobre
Chernóbil. De esos había muchos y era relativamente fácil
hacerlos: recopilar información, construir una cronología y ordenar
lo que se sabe en un relato. Nada que cualquier periodista con oficio
no supiera hacer.
Ella
quería saber cómo las víctimas se contaban la historia a sí
mismas. Cómo se narraba lo que no tenía modelos. Sabemos relatar
una guerra porque conocemos muchas guerras. Incluso sabemos contar el
Holocausto porque ha habido otros exterminios. Damos sentido a
nuestra vida al comparar las experiencias con relatos que conocemos.
Pero ¿cómo interpretan las víctimas de Chernóbil su experiencia
si no hay mito, episodio histórico o novela que se le parezca?
Por
eso, Voces de Chernóbil tiene una marca de autor tan acusada, y esa
marca es precisamente lo que echo de menos en la serie de HBO, que,
siendo brillante, no se despega de la voluntad testimonial y no se
hace las preguntas que inquietan tanto a Alexiévich. Tras verla,
aunque nos obsesione y temblemos en el sofá, seguimos sin saber qué
ocurrió aquella madrugada de 1986.
No hay comentarios:
Publicar un comentario