Un bloque de ese mineral de la Segunda Guerra Mundial muestra lo cerca que estuvo Hitler de tener la energía atómica.
por
Miguel Ángel Criado
En
el verano de 2013, el profesor de ciencia de materiales de la
Universidad de Maryland (Estados Unidos) y experto en aceleración de
partículas Tim Koeth recibió un extraño regalo de cumpleaños.
Envuelto en un papel marrón había un cubo metálico de un color
gris casi negro de cinco centímetros de lado (125 cm3) y 2,4 kg de
peso. No sospechó lo que era hasta leer lo que venía en el reverso
del papel y que traducido del inglés viene a decir: "Traído de
Alemania, del reactor nuclear que Hitler trató de construir. Regalo
de Ninninger". Koeth ha dedicado buena parte de los últimos
cinco años a estudiar el misterioso cubo y la historia que hay tras
él. Su conclusión es que Alemania estuvo muy cerca de desarrollar
la energía nuclear.
Lo
primero que hizo Koeth fue averiguar quién era ese Ninninger. Aunque
había muerto hacía más de una década, localizó a su viuda para
descubrir que durante la Segunda Guerra Mundial había sido
responsable del acopio de uranio del Proyecto Manhattan (de donde
salió la bomba atómica) en su centro de Nueva York. Tirando de ese
hilo llegó hasta Haigerloch, un pueblecito a 70 kilómetros de
Stuttgart, en el suroeste de Alemania, adonde fue en sus vacaciones.
Allí, en una cava de cerveza hoy convertida en museo, el teórico
cuántico y premio Nobel de Física de 1932, Werner Heisenberg, había
trasladado sus laboratorios cuando, en el invierno de 1944, las
tropas aliadas amenazaban con entrar en territorio alemán.
Poco
después de que en 1939 tres colegas alemanes descubrieran la fisión nuclear y la ingente cantidad de energía que liberaba, la agencia de
armamento del Ejército alemán (Heereswaffenamt, que puso en pie la
poderosa máquina de guerra de los nazis) reclutó a los mejores
físicos del país para que estudiaran las posibles implicaciones
bélicas del descubrimiento. Tras un año de estudio teórico y
experimentos, Heisenberg elaboró un informe para la Heereswaffenamt
en el que sostenía que "la construcción de una bomba nuclear
mediante la separación de isótopos de uranio o la producción de
plutonio en un reactor era, en principio, factible, pero ambas vías
necesitarían de muchos años. Estaban fuera del alcance de los
medios de Alemania en tiempos de guerra y probablemente más allá de
las capacidades de los enemigos de Alemania", recordaba
recientemente el físico Klaus Gottstein, que trabajó con Heisenberg
tras la guerra.
Aparentemente,
los nazis hicieron caso a Heisenberg y aparcaron la idea de la bomba.
En realidad, la siguieron buscando en una serie de experimentos
paralelos llevados a cabo por un físico de los suyos, Kurt Diebner,
que hasta el mismo final de la guerra siguió haciendo ensayos con el
uranio en Gotaw, en pleno centro de Alemania. Mientras, Heisenberg
recibió aprobación para investigar ya bajo control civil, primero
en Berlín y después en Haigerloch, la generación de energía
eléctrica de base nuclear con el desarrollo de un reactor. En eso
estaba cuando los aliados llegaron al pueblecito alemán.
"Este
experimento fue el último intento y el que más cerca estuvo de
crear un reactor nuclear autosostenido, pero no disponían del
suficiente uranio en el núcleo para lograrlo", dice Koeth, que
cuenta su peripecia histórico-científica en el último número de
la revista del Instituto Americano de Física, Physics Today. La
uranium machine de Heisenberg consistía en 664 cubos de uranio como
el que le regalaron a Koeth unidos por acero trenzado y suspendidos
en un tanque de agua pesada (óxido de deuterio), para moderar la
reacción, y todo ello rodeado por un anillo de grafito. Se llamaba
B-VIII, fue el octavo intento y último experimento, que tuvo lugar
en marzo de 1945, apenas un mes antes de que llegaran los soldados
estadounidenses. Pero como dijera el físico alemán, faltaba masa
crítica. Los cubos eran de uranio natural no enriquecido, por lo que
apenas contenían un 0,7 % del isótopo uranio-235, el único fisible
y por tanto con capacidad para provocar una reacción en cadena de
fisión nuclear.
Aunque
el reactor estaba a medio desmantelar cuando llegaron los aliados,
sin el agua pesada y los cubos de uranio escondidos, de su estudio y
de los documentos recuperados de una letrina, los estadounidenses
dedujeron que, al menos allí, no había ninguna bomba nuclear y ni
siquiera el reactor podría generar y mantener una reacción
controlada. Heisenberg lo reconocería años más tarde en un
escrito: "El aparato aún era demasiado pequeño para sostener
una reacción de fisión de forma independiente, pero un ligero
aumento en su tamaño podría haber bastado para iniciar el proceso
de generación de energía". Koeth aporta el dato: "Se ha
calculado que el reactor experimental de Haigerloch habría
necesitado un 50 % más de uranio para funcionar".
Lo
llamativo es que los nazis contaban con esa cantidad extra. En los
Archivos Nacionales de Estados Unidos, el profesor estadounidense
encontró una caja nombrada German Uranium. Dentro no había mucha
información sobre los 664 cubos de Heisenberg, de los que se
recuperaron 659 enterrados en un campo cercano. Pero sí halló
diversos informes sobre otra partida de 400 cubos a los que se les
había perdido la pista. Eran el material que usó Diebner, rival y
enemistado con Heisenberg, en los experimentos militares de Gotaw.
"Si
los alemanes hubieran concentrado sus recursos [como se hizo el
Proyecto Manhattan], en vez de mantenerlos dispersos en experimentos
rivales, puede que hubieran logrado desarrollar un reactor nuclear
funcional", asegura la investigadora de la Universidad de
Maryland y coautora de la investigación, Miriam Hiebert.
Hace
10 años, un grupo de físicos italianos cogieron los escritos de
Heisenberg sobre el experimento B-VIII y modelaron hasta dónde
llegaron los alemanes, viendo que estaban en la vía correcta.
"Aunque el reactor nuclear B-VIII aún estaba lejos de la
criticidad (que es k=1, mientras el B-VIII estaba en torno a k=0.85),
la distancia hasta un reactor autosostenido era pequeña. Parece que
los alemanes tenían todos los elementos para calcular correctamente
la masa crítica antes de desarrollar el reactor. En cierta manera,
es extraño cómo se les escapó la configuración correcta",
comenta el físico de partículas de la Agencia Italiana para las
Nuevas Tecnologías, la Energía y un Desarrollo Sostenible (ENEA) y
principal autor de aquella investigación, Giacomo Grasso.
El
análisis del cubo de Koeth mediante espectroscopia de rayos gamma
muestra que no fue usado en ningún reactor que lograra la mencionada
criticidad. Y no es el único cubo que cuenta la misma historia. En
2015, físicos del entonces Instituto de Elementos Transuránicos, un
centro de investigación en seguridad nuclear dependiente del Centro
Común de Investigación (JRC) de la UE, sometieron a un profundo
análisis forense a otro de los cubos de Heisenberg, este encontrado
en las cercanías de su residencia de verano en los años 60.
Tras
determinar que el cubo fue producido en septiembre de 1943, vieron
que estaba casi sin usar: "No vemos ninguna evidencia (es decir,
productos de fisión, ni niveles elevados de U-236 o Pu-239) que
indiquen que el cubo haya estado expuesto a una irradiación de
neutrones significativa. Por lo tanto, no hubo reacción en cadena
autosuficiente", comenta el principal autor de aquella
investigación y analista forense nuclear de la dirección de
seguridad nuclear del JRC, Klaus Mayer, que añade: "Esto
sugiere que el programa alemán no estaba cerca de un reactor
operativo".
¿Qué
les faltó? Igual es que no quisieron. Es lo que opina Giacomo
Grasso: "El verdadero problema fue el intento, de Heisenberg, de
evitar o al menos retrasar todo lo posible que los nazis tuvieran el
poder atómico. Toda la comunidad científica de entonces estaba
sorprendida del retraso que mostraron los alemanes en tener un
programa nuclear. Por supuesto, nadie puede decir con seguridad qué
pasó y por qué no lo lograron".
¿Dónde
están los demás cubos?
M.Á.C.
Dentro
del Proyecto Manhattan, los estadounidenses pusieron en marcha la
operación de inteligencia Alsos. Su objetivo inicial era saber hasta
dónde habían llegado los alemanes en el desarrollo de la energía
atómica y, por tanto, la bomba. Con el desembarco en tierras
europeas, el objetivo se modificó: ahora se trataba de recopilar
toda la documentación sobre el programa nuclear nazi y capturar a
los científicos que participaban en él... antes de que lo hicieran
los soviéticos.
Fueron
comandos de la Operación Alsos los primeros en llegar a Haigerloch y
los que, el 27 de abril de 1945, localizaron 659 de los 664 cubos del
reactor de Heisenberg. Tras una escala en París, debieron llegar a
Nueva York, donde Nininger (ver arriba) debió quedarse con el que le
regalarían a Koeth. Este profesor cree que la mayoría debió de
acabar como combustible para armas atómicas en el Laboratorio
Nacional de Oak Ridge. Sin embargo, en estos cinco años de
investigación ya ha encontrado una decena de ellos.
Pero
hubo cinco que no estaban en el agujero de Haigerloch. Probablemente
se los llevara Heisenberg. El genial físico alemán huyó en
bicicleta de Haigerloch dos días antes de que llegaran los
estadounidenses. Durante tres días pedaleó hasta llegar a su casa
de verano, en Urfeld, al sur de Baviera y a unos 320 kilómetros.
Allí esperaba su familia y allí fue detenido por miembros de Alsos.
20 años más tarde, unos niños encontraron dos cubos como el de
Koeth en el lecho de un río cercano a la casa. Es el material que
analizaron los forenses nucleares del JRC.
En
cuanto a los 400 cubos de Kurt Diebner, el rival de Heisenberg, lo
más probable es que acabaran en la Unión Soviética.
Fuente:
Miguel Ángel Criado, El cubo de uranio de Heisenberg y el fallido reactor nuclear nazi, 5 mayo 2019, El País. Consultado 6 mayo 2019.
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