por Álvaro
Santana-Acuña
WALLA WALLA,
Washington - Notre Dame de París, una de las iglesias más visitadas
del mundo, ha ardido en plena Semana Santa por causas aún
desconocidas. Fuentes oficiales señalan los trabajos de restauración
de la iglesia como el posible origen del incendio. Se sabe ya que han
desaparecido para siempre la aguja central del siglo XIX y numerosas
vidrieras, algunas de las cuales databan de la Edad Media. La
estructura de la nave y las dos torres se han salvado. Sin embargo,
el daño simbólico es quizás mayor que el daño material. Situada
en el corazón de París, Notre Dame es un símbolo de Francia y
ahora también es un símbolo de la desidia política y ciudadana
global hacia la gestión y la protección del patrimonio
histórico-artístico.
Notre Dame se
comenzó a edificar en el siglo XII y su arquitectura se convirtió
en uno de los mejores ejemplos del estilo gótico europeo. Dentro y
en los alrededores de la iglesia ocurrieron varios episodios
capitales de la historia francesa y europea. Durante la Revolución
francesa de 1789, el edificio sufrió daños graves, entre ellos la
mutilación y decapitación de las figuras de los reyes en la fachada
occidental. Años después, en 1804, Napoleón Bonaparte fue coronado
ahí como emperador y se lanzó a la conquista de Europa, Egipto y
Rusia. Notre Dame ha inspirado decenas de obras de arte, como el amor
trágico de Quasimodo en la novela Nuestra Señora de París del
escritor Victor Hugo. Pero para la mayoría de sus 30.000 visitantes
diarios, Notre Dame es poco más que una de las postales más
reconocibles de París, como la Torre Eiffel, la pirámide del Louvre
(y la Mona Lisa), un lugar donde hacerse el selfi de turno.
El incendio de
Notre Dame de París ocurre más de siete meses después del incendio
que destruyó otro símbolo patrimonial: el Museo Nacional de Brasil
en Río de Janeiro y las aproximadamente 20 millones de piezas que resguardaba. Ahora en Francia, en medio de la consternación por la
pérdida irreparable, la opinión pública ha vuelto a conocer las
grandes dificultades que un monumento como la catedral parisina, pese
a su valor patrimonial, tenía para recaudar el dinero de la
restauración, incluso pese a que su propietario es el Estado francés. Por desgracia, el caso de Notre Dame no es la excepción
sino la triste norma en el mundo patrimonial.
Desde hace años,
me dedico a estudiar los informes anuales que la Organización de las
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco)
publica sobre el estado de salud de los monumentos más valiosos de
la humanidad, y que están incluidos en la lista del Patrimonio de la Humanidad. Se trata de más de 1092 sitios entre los cuales se
encuentran, Machu Picchu en Perú, el Taj Mahal en la India, la Gran Muralla china y, por supuesto, las orillas del río Sena, que
incluyen la catedral de Notre Dame. Año tras año, la desoladora
conclusión de numerosos informes es la misma: los bienes de nuestro
patrimonio mundial desaparecen o sufren daños irreversibles sobre
todo por la falta de recursos y del impacto del turismo globalizado.
En el caso de
Notre Dame, un informe de la Unesco ya alertaba en el año 2000 de
los graves daños provocados por las tormentas. Pese al valor
universal del edificio, se tardó más de una década en iniciar las
obras de restauración. Lo que no mencionan los informes de la Unesco
son los efectos negativos del turismo de masas, que no ha ayudado a
recaudar suficiente dinero para la restauración, pese a que Notre
Dame recibía aproximadamente trece millones de visitantes cada año.
Ha tenido que
ocurrir una catástrofe histórica para que no le falte dinero a
Notre Dame, como anunció el presidente de Francia, un cariacontecido
Emmanuel Macron, ante las cámaras de todo el mundo. Pero no será
una restauración, sino una reconstrucción que con seguridad
generará polémica, como la que llevó a cabo el arquitecto Eugène Emmanuel Viollet-le-Duc en el siglo XIX al añadir, entre otros
elementos, las famosas gárgolas y la aguja que se desmoronó entre
las llamas.
El incendio de
Notre Dame evidencia también un grave problema denunciado por la
Unesco y otras instituciones de conservación patrimonial: la
carencia generalizada de planes para gestionar siniestros en
edificios de alto valor histórico. En un incendio en pleno centro de
París, pasaron preciados minutos antes de que los bomberos
apareciesen con sus mangueras en el techo de la iglesia. Para ese
entonces las llamas se habían adueñado del techo de maderas
centenarias y su avance era imparable.
Tras el
infortunio, lloverá el aluvión de selfis en las redes sociales con
la iglesia quemada de fondo y el hashtag de turno para demostrar que
uno estuvo allí. Acaso, la reflexión más importante se extinguirá
con la misma rapidez que las llamas: la falta de una sensibilidad
real y colectiva hacia el patrimonio histórico-artístico que se
traduzca en acciones políticas de preservación. Notre Dame de París
llevaba décadas pidiendo dinero para su restauración mientras
empeoraba el estado del edificio.
Durante las
grandes obras de reforma urbana de Georges-Eugène Haussmann, entre
1852 y 1870, que destruyeron gran parte del París medieval que
rodeaba a Notre Dame, la capital francesa se convirtió en una de las
cunas de la conciencia moderna de la defensa del patrimonio histórico
y artístico. Incendios como el de París y Río de Janeiro nos
alertan de que esa conciencia debe modernizarse y eso pasa por
dotarse de medios económicos y ciudadanos para evitar la destrucción
del patrimonio histórico que simboliza naciones y valores globales.
Álvaro Santana-Acuña es profesor de sociología cultural en Whitman College y especialista en historia de Francia y patrimonio.
Entrada relacionada:
Grave incendio en la catedral de Notre Dame de París, joya del gótico europeoFuente:
Álvaro Santana-Acuña, El incendio de Notre Dame es un llamado de conciencia sobre el patrimonio histórico mundial, 15/04/19, The New York Times. Consultado 16/04/19.
No hay comentarios:
Publicar un comentario