La experiencia de
un activismo cultural como La fuga en Cuenca, avisando de los riesgos
del cementerio nuclear, ha pasado por momentos dulces y amargos.
Varias personas se sumaron o abandonaron el proyecto en base a sus
ideales o a las presiones externas. Faltaron rostros famosos
dispuestos a aportar a la lucha pero el esfuerzo colectivo hizo
avanzar un proyecto novedoso que ha despertado muchas atenciones en
el entorno conquense. Ahora que se acerca su estreno, es momento de
renovar el compromiso de tantas personas por concienciar y
experimentar con nuevas ideas en sus movilizaciones.
por Eduardo Soto
Pérez
Existe desgana y
miedo a participar activamente a favor de una causa. Se suman muchas
razones. Requiere tiempo, conocimientos, valor, compromiso,
constancia, desvergüenza. En Europa no se exige la valentía y el
coraje que las causas justas exigen a los activistas en países como
Honduras o Brasil, donde es tristemente habitual que grupos armados
asesinen impunemente a activistas medioambientales (Berta Cáceres,
Lesbia Urquía, Nilce de Souza Magalhães, Marielle Franco, etc.).
Que no te maten es ya un alivio pero no parece suficiente aliento.
Aquí el
ciudadano desconfía de los políticos y de las veleidades de la
política, también recela de sus propias fuerzas y de la eficacia de
sus actos. Además, ya sabemos que los problemas son más complejos
de lo que aparentan, puede que nos sumemos a defender una causa que
entra en conflicto con nuestros propios intereses: no queremos que se
explote a nadie con el cacao pero no podemos pasar un día sin
consumir nuestra ración de chocolate.
Para realizar el
cortometraje La fuga radiactiva partíamos de 8 años de resistencia,
lucha e información contra la implantación del ATC a 40 km de
Cuenca. Habíamos pasado por etapas de euforia y etapas de
desaliento. Éramos conscientes de que nuestros mensajes solo
llegaban a los buzones y a los cerebros de un público fiel, estanco
y al que no había ninguna necesidad de convencer, estaban tan
persuadidos que ya no respondían a las convocatorias. Luchar con una
honda contra un poder que no cesa de bien alimentar a sus tropas,
mejorar su armamento y multiplicar los medios y las estrategias es
agotador. Estábamos cansados y necesitábamos cambiar la forma en la
que presentábamos las noticias y los datos.
Un día leyendo a
Kahneman caí en la cuenta de la importancia de esta frase que él
reseña en su obra Pensar rápido, pensar despacio: “El evento
improbable ocupa el foco de atención cuando se terminan de
especificar las consecuencias”. Desgraciadamente, que una central
nuclear estalle o que un ATC sufra un accidente no es imposible, eso
sí, es improbable, tanto como que te caiga una teja en la cabeza y
te mate, o que un día bañándote te coma un tiburón. Sin embargo,
el día que Spielberg hizo plausible la existencia de un tiburón
asesino cambió para siempre la relación de las personas con el mar,
se añadió al diccionario la palabra selacofobia y casi se puso en
peligro de extinción al tiburón blanco. Para que hubiera un debate
profundo sobre el ATC necesitábamos especificar para el gran público
cuáles podrían ser las consecuencias de un accidente radiactivo y
servirnos de ello para documentar los riesgos que se asumían
permitiendo que se instalara un cementerio de residuos altamente
radiactivos cerca de su cama.
Ahora bien, ¿era
plausible un posible accidente en el ATC? La respuesta a esta
pregunta fue el origen de muchas investigaciones, elucubraciones y no
pocas sorpresas. Todas ellas nos llevaron a confirmaciones de las que
ya sospechábamos: que la industria nuclear no asume la compleja
responsabilidad que se deriva de gestionar sus residuos; simplemente
intenta quitárselos de en medio con el menor gasto posible. No fue
difícil encontrar una razón verosímil por la que el ATC sufriera
un accidente en el futuro. Teníamos incidente incitador, el guión
estaba en marcha.
Comparando lo que
íbamos aprendiendo sobre el tema nuclear con lo que se sabía en la
calle, nos dimos cuenta de que existía un enorme vacío de
información y lo refrendamos cuando salimos con la cámara a
preguntar a los ciudadanos sobre los conceptos más básicos de la
materia. Tristemente fue ahí cuando descubrimos con qué docilidad y
hasta qué punto dejamos nuestro destino en manos de terceros sin
preocuparos gran cosa por lo que firmamos. Y no hablamos de la letra
pequeña. Como ciudadanos, aceptamos sin rechistar genuinos y gruesos
disparates simplemente por no querer informarnos o por aceptar como
bueno lo que nos comentan de pasada que puede serlo. De modo que
había mucho que informar: la película debía ser esencialmente
pedagógica, o al menos introducir de forma clara y amena los
ignorados conceptos clave.
Pronto nos dimos
cuenta que cada colaborador era un amplificador natural de nuestro
mensaje. Un argumento que adoptaba durante su participación en el
rodaje era trasladado con éxito a su familia, a su trabajo, a todo
su entorno. Queríamos que el debate fuera amplio y llegara a muchos
estratos sociales y, en consecuencia, la película debía convocar al
mayor número de colaboradores posible. Todos debían ser o estar
fuertemente vinculados con la ciudad, así sus mensajes se
distribuirían en el ambiente adecuado y no fuera de contexto.
Con todo, el
poder en una ciudad pequeña ejerce mucha presión sobre sus
vulnerables ciudadanos. No fueron pocas las ocasiones en que perdimos
colaboradores que sintonizaban con nuestra causa pero temían perder
el puesto de trabajo. En privado renegaban del ATC, en público
asentían levemente. El activismo digital es cómodo, no consume
mucho tiempo, siempre que no haya que leer más de un párrafo.
Aunque es prácticamente anónimo, muchas personas prefieren no
declararse ante un grupo de amistades diversas, y según la red que
se esté usando, un retrato activista puede ser un hándicap para
optar en el futuro por un determinado puesto de trabajo. Así
estamos. En parte por ello, y también por el efecto que producía,
pusimos en marcha la campaña Ni un respiro al ATC donde pedimos a
los simpatizantes que nos enviaran fotos de sí mismos con
mascarillas. Reunimos un par de centenares.
Buscamos la
manera de que figuras públicas se retratasen a favor, logrando
circunstanciales apoyos que no terminaron de engalanar un escenario
al que a nadie le importara subirse. Incluyo aquí mi desilusión con
respecto a los famosos, que parecen últimamente muy acomodados y
medrosos, lánguidos para sumarse a movilizaciones políticas.
Supongo que la suma de decepciones políticas les ha llevado a un
grado de desconfianza absoluto en el activismo si no viene amparado
por marcas internacionales. No obstante, se echó en falta una mínima
comunicación, un punto de interés. Allá ellos. Les digo como
Celaya: Maldigo la poesía de quien no toma partido, partido hasta
mancharse.
Cuando anunciamos
el rodaje de La fuga logramos la atención de los medios y de un
público que hasta entonces no se había involucrado. Formamos un
equipo que fuimos ampliando en cada convocatoria. Planificamos
mensajes relevantes y apropiados para cada público y buscamos los
canales más apropiados para comunicarnos. Como en Cuenca no hay
televisión local utilizamos una pantalla gigante que existe en una
encrucijada estratégica de la ciudad para emitir pequeños spots que
arrancaban con un “sabias qué…” y explicaban aspectos
destacados de la industria nuclear y su gestión fatal de los
residuos radiactivos.
Hicimos otras
muchas acciones (La declaración por la energía social, la
dramafestación que merecería un artículo completo,
videocontribuciones, etc.) cuya descripción harían demasiado
extenso este artículo para el lector digital pero que pueden
consultarse en la web www.lafugaradiactiva.com. El 18 de enero de
2019 estrenamos La fuga en Cuenca. Tuvimos aglomeraciones en la
puerta de la sala porque algún medio de comunicación no advirtió
que para entrar había que confirmar en el mail de la organización.
Se entendió que era un pase gratuito y “la tarde era fría y
desapacible”. Por ventura, pudimos dar cabida a todos, después de
que hubieron entrado los que sí habían confirmado. Una señora que
se enfadó mucho cuando la dijimos que tenía que esperar, pero que
finalmente entró, después de ver el corto me puso la mano en el
pecho y me espetó “¿Es usted el que ha hecho esta película?”.
Sí, dije, y tragué saliva. “Muy bien hecha, hijo, la deberían
pasar en la televisión. Es muy importante y muy necesario que esta
información la tengan todos los conquenses y todos los castellano
manchegos”.
Fuente:
Eduardo Soto Pérez, La fuga, un corto como recurso de movilización social, 11/02/19, El Salto Diario. Consultado 26/02/19.
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