Una interpelación a las fuerzas progresistas y de izquierda, en una discusión no sólo técnica sino política.
por Pablo
Bertinat y Maristella Svampa
En un artículo
publicado en este medio hace dos semanas, “La energía como derecho
humano y motor estratégico para la industrialización”, firmado
por Federico Bernal, se presentan una serie de tesis y argumentos
cuyos supuestos conceptuales son erróneos y sus alcances
propositivos muy problemáticos. Allí se sostiene la imposibilidad
de pensar una reforma y transición energética a través de la
descarbonización del sistema, y por la vía de energías renovables;
se insiste (sí, claramente) en posiciones negacionistas acerca de
los impactos del calentamiento global y su carácter antropogénico;
se establece una correlación absolutamente lineal entre modelo de
desarrollo “deseable” y emisiones de CO2. Por último, el
artículo citado aparece recorrido por un tono malicioso (en sus
alusiones y omisiones) que lejos de enriquecer, empobrece
decididamente el debate. No es nuestro objetivo personalizar la
discusión, ya que el problema no es tanto quién lo dice sino
quienes escuchan del otro lado. Aún así nos interesa responder
algunos puntos y seguir profundizando nuestra línea argumental, en
pos de un debate mayor sobre la “sociedad deseable”.
Los límites del
desarrollo y su cuestionamiento
Nos gustaría
aclarar nuestro lugar de enunciación. Quienes suscribimos este
artículo, desde hace años trabajamos desde una perspectiva
multidisciplinaria. A nivel regional, desde 2010 participamos del
Grupo de Trabajo Permanente de Alternativas al Desarrollo, que cuenta
con una treintena de intelectuales y activistas de América Latina y
Europa. Nuestros aportes apuntan a realizar una crítica a la visión
hegemónica del desarrollo (una visión productivista, anclada en la
idea de crecimiento económico indefinido y en la creencia de que los
bienes naturales son infinitos), que abarca tanto la perspectiva
neoliberal como la progresista. El nuestro es un enfoque teórico y
metodológico que busca articular justicia ambiental y justicia
social, que se inscribe en la tradición de las ciencias sociales
críticas, que cuestiona los impactos de los modelos de desarrollo
sobre los territorios y las poblaciones, la desigualdad de los costos
ambientales, la falta de participación y de democracia, el racismo
ambiental hacia los pueblos originarios y los sectores más
vulnerables, en fin, la injusticia de género y la deuda ecológica.
A sabiendas de la
complejidad de estos debates y de su multidimensionalidad, nos
embarcamos como Grupo Permanente a debatir sobre las alternativas al
desarrollo, en un contexto de innegable crisis socioecológica, a
nivel planetario, discusión que incluye de modo urgente y necesario
la cuestión energética, en un plano tanto civilizatorio como en el
más concreto de las políticas. Fuimos también uno de los grupos
que colocó en la agenda la cuestión del neoextractivismo y sus
impactos en América Latina, lo cual conllevó para nosotros enormes
costos políticos durante el ciclo progresista (descalificación y
marginalización, minimización de las problemáticas analizadas;
apelativos como el de fundamentalismo verde, cuando no el de ser
funcionales a la derecha y vaya a saber a qué intereses foráneos,
entre otros).
En la Argentina
tenemos a cargo un proyecto de investigación sobre “La energía
como problemática integral: escenarios, geopolítica y transiciones.
Una aproximación comparativa e interdisciplinaria al caso
argentino”, en el cual confluyen investigadores de diferentes
universidades públicas del país. En suma, nuestras investigaciones
se insertan en un horizonte crítico y propositivo que apela al
pensamiento complejo e interdisciplinario y se referencia -algo
crucial en estos nuevos tiempos de oscuridad- en posiciones de
izquierda.
Una mirada
integral
Respecto del
calentamiento global consideramos que es una categoría central en la
teoría crítica actual, tanto en las ciencias de la tierra como en
las ciencias sociales y humanas. Continuar negando o minimizando los
impactos del calentamiento global y sus orígenes antropogénicos
atrasa enormemente la discusión. Invitamos por ello a leer una
investigación de dos reconocidos historiadores de la ciencia, Naomi
Oreskes y Eric Conway, Los mercaderes de la duda, que explica de modo
irrefutable “cómo un puñado de científicos con profundas
conexiones en política e industria realizaron campañas efectivas
para engañar al público y negar verdades científicas comprobadas a
lo largo de cuatro décadas”. [1]
En este contexto,
permanecer en la matriz fósil empeoraría los problemas ya
existentes. Más allá del discurso interesado acerca de la
existencia de reservas fósiles, casi no existen dudas de que se
extinguirán en un tiempo perentorio. Así, aunque algunos crean,
como Donald Trump, que los combustibles fósiles y su CO2 asociado no
son el mayor peligro que nos acecha, nos espera un mundo con menor
disponibilidad energética de todo tipo. En el caso de los fósiles y
el uranio, porque se extinguirán; en el caso de las renovables,
porque los materiales necesarios para aprovecharlas también son
finitos.
Así, los límites
a los modelos de desarrollo actual no constituyen un capricho de
ambientalistas, sino que están ligados a la reducción y la finitud
de bienes naturales. En el cuadro siguiente podemos observar
información al respecto.
Por otro lado,
los hidrocarburos no son garantía de servicios públicos energéticos
de acceso universal y asequible. Adjudicarles, en tanto opción
energética, poderes mágicos al margen de las políticas, resulta
incomprensible. El mundo de los hidrocarburos, tal cual lo conocemos,
es un mundo con grados de desigualdad energética insostenibles.
Hay quienes
continúan creyendo que las políticas energéticas constituyen una
rama o un sector de las políticas de desarrollo. Se imaginan un
modelo productivo determinado y en función de ello piensan en las
necesidades energéticas a abastecer y en los recursos disponibles.
Este esquema lineal podría entenderse en un contexto de recursos
infinitos y de invisibilización de los impactos negativos que
produce la extracción de energía. No es el caso del planeta Tierra,
mucho menos de nuestro país.
Resulta
sorprendente que, en un escenario de grave crisis socioecológica,
algunos aludan a la complejidad de los problemas pero continúen
asociando de manera lineal Desarrollo, mejoramiento de condiciones de
vida y emisiones de CO2. En algún momento de la historia el
incremento de las emisiones de CO2 permitió en ciertos países
desarrollar modos de vida imperiales [2], que se reproducen también
en las élites y clases medias de los países periféricos. Esa es la
visión de los gobiernos de los países centrales, pero no tiene por
qué ser el sendero que impulsen los pueblos de la periferia desde
una perspectiva contrahegemónica. No hay un único camino.
Así, no
aspiramos a repetir las experiencias de industrialización de los
países centrales, que hoy revelan ser la clave de la
insustentabilidad; tampoco sostenemos un modelo productivista de
desarrollo, que se desprende de un anhelo de industrialización
genérico en el marco de la actual división internacional del
trabajo. Incluso avanzar en dicho camino sería aceptar la existencia
de territorios o zonas de sacrificio, con sus poblaciones, bienes y
ecosistemas. La noción de territorios de sacrificio no es teórica:
son los campos de acción del fracking, las tierras de los pueblos
mapuches, el Alto valle perforado del Río Negro, los derrames de la
megaminería o los territorios de las yungas salteñas devastados por
la deforestación.
Sobre el modelo
energético
Volvamos ahora
nuestra mirada sobre el modelo energético argentino. En nuestro país
la oferta interna de fuentes primarias de energía depende en un 87 %
de combustibles fósiles (54 % gas, 31 % petróleo, 2 % carbón
mineral) [3]. La fragilidad del modelo energético argentino tiene
dos caras: la alta dependencia de dos combustibles, que se
caracterizan por ser fósiles, finitos y fuertemente impactantes
sobre los territorios; y que gran parte de la producción está en
manos de grupos concentrados de poder.
Aseverar que la
diversificación de la matriz energética -no solo la eléctrica sino
la matriz energética general- no disminuye los gases de efecto
invernadero, encarece las tarifas, promueve la desindustrialización
y la extranjerización, el aumento de la inseguridad energética,
incrementa la dependencia foránea y genera sistemas desbalanceados,
resulta erróneo y alejado de la realidad. Una mirada básica en
términos de seguridad energética nos permite afirmar que siempre
tendremos más opciones si dependemos de más energéticos, en
particular de aquellos que no sean críticos ni tampoco objeto de
disputas geopolíticas. Las tarifas, la industrialización, la
no-extranjerización no son atributos de las fuentes energéticas en
sí, sino resultados de políticas adecuadas a ese fin.
La oferta interna
de fuentes secundarias de energía indica que el 48 % es gas, el 26 %
son combustibles líquidos y el 14 % electricidad. Ahora bien, pensar
en alternativas al modelo energético implica ir más allá del
sector eléctrico, para lo cual es indispensable también observar el
uso final de la energía en nuestro país. Así, del Balance
Energético Nacional (véase la figura siguiente) se desprende que en
la actualidad el sector de mayor consumo es el transporte.
Un nuevo programa
de políticas energéticas implicaría, por ejemplo, repensar el tema
del transporte. Asegurar que se deben aumentar las emisiones de CO2
con la finalidad de avanzar en la interconexión vial del país es
solo aceptar el mandato que nos impone el modelo vigente. Discutir el
transporte es discutir por qué y hacia dónde se mueven los bienes y
las personas. Solo un cambio modal importante como el fortalecimiento
de los ferrocarriles y la reducción del transporte de carga por
camiones y de personas en autos particulares produciría un
importante ahorro de combustibles y una disminución de emisiones.
Resulta alarmante
también que se hable de precios y tarifas, vinculándolas
exclusivamente con el tipo de fuentes energéticas. Aseverar que la
incorporación de fuentes renovables encarece las tarifas es de una
irresponsabilidad incomprensible. Las tarifas son una herramienta de
política pública que puede ser utilizada en diversos sentidos. Así,
por ejemplo, pensar en precios y tarifas sin dimensionar el nivel de
subsidios a los combustibles fósiles es por demás ingenuo. A nivel
mundial, de acuerdo a la Agencia Internacional de la Energía, los
combustibles fósiles disfrutan de un subsidio anual de alrededor de
544.000 millones de dólares. Más de cien años después de iniciar
su extracción en masa, el sistema fósil solo se sostiene mediante
subsidios en medio de una maraña de intereses corporativos. En
nuestro país el nivel de subsidios para sostener el sistema fósil
contaminante es altísimo y no es patrimonio de este gobierno
solamente; en todo caso, la actual gestión transfirió el costo a
los bolsillos de los usuarios, multiplicando la pobreza energética.
Entre 2013 y 2015, la transferencia a las empresas petroleras rondó
los 3.000 millones de dólares anuales, y no solo se benefició YPF
sino también a Pan American Energy, Sinopec, Pluspetrol, Petrobras y
otras [4].
Contrariamente a
ello, existe un acuerdo global acerca de que el precio de la energía
producida por fuentes renovables viene decreciendo abruptamente. En
el sector eléctrico los estudios existentes sobre precio nivelado de
la energía muestran que aún en el contexto de subsidios que
indicamos, muchas de las fuentes renovables podrían competir en
condiciones de mercado.
Por último, ya
hemos explicado [5] que el desarrollo de las fuentes renovables puede
ser un sendero dominado por empresas transnacionales o puede ser
parte del desarrollo local. Esto no es un atributo de la fuente sino
una decisión de política. Recordemos que, en la historia reciente,
ninguna fuente energética logró instalarse sin una ingente decisión
de los Estados asociados por desarrollarla. Es el ejemplo en nuestro
país con la creación de YPF y el desarrollo de capacidades
tecnológicas asociadas que permitieron que los fósiles
contaminantes ocupen el lugar que tienen en el día de hoy.
Probablemente en su momento haya sido una decisión acertada. Pero el
futuro no son los fósiles, que son claramente insostenibles, por
razones múltiples -económicas, ambientales, territoriales,
sociosanitarias, en fin, sistémicas- y por ello es necesario
pensar en otro sendero energético, lo cual requiere una decisión
política e involucra el rol del estado.
Mitos sobre el
sector eléctrico y las fuentes renovables de energía
Volvamos sobre el
mito que plantea que las fuentes renovables generan sistemas
eléctricos desbalanceados y vulnerables; esto es, apagones, cuando
el nivel de penetración es alto. Es claro que no es lo mismo operar
un sistema eléctrico con fuentes fósiles contaminantes basadas en
grandes centrales que con fuentes distribuidas y renovables. Pero
esto es un problema técnico ya resuelto en muchos países; y en
camino de resolverse en el nuestro. Alarma saber que existen
especialistas en el tema que desconozcan cómo cambiaron en los
últimos años los criterios de despacho de generación de energía
eléctrica. La incorporación de fuentes renovables se está moviendo
a la base de la generación (centrales que funcionan a pleno
rendimiento con interrupciones mínimas mientras hay recurso) y se
han establecido pautas para la utilización de centrales hidráulicas
muy flexibles para dar cuenta de variaciones rápidas de la demanda.
Nuestro país es
pionero en herramientas como centrales de bombeo y otros sistemas de
acumulación, y se apunta a incorporar sistemas térmicos de alta
flexibilidad. La extensión geográfica añade una fortaleza, pues en
muchos casos las intermitencias del recurso eólico se compensan
entre las diversas zonas. Son los técnicos del organismo encargado
del despacho (Cammesa) quienes han demostrado capacidad para resolver
estos problemas sumamente complejos.
En suma, el
sector eléctrico presenta ventajas que no tienen otros sectores, y
por eso sería deseable avanzar en la electrificación de nuestra
matriz energética, en la medida en que sea sostenida con fuentes
renovables. Hoy en día el 46 % del gas que se consume en el país se
usa para producir electricidad [6]. Resulta absurdo e incomprensible
que estemos utilizando gas de fracking pagado a precio de oro para
producir electricidad. Existen diversos estudios que muestran que
podríamos reemplazar en poco años al menos el gas de fracking que
se usa para producir electricidad, utilizando recursos renovables
eólicos o solares en condiciones económicas ventajosas para el país
y con desarrollo local.
Horizontes de
discusión
Ya en un artículo
anterior planteamos los ejes para un cambio de sistema energético.
No volveremos sobre ese punto. Pero quisiéramos cerrar esta
intervención con una reflexión en clave nacional y latinoamericana.
Hasta hace pocos años se creía que América Latina estaba a
contramano del proceso global marcado por el aumento de las
desigualdades sociales, pero hacia el final del boom en el precio de
los commodities (2013), los indicadores sociales y económicos
mostraban un panorama diferente.
Por un lado, la
expansión del neoextractivismo desarrollista se tradujo por una
serie de desventajas, que echaron por tierra la tesis de las ventajas
comparativas que durante el tiempo de las vacas gordas algunos
supieron defender. El neoextractivismo no condujo a un salto de la
matriz productiva, sino a una mayor reprimarización de las
economías, lo cual se vio agravado por el ingreso de China como
socio desigual. Al mismo tiempo, la baja del precio de las materias
primas generó un déficit de la balanza comercial que impulsó a los
gobiernos a contraer mayor endeudamiento y a multiplicar los
proyectos extractivos, entrando en una espiral perversa de
exacerbación del patrón primario-exportador dependiente.
Por otro lado, el
vínculo entre neoextractivismo, acaparamiento de tierras y
desigualdad se ha tornado dramático. América Latina continúa
siendo no sólo una de las regiones más desiguales del planeta;
tiene también la peor distribución de tierras a nivel global, a
raíz del avance de los monocultivos y la desposesión, en beneficio
de grandes empresas, y latifundistas privados. Y es la región del
mundo donde se asesinan mayor cantidad de defensores de derechos
humanos y de activistas ambientales, indicadores que recrudecieron en
los últimos diez años, al compás de la expansión de la frontera
extractiva y la criminalización de las protestas socioambientales.
Es por eso que
interpelamos al campo de las diferentes fuerzas progresistas y de
izquierda, en una discusión que no es sólo técnica sino también
política, con alcance civilizatorio. En un año crucial desde el
punto de vista electoral, nos interesa saber si este conjunto de
temas, que vincula calentamiento global y sistema energético,
necesidad de descarbonización y transición socioecológica,
neoextractivismo y fronteras de la democracia, continuarán siendo un
punto ciego en sus agendas, o si por el contrario el análisis
crítico del pasado reciente abrirá las puertas a una conversación
democrática y plural sobre la sociedad deseada y sus horizontes
políticos de cambio.
- https://ctxt.es/es/20181212/Politica/23350/Mercaderes-de-la-duda-Naomi-Oreskes-Erik-M-Conway-extracto-libro-calentamiento-global.htm
- http://www.lak.or.at/esp/blog/2017/07/31/recomendacion-del-libro-estilo-de-vida-imperial-ulrich-brand/
- Datos obtenidos del Balance Energético Nacional 2017. (https://www.argentina.gob.ar/energia/hidrocarburos/balances-energeticos-0)
- Ver “Transferencias al sector hidrocarburifero en Argentina”, http://www.ejes.org.ar/InformeTransferencias.pdf
- https://www.elcohetealaluna.com/author/pablo-bertinat-y-maristella-svampa/
- Datos obtenidos del Balance Energético Nacional 2017. (https://www.argentina.gob.ar/energia/hidrocarburos/balances-energeticos-0)
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Fuentes:
Pablo Bertinat, Maristella Svampa, Año electoral, energía en debate, 23/02/19, El Cohete a la Luna.
Dibujo Chelo Candia.
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