lunes, 28 de enero de 2019

La energía en debate


¿Autocrítica y diálogo, o repetición de la historia?

por Pablo Bertinat y Maristella Svampa

En un artículo reciente titulado “Agua para sus molinos”, Horacio Verbitsky pone en entredicho diferentes cuestiones asociadas al modelo energético que estaría impulsando el macrismo y el pretendido rol que tendría el impulso a las energías renovables para combatir el cambio climático (el cual es cuestionado en sus alcances) y la posibilidad -o incluso, la pertinencia- de la salida del controvertido modelo energético fósil. Antes que nada, celebramos que por fin en la Argentina y a diferencia del pasado, desde ciertos sectores del progresismo se aborde el debate sobre la matriz energética en su relación con el paradigma de las energías renovables. Sin embargo, creemos que hay numerosos problemas e incluso importantes errores de interpretación en dicho artículo, sobre los cuales nos interesa hacer hincapié, menos por lo que sostiene sobre el modelo promovido por el actual gobierno que por lo que elude decir del paradigma de las energías renovables, por lo que enuncia tanto acerca del cambio climático, en fin, por lo que sugiere sobre un modelo energético “deseable”.

Entre la mercantilización y los puntos ciegos

Para comenzar, en nuestro país fue el gobierno de Cambiemos el que instaló el tema de las energías renovables en la agenda política, pero esto lo hizo en un marco de mercantilización extrema y de acentuación de la dependencia económica y tecnológica. El tema fue puesto en agenda por un gobierno neoliberal, por varias razones: porque la cuestión de las energías renovables constituyó uno de los puntos ciegos del gobierno kirchnerista; porque es “políticamente correcto” para gran parte de la sociedad y porque hoy estas se convirtieron en una gran fuente de negocios.

Durante el kirchnerismo el modelo fósil se potenció con la expropiación parcial de YPF (2012), y la apuesta a la explotación de hidrocarburos no convencionales por medio del fracking. Hubo, claro está, una ley progresista, la 26.190 del año 2006, que prometía que el 8% de la generación eléctrica sería renovable para el año 2016, algo que estuvo lejos de cumplirse. Hubo incluso el desarrollo del mapa de vientos a nivel nacional realizado por el Centro Regional de Energía Eólica (CREE, Chubut) y avances en diversas provincias. Pero estos avances cayeron en saco roto, en una época en la cual se conjugaban el boom de las commodities, rentabilidad extraordinaria y expansión del neoextractivismo. Así llegamos a 2015 con la penosa realidad de que las energías solar y eólica apenas representaban el 0.5% de la generación eléctrica.

Pero el tema es más grave, ya que bajo el kirchnerismo, la no discusión sobre el modelo fósil y el posterior giro eldoradista que se produjo con Vaca Muerta, tuvieron como correlato la obturación o clausura de una discusión seria sobre la transición energética. Dicha discusión, ausente en casi todos los países sudamericanos con gobierno progresista -a excepción de Uruguay- conlleva un debate multidimensional sobre qué hacer con la energía fósil, qué lugar ocupan las energías renovables y, más aún, que tipo de configuración creemos que debería tener el sistema energético para sustentar una sociedad justa tanto desde el punto de vista social como ambiental.

Silenciando las críticas ambientales y económicas, el kirchnerismo abrazó la idea de que Vaca Muerta y sus reservorios no convencionales salvarían a la Argentina del déficit energético y la convertirían rápidamente en una suerte de Arabia Saudita del sur. Pero el “consenso del fracking”, como lo llamamos en 2014 con Enrique Viale, es algo que desborda las fronteras ideológicas. A partir de 2016, Cambiemos profundizó la apuesta por los no convencionales, continuando la asociación con las corporaciones transnacionales y los subsidios estatales, pero en abierta clave neoliberal, operando así una extraordinaria transferencia a las empresas petroleras, por medio de una sucesión de tarifazos que hacen cada vez más insostenible la vida de los argentinos.

Sin embargo, la novedad que introdujo Cambiemos fue la política de energías renovables (las licitaciones denominadas Renovar I, II y III). En nombre de la “modernización ecológica”, de la “economía verde” -nuevos comodines del lenguaje global- el modelo de energía renovable promovido por el oficialismo apostó a ampliar el poder de las grandes corporaciones del sector, acentuando la mercantilización de la energía, independientemente de la fuente. Que ello se haga invocando la lucha contra el “cambio climático”, la necesaria diversificación de la matriz energética, o de cómo Joe Lewis y otros amigos del actual presidente invierten generosamente en energías renovables, no es un matiz, sino más bien una pantalla, con la cual se intenta cubrir el vertiginoso proceso de mercantilización de las energías renovables, sin que haya una discusión pública de fondo sobre lo que podría o debería ser tal modelo, al calor del agravamiento tanto de las desigualdades sociales como de la crisis socio-ecológica a nivel nacional y global.

Además de profundizar el “capitalismo de amigos”, como consigna el informe del OETEC citado por Verbitsky, el modelo macrista acentúa la vía de la dependencia tecnológica. Así, la exitosa instalación de las energías renovables (fundamentalmente eólica y solar) viene a confirmar la consolidación de un modelo privatista y extranjerizado, lo cual no sólo se debe a la presencia -inevitable- de actores globales, sino también a la importación de los componentes clave (China y ciertos países europeos), que lejos están de favorecer la “equiparación tecnológica” o la fórmula made in Argentina. A esto hay que añadir la vigencia de un marco regulatorio y normativo privatista asociado al desarrollo del sector eléctrico, que nunca fue cuestionado, ni siquiera durante el período kirchnerista.

Creer por eso que Cambiemos fomenta una política “ambientalista” o que esta es la única posible respecto de los renovables, constituye un grave error de interpretación. Existen diferentes variantes del ambientalismo y sin duda, Cambiemos optó por la versión hegemónica, que hoy impulsan organismos internacionales (como el Banco Mundial) y actores globales (gobiernos, elites políticas y corporaciones económicas varias), que lejos están de proponer un sistema energético basado en la idea de bien común, de reducción del metabolismo social, de desconcentración del capital, de sostenibilidad fuerte, de derechos humanos, en fin, un sistema energético que aporte una visión diferente de la relación Sociedad/Naturaleza.

Pero no nos engañemos. Sin quitar el hecho de que hay más energía solar y eólica que antes, el marketing que el oficialismo hace de las renovables respecto a su real peso específico es desproporcionado, visto el notorio avance que están produciendo en la frontera fósil no convencional, que es donde se juegan los grandes negocios de las empresas que ganaron durante el kirchnerismo y aún más ahora. Nuestra matriz de fuentes primarias de energía continúa siendo un 90% fósil, las energías renovables no convencionales son apenas un pequeño sector en Argentina, solo localizadas en el sector eléctrico, que constituye menos del 20% de todas las fuentes secundarias de energía. Si se cumpliese la Ley de Energías Renovables, las fuentes no convencionales alcanzarían el 20 % de la energía eléctrica en el año 2025. Así, pese a las inversiones en energías renovables, el modelo energético fósil se profundizará en los próximos años, al calor de la explotación de los combustibles no convencionales. Una salida que lejos de aclarar, oscurece el panorama futuro.

¿Qué modelo de transición energética?

Dicho esto, podemos coincidir en el análisis crítico de la política energética de Cambiemos, pero a condición de no simplificar ni reducir la discusión sobre la transición energética. Pues, aunque muchos hablen hoy del tema, no todos entienden lo mismo.

Algunos de los problemas que enfrentamos en relación al actual modelo energético son:
  1. Cada vez hay más evidencias que muestran que la disponibilidad energética futura será menor. La finitud de los recursos fósiles y la imposibilidad de aprovechar las fuentes renovables por los límites en los materiales son una realidad actual . 
  2. Existe una tremenda desigualdad e inequidad en el acceso y las condiciones de acceso a la energía para un buen vivir (pobreza energética).
  3.  Los impactos del sistema energético sobre los ecosistemas son cada vez mayores (humanos y no humanos).
Por otro lado, la discusión requiere identificar algunas cuestiones centrales. No estamos hablando solamente de la diversificación de fuentes energéticas, ni tampoco exclusivamente de opciones tecnológicas. Hablamos de que no existe energía suficiente ni sumideros que lo soporten para cualquier desarrollo. La economía clásica no puede seguir tirando del caballo de la energía. En el presente la limitación es la energía. No aceptarlo puede ser un gran error.

Desde nuestra perspectiva, la energía debe ser entendida como parte de los bienes comunes, como una herramienta y no un fin en sí mismo y en ese sentido como parte de los derechos colectivos y en congruencia con los derechos de la Naturaleza. En este contexto es necesario pensar en un proceso de transición energética que implique un cambio radical del sistema energético, el cual no se reduce a la producción-consumo de determinados volúmenes físicos de energía, sino que incluye las políticas públicas, los conflictos sectoriales, las alianzas geopolíticas, las estrategias empresariales, los desarrollos tecnológicos, la diversificación productiva, las demandas sectoriales, los oligopolios y oligopsonios, la relación entre energía y distribución de la riqueza, entre energía y matriz productiva, las relaciones con la tecnología, etc. El sistema energético se configura como un conjunto de relaciones que vinculan al sistema humano entre sí, con la naturaleza, a su vez determinado por las relaciones de producción existentes. Por esa razón, se trata de debatir acerca de la construcción de nuevas relaciones sociales en el plano de la producción, distribución y consumo de energía.

Los cambios del sistema energético pueden ser sintetizados en los siguientes puntos:
  • La desmercantilización deviene un punto central en el marco del intenso proceso que impulsa la financiarización de la Naturaleza desde la economía verde. Esto por supuesto requiere desprivatización y fortalecimiento de lo público, así como avanzar en la desconcentración y descentralización del sistema energético global y local. 
  • La energía debe ser pensada como una herramienta fundamental a la hora de fortalecer mecanismos de redistribución de la riqueza, lo cual resulta de una prioridad urgente ante el fuerte crecimiento de la pobreza energética en nuestro país. 
  • Es necesario promover la democratización y descentralización de las políticas energéticas desarrollando herramientas de políticas locales y empoderamiento ciudadano. 
  • En congruencia con el desarrollo de los demás ejes planteados para la transición, otro de los objetivos es la desfosilización de la matriz energética.
Existen suficientes indicios que ilustran que el sendero actual y el previsto por las instituciones energéticas dominantes, basadas en un crecimiento permanente de la utilización energética, es irresponsable y suicida, así como existen indicios que muestran la imposibilidad de abastecer un crecimiento exponencial del uso de energía también con fuentes renovables. La finitud de los recursos minerales planetarios, entre otros aspectos, dan cuenta de ello. En esta línea, un camino aún poco explorado es el de la concepción de la eficiencia energética como una fuente de energía.

En suma, debemos aceptar que enfrentamos un descenso de la energía disponible. A la extinción de los combustibles fósiles se suma el gran decrecimiento de la tasa de retorno energético (como lo evidencia el fracking) y la finitud de los materiales y minerales existentes para desarrollar las renovables. Por ende, las reservas no pueden analizarse de manera simplista sino teniendo en cuenta cuanta energía cuesta realizarlas. El sistema económico mundial ha entrado en una nueva era, un mundo energéticamente restringido y desigual. La disputa es de sentido, de encontrar un nuevo contenido acerca de la prosperidad, la felicidad, la satisfacción de necesidades humanas, algo indispensablemente unido a menores recursos energéticos y materiales y a la construcción de modos de vida compatibles con la reproducción y sobrevivencia de los ecosistemas base de la vida.

Catastrofismo y cambio climático

Por último, en el artículo de Verbitsky, Federico Bernal se refiere al “catastrofismo” e incluso apela a una versión local del negacionismo respecto del cambio climático. En cuanto a lo primero, existe una extensa bibliografía sobre el colapso civilizatorio, un campo que infortunadamente en la actualidad revela una gran potencialidad explicativa. Sin embargo, no se trata de caer rendido a los pies de las narrativas «colapsistas», pues el riesgo más evidente es quedar atrapado en una lógica paralizante que anule la capacidad de acción colectiva. Además, como afirma Nick Buxton, los futuros climáticos que estas narrativas describen ocultan el hecho de que el impacto del cambio climático no vendrá determinado, en última instancia, por los niveles de CO2 sino por las estructuras de poder.

Por otro lado, entendemos que negar la existencia del proceso de calentamiento global y cambio climático y su origen antropogénico son hoy errores difíciles de admitir dentro del campo progresista. Así, el negacionismo de Bernal constituye un grave retroceso para afrontar la crisis, se haga éste en nombre de una voluntad imperial, (Donald Trump), o semiperiférica (Jair Bolsonaro), o apelando a la hipótesis conspirativa acerca de un supuesto “Complejo Industrial del Cambio Climático”. Sorprende además que el citado artículo suscriba dicha tesis oscurantista, pues como señala el periodista cordobés Leandro Ross, es contradictorio con lo que Verbitsky escribiera el pasado año sobre la cumbre del G20, cuando señaló que el cambio climático “no era un tema menor” y para medir la envergadura del problema tomó la misma fuente de datos de la que ahora dice sospechar.

El cambio climático no es una excusa y mucho menos una abstracción. En realidad, es lo menos “natural” que existe, pues es de origen antrópico y nos recuerda que en la era del Antropoceno, el ser humano se ha convertido en una fuerza geológica de alcance global, que amenaza la vida misma del planeta. El aumento de los eventos extremos, incendios, inundaciones, sequías, además de ser fenómenos extendidos en el planeta, también están vinculados a las políticas neoextractivas que los diferentes gobiernos potencian a través de medidas en favor del agronegocio y sus modelos alimentarios, la megaminería, la expansión de la frontera petrolera, las megarepresas, entre otros.

Nadie niega que exista una geopolítica del Antropoceno. En 2017, un informe de la ONG The Carbon Majors encontró que más de la mitad de las emisiones industriales mundiales desde 1988 corresponden a 25 empresas y entidades estatales. Grandes empresas petroleras como ExxonMobil, Shell, BP y Chevron están entre las más emisoras. Pero, aún así cabe preguntarse: ¿Qué país puede estar preparado para generar verdaderas estrategias de adaptación al cambio climático, si cuenta con políticas públicas que promueven el monocultivo, la deforestación, la destrucción de humedales, el incremento de la producción de combustibles fósiles no convencionales? Precisamente por eso, el combate contra el cambio climático no es una lucha de las corporaciones ni del Banco Mundial, sino de la Vía Campesina, de los trabajadores de la Central Sindical Internacional (CSI) y la Central Sindical de las Américas (CSA), de los movimientos campesinos, indígenas, socioambientales y organizaciones ecologistas de la región y del mundo. Las corporaciones, el Banco Mundial y sus socios sólo buscan mercantilizar las alternativas al cambio climático, en una apuesta tecnológica que apunta cada vez más como Plan B a la geoingeniería (intervención sobre el clima a gran escala), a fin de lograr una salida capitalista a la crisis ambiental.

Para cerrar: en la Argentina no es posible continuar obturando la discusión sobre los impactos de los modelos hegemónicos de desarrollo, asociados al neoextractivismo. Tampoco es posible descalificar el rol de las energías renovables en la construcción de alternativas energéticas, debido a que estas son capturadas por sectores concentrados, que sólo aspiran a incrementar ganancias. ¡Eso sería arrojar de modo imprudente el agua sucia con el niño adentro! Por ende, es imprescindible generar condiciones para que la disminución del uso de combustibles fósiles y nucleares no realimente un sistema energético perverso.

En un año marcado por la agenda electoral, aquellos que planifican ser nuevamente alternativa de gobierno deberían preguntarse si quieren volver a repetir los mismos errores del pasado o están dispuestos a abrirse a la autocrítica y promover un debate plural sobre estos temas tan complejos, propiciando un diálogo entre diferentes tradiciones político-ideológicas, con potencialidad emancipatoria. Todo lo cual requiere la ampliación de las fuentes de consulta e información, así como colocar los debates actuales en línea con las alternativas sistémicas, aquellas que hablan de “otra sociedad posible”, en sintonía con otras relaciones sociales y otra racionalidad ambiental.

Fuentes:
Pablo Bertinat, Maristella Svampa, La energía en debate, enero 2019, El Cohete a la Luna.
La ilustración es del artista Chelo Candia.

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