¿Autocrítica y
diálogo, o repetición de la historia?
por Pablo
Bertinat y Maristella Svampa
En un artículo
reciente titulado “Agua para sus molinos”, Horacio Verbitsky pone
en entredicho diferentes cuestiones asociadas al modelo energético
que estaría impulsando el macrismo y el pretendido rol que tendría
el impulso a las energías renovables para combatir el cambio
climático (el cual es cuestionado en sus alcances) y la posibilidad -o incluso, la pertinencia- de la salida del controvertido modelo
energético fósil. Antes que nada, celebramos que por fin en la
Argentina y a diferencia del pasado, desde ciertos sectores del
progresismo se aborde el debate sobre la matriz energética en su
relación con el paradigma de las energías renovables. Sin embargo,
creemos que hay numerosos problemas e incluso importantes errores de
interpretación en dicho artículo, sobre los cuales nos interesa
hacer hincapié, menos por lo que sostiene sobre el modelo promovido
por el actual gobierno que por lo que elude decir del paradigma de
las energías renovables, por lo que enuncia tanto acerca del cambio
climático, en fin, por lo que sugiere sobre un modelo energético
“deseable”.
Entre la
mercantilización y los puntos ciegos
Para comenzar, en
nuestro país fue el gobierno de Cambiemos el que instaló el tema de
las energías renovables en la agenda política, pero esto lo hizo en
un marco de mercantilización extrema y de acentuación de la
dependencia económica y tecnológica. El tema fue puesto en agenda
por un gobierno neoliberal, por varias razones: porque la cuestión
de las energías renovables constituyó uno de los puntos ciegos del
gobierno kirchnerista; porque es “políticamente correcto” para
gran parte de la sociedad y porque hoy estas se convirtieron en una
gran fuente de negocios.
Durante el
kirchnerismo el modelo fósil se potenció con la expropiación
parcial de YPF (2012), y la apuesta a la explotación de
hidrocarburos no convencionales por medio del fracking. Hubo, claro
está, una ley progresista, la 26.190 del año 2006, que prometía
que el 8% de la generación eléctrica sería renovable para el año
2016, algo que estuvo lejos de cumplirse. Hubo incluso el desarrollo
del mapa de vientos a nivel nacional realizado por el Centro Regional
de Energía Eólica (CREE, Chubut) y avances en diversas provincias.
Pero estos avances cayeron en saco roto, en una época en la cual se
conjugaban el boom de las commodities, rentabilidad extraordinaria y
expansión del neoextractivismo. Así llegamos a 2015 con la penosa
realidad de que las energías solar y eólica apenas representaban el
0.5% de la generación eléctrica.
Pero el tema es
más grave, ya que bajo el kirchnerismo, la no discusión sobre el
modelo fósil y el posterior giro eldoradista que se produjo con Vaca
Muerta, tuvieron como correlato la obturación o clausura de una
discusión seria sobre la transición energética. Dicha discusión,
ausente en casi todos los países sudamericanos con gobierno
progresista -a excepción de Uruguay- conlleva un debate
multidimensional sobre qué hacer con la energía fósil, qué lugar
ocupan las energías renovables y, más aún, que tipo de
configuración creemos que debería tener el sistema energético para
sustentar una sociedad justa tanto desde el punto de vista social
como ambiental.
Silenciando las
críticas ambientales y económicas, el kirchnerismo abrazó la idea
de que Vaca Muerta y sus reservorios no convencionales salvarían a
la Argentina del déficit energético y la convertirían rápidamente
en una suerte de Arabia Saudita del sur. Pero el “consenso del
fracking”, como lo llamamos en 2014 con Enrique Viale, es algo que
desborda las fronteras ideológicas. A partir de 2016, Cambiemos
profundizó la apuesta por los no convencionales, continuando la
asociación con las corporaciones transnacionales y los subsidios
estatales, pero en abierta clave neoliberal, operando así una
extraordinaria transferencia a las empresas petroleras, por medio de
una sucesión de tarifazos que hacen cada vez más insostenible la
vida de los argentinos.
Sin embargo, la
novedad que introdujo Cambiemos fue la política de energías
renovables (las licitaciones denominadas Renovar I, II y III). En
nombre de la “modernización ecológica”, de la “economía
verde” -nuevos comodines del lenguaje global- el modelo de
energía renovable promovido por el oficialismo apostó a ampliar el
poder de las grandes corporaciones del sector, acentuando la
mercantilización de la energía, independientemente de la fuente.
Que ello se haga invocando la lucha contra el “cambio climático”,
la necesaria diversificación de la matriz energética, o de cómo
Joe Lewis y otros amigos del actual presidente invierten
generosamente en energías renovables, no es un matiz, sino más bien
una pantalla, con la cual se intenta cubrir el vertiginoso proceso de
mercantilización de las energías renovables, sin que haya una
discusión pública de fondo sobre lo que podría o debería ser tal
modelo, al calor del agravamiento tanto de las desigualdades sociales
como de la crisis socio-ecológica a nivel nacional y global.
Además de
profundizar el “capitalismo de amigos”, como consigna el informe
del OETEC citado por Verbitsky, el modelo macrista acentúa la vía
de la dependencia tecnológica. Así, la exitosa instalación de las
energías renovables (fundamentalmente eólica y solar) viene a
confirmar la consolidación de un modelo privatista y extranjerizado,
lo cual no sólo se debe a la presencia -inevitable- de actores
globales, sino también a la importación de los componentes clave
(China y ciertos países europeos), que lejos están de favorecer la
“equiparación tecnológica” o la fórmula made in Argentina. A
esto hay que añadir la vigencia de un marco regulatorio y normativo
privatista asociado al desarrollo del sector eléctrico, que nunca
fue cuestionado, ni siquiera durante el período kirchnerista.
Creer por eso que
Cambiemos fomenta una política “ambientalista” o que esta es la
única posible respecto de los renovables, constituye un grave error
de interpretación. Existen diferentes variantes del ambientalismo y
sin duda, Cambiemos optó por la versión hegemónica, que hoy
impulsan organismos internacionales (como el Banco Mundial) y actores
globales (gobiernos, elites políticas y corporaciones económicas
varias), que lejos están de proponer un sistema energético basado
en la idea de bien común, de reducción del metabolismo social, de
desconcentración del capital, de sostenibilidad fuerte, de derechos
humanos, en fin, un sistema energético que aporte una visión
diferente de la relación Sociedad/Naturaleza.
Pero no nos
engañemos. Sin quitar el hecho de que hay más energía solar y
eólica que antes, el marketing que el oficialismo hace de las
renovables respecto a su real peso específico es desproporcionado,
visto el notorio avance que están produciendo en la frontera fósil
no convencional, que es donde se juegan los grandes negocios de las
empresas que ganaron durante el kirchnerismo y aún más ahora.
Nuestra matriz de fuentes primarias de energía continúa siendo un
90% fósil, las energías renovables no convencionales son apenas un
pequeño sector en Argentina, solo localizadas en el sector
eléctrico, que constituye menos del 20% de todas las fuentes
secundarias de energía. Si se cumpliese la Ley de Energías
Renovables, las fuentes no convencionales alcanzarían el 20 % de la
energía eléctrica en el año 2025. Así, pese a las inversiones en
energías renovables, el modelo energético fósil se profundizará
en los próximos años, al calor de la explotación de los
combustibles no convencionales. Una salida que lejos de aclarar,
oscurece el panorama futuro.
¿Qué modelo de
transición energética?
Dicho esto,
podemos coincidir en el análisis crítico de la política energética
de Cambiemos, pero a condición de no simplificar ni reducir la
discusión sobre la transición energética. Pues, aunque muchos
hablen hoy del tema, no todos entienden lo mismo.
Algunos de los
problemas que enfrentamos en relación al actual modelo energético
son:
- Cada vez hay más evidencias que muestran que la disponibilidad energética futura será menor. La finitud de los recursos fósiles y la imposibilidad de aprovechar las fuentes renovables por los límites en los materiales son una realidad actual .
- Existe una tremenda desigualdad e inequidad en el acceso y las condiciones de acceso a la energía para un buen vivir (pobreza energética).
- Los impactos del sistema energético sobre los ecosistemas son cada vez mayores (humanos y no humanos).
Por otro lado, la
discusión requiere identificar algunas cuestiones centrales. No
estamos hablando solamente de la diversificación de fuentes
energéticas, ni tampoco exclusivamente de opciones tecnológicas.
Hablamos de que no existe energía suficiente ni sumideros que lo
soporten para cualquier desarrollo. La economía clásica no puede
seguir tirando del caballo de la energía. En el presente la
limitación es la energía. No aceptarlo puede ser un gran error.
Desde nuestra
perspectiva, la energía debe ser entendida como parte de los bienes
comunes, como una herramienta y no un fin en sí mismo y en ese
sentido como parte de los derechos colectivos y en congruencia con
los derechos de la Naturaleza. En este contexto es necesario pensar
en un proceso de transición energética que implique un cambio
radical del sistema energético, el cual no se reduce a la
producción-consumo de determinados volúmenes físicos de energía,
sino que incluye las políticas públicas, los conflictos
sectoriales, las alianzas geopolíticas, las estrategias
empresariales, los desarrollos tecnológicos, la diversificación
productiva, las demandas sectoriales, los oligopolios y oligopsonios,
la relación entre energía y distribución de la riqueza, entre
energía y matriz productiva, las relaciones con la tecnología, etc.
El sistema energético se configura como un conjunto de relaciones
que vinculan al sistema humano entre sí, con la naturaleza, a su vez
determinado por las relaciones de producción existentes. Por esa
razón, se trata de debatir acerca de la construcción de nuevas
relaciones sociales en el plano de la producción, distribución y
consumo de energía.
Los cambios del
sistema energético pueden ser sintetizados en los siguientes puntos:
- La desmercantilización deviene un punto central en el marco del intenso proceso que impulsa la financiarización de la Naturaleza desde la economía verde. Esto por supuesto requiere desprivatización y fortalecimiento de lo público, así como avanzar en la desconcentración y descentralización del sistema energético global y local.
- La energía debe ser pensada como una herramienta fundamental a la hora de fortalecer mecanismos de redistribución de la riqueza, lo cual resulta de una prioridad urgente ante el fuerte crecimiento de la pobreza energética en nuestro país.
- Es necesario promover la democratización y descentralización de las políticas energéticas desarrollando herramientas de políticas locales y empoderamiento ciudadano.
- En congruencia con el desarrollo de los demás ejes planteados para la transición, otro de los objetivos es la desfosilización de la matriz energética.
Existen
suficientes indicios que ilustran que el sendero actual y el previsto
por las instituciones energéticas dominantes, basadas en un
crecimiento permanente de la utilización energética, es
irresponsable y suicida, así como existen indicios que muestran la
imposibilidad de abastecer un crecimiento exponencial del uso de
energía también con fuentes renovables. La finitud de los recursos
minerales planetarios, entre otros aspectos, dan cuenta de ello. En
esta línea, un camino aún poco explorado es el de la concepción de
la eficiencia energética como una fuente de energía.
En suma, debemos
aceptar que enfrentamos un descenso de la energía disponible. A la
extinción de los combustibles fósiles se suma el gran decrecimiento
de la tasa de retorno energético (como lo evidencia el fracking) y
la finitud de los materiales y minerales existentes para desarrollar
las renovables. Por ende, las reservas no pueden analizarse de manera
simplista sino teniendo en cuenta cuanta energía cuesta realizarlas.
El sistema económico mundial ha entrado en una nueva era, un mundo
energéticamente restringido y desigual. La disputa es de sentido, de
encontrar un nuevo contenido acerca de la prosperidad, la felicidad,
la satisfacción de necesidades humanas, algo indispensablemente
unido a menores recursos energéticos y materiales y a la
construcción de modos de vida compatibles con la reproducción y
sobrevivencia de los ecosistemas base de la vida.
Catastrofismo y
cambio climático
Por último, en
el artículo de Verbitsky, Federico Bernal se refiere al
“catastrofismo” e incluso apela a una versión local del
negacionismo respecto del cambio climático. En cuanto a lo primero,
existe una extensa bibliografía sobre el colapso civilizatorio, un
campo que infortunadamente en la actualidad revela una gran
potencialidad explicativa. Sin embargo, no se trata de caer rendido a
los pies de las narrativas «colapsistas», pues el riesgo más
evidente es quedar atrapado en una lógica paralizante que anule la
capacidad de acción colectiva. Además, como afirma Nick Buxton,
los futuros climáticos que estas narrativas describen ocultan el
hecho de que el impacto del cambio climático no vendrá determinado,
en última instancia, por los niveles de CO2 sino por las estructuras
de poder.
Por otro lado,
entendemos que negar la existencia del proceso de calentamiento
global y cambio climático y su origen antropogénico son hoy errores
difíciles de admitir dentro del campo progresista. Así, el
negacionismo de Bernal constituye un grave retroceso para afrontar la
crisis, se haga éste en nombre de una voluntad imperial, (Donald
Trump), o semiperiférica (Jair Bolsonaro), o apelando a la hipótesis
conspirativa acerca de un supuesto “Complejo Industrial del Cambio
Climático”. Sorprende además que el citado artículo suscriba
dicha tesis oscurantista, pues como señala el periodista cordobés
Leandro Ross, es contradictorio con lo que Verbitsky escribiera el
pasado año sobre la cumbre del G20, cuando señaló que el cambio
climático “no era un tema menor” y para medir la envergadura del
problema tomó la misma fuente de datos de la que ahora dice
sospechar.
El cambio
climático no es una excusa y mucho menos una abstracción. En
realidad, es lo menos “natural” que existe, pues es de origen
antrópico y nos recuerda que en la era del Antropoceno, el ser
humano se ha convertido en una fuerza geológica de alcance global,
que amenaza la vida misma del planeta. El aumento de los eventos
extremos, incendios, inundaciones, sequías, además de ser fenómenos
extendidos en el planeta, también están vinculados a las políticas
neoextractivas que los diferentes gobiernos potencian a través de
medidas en favor del agronegocio y sus modelos alimentarios, la
megaminería, la expansión de la frontera petrolera, las
megarepresas, entre otros.
Nadie niega que
exista una geopolítica del Antropoceno. En 2017, un informe de la
ONG The Carbon Majors encontró que más de la mitad de las emisiones
industriales mundiales desde 1988 corresponden a 25 empresas y
entidades estatales. Grandes empresas petroleras como ExxonMobil,
Shell, BP y Chevron están entre las más emisoras. Pero, aún así
cabe preguntarse: ¿Qué país puede estar preparado para generar
verdaderas estrategias de adaptación al cambio climático, si cuenta
con políticas públicas que promueven el monocultivo, la
deforestación, la destrucción de humedales, el incremento de la
producción de combustibles fósiles no convencionales? Precisamente
por eso, el combate contra el cambio climático no es una lucha de
las corporaciones ni del Banco Mundial, sino de la Vía Campesina, de
los trabajadores de la Central Sindical Internacional (CSI) y la
Central Sindical de las Américas (CSA), de los movimientos
campesinos, indígenas, socioambientales y organizaciones ecologistas
de la región y del mundo. Las corporaciones, el Banco Mundial y sus
socios sólo buscan mercantilizar las alternativas al cambio
climático, en una apuesta tecnológica que apunta cada vez más como
Plan B a la geoingeniería (intervención sobre el clima a gran
escala), a fin de lograr una salida capitalista a la crisis
ambiental.
Para cerrar: en
la Argentina no es posible continuar obturando la discusión sobre
los impactos de los modelos hegemónicos de desarrollo, asociados al
neoextractivismo. Tampoco es posible descalificar el rol de las
energías renovables en la construcción de alternativas energéticas,
debido a que estas son capturadas por sectores concentrados, que sólo
aspiran a incrementar ganancias. ¡Eso sería arrojar de modo
imprudente el agua sucia con el niño adentro! Por ende, es
imprescindible generar condiciones para que la disminución del uso
de combustibles fósiles y nucleares no realimente un sistema
energético perverso.
En un año
marcado por la agenda electoral, aquellos que planifican ser
nuevamente alternativa de gobierno deberían preguntarse si quieren
volver a repetir los mismos errores del pasado o están dispuestos a
abrirse a la autocrítica y promover un debate plural sobre estos
temas tan complejos, propiciando un diálogo entre diferentes
tradiciones político-ideológicas, con potencialidad emancipatoria.
Todo lo cual requiere la ampliación de las fuentes de consulta e
información, así como colocar los debates actuales en línea con
las alternativas sistémicas, aquellas que hablan de “otra sociedad
posible”, en sintonía con otras relaciones sociales y otra
racionalidad ambiental.
Fuentes:
Pablo Bertinat, Maristella Svampa, La energía en debate, enero 2019, El Cohete a la Luna.
La ilustración es del artista Chelo Candia.
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