por Edgardo Ayala
SAN SALVADOR, 14
feb 2019 (IPS) - Como un pulpo que lo abarca todo, la minería
metálica ha ido extendiendo sus tentáculos por América Central y
golpeando la agricultura y los ecosistemas del área, de acuerdo a
pobladores afectados, activistas y un nuevo informe sobre el
problema.
“Donde está la
empresa minera eran terrenos que arrendaban los campesinos para
sembrar maíz y frijol, la base fundamental de nuestra agricultura,
pero con la llegada de la compañía no hay tierras donde cultivar”,
explicó Lesbia Villagrán, residente en el municipio de San Rafael
Las Flores, en el este de Guatemala.
En esa localidad
rural con algo más de 9.000 habitantes se instaló en 2007 la Minera
San Rafael, subsidiaria de la compañía canadiense Tahoe Resources,
y desde entonces los residentes en diferentes asentamientos
esparcidos por ese municipio y otros vecinos se organizaron para
detener sus operaciones.
La lucha de los
pobladores contra el yacimiento de plata El Escobal obedeció a que
consideran que sus actividades afectan sus medios de vida, como la
agricultura, el agua y la biodiversidad de la zona.
“Cuando yo
estaba pequeña, mi papá arrendaba cuatro o seis manzanas (algo más
de cuatro hectáreas) de tierra y para nosotros era alegría trabajar
en la cosecha, abundante, pero cuando los dueños de esos terrenos
los vendieron a la empresa, mi papá ya no pudo cosechar nuestros
granos básico”, agregó Villagrán, de 28 años, en entrevista con
IPS desde San Rafael.
El yacimiento
cambió de dueño en enero, y ahora la empresa se llama Minera San
Rafael El Escobal, subsidiaria de la también canadiense Pan American Silver, que según su portal de Internet es el segundo productor
mundial de plata. Es propietaria y opera seis minas en México, Perú,
Argentina, Bolivia y ahora en Guatemala.
“La situación
agrícola es complicada debido a las operaciones de la empresa”,
señaló Alex Reynoso, un caficultor de un municipio vecino a San
Rafael.
De acuerdo a
Reynoso, los mercados del país no quieren los productos cosechados
cerca al yacimiento, porque temen que estén contaminados con los
metales pesados utilizados en el proceso de extracción.
“Los mercados
más importantes del país evitan comprar nuestros productos, así de
sencillo”, subrayó a IPS desde su localidad.
IPS intentó
obtener comentarios tanto de Tahoe Resources como de Pan American
Silver, sobre las críticas de los residentes en San Rafael Las
Flores en contra del yacimiento, sin lograr respuesta hasta el
momento de publicar este reportaje.
Las operaciones
de la mina se mantienen suspendidas desde julio 2017, debido a una
resolución de la Corte de Constitucionalidad de Guatemala, que
asumió el alegato de organizaciones de pobladores de la zona,
pertenecientes al pueblo amerindio xinca, de que no fueron
consultados sobre el proyecto.
El alto tribunal
ratificó la medida de paralización en septiembre de 2018.
Este caso en
Guatemala es un ejemplo de las tensiones que provoca en América
Central la extracción de metales, una actividad que ha estado
presente en el área, aunque en forma rudimentaria, desde los tiempos
de la colonia española, en el siglo XVI.
Pero ha sido en
las últimas décadas que ha mostrado una amplia expansión con la
llegada de consorcios internacionales dedicados al sector.
El arribo de
compañías extranjeras ha generado un conflicto social a partir de
la oposición de residentes de los poblados donde se asientan las
actividades mineras, especialmente en Guatemala, Honduras, El
Salvador y Nicaragua.
Por medio de las
licencias ganadas, los consorcios han ido acaparando tierras de
tradición agrícola o forestal, así como a los recursos hídricos
vitales para la vida en las comunidades, sobre todo indígenas,
poniendo en riesgo su seguridad alimentaria.
El estudio
“Estrategias para la defensa del medio ambiente y derechos humanos
ante los impactos del extractivismo minero en Centroamérica”,
hecho público el 11 de febrero en San Salvador, da cuenta de esa
expansión y sus impactos.
En Honduras,
hasta enero de 2017 se habían otorgado 172 concesiones de minería
metálica, que en una extensión total de 7.275 kilómetros
cuadrados, equivalentes a 6,47 del territorio del país.
En Guatemala,
hasta la misma fecha, se habían otorgado 55 concesiones, con una
superficie de 4.143 kilómetros cuadrados, un 3,81 por ciento de la
superficie nacional.
Nicaragua, para
mayo de 2017 había otorgado concesiones para 146 operaciones
extractivistas, y aún procesa 20 solicitudes más. En conjunto,
incluyendo las solicitudes pendientes, engloban 11.143 kilómetros
cuadrados, es decir, 8,55 por ciento de su superficie total.
El Salvador hizo
historia a nivel internacional, al ser el primer país en el mundo en
prohibir de tajo toda forma de minería, en marzo del 2017.
Pero hasta 2006
se registraban 31 concesiones metálicas, que cubrían un área de
1.088 kilómetros cuadrados, 5,17 por ciento de su territorio.
América Central
es una región de grandes carencias sociales, con una población de
48 millones de habitantes y una extensión de 524.000 kilómetros
cuadrados, y de la que forman parte también Costa Rica y Panamá.
Es además, una
de las regiones más vulnerables a los impactos del cambio climático,
con pérdidas anuales en cosechas, ya sea por exceso de agua, en el
periodo de lluvias, o por sequías, en el seco.
Siguiendo el
ejemplo salvadoreño, “hay casos de movimientos que están
solicitando territorios libres de minería” en países vecinos,
explicó a IPS la investigadora nicaragüense Angélica Alfaro, una
de las responsables del nuevo estudio.
“Pero la
realidad es que en países como Honduras, Guatemala y Nicaragua se
han creado leyes orientadas directamente a promover al sector
minero”, dijo Alfaro, que trabajó en el documento en su calidad de
consultora de la Asociación para el Desarrollo de El Salvador.
El informe fue
publicado por la Alianza Centroamericana frente a la Minería, un
conglomerado de organizaciones ambientalistas de la región.
El sector minero
pone en riesgo la seguridad alimentaria del istmo porque impacta
directamente la agricultura, pues afecta varias cuencas, aseguró a
IPS el activista Julio González, del colectivo guatemalteco Madre
Selva.
Por ejemplo la
mina Cerro Blanco, localizada en el municipio guatemalteco de
Asunción Mita, limítrofe con el occidente salvadoreño, es parte
de la cuenca Ostua- Güija-Lempa.
La contaminación
producida por el yacimiento pasa al lago Guija, en El Salvador, y de
ahí al río Lempa, que serpentea por este país y cuya agua es
aprovechada para el riego y para el consumo humano, luego de ser
purificada.
“El agua,
aparte del uso cotidiano, es vital para la agricultura, y es afectada
por la presencia de minerales metálicos, como cianuro, todo eso va a
alterar la producción de alimentos”, destacó González, quien
participó en la presentación del estudio en San Salvador.
Agregó que las
tierras usadas por el sector no son precisamente las enormes
extensiones propiedad de terratenientes, sino las zonas usadas para
la agricultura de subsistencia, sobre todo en territorios indígenas,
expulsados históricamente de sus tierras y asentados en zonas
boscosas.
“Pero esa es la
agricultura que sostiene la seguridad alimentaria”, subrayó.
El informe
“Impactos de la minería metálica en Centroamérica”, publicado
en 2011, advertía ya que “el acceso al espacio geográfico con el
que cuenta la minería es el doble que el dedicado a la producción
de granos básicos, es decir, por cada kilómetro cuadrado que se
encuentra cultivado con granos básicos en Centroamérica existen dos
kilómetros cuadrados sobre los cuales la industria minera ejerce
control”.
Edición:
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Edgardo Ayala, Minería acapara tierras y golpea agricultura en América Central, 14/02/19, Inter Press Service.
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