por Florencia
Cremonese
MONTEVIDEO, 19
nov 2018 (IPS) - Indumentaria sintética, ropa desechable,
cosméticos, exfoliantes y pastas de dientes blanqueadoras son solo
algunas de las fuentes de plásticos microscópicos que llegan a
mares y ríos y terminan en nuestros platos.
La ropa de bajo
costo, producto de la llamada moda rápida (‘fast fashion’)
inunda las tiendas, y en la mayoría de los casos ofrece prendas tan
baratas como efímeras. En la lógica de consumo del capitalismo más
voraz la idea tiene sentido: la moda cambia, hay que renovar el
guardarropa cada temporada, por lo que su poca durabilidad no debería
ser problema, más aún si las prendas son baratas.
Pero ya lo dice
el popular refrán, lo barato sale caro: detrás de las prendas que
cambiamos con frecuencia hay explotación laboral, lo que permite que
algunos productos se vendan incluso por debajo de su costo. Una
práctica no solo ejercida sobre trabajadores, con salarios que
apenas les alcanzan para sobrevivir, sino sobre el planeta.
El resultado es
un costo implícito que las empresas trasladan al cliente: la
destrucción de su ambiente y en muchos casos de su salud.
“Vivimos en
plástico”, dijo la doctora Lorena Ríos Mendoza. La profesora asociada de química de la estadounidense Universidad de Wisconsin
planteó que desde los textiles de nuestras camas, pasando por los
contenedores que utilizamos para trasladar el almuerzo, hasta los
cosméticos que usamos en nuestro rostro, todo contiene plástico.
“Somos
adictos”, opinó la especialista nacionalidad mexicana. Algún
incauto podría preguntar cuál es el problema. Es que el plástico
demora al menos 400 años en degradarse y lo que usamos hoy ensuciará
los mares y la tierra por unas cinco generaciones.
Pero si la ropa
no es plástico y no la echamos al agua, podría decir otro. En
realidad, ambas afirmaciones son falsas. La ropa sintética
mayoritaria en la moda rápida es plástico, pues sus componentes
derivan del petróleo, y sí, además las echamos al agua.
Cada vez que
lavamos nuestras prendas miles de fibras microscópicas atraviesan
los filtros de las lavarropas y llegan a los cauces de agua. Su
tamaño es tan ínfimo que atraviesan los filtros. De acuerdo a un
estudio de 2016 de la británica Universidad de Plymouth, más de
700.000 fibras plásticas microscópicas se liberan en cada lavado de
seis kilos de ropa en una lavadora doméstica y 1,7 gramos de fibras
pueden liberarse en el lavado de una sola chaqueta sintética, según
la estadounidense Universidad de California.
Si pensamos en
esta realidad en forma agregada el problema se acentúa puesto que a
diario se hacen millones de lavados a lo largo y ancho del globo, a
lo cual se suma la toxicidad de las tintas, el alto consumo de
energía en la producción y un largo etcétera. La indumentaria es
solo uno de los orígenes de los microplásticos presentes en
ecosistemas marinos y terrestres.
Para ser
considerado microplástico el material debe medir como máximo cinco
milímetros y en la mayoría de los casos su tamaño lo hace
invisible para el ojo humano. Como explicó Ríos Mendoza, hay tres
formas de creación de microplásticos.
Una de ellas es
por la ruptura de “macroplásticos”, como los presentes en
envases o en cualquier otro producto de este material, que se rompen
en trozos más pequeños por efecto del sol y el movimiento del agua.
Otra es por la
fragmentación realizada por animales que los confunden con alimentos
y los rompen creando pequeños trozos. Y por último, por la creación
industrial de plásticos microscópicos como sucede en el caso de los
cosméticos, o “perlas blanqueadoras”, eufemismo utilizado en la
industria de la higiene para referirse a este material en detergentes
de ropa y pastas dentales.
El último
eslabón de la cadena
El problema no es
solo para los peces y las tortugas que se mueren llenas de plástico,
sino para nosotros, que nos los estamos comiendo y llenando nuestros
estómagos con lo mismo.
“Para entender
la cantidad de plástico que está inundando el mar pensemos que es
como si cada un minuto un camión de basura tirara todos sus desechos
en el océano”, ejemplificó la geógrafa Estefanía González.
La chilena
González se desempeña como coordinadora de campañas y océanos en
la repartición andina de la organización ecologista Greenpeace y
considera a los plásticos visibles como uno de los mayores desafíos
en la lucha por la preservación de los ambientes. Para la activista
el peligro es mayor en el caso de los microplásticos porque generan
la ilusión de una aparente inexistencia.
En junio la
Universidad de Magallanes, en Chile, reveló la presencia de
partículas de plásticos en la centolla magallánica, crustáceo
presente en la aislada Antártida chilena. El hallazgo despertó la
alarma sobre la posible contaminación de otros seres en zonas más
pobladas y más cargadas de desechos. Los mismos descubrimientos se
publican por decenas cada año y hablan de contaminación por ingesta
en los lugares más remotos del planeta.
Según recogió
la revista National Geographic, cuando el investigador Matthew
Savoca, del Centro Sudoeste de Ciencia Pesquera en Monterrey, en el
estado estadounidense de California, empezó su estudio sobre la
alimentación de las anchoas, ya se habían documentado 50 especies
de peces que comían microplásticos. Cuando concluyó su
investigación dos años después, el número había ascendido a 100.
Para Ríos
Mendoza, cuya área de estudios es el océano Pacífico, la presencia
de plásticos es preocupante porque este material tiene la capacidad
de actuar como una esponja de los compuestos tóxicos presentes en el
agua.
“Los plásticos
que están flotando en el agua pueden absorber los compuestos tóxicos
resistentes como los que se utilizan en la industria eléctrica, o
los formados por incompleta combustión de las gasolinas como son los
poliaromáticos. También absorben los organoclorados,
caracterizados por durar mucho tiempo en el ambiente, llamados
resistentes orgánicos. Estos son hidrofóbicos, no les gusta el
agua, entonces ven la partícula de plástico y ahí es donde se
absorben”, dijo.
Si los plásticos
fueran recogidos luego de la absorción tendríamos una buena noticia
“porque las aguas se están limpiando, pero el problema es que no
podemos decirle a los organismos que no se coman esas partículas”,
explicó la especialista. Por eso, abundantes cantidades de este
elemento terminan directa o indirectamente en nuestro sistema
digestivo por nuestra condición de último eslabón de la cadena
alimenticia.
“Muchos de esos
compuestos tóxicos son disruptores endocrinos y el problema es que
todavía no sabemos cuánto tarda el compuesto que está en la
partícula de plástico en pasar al sistema del pez y si el problema
se detiene en el sistema endocrino del pez o cuando nosotros nos
comemos al pez, el problema va hacia nosotros”, puntualizó.
Las preguntas aún
no tienen una respuesta contundente pero constantemente se abren
interrogantes. Según Ríos Mendoza, las evidencias apuntan a que los
compuestos presentes en el plástico afectan más a los peces macho,
lo que dificulta la reproducción.
De allí surge el
interrogante de si al comer esos animales con un cambio hormonal
también se está generando un cambio en los organismos de humanos.
“Los compuestos
tóxicos están causando una disrupción endocrina porque son mímicos
de las hormonas femeninas por lo que afectan más al macho en los
organismos. Además estamos viendo que el humano está siendo
afectado, ¿por qué? porque el número de esperma en el humano está
bajando”, argumentó.
Podríamos pensar
que si no consumimos productos provenientes de mares y ríos
evitaríamos la contaminación por microplásticos, pero no es así.
Las mismas preguntas sobre la toxicidad para los humanos se trasladan
a los alimentos cultivados en tierras contaminadas y al agua que
bebemos.
De acuerdo con un
estudio encargado por la organización Orb Media y realizado por la
universidades estadounidenses de Nueva York y Minnesota, 83 por
ciento del agua potable global contiene microplásticos.
El estudio
publicado en 2017 analizó 159 muestras tomadas en distintos países
de cinco continentes, y arrojó que Estados Unidos tenía los peores
resultados con un índice de presencia de microplásticos de 94 por
ciento. Los mismos porcentajes se encontraron en aguas embotelladas.
¿Qué edad
tendrás en 2050?
Si no cambiamos
nuestros hábitos de consumo, en 2050 habrá más plástico en los
mares que peces. En apenas 32 años se estima que el problema llegue
a ese punto. El daño ya es enorme pero no irreversible.
En la actualidad
la contaminación se observa incluso en lugares aislados a los que
los residuos llegan por corrientes de agua o de aire, pero el cambio
está tan cerca como la voluntad individual y colectiva lo disponga.
Según contó
González desde Santiago de Chile, “cuando nosotros (Greenpeace)
estuvimos este año con un barco en la Antártida haciendo diferentes
investigaciones científicas, encontramos que había micro partículas
de plástico en nieve recién caída o en aguas que están alejadas
de todo, pero tenemos tiempo de cambiar”.
Las alternativas
al plástico existen, bolsas de materiales reciclados o de telas
durables, indumentaria de fibras naturales o de fibras recicladas.
Cosméticos que en vez de limpiar el rostro con plástico lo hagan
con materiales nobles como la cáscara de nuez. Productos con poco
empaquetamiento y con compromiso de durabilidad e incluso negarse a
la pajilla de un refresco, son conductas que hacen un cambio.
Esto depende del
compromiso de empresas, gobiernos y sobre todo de los consumidores.
Tendencias como la Economía Circular, la Economía Verde o la
Economía del Bien Común buscan brindar herramientas a estos tres
actores para terminar con la cultura del uso y tiro.
“Uno de los
temas que aborda la Economía del Bien Común tiene que ver con la
manera en que nos hacemos cargo de este bienestar o mejor vivir de la
sociedad. Y la sociedad entendida no solo como las personas, sino
como el resto de los seres vivos que habitan el planeta”, relató
el ingeniero Gerardo Wijnant, presidente de la Asociación de
Fomento de Economía del Bien Común en Chile.
La idea radica en
integrar a la economía valores “que hacen florecer las propias
relaciones humanas”, explicó desde Santiago.
Para eso
considera en la ecuación conceptos como dignidad humana,
sostenibilidad ecológica, justicia social y democracia. El objetivo
es que el consumidor se empodere y demande productos con estas
características y que el empresario comprenda la importancia de
cuidar sus procesos productivos.
“Desde la
gestión ética de los suministros pensando en qué huella voy a
dejar con ese producto, qué tipo de envase, que proveedores voy a
tener, si esos proveedores respetan adecuadamente la cadena de valor
desde el origen de los insumos hasta el producto”, dijo el
ingeniero.
A su juicio,
estos nuevos modelos “impulsan que las empresas vuelvan a tener el
concepto que nunca deberían haber perdido, que es crear productos y
servicios que sirvan a la sociedad, incluso si sus proveedores y
procesos son más caros”.
Al final “nos
estamos contaminando a nosotros mismos” y lo barato se vuelve como
un búmeran contra nosotros.
Este artículo
fue publicado originalmente por la agencia internacional Sputnik. IPS
lo difunde en acuerdo con esa agencia, porque su autora se hizo
merecedora de un premio por este texto, como parte de su
participación en el seminario-taller “Cómo aplicar los ODS a la
agenda periodística. Profundizando en la transformación hacia
sociedades sostenibles”, realizado en Montevideo y organizado por
la Fundación de las Naciones Unidas e Inter Press Service-IPS.
Fuente:
Florencia Cremonese, De la percha al plato: los microplásticos se meten en nuestra dieta, 19/11/18, Inter Press Service. Consultado 26/11/18.
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