El biólogo y
periodista ambiental presentó su quinto libro con una férrea
crítica al neoliberalismo. "No tenemos que creer que cerrando
la canilla vamos a salvar el planeta. La manera de resolver el
problema del derroche del agua en el planeta es con una política
pública", argumentó.
Sergio
Federovisky dice que el "nuevo hombre verde" es
sustentable, ambientalmente consciente, parte del progreso,
respetuoso con la naturaleza y responsable de la noble tarea de
salvar la Tierra. También dice que es una construcción irreal,
funcional a ciertos intereses. El biólogo y referente del periodismo
ambiental lo presenta, en su quinto libro, como un instrumento social
tan comprometido como engañado.
"El hombre
verde es una construcción que deriva de la necesidad del sistema de
encontrar una coartada para no responder ante sus responsabilidades.
El sistema nos empuja a autoflagelarnos, culparnos y
responsabilizarnos individualmente por lo que no tenemos
posibilidades de incidencia real en términos individuales. Es esta
configuración por la cual cada uno de nosotros tiene que separar la
basura, gastar la menor cantidad de agua posible, apagar la luz e ir
con una bolsita de tela al supermercado, una cantidad de tareas que
se le imponen como si fuese un superhombre, sobre la base tácita de
que la suma de esas actitudes individuales va a dar como resultado de
una suma algebraica final que la sociedad va a cambiar y vamos a ser
todos felices y sustentables", expone.
La exposición
del autor en su obra es crítica. Su propósito es desarticular y
desentrañar la estrategia del sistema. El dedo apunta hacia el
neoliberalismo. "No podemos creer, ni por un minuto, en la
ilusión de que la actividad individual en nuestra casa va a ser la
que salve al planeta. Eso no es cierto y hay que decirlo con todas
las letras. Porque la manera que el sistema tiene de seguir incólume
en su actividad de derroche, de destrucción de los recursos
naturales, de avasallamiento, es creando al nuevo hombre verde para
que nosotros sintamos que estamos haciendo algo", anuncia.
“Durante el
último verano europeo se batieron 118 récords de temperatura. No se
puede creer que el nuevo hombre verde va a salvarnos de eso, porque
no es cierto, no es un superhéroe”, dijo Federovisky.
La visión es
concisa: el hombre verde no es la solución y su radio de acción es
imperceptible. O peor, fue una coartada del poder económico para
desligarse de culpas. La denuncia de Federovisky dice que lo
fabricaron "para calmar los nervios, para que sintamos que
estamos haciendo algo en pos del futuro del planeta, cuando la
realidad indica que las herramientas verdaderas que tenemos son muy
pocas, muy escasas. Nosotros no podemos individualmente diseñar
políticas públicas o individualmente diseñar dispositivos para que
se termine el uso de los combustibles fósiles que son los que
provocan el aumento de la temperatura y el cambio climático. No
tenemos eso a mano. Por eso soy pesimista en el sentido gramsciano
del término, 'el pesimismo de la razón': ver la realidad tal como
es y sacar conclusiones a partir de esa realidad, no a partir del
deseo".
Su optimismo está
desgastado. No percibe interés genuino en un cambio de paradigma de
los órdenes políticos. "Si miro los indicadores, no puedo ser
demasiado optimista. Es bastante difícil ser optimista, porque
todavía las reglas de juego las siguen fijando los intereses
concentrados", razona. Su derrotismo se desprende de su
interpretación de los hechos: dice que el modelo económico es
inconsistente con la sustentabilidad y contraria al concepto de
protección ambiental.
Desacredita la
figura de superhéroe del "nuevo hombre verde" y no le
asigna culpabilidad a la conciencia ambiental: "Cuando empecé a
trabajar en ésto, hace más de treinta años, se decía que el gran
problema era la falta de conciencia. Treinta años después, si todos
los indicadores han empeorado y hay verdaderas muestras de que existe
conciencia, quiere decir que la solución está en otro lado y que el
problema estaba mal diagnosticado. No se puede decir que no hay
conciencia cuando estuvo la gente de Esquel contra la minería a
cielo abierto, las madres de Ituzaingó en contra de la fumigación,
las mujeres de Famatina en contra de Barrick y la pueblada de
Gualeguaychú. Conciencia y luchas sociales en materia ambiental hay,
lo que no hay son políticas públicas".
A su reflexión,
le puso un ejemplo: "La Argentina destina casi el 2 % de su PBI a
subsidiar los combustibles fósiles en toda su cadena, desde la
explotación hasta la distribución. ¿Cuánto es el subsidio a las
energías renovables? Cero. Esa es una política pública, implícita.
Por lo tanto que yo en mi casa apague la luz o cierre la canilla es
casi insultante frente a lo otro".
Castiga, por otra
parte, la concepción de -lo que él define- slogans de campaña y no
decisiones gubernamentales de compromiso profundo. "A mí me da
un poco de bronca esta idea de que andando en bicicleta y siendo
sustentables vamos a salvar al mundo. Me molesta que desde los
gobiernos se transmita esa idea, como si verdaderamente eso nos fuese
a salvar cuando en verdad lo que hace es permitirles que sigan
haciendo cosas bajo la idea antigua de progreso, que sigan volando
montañas, que sigan manteniendo el Riachuelo en la situación en la
que está, mientras nos dicen que vamos a salvar el mundo andando en
bicicleta".
La bicicleta,
avisa, igual es necesaria como herramienta de conciencia ambiental
desde un punto de vista ético. Y aunque la razón de su proclama sea
la atribución de responsabilidad del desastre ecológico al
neoliberalismo, argumenta que la conciencia social y la acción
política es la misma cosa: "La Argentina tiene tres mil
basurales a cielo abierto. ¿Puede la conciencia individual de cada
uno de nosotros que separamos la basura en nuestras casas resolver
ese problema? Claramente no. Pero, ¿puede el Estado resolverlo sin
que haya una sociedad con conciencia para exigírselo? Tampoco".
La solución está
en la naturaleza y en sus métodos de respuesta. Para dejar de dañar
a la tierra, hay que imitar a la tierra. Toma, para su argumentación
las cuatro leyes de la ecología que acuñó, Barry Commoner, un
biólogo estadounidense. "Si la sociedad y la política imitaran
estas cuatro leyes todo estaría mejor -describe-. Uno: todo genera
un efecto en otro lado. Dos: no hay tenedor libre en la naturaleza,
no hay posibilidad de servirse eternamente. Tres: todo va a parar a
alguna parte, la basura no desaparece. Cuatro: la naturaleza es más
sabia. Lo que la naturaleza no inventó es porque descubrió que sus
efectos dañinos eran más que sus beneficios", concluyó.
Fuente:
Milton Del Moral, Sergio Federovisky: "No vamos a salvar el mundo andando en bicicleta", 01/09/18, Infobae.
No hay comentarios:
Publicar un comentario