Presentación (primeros apartados) de Crítica de la (sin)razón nuclear. Fukushima, un Chernóbil a cámara lenta.
por Eduard Rodríguez
Farré y Salvador López Arnal
Si nació usted
antes de 1950, señalaba Javier Salas a mediados de septiembre de
2016, “puede que ahora vaya a sentirse algo más mayor: ha vivido
en dos épocas geológicas distintas”. La tierra ha entrado en una
nueva página del calendario geológico, el Antropoceno, “la edad
de los humanos”. Una de las pruebas de que el mundo ha cambiado
para siempre, proseguía el periodista científico de El País,
estaba en la playa de Tunelboca, en la ría de Bilbao, “en una
franja de siete metros de sedimentos acumulados por la
industrialización”. Allí se habían ido depositando durante casi
un siglo escorias vertidas por los altos hornos vizcaínos.
El Anthropocene
Working Group (Grupo de Trabajo del Antropoceno, AWG por sus siglas
en inglés), un colectivo de 38 científicos de sistemas terrestres
convocados por el geólogo Jan Zalasiewicz de la Universidad de
Leicester, Inglaterra, acordó en el verano de 2016 que la Humanidad
había superado el Holoceno, la hasta ahora última época geológica
del período Cuaternario, un período interglaciar en el que la
temperatura se hizo más suave y la capa de hielo se derritió, lo
que provocó un ascenso del nivel del mar. La huella de nuestra
Humanidad quedará para siempre “grabada en todo el planeta como
una línea bien identificable en los estratos que se verán dentro de
miles o millones de años en cuevas y acantilados, una referencia
permanente para los científicos del futuro”.
Los primeros
pasos que posibilitaron esta conclusión se iniciaron en 2009, cuando
se solicitó al AWG que estudiara la situación e hiciera una
recomendación. Tras siete años de investigación, el grupo de
trabajo tomó una decisión, en una reunión celebrada entre el 27 de
agosto y el 3 de setiembre de 2016, por una abrumadora mayoría de 35
votos favorables y 1 en contra: aprobar el cambio geológico señalado
y datar el comienzo de la nueva era en 1950. El Antropoceno, como nos
advirtiera el malogrado Ramón Fernández Durán (1947-2011), sería
el momento en que nuestra especie ha cambiado con sus diversas -y
frecuentemente incontroladas- actividades el ciclo vital de la
tierra, el momento en el que la Humanidad ha sacado a nuestro planeta
de su variabilidad natural, como ha explicado Alejandro Cearreta, un
investigador y profesor de la Universidad del País Vasco que formó
parte del AWG. Por primera vez una época geológica vendrá
determinada por el impacto (esencial) de una única especie en vez de
por la composición principal de la flora y fauna del planeta o por
acontecimientos geofísicos. Nuestra humanidad se ha convertido en
una fuerza equivalente a los grandes agentes de la naturaleza como
los impactos de meteoritos, las erupciones volcánicas o los
movimientos tectónicos que antes habían provocado esos cambios.
Pero, ¿de dónde
y por qué 1950 como fecha, como año de demarcación? Porque se ha
acordado, sin apenas disenso científico, que la marca que determina
el cambio geológico al que aludimos son los residuos radiactivos de
plutonio tras los ensayos atómicos realizados a mediados del siglo
XX (y también antes por supuesto). Hablando propiamente, 1952 sería
la fecha más exacta porque entonces fue el momento en el que los
isótopos originados por el lanzamiento de las bombas se fueron
asentando en el planeta. Para entrar en un momento geológico
distinto, comenta el geólogo vasco, tenía que haber una señal
inequívoca, "global y sincrónica", del cambio planetario.
Aunque inicialmente se había pensado en el año 1800 por referencia
a la Revolución Industrial, se descartó finalmente esa “señal”.
Su huella, como sabemos, no llegó por igual y al mismo tiempo a
todos los países y territorios del mundo.
La intervención
humana actúa en la tierra desde hace miles de años. La diferencia
es que ahora hablamos de un cambio de ciclo en el comportamiento de
nuestro planeta provocado por la propia Humanidad y sus plásticos,
sus emisiones de gases, su contaminación radiactiva, sus desechos
industriales, la alteración de ecosistemas, la desaparición masiva
de biodiversidad, la acidificación de los mares. Algunos, muchos de
estos cambios, son geológicamente de larga duración. La fecha
acordada, alrededor de 1950, coincide con lo que suele denominarse
“momento de gran aceleración” del impacto humano.
Aunque era
necesario fijar un momento determinado, no nos enfrentamos con un
acontecimiento puntual sino con un proceso prolongado de deterioro
medioambiental que es cada vez más irreversible. El comunicado de
prensa publicado por el AWG, el texto en el que anunciaba su
conclusión, señalaba:
Los cambios del
sistema tierra que caracterizan la época potencial del antropoceno
incluyen una notable aceleración de los grados de erosión y
sedimentación, perturbaciones químicas a gran escala de los ciclos
del carbono, nitrógeno, fósforo y otros elementos, el comienzo de
un cambio significativo del clima mundial y del nivel del mar y
cambios bióticos como los niveles insólitos de invasión de
especies en todo el mundo.
Muchos de estos
cambios son geológicamente duraderos y algunos son, como sabemos,
efectivamente irreversibles.
Transitando por
este mismo sendero, en su respuesta a una pregunta de Saral Sarkar,
John Bellamy Foster señalaba en marzo de 2017 que en el Antropoceno
nos enfrentamos con la posibilidad futura, si nuestras sociedades
continúan por la vía hegemónica del business as usual, del fin de
la civilización en el sentido de sociedad humana organizada, e
incluso, potencialmente, de la misma especie humana.
Pero mucho antes
de eso, cientos de millones de personas se verán afectadas por
sequías crecientes, el aumento del nivel del mar y fenómenos
climáticos extremos de todo tipo. Esto exige un cambio radical en la
“hegemonía política y económica”, como señala Kevin Anderson,
del Tyndall Centre for Climate Change Research; Anderson también
insiste en una suspensión inmediata del crecimiento económico y de
todo intento de estimular el crecimiento a expensas del medio
ambiente.
Es necesaria la
conservación, señala el ecologista y economista norteamericano,
“así como cambios en el uso de recursos, tecnología y valores de
uso”. Los combustibles fósiles deben quedar bajo tierra. Jorge
Riechmann lleva años y años batallando y argumentando por la misma
idea.
No se trata de un
juicio político interesado, poco informado y extremista, como
algunas voces, muy minoritarias, han reprochado a este grupo de
investigadores. Hablamos de un hecho, de una conjetura científica
contrastada. Se está acumulando un registro geológico. La evidencia
del Antropoceno durará siempre. Su llegada es una prueba, comenta
críticamente Cearreta, de "nuestro fracaso como sociedad".
¿Fue bueno o malo que se extinguieran los dinosaurios? Podemos
suspender el juicio y no responder, “pero ahora se ha producido un
cambio claro en el sistema tierra", asegura este científico
concernido que no ha ocultado que estuvieron fuertemente presionados
por Estados, instituciones y corporaciones cuando tomaron la decisión
que comentamos en el Congreso Internacional de Geología celebrado en
Sudáfrica en agosto de 2016. El criterio aprobado por esta comunidad
científica independiente de geólogos es otra crítica contundente a
la irresponsable apuesta atómica de la Humanidad, a sus países y
clases sociales dominantes y hegemónicas, dicho con más precisión.
La era nuclear y
sus diversos y prolongados peligros, la sinrazón atómica, la señal
del nuevo marco geológico, es el asunto central de este ensayo.
También es nuestro tema, la otra cara de esta más que peligrosa
moneda, las prolongadas y difíciles resistencias ciudadanas.
Fukushima, como no podría ser de otra manera, es uno de nuestros
nudos vertebradores. Con lo sucedido, con lo que allí sigue
sucediendo, hay un antes y un después en la historia de una de las
industrias más peligrosas generadas por la Humanidad. Su
“externalidad” más importante a largo plazo, no es la única,
los residuos radiactivos, es un oscuro y peligroso legado que
permanecerá con nosotros -y sin nosotros- durante miles y miles de
años. Un escritor inolvidable, un gran maestro por el que sentimos
una profunda admiración, Henning Mankell, nos habló de todo ello
con profundo pesar, clarividencia e indignación en su autobiografía.
De ello hablamos en uno de los capítulos del libro.
Para situarnos
poco a poco en este incómodo escenario, recordemos brevemente
algunas caras del poliedro atómico. Detengámonos de entrada en un
nefasto (y ya antiguo acuerdo) que no suele ser muy citado y que ha
destacado oportunamente Helen Caldicott en “Ataque de los apólogos
nucleares. Peligrosa equivocación sobre la radiación nuclear”.
En los primeros
días de la energía e industria nucleares, hace ya más de medio
siglo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó
declaraciones expresas sobre los riesgos de las radiaciones. La
siguiente advertencia lleva la fecha de 1956: “El patrimonio
genético es la propiedad más preciosa de los seres humanos”.
Determina la vida de “nuestra progenie, la salud y el desarrollo
armonioso de futuras generaciones”. Como expertos y conocedores
“afirmamos que la salud de futuras generaciones es amenazada por el
aumento del desarrollo de la industria atómica y las fuentes de
radiación”. Las nuevas mutaciones que ocurran en “los seres
humanos son dañinas para ellos y para su descendencia”.
Empero, desde
1959, apenas tres años después, la OMS no ha vuelto a hacer
comentarios sobre la radiactividad y la salud humana. ¿Qué pasó,
qué ha pasado durante tantos años, qué sigue pasando en la
actualidad? Hablaremos de ello con detalle en un apartado del tercer
capítulo. Bastará ahora con un breve apunte. El 28 de mayo de 1959,
en la 12ª Asamblea Mundial de la Salud, la OMS llegó a un acuerdo,
pésimo desde el punto de vista de la salud humana y el equilibrio
del medio ambiente, con la Agencia Internacional de Energía Atómica
(AIEA), una resolución que afirma en uno de sus puntos:
Siempre que
cualquiera de ambas organizaciones tenga el propósito de iniciar un
programa o actividad relativo a una materia en que la otra
organización esté o pueda estar fundamentalmente interesada, la
primera consultará a la segunda a fin de resolver la cuestión de
común acuerdo [las cursivas son nuestras].
La primera a la
segunda, la OMS a la AIEA. De este modo, la OMS otorgaba a la Agencia
atómica el derecho de aprobación previa a cualquier investigación
que quisiera emprender. No era, no es cualquier cosa esta concesión.
La AIEA, nos
advierte Caldicott, es una agencia que mucha gente, incluidos
numerosos periodistas, bastantes científicos y muchos ciudadanos,
piensa que es una institución protectora. Pero no lo es, en
absoluto. Es, en realidad, una organización defensora, ni crítica
ni independiente, de la industria nuclear. Sus estatutos señalan que
“el organismo procurará acelerar y aumentar la contribución de la
energía atómica a la paz, la salud y la prosperidad en el mundo
entero.” Paz y salud son aquí, con la seguridad por nos otorga la
experiencia de muchos años, términos publicitarios. Cabe pensar lo
mismo de lo dicho sobre la prosperidad, a no ser que se entienda de
forma desarrollista y destructora del medio.
Un segundo asunto
en este dibujo general que estamos trazando: los errores humanos
evitables, las apuestas irresponsables…
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Fuente:
Eduard Rodríguez Farré, Salvador López Arnal, La marca atómica como línea de demarcación del Antropoceno, 27/04/18, Rebelión.
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