Una reflexión
que se está gestando en los últimos quince años a nivel global
sobre el Antropoceno, un nuevo concepto-síntesis muy ligado a la
crítica del extractivismo que hacemos desde América Latina.
por Maristella Svampa
El término
Antropoceno reúne dos términos: del griego, ἄνθρωπος
(anthropos), que significa hombre y καινός (kainos), que
significa nuevo o reciente. El mismo fue propuesto por algunos
científicos para sustituir el de Holoceno, que es la actual época
del periodo Cuaternario en la historia terrestre y designa una nueva
era geológica en la cual el hombre se convierte en una fuerza de
transformación con un alcance global y geológico. Según diferentes
especialistas y científicos habríamos ingresado hacia 1780 al
Antropoceno, esto es, con el advenimiento del capitalismo.
Hablar de
Antropoceno implica afirmar que el ser humano y su acción, su
repercusión sobre el sistema Tierra, han traspuesto un umbral. Este
término fue acuñado por Paul Krutzen, químico y premio Nobel por
sus trabajos sobre la capa de ozono, que en el año 2000, durante un
coloquio internacional en Cuernavaca, en el marco de una discusión
sobre las edades del planeta, terminó casi a los gritos planteando
que no estamos más en el Holoceno sino en el Antropoceno.
Dos años
después, Krutzen desarrollaba el concepto y la historia del
Antropoceno en un artículo muy célebre de la revista Nature, en
donde hablaba sobre esta nueva edad para señalar que el hombre en
tanto especie se había convertido en una fuerza de alcance telúrico.
El concepto de
Antropoceno se expandió no solo en el campo de las llamadas ciencias
“duras” sino también en el campo filosófico y en las ciencias
sociales y humanas, y devino en un punto de convergencia entre
geólogos, ecólogos, especialistas del clima y del sistema Tierra,
historiadores, filósofos y movimientos ecologistas para pensar esta
edad en la que la humanidad se convirtió en una fuerza geológica
mayor.
¿Cuál es la
especificidad del Antropoceno?
Retomando a
diversos autores, y muy especialmente a Christophe Bonneuil y Jean
Baptiste Fressoz (El acontecimiento antropoceno. La tierra, la
historia y nosotros, publicado en 2013), podemos establecer cuatro
elementos específicos de esta nueva era.
En primer lugar,
refiere al aumento de las emisiones de dióxido de carbono y otros
gases de efecto invernadero. Por ejemplo, en relación a 1750, en
cuanto a las emisiones humanas, la atmosfera contiene más de un 150
% de gas metano, más del 70 % de nitrógeno y más del 45 % de
dióxido de carbono.
Sin embargo, no
solo se trata de los gases de efecto invernadero. También están los
gases que emiten las heladeras y los aires acondicionados. Recordemos
que todos estos gases son de efecto invernadero ya que retienen el
calor que la Tierra, calentada por el sol, emite hacia el espacio. Y
la acumulación de ese gas en la atmosfera no ha tardado en aumentar
el calor de la Tierra.
Consecuencia de
ello es que desde mediados del siglo XX la temperatura aumentó 0,8°
C, y los escenarios previstos por el Panel Intergubernamental para el
Cambio Climático (IPCC) son de un aumento de la temperatura que iría
entre un 1,2 y 6° C de acá a finales del siglo XXI. Los científicos
consideran que la barrera de más de 2° C es considerada un umbral
de peligro, y que bien podría ser mayor el aumento de temperatura si
todo continúa como sigue siendo hasta ahora (business as usual). Los
enfoques sistémicos y los avances científicos más recientes
muestran que aún una débil variación en la temperatura media del
globo terráqueo podría desencadenar cambios imprevisibles y
desordenados.
Entonces un
primer elemento ligado a este pasaje del Holoceno a lo que llamamos
hoy Antropoceno es, sin duda, el cambio climático efecto del
calentamiento global.
El segundo
elemento se refiere a la degeneración general del tejido de la vida
en la Tierra y sobre todo la pérdida de biodiversidad. Esta última
está ligada a un movimiento de simplificación, fragmentación y
destrucción de ecosistemas, que también es acelerado por el cambio
climático. Basta subrayar que en los últimos decenios la tasa de
extinción de las especies es mil veces superior que a la normal
geológica.
El tercer
elemento destaca el hecho de que ha habido cambios en los ciclos
biogeoquímicos del agua, del nitrógeno y del fósforo, todos ellos
muy esenciales, como aquel del carbono, que pasaron en los últimos
dos siglos al control del hombre. En el mismo sentido, la
modificación del ciclo continental del agua es masiva con el drenaje
de las zonas húmedas del planeta y la construcción de más de 45
mil represas, que retienen el 15 % de los flujos de los ríos del
globo. También hubo un cambio en los ciclos del nitrógeno, que está
ligado a la utilización de fertilizantes, lo cual acentúa el efecto
invernadero y el ciclo del fósforo.
El cuarto
elemento fundamental que implica un cambio hacia una nueva edad
geológica es el aumento de la población. Hemos pasado de 900
millones de habitantes en 1800 a siete mil millones de habitantes en
2012. La humanidad hoy consume una vez y media lo que el planeta
puede proveer de manera sustentable. Para usar una metáfora, no solo
nos comemos los frutos sino también las ramas del árbol sobre el
cual estamos sentados.
Entonces, para
sintetizar, el Antropoceno refleja un cambio en el sistema Tierra.
Tal es así que los geólogos se han reunido en los últimos años
para ver si efectivamente es posible hablar de un cambio en la era
geológica, y para ellos, desde el punto de vista geológico, para
que haya un cambio, esto tiene que registrarse. Esto es, la actividad
humana tiene que haber dejado una huella significativa en los
estratos geológicos recientes.
Efectivamente, en
este año 2016, un grupo de científicos de la Universidad de
Leicester, del Servicio Geológico Británico, está estudiando si la
actividad humana está conduciendo al planeta a una nueva era
geológica, el Antropoceno. Se preguntan si es visiblemente diferente
al Holoceno, y las respuestas están indicando que efectivamente hay
una gran diferencia, y que sobre todo hay señales que se pueden
observar en las rocas, en los sedimentos y en el hielo. Y lo que
enfatizan los geólogos es que el Holoceno, la etapa anterior que
duró unos 10 mil años, hasta el año 1780, según algunos, fue una
etapa durante la cual las sociedades humanas avanzaron en domesticar
gradualmente la tierra y los animales para producir alimentos, para
construir asentamientos urbanos y beneficiarse de los recursos del
planeta. Pero esta nueva era, el Antropoceno, estaría marcada por el
rápido cambio ambiental provocado por el impacto del aumento de la
población humana y el incremento vertiginoso del consumo en las
últimas cinco o seis décadas. Los geólogos insisten también que
efectivamente hay un cambio de era geológica en la cual sin duda uno
de los signos fundamentales es el aumento del dióxido de carbono en
la atmosfera, que empezó a aumentar de manera gradual para hacerse
más importante en los últimos tiempos. En suma, tal como reseña un
artículo de El Mundo, publicado el 07 de enero de este año,
“durante el 2016, el Anthropocene Working Group recabará más
indicios del comienzo de esta era para informar sobre si se debería
reconocer oficialmente y, de ser así, cómo se debería definir y
calificar”.
Desde el punto de
vista de las ciencias sociales, el ingreso al Antropoceno nos hace
repensar la noción de crisis ambiental y de desarrollo sustentable.
Para empezar, el termino crisis designa un estado temporario,
mientras que en realidad el Antropoceno parece designar más bien un
punto de no retorno. Una suerte de bifurcación geológica sin
retorno previsible a la normalidad que significaba la era anterior,
la del Holoceno. Por otro lado, el concepto de Antropoceno también
es sumamente crítico porque anula el concepto de desarrollo
sustentable. Es decir, no considera que la naturaleza sea un simple
socio de la economía o una nueva columna en la contabilidad de las
grandes empresas, sino que coloca un cuestionamiento general frente
al avance de la destrucción de los ecosistemas y sobre todo señala
que el discurso del desarrollo sustentable se asentaba sobre la base
de una idea de la naturaleza lineal y reversible, con la cual
podíamos retroceder y volver sobre un punto diferente de mayor
conservación, esto es, un régimen estacionario óptimo.
La idea que
instala el Antropoceno es que no hay retorno, pues la naturaleza no
es lineal, y que inclusive vista como Gaia, como ecosistema, ésta
puede reaccionar de una manera imprevisible e incontrolable a los
impactos que han generado la acción humana global sobre la misma.
Es un concepto
también profundamente filosófico porque pone en cuestión la visión
antropocéntrica que desde la modernidad, ilustrada por la filosofía
de René Descartes, se ha construido sobre la relación
sociedad-naturaleza. En términos filosóficos, la modernidad se ha
construido sobre la base de la separación entre el ser humano y
naturaleza, entre sustancia pensante y sustancia extensa. Es lo que
se denomina la ontología dualista.
Esta idea de
exterioridad del ser humano sustenta además una práctica de control
y dominación de la naturaleza y está en la base de la visión
científica moderna. Hay una frase célebre de otro filósofo y
científico de la época, Francis Bacon, que dice que a la naturaleza
hay que torturarla para extraerle sus secretos… Esta idea de
exterioridad que ha instalado esta división jerárquica, este hiato,
entre el ser humano y la naturaleza está en la base de esta visión
moderna que ha dado lugar a una práctica destructiva respecto de la
naturaleza y los ecosistemas.
En este sentido
también la idea de Antropoceno está cuestionando la relación
binaria o de exterioridad que el ser humano ha tenido
tradicionalmente para con la naturaleza, poniéndonos de cara al
problema de los límites de la acción humana frente a una naturaleza
que ahora reacciona de manera no lineal, de manera imprevisible. Esto
también coloca otro cuestionamiento fundamental respecto de la
filosofía contemporánea, que se construyó en base al dualismo
ontológico, pues la idea misma de libertad humana se ha concebido
como producto del desencastramiento del hombre en relación a la
naturaleza (hay en la actualidad una extensa bibliografía filosófica
sobre el tema, que subraya el fin de “la excepción humana”). En
consecuencia, es necesario entonces repensar la idea de libertad,
cuestionar la relación del hombre con la naturaleza desde otras
ontologías, para poder sentar las bases de una nueva ética
ambiental que nos asegure un orden sustentable en este mundo.
Por otro lado,
hay una suerte de consenso que subraya que el ingreso al Antropoceno
se habría dado con la Revolución industrial, es decir, con la
invención de la máquina a vapor y con el ingreso a una era basada
primero en el carbón y luego en los combustibles fósiles. A esta
primera fase, le seguiría una segunda llamada la de “la Gran
aceleración”, que se iniciaría luego de 1945 siendo ilustrada por
una gran cantidad de indicadores de la actividad humana que van de la
concentración atmosférica del carbono y del metano, hasta el número
de represas, de restoranes Mcdonald, pasando por el ciclo del
nitrógeno, del fosforo y la pérdida de biodiversidad. Todos estos
indicadores dan cuenta de un impulso exponencial de impactos humanos
desde 1950 a esta parte. Y habría una tercera fase del Antropoceno,
la actual, que habría arrancado hacia el año 2000 marcado por
ciertos giros o puntos de inflexión. Es todavía el carbono el que
encabeza o marca la periodización, pero esta sería una etapa que
revela la toma de conciencia del impacto del ser humano en o sobre el
ambiente global. Así, el Antropoceno es sin duda un Capitaloceno,
como insisten algunos autores ecomarxistas, entre ellos Jason Moore,
en 2014.
Somos todos
responsables, es cierto. Pero algunos son más responsables que
otros. Algunos autores nos recuerdan que son 90 las empresas
responsables del 60 % de las emisiones acumuladas de CO2 y de metano
entre 1850 y hoy. Es decir, que algunos hablan no solo de un
Capitaloceno, sino también de un Oligantropoceno, es decir, que la
responsabilidad estaría concentrada en una pequeña fracción de la
humanidad, en los países ricos, en los países desarrollados.
En esa misma
línea, la historia del Antropoceno es también la historia del
Angloceno, porque Gran Bretaña y Estados Unidos representan el 60 %
de las emisiones acumuladas de CO2 en 1900, 55 % en 1950 y casi el 50
% en 1980. Por supuesto, a esto hay que agregarle el ingreso de otros
países sobre todo a partir de la segunda década del siglo XX. Por
ejemplo, Rusia llegará al 200 % de su capacidad hacia 1973. China
alcanza este índice en 1970, y no deja de aumentar, llegando al 256
% en 2009, mientras que en Estados Unidos la huella ecológica
llegaría al 176 % en 1973.
Hoy estamos
consumiendo un planeta y medio por año. A esto nos referimos con la
huella ecológica. Y el caso es que estamos a más del 150 % en la
actualidad. Pero la responsabilidad no es la misma para todos. El
Indicador de Huellas Ecológica Humana Global indica entonces que hay
un intercambio desigual. Hay un intercambio desigual no solo
económico sino también ecológico que es evidente cuando hablamos
de las diferencias entre la geografía del consumo y la geografía de
la extracción. La responsabilidad compete sobre todo a los países
más ricos y también a los llamados países emergentes, mientras los
países de América Latina están por debajo del 50 % del consumo.
Estamos consumiendo el planeta. Poderío y ecocidio están muy
vinculados al ingreso al Antropoceno, y por supuesto hay una huella
geológica humana global que es necesario leer en términos de
intercambio ecológico desigual y por ende de “deuda ecológica”.
El Antropoceno es
así un indicador de la huella geológica. Este aumento de la huella
ecológica ilustra un ecocidio que sin duda remite al rol de las
guerras, sobre todo a partir de la Segunda guerra mundial, cuando
podría decirse que las guerras, creando un estado de excepción,
justificaron y alentaron una brutalización de la relación entre
sociedad y el ambiente. Las nuevas guerras con sus tácticas de
tierra arrasada, con sus uso de técnicas y armas que buscan
modificar el ambiente, volverlo hostil a la población, implicaron un
cambio notorio. Esto se vio potenciado por la petrolización de las
sociedades occidentales en los decenios de 1950 y 1960, hecho que fue
preparado sobre todo durante la Segunda guerra mundial. De modo que,
el complejo bélico militar jugó un rol muy destacado en el
despliegue de energías energívoras para quienes el poderío
importaba más que el rendimiento.
Por supuesto, el
ingreso al Antropoceno también aparece vinculado a la expansión de
la sociedad de consumo con su lógica de la obsolescencia precoz.
Esto se inscribe en un movimiento mucho más extenso que tiene que
ver con el cambio en el método alimentario de las últimas décadas.
En Argentina, como país sojero, lo sabemos muy bien. Hemos asistido
a un cambio hacia un modelo más cárnico y más azucarado. Así que
este modelo construido por las grandes firmas agroalimentarias se
acompaña de una degradación de los ecosistemas del planeta:
sobrepesca, especialización, monocultura minando la biodiversidad,
contaminación por fertilizantes y pesticidas, bosques retrocediendo
ante la ganadería, la soja o la hoja de palma. Son todos importantes
en la emisión de gases de efecto invernadero. Y nos indica que el
cuerpo del Antropoceno es también un cuerpo alterado por sustancias
toxicas, que hemos ido internalizando, naturalizando, sin
cuestionarnos sobre esta anormalidad.
Pero sin duda la
noción de Antropoceno está muy ligada a la expansión del
capitalismo a partir de 1740, y a la exigencia del capitalismo
avanzado de mayor consumo de materia y energía. En esta línea, el
de Antropoceno es un concepto crítico del capitalismo que permite
establecer puentes con conceptos elaborados desde América Latina,
como la crítica al neoextractivismo, pues ambos abren una indagación
sobre la doble dinámica del capital, no solamente sobre la relación
capital-trabajo, sino también sobre aquella de la
capital-naturaleza. Aclaremos que la cuestión del intercambio
metabólico entre el ser humano y la naturaleza atraviesa de modo
marginal ciertos escritos de Marx, pero aparece desarrollado por
representantes del marxismo crítico (y ecológico) en épocas más
recientes (James O`Connor y J. Bellamy Foster). En suma, La noción
de Antropoceno plantea un puente directo con la crítica al
extractivismo, en la medida en que pone de relieve la correlación
existente entre el aumento del metabolismo social y el incremento de
acumulación del capital, lo cual se traduce en términos de
desposesión, cercamiento de bienes comunes y mayor destrucción de
bienes naturales y territorios. Por último, estas líneas críticas
nos permiten salir de aquellas visiones reduccionistas y
unidimensionales que todavía nos proveen ciertos análisis
contemporáneos, centrados exclusivamente en los conflictos en torno
al trabajo.
Por otro lado, ya
dijimos que desde el punto de vista filosófico el Antropoceno pone
un cuestionamiento a la relación de exterioridad del hombre con la
naturaleza, la visión dualista que instala no solo un hiato, una
separación entre el hombre y la naturaleza, sino que se estructura
en pares binarios que indican una relación jerárquica, en donde el
hombre aparece como superior y amo de la naturaleza. En esta línea,
las reflexiones en torno a los conceptos de Buen vivir y de derechos
de la naturaleza que, en el marco de una visión más holística, más
relacional, mas conectada con la cosmovisión indígena, se están
desarrollando en América Latina, sin duda colocan un cuestionamiento
también a esta visión binaria, a esta visión externa, del hombre
respecto a la naturaleza, para dar lugar a otras ontologías, basadas
en sentidos culturales diferentes, a otros lenguajes de valorización,
del territorio y de la naturaleza, asociados a la gramática política
de nuevos movimientos socioambientales y territoriales en toda
América Latina y también de determinadas comunidades indígenas.
Por último, el
Antropoceno nos interroga sobre el lugar de América Latina. Para
decirlo de otro modo, nos advierte sobre una realidad global que
también es necesario leer en términos geopolíticos, de división
internacional del trabajo, puesto que como de costumbre estamos ante
un intercambio ecológico desigual en donde la geografía del consumo
involucra principalmente a los países más desarrollados e incluso
aquellos emergentes, mientras que la geografía de la extracción nos
indica la persistencia del llamado Sur o Tercer mundo, América
Latina, Asia y África, dentro de un patrón de acumulación asociado
a la exportación de naturaleza, en el marco de una inserción
subordinada. Reconocer las desigualdades socioambientales y la
existencia de una deuda ecológica no nos habilita sin embargo a
soslayar el hecho de que nuestra permanencia en el neoextractivismo y
la expansión de sus fronteras, también apunta a ampliar el
horizonte de la crisis civilizatoria.
La autora es
socióloga, escritora e investigadora, autora de Debates
Latinoamericanos. Indianismo, Desarrollo, Dependencia y Populismo
(2016) y co-autora del libro Maldesarrollo, la Argentina del
extractivismo y el despojo (2014). Esta nota es una transcripción de
una columna que la autora desarrolló en la radio comunitaria
Kalewche. Estos aportes constituyen una síntesis de diferentes
lecturas; entre ellas, cabe destacar los textos de de Ch. Bonneuil y
JB Fressoz, L`événement anthopocène, La terre, l´histoire et
nous; Sueil, Paris, 2013; Bruno Latour, Face à Gaia. Huit confèrence
sur le nouveau régime climatique, París La Découvert, 2015; así
como diferentes textos de E.Viveiros de Castro, Isabelle Stengers,
Deborah Danowsky y Dipesh Chakrabarty, recogidos en E.Hache, De
l´univers clos au monde infini, Editions Dehors, 2014.
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El Antropoceno, el tiempo geológico del hombre, pudo nacer con la era atómicaFuente:
Maristella Svampa, El Antropoceno, un concepto que sintetiza la crisis civilizatoria, 13/08/16, La Izquierda Diario. Consultado 15/08/16.
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