por Judith
Mayencourt
Esta
vez está confirmado. Seis años después de que el Gobierno lo
anunciara oficialmente, Suiza va a abandonar la energía nuclear.
Consultados para la ocasión, cerca del 60 % de sus ciudadanos han
dado su aprobación. Esta consulta popular, una primicia mundial, ha
tenido una amplia repercusión en el extranjero. Pero, para decir la
verdad, hizo falta una llamada del servicio francófono de la BBC
para que me diera cuenta del alcance internacional de esta decisión.
Pues,
visto desde Suiza, este paso histórico en realidad no es tal cosa.
No se han visto muestras de entusiasmo popular ni pancartas por las
calles para marcar este hito. La Estrategia Energética 2050 aprobada
por los suizos no es tanto una oda antiátomo como un largo camino
trazado para reducir nuestro consumo energético y reemplazar la
actual producción nuclear autóctona por energía verde y
sostenible. En resumen, uno de esos temas técnicos e ingratos en los
que Suiza parece especialista. Fruto de cinco años de trabajos
parlamentarios, el compromiso anunciado entre las diferentes fuerzas
políticas ha permitido gestar una ley muy general que habrá que
concretar. Y no se ha fijado ninguna fecha límite para desconectar
los cinco reactores en actividad. En lo que se refiere a la
exaltación de los grandes sentimientos, mejor lo dejamos para otro
día.
De
hecho, aunque la campaña del referéndum ha estado marcada por una
virulenta polémica sobre el coste del programa de salida de la
energía nuclear, apenas ha puesto en duda una realidad bien conocida
por los suizos: hacía mucho tiempo que nuestro país había
renunciado a diseñarse un futuro nuclear. De aquí a quince años
como máximo, habremos acabado con el átomo, con la garantía
inscrita en la ley de que no se volverá a construir ningún nuevo
reactor. Pero no nos engañemos: la decisión es menos política que
pragmática. La energía nuclear es demasiado cara y, sobre todo,
suscita demasiada desconfianza entre la población para que un
proyecto pueda salir adelante.
El
referéndum del 21 de mayo pone un último clavo, casi formal, en el
ataúd del átomo made in Switzerland. No es sino la consecuencia
lógica de un lento giro iniciado hace ya 40 años. Tras un arranque
fulgurante en los años sesenta, el átomo se ha enfrentado a una
resistencia creciente entre la población. El proyecto en
Kaiseraugst, pueblo en el cantón de Argovia próximo a Basilea y la
frontera alemana, cristalizó la lucha antinuclear. El proyecto en
cuestión preveía la construcción de una central, pero el
emplazamiento era considerado sensible geológicamente. En la
primavera de 1975, miles de manifestantes ocuparon el lugar durante
once semanas para oponerse a la llegada de las excavadoras. Se temía
que interviniera la policía, o incluso el ejército. Un acuerdo
evitó el enfrentamiento y el proyecto fue abandonado.
Habría
que esperar a 1988 para dar carpetazo al caso Kaiseraugst. Pero la
dinámica antiátomo ya estaba bien encarrilada. En 1990, los suizos
aceptaron una moratoria de diez años sobre la construcción de
nuevas centrales nucleares. Y aunque los años 2000 marcaron cierta
rehabilitación del átomo entre la opinión pública con una nueva
demanda de autorización presentada en 2008, el accidente de
Fukushima fue un jarro de agua fría para las esperanzas de los
propietarios de centrales. Y, por primera vez, las energías
renovables empezaron a considerarse seriamente como una alternativa
viable.
Prudente,
pragmático, escalonado en el tiempo, el abandono de la energía
nuclear al estilo helvético no tiene nada de realmente
revolucionario. Y los ciudadanos lo han comprendido. Un sondeo
organizado a pie de urna demuestra hasta qué punto relativizan el
alcance de la consulta. El 56 % de los votantes cree que el objetivo -a saber, la reducción a la mitad del consumo eléctrico de aquí
a quince años- no se cumplirá. Y solo el 40 % cree que la
producción de energías renovables será suficiente para cubrir las
necesidades del país. Y esto siempre que los estímulos financieros
sean lo suficientemente fuertes como para que haya inversiones en el
sector.
Sin
embargo, tendrá que funcionar, pues los ciudadanos, protección del
clima obliga, tampoco quieren centrales de gas. En cuanto al divorcio
del átomo, ya se ha consumado definitivamente. Ya sea por razones
financieras o por miedo a una catástrofe, dos tercios de los suizos
están convencidos de que no se construirán nuevas centrales.
Judith
Mayencourt es jefa de información nacional en Tribune de Genève y
24 Heures
Fuente:
Judith Mayencourt, La receta nuclear suiza, 04/06/17, El País. Consultado 08/06/17.
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