Unos
días antes, el Presidente Trump anticipó el no-festejo del Día del
Medio Ambiente anunciando el retiro de Estados Unidos del ya débil
Acuerdo de París sobre Cambio Climático. La clave no se encuentra
en la cuestión ambiental en sí misma, sino en la disputa
geopolítica que trae aparejada, en la cual China parece reencontrar
la vieja Ruta de la Seda. Mientras tanto, en Argentina, el cambio de
escenario nos trajo el riesgo de nuevas centrales nucleares
financiadas por el gigante asiático, a través de la ratificación
de un acuerdo que viene del gobierno anterior.
por
Pablo Gavirati
Tal
vez Donald Trump sea el síntoma de nuestro tiempo. Un Presidente que
dice buscar "hacer América grande de nuevo" nos permite
avizorar que ya no lo es; y difícilmente lo vuelva a ser como en los
tiempos de la segunda mitad del siglo XX. La reciente decisión de
retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París, a contramano del
consenso globalizado, sólo confirma esta tendencia. El repliegue
ofrecido en una retórica de "nacionalismo" económico (con
tintes imperialistas) no resulta inédita, pero ya no parece tener la
fuerza del hegemon mundial.
Es
decir, cuando George Bush (hijo) se negó a ratificar el Protocolo de
Kyoto, ni bien asumida su presidencia en 2001, su decisión tuvo un
efecto considerable. Otras potencias mundiales siguieron su ejemplo o
se negaron a asumir compromisos por varios años, hasta que el
Protocolo entró en vigencia recién en 2005. La gran potencia
mundial hacía valer cierto poder de veto o de condicionamiento al
proceso de negociación. Por el contrario, la postura mayoritaria en
esta oportunidad es el rechazo a una decisión unilateral de Estados
Unidos, que sólo nos deja ver que ya no tiene el mismo poder que
hace 16 años.
¿Significa
esto que la agenda ambiental cobró protagonismo a nivel
internacional? Podría ser una de las razones para entender este
cambio en la reacción de los gobiernos de todo el mundo frente a
Trump. Sin dudas, la problemática ecológica se consolidó como uno
de los temas imprescindibles en toda cumbre que se diga
internacional. Sin embargo, el proceso por el cual se incorporó la
cuestión a los mecanismos de gobernanza global no redituaron en una
"ambientalización" de estas instituciones, sino que su
burocratización resultó funcional a las nuevas estrategias para
dirimir conflictos geopolíticos.
En
síntesis, cuando Trump afirma que retira a Estados Unidos del
Acuerdo de París para proteger el trabajo de los estadounidenses
("America first"), tal vez ni él mismo pueda convencerse
de sus argumentos. Bush había declarado que el Protocolo de Kyoto
podría afectar los intereses de Estados Unidos. En la misma senda,
cumplir los compromisos internacionales significaría un esfuerzo
económico de cierta consideración, si no se hacen las cuentas
incluyendo los pasivos ambientales. En aquel momento, los intereses
petroleros ejercieron un gran lobby que llegó al punto del
negacionismo climático. Hoy por hoy, los intereses de las grandes
corporaciones pueden ser ajenos a la decisión del Presidente
mediático.
Destacamos
lo fundamental: no se trata de un debate económico, sino que la
negativa se presenta como una oportunidad para Estados Unidos de
establecer su pretensión de poder unipolar. Nuevamente, el efecto
logrado antes, y ahora, resulta un indicador de esta transformación
en el sistema-mundo. Pues los análisis periodísticos se volcaron a
señalar la revalorización del rol de la Unión Europea en las
negociaciones climáticas. E incluso del papel proactivo de China,
otrora el gran enemigo - cotaminador de la humanidad Las opiniones
no cambiaron del todo, pero Trump está logrando transformaciones a
anotar. Porque no importa el color del gato, pero sí es un gran
problema que no cace ratones.
China,
líder de la globalización
Desde
el inicio de su gestión, la decisión del actual presidente de
Estados Unidos de abandonar las negociaciones por el TTP (Tratado
Trans-Pacífico) en enero de este año señaló el camino. Los medios
occidentales -estadounidenses y europeos- destacaban con cierto
estupor -poco disimulado- que ahora China se convierta en la
referencia de la libertad de comercio. Por caso, la BBC titulaba: "Xi
Jinping, el líder del gigante comunista, se convirtió en Davos en
el último gran defensor de la globalización". Para la cadena
inglesa, nos encontramos así frente al "mundo del revés".
En
efecto, para una visión del mundo eurocéntrica, a la cual le
resulta arriesgado mirar más allá de su ombligo, el tono de asombro
puede resultar lógico. Sin embargo, el análisis de las
transformaciones de las últimas décadas no deja lugar a ningún
asombro. Desde que las reformas se impusieron en China con el modelo
del "socialismo de mercado", el incremento de la presencia
económica del gigante emergente fue una política de Estado
contundente para el Partido Comunista Chino. El actual Presidente Xi
sólo le da un marco de mayor visibilidad a sus propuestas en defensa
de una globalización que conviene a sus intereses.
Volviendo
a la última coyuntura, otra vez la cadena BBC titula con preocupación: "Cómo al retirar a Estados Unidos del Acuerdo de
París Trump le abre la puerta a China para ser el nuevo líder
mundial contra el cambio climático". Si quitamos del enunciado
la última parte, el mensaje se comprende mejor, en tanto el país
asiático se configura como el "nuevo líder mundial". Por
supuesto que detrás de todos estos anuncios podemos encontrar
estrategias discursivas por las cuales se magnifica el poderío de
China como modo de presionar, en este caso, a Estados Unidos.
No
obstante, ello no significa que el gobierno chino esté dispuesto a
dejar pasar la oportunidad de incrementar su influencia. En este
punto, si existiera un traspaso de mando del "Consenso de
Washington" al "Consenso de Beijing" -como se analiza
desde hace años- lo cierto es que no encontraremos demasiadas
diferencias en el modelo económico. Y esto significa, en términos
de la Ecología Política, que el fundamento de su poder se encuentra
en expandir las redes comerciales de modo de asegurar suministros de
recursos naturales (materia prima) e incrementar mercados de consumo
masivo (de exportación).
En el
caso de nuestra región, y en particular de nuestro país, la
relación comercial se pondera como asimétrica, en tanto relevamos
con facilidad que de Argentina salen granos de soja (con decrecientes
grados de valor agregado) y llegan productos industriales (cada vez
con mayor tecnología incorporada). En el último gran encuentro
impulsado por el gobierno China, publicitado en Argentina como la
"Nueva Ruta de la Seda", volvió a enfatizarse el rol de
promoción del comercio global. Y allí fue el Presidente argentino,
Mauricio Macri, a ratificar que no importa el color ni la piel del
gato, mientras cace ratones.
El
acuerdo nuclear
En
este último aspecto, la noticia de que Macri ratificó
entendimientos para que China invierta en energía nuclear en
Argentina resulta aún más perjudicial. La aclaración realizada por
la anterior Presidente, Cristina Fernández, de que el acuerdo había
sido rubricado bajo su gobierno sólo amplía la preocupación en
términos de cuáles son nuestras políticas de Estado. Se trataría
de una financiación de 12.500 millones de dólares para construir la
cuarta y quinta central nuclear en nuestro país.
La
ratificación de este acuerdo y su mayor repercusión en la prensa
provocaron una amplia reacción en el movimiento ambientalista de la
región. "En la Patagonia No" fue la principal consigna,
que rememora la lucha que se dio en los noventa contra el intento de
instalar un basurero nuclear en la localidad de Gastre, en el centro
de la Provincia de Chubut. Incluso el gobernador de esta provincia,
Mario Das Neves, tomó el tema y encabezó una Cumbre Ambiental la
semana pasada. Si bien la instalación pretende ser en Río Negro, la
cercanía del lugar afectaría los territorios vecinos.
China
podría afirmar que la energía nuclear es una forma de combatir el
cambio climático, dentro de su pretendido nuevo liderazgo en la
materia. Sin embargo, el consenso en el ambientalismo advierte que si
bien se trata de una energía sin grandes emisiones de carbono, sí
genera un gran riesgo en su operación. Así lo demuestran los
grandes desastres de la energía nuclear (Chernobyl en 1986,
Fukushima en 2011) pero sobre todo la falta de respuesta técnica
sobre qué hacer con los residuos nucleares que se mantienen
radiactivos por cientos de años. No sólo en términos ecológicos,
sino por el riesgo aumentado en un mundo donde crecen las amenazas
por el "terrorismo" global.
Para leer el resto del artículo dirigirse a ComAmbiental
Pablo Gavirati es autor
de la tesis doctoral "Ecología Política de la Modernidad -
Colonialidad. Los discursos de los Estados de Japón, China y Corea
del Sur en las negociaciones climáticas (2007-2012)".
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