por Jaime Porras
Ferreyra
“Canadá está
de regreso”, ha dicho Justin Trudeau -carismático y bilingüe-
en reuniones internacionales, como para mostrar la impronta que
quiere darle a la política exterior canadiense respecto de la de su
predecesor, Stephen Harper. El primer ministro de Canadá ha empleado
en sus discursos términos muy precisos: justicia, cuidado
medioambiental, democracia, derechos humanos. Incluso se atrevió a
evocar alguno de ellos en su visita oficial a China hace algunas
semanas, pero los chinos no lo aplaudieron por eso, sino por sus
sonrisas y propuestas de negocios.
Trudeau ya ha
dado algunos pasos. Acogió a miles de refugiados sirios, incluyó a
Canadá en la lucha contra el cambio climático y ofreció tropas
para los cascos azules. América Latina comienza también a sentir
los efectos de este viraje diplomático. A partir de diciembre, los
mexicanos ya no tendrán que tramitar visa para viajar a Canadá.
Además, el gobierno canadiense anunció hace unos días un paquete
de ayuda a Colombia -en el marco de la firma de los acuerdos de
paz- para auxiliar a los desplazados y apoyar en la reforma de los
cuerpos policiales. Aunque se desconoce qué pasará con esta ayuda a
raíz del triunfo del No en el plebiscito.
La Trudeaumanía
avanza en el mundo entre ciertas acciones, un estilo fresco y
palabras de terciopelo, pero puede que esté apuntando demasiado
lejos al prometer a mansalva. Trudeau ha levantado esperanzas tan
grandes que resulta difícil comprender su mutismo ante uno de los
temas más importantes para los latinoamericanos; el mismo que ha
provocado que la imagen de Canadá porte gruesas capas de lodo: el
reprobable proceder de varias mineras en la región, sobre todo desde
que Harper promovió con tesón la presencia canadiense en el sector
extractivo fuera de sus fronteras. En los últimos años, entre 50 % y
70 % de la actividad minera en América Latina ha estado a cargo de
compañías de Canadá.
Trabajos
periodísticos e informes como el del Consejo de Asuntos Hemisféricos
y el del Grupo de Trabajo sobre Minería y Derechos Humanos en
América Latina han mostrado que empresas canadienses dañan el
medioambiente, fuerzan desplazamientos de personas, ignoran la voz de
comunidades autóctonas, intentan influir en el diseño de leyes
nacionales y apoyan la criminalización de la protesta social, entre
otros puntos.
Indígenas
guatemaltecas acusan a Hudbay Mineral Inc. de estar detrás de un
desalojo de las tierras donde habitaban. Las mujeres sufrieron
agresiones sexuales y sus hogares fueron quemados durante el
operativo. En Zacatecas, México, grupos responsabilizan a la
compañía Goldcorp de contaminar los mantos freáticos y de afectar
la vida silvestre por sus actividades en la mina Peñasquito. Además
de Guatemala y México, la situación es preocupante en países como
Perú, Chile, Argentina, Panamá y Honduras. El tema ha sido expuesto
ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Asimismo, un
informe de la ONU sobre Canadá y los derechos humanos publicado en
julio de 2015 incluía la inquietud por los abusos de mineras
canadienses en el extranjero.
La llegada de
Justin Trudeau al cargo de primer ministro ha oscilado entre la
esperanza y el pesimismo para poner freno a estas prácticas. Hay que
recordar sus mítines en campaña afirmando que sería la antítesis
de Harper en política exterior. Un signo positivo es que, cuando era
diputado, Trudeau votó a favor de una propuesta de ley presentada
ante el parlamento por su colega liberal John McKay en 2010. La
propuesta C-300 buscaba imponer sanciones a compañías extractivas
canadienses envueltas en actividades ilegales fuera del país. El
proyecto finalmente fue derrotado por los votos conservadores. Sin
embargo, los liberales no han retomado el tema desde que están en el
poder. ¿Acaso preparan una dulce sorpresa o simplemente desean
preservar el statu quo?
En abril de este
año, Trudeau recibió una carta donde más de 180 organizaciones no
gubernamentales de América Latina y de otras latitudes, le piden
realizar reformas que regulen seriamente la actividad de las mineras
canadienses en el exterior. Harper creó en 2009 la Oficina del
consejero en responsabilidad social de las empresas de la industria
extractiva, aunque dicho órgano se enfoca en dar consejos técnicos
y en favorecer el diálogo entre partes en conflicto. Los liberales
catalogaron la iniciativa como insuficiente cuando se encontraban en
la oposición, pero ahora que son gobierno siguen contando con ella.
Y, hasta el momento, no ha existido respuesta oficial a la misiva que
recibió Trudeau.
No hay que tener
el cerebro de Kasparov para comprender que la culpa va más allá de
las compañías canadienses. Es conocida la larga lista de problemas
en América Latina que contribuyen a esta situación: deficiencias en
los sistemas de justicia, facilidad para torcer leyes a cambio de
sobres llenos de dólares, deseos de crear fuentes de empleo pese a
los altos costos sociales, económicos y medioambientales, entre
otros. No obstante, el gobierno de Canadá debe también asumir sus
responsabilidades. Los informes subrayan que las autoridades
canadienses han apoyado con vigor a las compañías mineras en el
exterior sin contar necesariamente con la información que asegure su
respeto por los derechos humanos y el medioambiente. Además, el
discurso oficial grita a los cuatro vientos que las cosas están
cambiando, que ha salido el sol luego de tantos años nublados.
Transitar hacia
una diplomacia que tome en cuenta las múltiples preocupaciones
globales señaladas por Trudeau no es tarea sencilla, sobre todo
cuando ello exige tocar puntos neurálgicos de la economía
canadiense. De acuerdo con la Asociación Minera de Canadá, esta
industria contribuyó con el 3.5 % del PIB del país en 2014 y el 66 %
de los activos mineros canadienses están ubicados en el exterior.
Justin Trudeau no es el primer político que debe hacer frente a
dilemas de esta naturaleza, aunque se recuerdan pocos ejemplos de
líderes empuñando tantas banderas al mismo tiempo. Ya se sabe: la
coherencia entre hechos y palabras es prueba de gran estatura
política. Trudeau haría bien en adherirse sin excepciones a los
principios que figuran en su visión internacional.
Los distintos
informes incluyen recomendaciones para combatir el problema,
destacando la creación de un organismo canadiense de monitoreo con
verdaderas atribuciones, la posibilidad de presentar demandas por
parte de individuos o grupos afectados en el exterior ante instancias
legales de Canadá, y el cese de toda ayuda gubernamental a empresas
involucradas en violaciones a los derechos humanos. Acciones de este
tipo contribuirían significativamente a reducir el impacto negativo
de la minería canadiense fuera de sus fronteras. Trudeau defendería
la justicia, el cuidado medioambiental, la democracia y los derechos
humanos al intervenir en el tema. Tiene la oportunidad de matar
varios pájaros de un tiro y de obtener el reconocimiento permanente
de millones de personas que han tomado muy en serio su compromiso
global. De otro modo, la decepción sería colosal.
Jaime Porras
Ferreyra es doctor en ciencia política por la Universidad de
Montreal. Es consultor en temas internacionales y escribe en medios
de España y América Latina.
Fuente:
Jaime Porras Ferreyra, Justin Trudeau y el lodo de las mineras canadienses en América Latina, 07/10/16, The New York Times. Consultado 07/10/16.
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