Con la discusión
en torno al impacto sanitario que origina la utilización masificada
de plaguicidas en pleno auge, es necesario volver a reafirmar
objetivos hacia adelante ante un modelo de producción que recurre
cada vez más a soluciones químicas para potenciar rentabilidades.
por Patricio
Eleisegui
En ese sentido,
buena parte de lo que investigué mientras escribía mi libro
Envenenados (2013, Wu Wei) no hace más que retratar un momento que,
desde entonces a hoy, viene cambiando con toda celeridad.
En principio, por
un aumento en el debate en torno al uso de agroquímicos cerca de
zonas pobladas -que por fortuna está dejando de ser una bandera
privada del ambientalismo más cerrado para ser tema hasta en el
almuerzo del vecino-, y también por una serie de cambios en la
estrategia comercial de las empresas que se benefician con el modelo
de producción vigente.
Apremiados por el
contexto, pero también con certezas de contaminación, afectados en
cada una de las provincias que sufren el flagelo de las fumigaciones
han mutado de individuos a organizaciones con amplio poder de
convocatoria y capacidad de difusión.
Lo que me resultó
complejo mientras iniciaba el proceso de producción de Envenenados,
hace más de tres años, ahora es más sencillo de ubicar: datos
estadísticos, relevamientos, voceros informados, casos ubicables.
Pero, por
supuesto, esto merced a la voluntad de los nuevos colectivos que se
consolidan acá y allá. Se ganó una visibilidad social que, y esta
debe ser la apuesta permanente, tiene ahora la posibilidad de ejercer
una presión más amplia sobre el sector que sostiene y, en paralelo,
se alimenta de la estructura agrícola imperante: el político.
Ya el germen de
la incomodidad está llegando a los átomos. Sorprende cómo se
multiplican los municipios que fijan criterios de distancia para las
pulverizaciones o concretan relevamientos de personas con problemas
de salud derivados del contacto con agroquímicos. Hay una esperanza
grande en una generación de directores de medioambiente que
entienden que lo que nos mata ya no es la casualidad.
En el intermedio
de una confrontación ya declarada se ubica, lamentablemente, buena
parte de del sector médico. Dotados con el conocimiento suficiente,
atentos a la evolución sanitaria de las poblaciones que habitan, los
profesionales de la salud acabarían con cualquier argumento pro
pesticidas de la mano de una denuncia masiva que, estoy seguro,
podrían sostener sólo con los casos que atienden a diario.
Porque la
consolidación del cáncer como principal causa de muerte, la
proliferación de alergias, problemas en la piel, los abortos
espontáneos, o el incremento en las malformaciones, es algo que ya
no se discute en nuestras poblaciones. Pregúntenle a cualquier
vecino si no. Si no le pasó, no sabe de o no conoce a nadie con.
Pero el
pronunciamiento total se hace esperar. Y eso sí que no ha cambiado
desde que inicié el trabajo con Envenenados: abundan los médicos
que “off the record” no dudan en vincular determinada enfermedad
con la contaminación con agroquímicos pero que, luego, piden que no
se los mencione “para evitar problemas”.
De esta manera,
la certeza vuelve únicamente a quedar a disposición de quienes
siguen con total atención la problemática. Se pierde lo que se
necesita: integrar. Democratizar la polémica.
Justamente, esta
condición restrictiva, este sé pero no lo firmo, es la arista que
alienta al sector de las decisiones, el político, a seguir
enarbolando aquello de que no hay evidencia científica que pruebe
que tal químico está matando a la población que gobierna.
Los beneficiarios
ya los conocemos: dirigentes comunales, provinciales y nacionales.
Pero, ante todo, el gran ganador es el sector privado y las compañías
que se ocupan del desarrollo y comercialización de los productos en
cuestión. Que, claro está, también captan el mensaje de
resistencia en crecimiento y diseñan nuevas estrategias para
mantener el status millonario del negocio.
Una de sus
acciones concretas es buscar nuevos mercados para llegar con algo más
que soja, maíz o algodón, los cultivos que hasta ahora motorizan la
venta local de agroquímicos.
De ahí que se
impulsan tratativas para, por citar un caso, captar a más clientes
en China, India, y todos los países del sudeste asiático, con
activos que van desde la carne proveniente de feedlot -ganado cuya
alimentación consiste, básicamente, en balanceados de soja y maíz-
hasta hortalizas, pasando por legumbres y frutales.
Con la
rentabilidad como bandera, los productores observan en el desarrollo
de otros cultivos una posibilidad de salir de la dependencia de una
soja que a largo plazo será menos demandada -China informó que
hacia 2030 incrementará 15 por ciento sus importaciones de la
oleaginosa, mientras que elevará 80 por ciento las de carne vacuna y
porcina-.
A su lado, las
proveedoras de insumos químicos se frotan las manos porque la
ampliación de mercados les permitirá colocar otra parte de su
arsenal de desarrollos mientras que, en paralelo, bajará el tono en
torno a la utilización de pesticidas condenados públicamente como
el glifosato, el 2,4-D o la atrazina.
Nuevas alianzas
comerciales abren, además, otras oportunidades en el ámbito de la
transgénesis, cuyo mayor atributo está precisamente en ser
funcional a la aplicación de agroquímicos. En otras palabras,
impulsarán la experimentación y el desarrollo de otros paquetes
tecnológicos.
En definitiva,
todo esto no hace más que exponer el carácter vivo y en transición
hacia otro estadio que presenta desde el modelo de producción
consagrado hasta el debate en torno a sus características. La
posición de gobiernos y beneficiados privados es clara: de ser
necesario, se cambiará. Pero para que nada cambie.
En la vereda de
enfrente, la labor y la perspectiva de los colectivos y
organizaciones que se multiplican dando a conocer el impacto de las
fumigaciones. La diferencia hacia uno y otro lado ya la hace un
sector médico que si omite favorece lo dominante, mientras que
podría inclinar la balanza para el lado de la mejora sanitaria con
la simple acción de hacer público lo que comunica en privado.
Nunca, desde 1996
a la fecha, ha habido una paridad en las fuerzas de los sectores que
se enfrentan. Pero, por primera vez en veinte años, la salud de la
población cuenta con alternativas y espacios para recuperar una
fracción de la seguridad pérdida a manos de la ganancia económica.
Ojalá se contagie el compromiso para saber potenciar este presente.
*El autor es
periodista especializado, autor de los libros Envenenados y Fruto de
la desgracia, y productor de documentales sobre la problemática para
Francia e Italia.
Fuente:
Patricio Eleisegui, Agroquímicos: un modelo que ahora hasta inquieta al vecino, 22/07/16, La Izquierda Diario. Consultado 23/07/16.
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