Cada
año, ocho millones de toneladas de plástico llegan al mar: el 2050
habrá más cantidad de plásticos que de peces. Inventores,
científicos y políticos intentan poner freno a la catástrofe.
1. Un
desafío global
Toneladas
de fragmentos de plástico se acumulan en los mares. En todo el
mundo, inventores, científicos o políticos trabajan en distintas
soluciones. Desde la creación de un material biodegradable a partir
de cáscaras de gambas hasta repensar la manera de consumir. Por
Silvia Blanco.
Durante
siete meses, la expedición española Malaspina recorrió los océanos
de todo el mundo con dos barcos. Entre 2010 y 2011 trazó una línea
de Cádiz a Río de Janeiro, de Ciudad del Cabo a Perth, de Honolulú
a Cartagena de Indias y de nuevo al puerto gaditano. Ese viaje
científico alrededor del planeta buscaba estudiar el impacto del
cambio climático en la vida marina. Se extraían muestras tomadas a
diferentes profundidades, que podían llegar hasta los 4.000 metros.
El investigador Andrés Cózar, que seguía el trabajo de los barcos
desde tierra, empezó a darse cuenta de algo inesperado. Al procesar
las muestras en el laboratorio, veía que ahí, flotando junto a los
más variados microorganismos, había plástico. Aparecía en todas
las mediciones, también en las que se hicieron a miles de kilómetros
de la costa. Tropezó con el plástico en todas partes, incluso en
medio de ninguna parte.
Dos
años después, en 2013, Cózar y un equipo de científicos dibujaron el primer mapa global de la contaminación por plástico ensuperficie. Primero señalaron cinco grandes zonas de acumulación,
en los llamados giros subtropicales. Como descomunales remolinos,
“funcionan igual que cintas transportadoras del plástico que van
lamiendo de los continentes”, explica Cózar, de 40 años, en su
pequeño despacho del Campus del Mar de la Universidad de Cádiz.
Luego añadieron el Mediterráneo, ahora analizan el mar Rojo y el
Ártico, y desde entonces esa geografía sucia y flotante se ha hecho
algo más nítida. Han bastado unas décadas de uso masivo del
plástico para generar un problema de contaminación marina que ahora
la ciencia trata de abordar. Todavía hay muchas incógnitas, pero
algunas estimaciones ayudan a ir viendo el contorno del desastre. En
2050 habrá en el océano más toneladas de plástico que de peces,
según una proyección de la Fundación Ellen MacArthur, que promueve
una economía que convierta los residuos en recursos. Cada año
entran al mar unos ocho millones de toneladas. China, Indonesia y
Filipinas encabezan la clasificación de los países que más
cantidad arrojan, según un estudio publicado en Science en 2015, y
los 20 primeros -todos en Asia y África, excepto Estados Unidos y
Brasil- son responsables del 83 % del plástico mal gestionado que
puede acabar en el mar.
Las
investigaciones se han multiplicado en todo el mundo en los últimos
seis años. La alerta ha llegado a los ciudadanos, a los negocios y a
algunos Gobiernos. Mientras, el mar va dejando pruebas en la playa.
Del tamaño, por ejemplo, de 13 cachalotes muertos a principios de
año en la costa alemana; aunque no los mató, tenían la barriga
llena de plástico. O en el tubo de muestras de laboratorio, donde
adopta una forma menos amenazante pero más problemática: el enemigo
son trocitos de colores como granos de arroz. Esos microplásticos
eran antes botellas, tapones, redes, cualquier cosa, y se han ido
fragmentando hasta hacerse tan pequeños que son muy difíciles de
eliminar y fáciles de tragar. “Los científicos estamos
desconcertados respecto a los efectos de la amenaza de los
microplásticos. Pueden ingerirlos animales muy pequeños o grandes
depredadores. Incluso los humanos. Contienen un cóctel de
contaminantes cuyo impacto es difícil de evaluar”, afirma Cózar.
Hay algo todavía más pequeño e inquietante, un residuo plástico
que se mide en micras y que puede ser “ingerido y asimilado,
incorporado al tejido del organismo”, explica.
Los giros subtropicales donde se acumula el plástico se imaginaban hace unos años como gigantescas islas compactas y flotantes. Es un
mito, pero sirvió para llamar la atención sobre un problema global
y complejo del que cada vez más ciudadanos son conscientes. Ese
interés explica que, en solo 100 días, un chico holandés de 21
años, Boyan Slat, lograra que 38.000 personas de 160 países
donaran, en conjunto, dos millones de euros para financiar lo que él
llama “la mayor limpieza del océano de la historia”. Su plan
consiste en extraer en 10 años casi la mitad del plástico del giro
del Pacífico Norte. Para eso ha diseñado un conjunto de barreras
flotantes de 100 kilómetros capaces de acumular el residuo
sirviéndose de la propia corriente oceánica. La ONU le ha concedido
su principal premio medioambiental; en enero presentó su idea en el
Foro de Davos y este mes lanzará al mar del Norte el primer
prototipo -a escala, tendrá solo 100 metros- para ver si
funciona.
“Cuando
tenía 16 años, fui a bucear a Grecia y me crucé con más bolsas de
plástico que peces”, cuenta Slat por teléfono. “Empecé a
pensar en cómo se podía limpiar. El mar es gigantesco, así que se
tardarían miles de años y millones de dólares en recogerlo. Por
eso se me ocurrió la idea de usar el movimiento del océano para que
el plástico se concentre en un punto”, explica. Slat es un tipo
ocupado. Él y la empresa que fundó a los 19 años, The Ocean
Cleanup (la limpieza del océano), suscitan gran expectación. Un
equipo de 38 ingenieros, oceanógrafos y científicos trabaja en
Delft, en Holanda, junto a un centenar de voluntarios. El año pasado
publicaron un estudio de viabilidad e hicieron una expedición con 30
barcos por el giro del Pacífico Norte. “La de antes me parece otra
vida”, cuenta Slat, que pasa mucho tiempo con grandes inversores,
tratando de convencerlos de que pongan dinero en esto. “Ahora
dedico bastante tiempo al desarrollo tecnológico del proyecto. Soy
un inventor, pero también tengo que prestar atención a conseguir
dinero”. Hace unos tres viajes de media al mes. Los nombres y las
cantidades que aportan los inversores con los que se reúne son
secretos.
El
plan de Slat ha contribuido a colocar la contaminación marina por
plástico en la agenda de los medios de comunicación, las grandes
multinacionales y un puñado de países. Pese al entusiasmo que
genera, varios activistas y científicos creen que, más allá de
ayudar a concienciar –algo que le alaban–, todo esto es poco
eficaz y caro. “Existe el riesgo de que con ese sistema atrape a
numerosos invertebrados que flotan a la deriva. Además, el océano
es demasiado vasto para limpiarlo y lo que encuentras muy lejos de la
costa es microplástico mezclado con la vida marina”, cuenta por
teléfono desde Los Ángeles Marcus Eriksen, quien lleva años
estudiando el problema y dirige el instituto 5 Gyres. “El foco
debería estar en tierra, hay que evitar que los microplásticos
lleguen al mar”.
Algo
parecido piensa Nicholas Mallos, director del programa de basura
marina de Ocean Conservacy, una organización de protección del mar
con sede en Washington. “Durante 30 años, hemos organizado la
mayor limpieza costera internacional. En esas zonas litorales es
donde se concentra la vida marina y además actuamos sobre los
lugares donde la basura plástica entra en el mar. Por ejemplo, vamos
a las desembocaduras de los grandes ríos, donde hay muchos objetos
de plástico antes de que puedan llegar al mar y dispersarse”,
explica.
Slat
no parece muy preocupado por esas críticas. “Nunca se puede tener
la certeza de que todo irá bien, pero la historia está llena de
ejemplos de problemas, inventos, de gente que dice que algo no se
puede hacer… y luego se hace”, afirma. Lo consiga o no, la suya
es una más de las medidas que están en marcha en todo el mundo, en
una batalla que en la que cada cual parece estar luchando por su
cuenta. Algunas, como la de Ocean Cleanup, son propuestas para el
aquí y ahora y se centran en corregir una pequeña parte del
problema. Otras plantean la necesidad de un cambio estructural; algo
que trastoque la manera de consumir y de producir. Y eso, para
empezar, necesita de voluntad política.
La
Comisión Europea presentó en diciembre un paquete de medidas para
emprender la transición a la economía circular: un sistema en el
que los productos se reutilizan, se reparan, se alquilan, se
reciclan. En ese bucle, la basura no existe. Hay una estrategia
específica para plásticos. “Buena parte de la contaminación
marina es plástico, sobre todo envases. Solo se recicla alrededor
del 25% de todos los residuos plásticos y casi el 50% todavía se
entierra en vertederos en la Unión Europea. Es demasiado”, dijo el
20 de abril el comisario de Medio Ambiente, Karmenu Vella, en una
conferencia en Bruselas.
En la
Comunidad Valenciana, el Gobierno pretende probar un sistema dedepósito, devolución y retorno de envases de bebidas. El proyecto,
que sería el primero en España, prevé que el consumidor pague un
depósito de 10 céntimos al comprar una lata, una botella de vidrio
o de plástico, o un tetrabrik de zumo, cerveza, agua o refresco, y
que se le reembolse cuando devuelva el envase. Lo puede hacer en un
supermercado, en una gasolinera, en un bar… y también en uno
distinto de aquel en el que lo compró. “No estamos inventando
nada”, afirma Julià Álvaro, secretario autonómico de Medio
Ambiente y Cambio Climático de la Generalitat Valenciana. “De
pequeño, recuerdo que llevaba las botellas a la tienda. Esta
economía de usar y tirar está caducando”. Álvaro explica que
demasiados residuos están donde no deben: en la calle, en los
parques y en las playas. Cada día se venden en la Comunidad siete
millones de envases de bebidas. De ellos, asegura Álvaro, cinco
millones no acaban en el contenedor adecuado y su destino final es un
vertedero o directamente tirados en la naturaleza. Otros muchos
terminan en el mar. Su departamento ha calculado que todo eso que no
se aprovecha vale unos quince millones de euros al año. “Encaja
con la idea de la economía circular porque queremos convertir cinco
millones de envases que ahora mismo son residuos en recursos
aprovechables”, argumenta. En verano está previsto que se redacte
el borrador de la ley para implantar un sistema que funciona en
varios países europeos, como Alemania, Suecia, Noruega o Dinamarca,
y en algunos Estados de EE UU, como California o Nueva York. Ahora el
destino de ese material recuperado sería el reciclaje, pero en una
fase posterior se plantean incluso impulsar la reutilización.
La
polémica que ha generado la propuesta da una idea de lo valioso de
estos desechos. La iniciativa valenciana ha chocado con Ecoembes, la
organización que gestiona el reciclaje y agrupa a la industria del
envasado y la distribución. “Ese plan no tiene un objetivo
ambiental”, dice una portavoz. “Apenas logra mejorar el reciclaje
global, y la logística que necesita multiplica las emisiones de CO2.
Es un sistema paralelo y una operación comercial encubierta”.
Al
otro lado del mundo, en Singapur, Javier G. Fernández trabaja en
sacar del laboratorio y darle un uso industrial al que se considera
uno de los materiales del futuro, el shrilk. Una alternativa
biológica al plástico flexible y resistente. “La gran ventaja es
que se degrada. Lo tiras en tu jardín y las plantas pueden crecer en
ese lugar. No alteramos la molécula, lleva miles de años ahí”,
cuenta por teléfono el científico de 34 años desde la Universidad
de Tecnología y Diseño (SUDT) del país asiático.
Fernández
dio con el shrilk hace cuatro años, cuando investigaba en el Wyss
Institute de Harvard. Pasó, cuenta, encerrado 10 horas diarias
durante tres meses en la Biblioteca de Zoología de la Universidad de
Harvard. “Estudiaba el esqueleto externo de los artrópodos. Quería
saber cómo está hecha una cáscara de gamba a nivel molecular, un
ala, los caparazones de los mejillones”. Mezcló una sustancia
presente en las cáscaras de las gambas, la quitina, con proteínas
de la seda. Tomó esas moléculas sin alterarlas y las organizó del
mismo modo en que lo haría la naturaleza. Ese fue su hallazgo.
El
otro descubrimiento importante de su carrera ocurrió por accidente.
Lo publicó el año pasado. “Fue todavía en Boston. Estábamos
estudiando la estructura mucosa de los peces porque creíamos que
podía tener quitina y queríamos saber dónde la producen”.
Durante un par de meses, el laboratorio se impregnó del olor de
pieles enteras de salmón, de carpa. Iban descartando las moléculas
que no interesaban para buscar las que sí. “Pero en ese proceso de
filtrado había algunas que se comportaban como un ruido constante y
difícil de eliminar. Decidimos averiguar qué era aquello tan
estable y que no se degradaba. Era plástico”, cuenta Fernández,
que, al igual que el investigador Cózar, advierte de que es una
frontera para la ciencia. “No sabemos la magnitud del problema, no
sabemos cuándo va a explotar y no sabemos los peligros que tenemos
por delante”.
Ahora
Fernández trata de dar un salto de escala en Singapur. Pasar a la
fabricación industrial. “Nuestra prioridad hoy es el empaquetado.
Hemos hecho prototipos de pinzas de la ropa, cajas de huevos,
vasos…”, explica. “El shrilk puede ser una alternativa al
plástico en algunas aplicaciones, pero la solución al problema de
la contaminación por plástico no es ni única ni mágica. Creo que
no habrá un único gran sustituto del plástico: no podemos terminar
produciendo gambas para hacer botellas, en el caso de que fuera el
shrilk”, dice. “Hace falta implicar a la ciencia, a los
políticos y a los ciudadanos”.
2.
Pescar las botellas para hacer ropa
Desde
un barco de arrastre que llega a puerto en Villajoyosa, en Alicante,
seguimos la metamorfosis de los desechos plásticos que sacan del mar
los pescadores. Las botellas y objetos abandonados se convierten en
hilo y luego en prendas que presumen de su fabricación sostenible. Por
Elsa Fernández-Santos.
Excepto
un lingote de hachís, que vuelve de la red directo al mar como una
patata caliente, toda la pesca es útil en el Playa del Moro, el
barco arrastrero que ha zarpado a las 4.30 del puerto de Villajoyosa
(Alicante). Entre redes y aparejos, los cinco pescadores que forman
la tripulación han admitido un nuevo trasto a bordo: un cubo de
basura azul que aguarda a babor para contener los zapatos, compresas,
cristales y botellas de plástico que cada día se pescan junto a los
salmonetes, pulpos, rapes, espardeñas, peces gato o pescadillas.
Puntuales, llegarán 12 horas después a la lonja del puerto.
Mientras
el pescado se subasta, el cubo de basura emprenderá un intrincado
camino que convertirá gran parte del plástico pescado en prendas de
ropa. Una aventura sostenible que lleva el sello de Ecoalf, la
empresa española que desde 2009 ha logrado convertirse en una marca
puntera en ropa reciclada y que desde el pasado septiembre está
embarcada en un ambicioso proyecto de fabricación textil a partir de
la basura recogida en el fondo del mar.
El
Playa del Moro es de los pocos barcos de Villajoyosa (salen unos 25
cada madrugada) que tenían por costumbre no devolver la basura al
mar y por eso fue de los primeros en apuntarse a la iniciativa de
Javier Goyeneche, presidente y director creativo de Ecoalf. En el bar
del puerto, a Goyeneche, de 45 años, le conocen como “el de los
plásticos”. “Buen chaval este Javier”, dice el capitán,
Jerónimo Sellés, sobre el creador de una marca cuyo mensaje
sostenible seduce a diseñadoras como Sybilla y luce el público más
variado: desde las puntillosas editoras de moda hasta el miembro de
Podemos Íñigo Errejón o el actor estadounidense Richard Gere.
En
pocos meses, lo que nació como una idea algo peregrina dado el mal
estado de la basura marina se ha consolidado como un proyecto de
futuro que, bajo el nombre de Upcycling the Oceans, pretende tener un
efecto dominó. Solo en el Mediterráneo, destaca Goyeneche, se
pudren más de tres millones de toneladas de basura, de los cuales la
mitad es plástico. Una botella de PET (el tereftalato de
poliestireno con el que Ecoalf fabrica muchos de sus tejidos) tarda
alrededor de 400 años en degradarse. De momento, los datos son
optimistas, y desde septiembre se han recogido 34 toneladas de basura
y se han fabricado 13.000 metros de tejido. Además, según pasan las
semanas, aumentan los barcos que se apuntan al proyecto de forma
altruista. “Si se llega a pagar, lo suyo sería hacerlo a las
cofradías”, apunta Goyeneche. Para los arrastreros, se trata
también de una sutil operación de lavado de cara de un oficio
perseguido por los movimientos ecologistas, que consideran que su
forma de pesca ejemplifica el dicho popular de matar moscas a
cañonazos, una práctica que destroza el hábitat cada vez que
remueven con sus redes (unas tres veces por jornada de trabajo) el
fondo marino.
Ante
las críticas, los pescadores tienen su particular filosofía. Con
las botas cubiertas de agua y de fango en el puente de su barco,
Sellés lo resume así: “Dicen que los arrastreros nos cargamos la
posidonia [planta endémica del Mediterráneo], pero cuando mi abuelo
pescaba ya no existía. Esto es como cuando se remueve la tierra del
campo, saca los minerales para que se los coman los peces. No es
malo. En la tierra se cargan los pinos y nadie dice nada. Bien no lo
hacemos ninguno”. Dicho esto, los arrastreros parecen tener los
días contados. En el Playa del Moro, una embarcación con ese aire
desvencijado y rudo del barco de la película Tiburón, la
tripulación lamenta la muerte de su oficio: “Hoy los jóvenes no
quieren saber nada de esta vida, es demasiado dura. Todo el día en
el mar para luego llegar a casa y solo poder dormir del cansancio”.
Ecoalf
ha tenido la complicidad de Nacho Llorca, presidente provincial de
cofradías, que vio en la iniciativa una forma de cambiar la imagen
de los pesqueros. “La basura que recogemos llega en su mayoría de
los cauces de los ríos, arrastrada por la lluvia al mar. Nos
alegramos de contribuir a limpiar el fondo marino”.
Actualmente,
160 barcos de arrastre de la costa de Levante sacan entre cuatro y
seis kilos de desechos por barco al día. Aproximadamente el 60 % es
plástico y el 18 % de botellas PET, esas de las que bebemos el agua o
los refrescos. La basura que llega del mar, y que ya en tierra se
deposita en tres cubos metálicos enormes, seguirá un proceso de
selección para que se pueda fabricar la materia prima de escama y
granza que acaba en hilo y tejido. “Parte de la complejidad del
proyecto está en la baja calidad de los residuos que sacan los
pescadores; el sol, la sal y el agua convierten en inútil para
reciclaje mucha de la basura”, explica Goyeneche.
En
sus etiquetas, Ecoalf presume del carácter sostenible de sus prendas
(“esta chaqueta se ha fabricado con 40 botellas de plástico”,
reza una de mujer) y del origen de sus tejidos, ya sea de redes de
peces, botellas o neumáticos de Corea, Taiwán y Portugal. El
círculo perfecto de la sostenibilidad se podrá cerrar el día que
estas prendas recicladas se puedan a su vez reutilizar para obtener
nuevos tejidos, algo que ya se está investigando en otros países.
De la
costa de Valencia, donde se selecciona el plástico útil para
convertirlo en bolitas de plástico, se traslada a ANTEX, una fábrica
en Anglés (Girona) encargada de procesar el polímero para generar
el filamento de los hilos que viajarán a la última parada, en
Santander, donde se confecciona el tejido. “Desde nuestra fábrica
[en Cabezón de la Sal] vemos los prados verdes, y quizá ese paisaje
nos ha hecho tomar conciencia”, dice Juan Pares, presidente de
Textil Santanderina. Explica que cada vez hay más marcas, incluidas
Inditex o H&M, preocupadas con estos asuntos, pero pocas
coherentes al 100 %.
Quizá
la aventura de limpiar el fondo del mar con unos cuantos barcos
pesqueros sea una quimera similar a barrer el desierto con una
escoba, pero resulta conmovedor ver a un viejo pescador, curtido por
el sol, el agua y la sal, arrastrar un cubo de basura con ese orgullo
que los hombres rudos le imprimen a todo y sentenciar orgulloso: “Si
nosotros no hacemos esto, no lo hace nadie”.
Fuente:
Silvia Blanco, Elsa Fernández-Santos, Océanos de plástico, 13/06/16, El País. Consultado 15/06/16.
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