En notas anteriores decíamos que los principales motivos para rechazar la Energía Nuclear eran cuatro: Impactos en la salud, residuos, seguridad, y vinculación con la actividad militar y empezamos a ver detalles de cómo afecta la salud de los humanos. Hoy seguiremos viendo impactos en la salud con un caso paradigmático.
Por Juan Vernieri
No solo en instalaciones nucleares puede aparecer radiactividad. En setiembre de 1987, en Goiania, Brasil, dos recolectores de basura ingresaron a un hospital abandonado y encontraron una máquina a la que se les ocurrió desmontar, sin darse cuenta de que estaban por causar, lo que en su momento fue considerado el accidente radioactivo más grande de la historia, fuera de una instalación nuclear.
La máquina, que era una unidad de radioterapia utilizada para los tratamientos contra el cáncer, la llevaron a su casa en carretilla. Usaron destornilladores para abrir la pesada caja de plomo. Dentro había un cilindro que contenía 19 gramos de cesio-137, una sustancia altamente radioactiva.
Vendieron la cápsula a un depósito de chatarra, poco después, ambos empezaron a sufrir vómitos, pero asumieron que se debía a algo que habían comido. Sufriendo diarrea, mareos y con una mano hinchada, uno de ellos buscó asistencia médica. Sus síntomas fueron atribuidos a algún tipo de reacción alérgica causada por comer alimentos en mal estado.
Tres días más tarde, el dueño del depósito notó un brillo azul que emanaba de la cápsula. Pensó que se veía bonito y que el polvo podría ser valioso, como una piedra preciosa, o incluso algo sobrenatural.
Llevó el cilindro a su casa. Durante los siguientes tres días varios vecinos, familiares y conocidos fueron invitados a ver la curiosa cápsula.
Un amigo del propietario lo visitó y con la ayuda de un destornillador extrajo algunos fragmentos del raro material, del tamaño de granos de arroz, que se desmenuzaban fácilmente en polvo.
El dueño del depósito también distribuyó fragmentos a su familia. Hubo varios casos de personas que frotaron el polvo radiactivo sobre su piel, como con el brillo utilizado en la época de Carnaval.
Un hermano del propietario llevó algunos fragmentos a su casa y fueron colocados en la mesa durante una comida. Su hija de 6 años los tocó mientras comía, al igual que otros familiares.
Pronto, muchas personas enfermaron. Alrededor de una docena fueron trasladados a uno de los mejores hospitales de Goiânia con los mismos síntomas: diarrea, vómitos, fiebre alta y pérdida de cabello.
La primera persona en sospechar que la cápsula con el polvo brillante los estaba enfermando fue la esposa del propietario del depósito de chatarra. La mujer puso el cilindro en una bolsa de plástico y lo llevó, en autobús, a una oficina de salud del gobierno local. Allí nadie sabía qué era, pero lo guardaron.
Ya habían pasado 15 días desde el inicio de la contaminación. En el hospital, los médicos comenzaron a considerar la idea de envenenamiento por radiación. Solicitaron a un físico que examinara el dispositivo.
El físico tomó prestado un detector de radiación de una agencia federal de prospección de uranio y fue a la oficina de salud.
“Cuando estaba a unos 80 metros de la oficina el detector comenzó a actuar de forma extraña y pensé que tenía una falla”, relató el físico. Pidió otro detector y volvió a la oficina.
“Nuevamente, a los 80 metros, el detector comenzó a saturarse. Eso significaba que, o estaba en un lugar con un campo de radiación muy alto, o ambos detectores estaban defectuosos”.
El físico vio a un bombero que salía de la oficina de salud cargando el cilindro. Le contó que planeaba tirarlo al río. Lo impidió e inmediatamente hizo evacuar la oficina de salud y preguntó a los trabajadores locales de dónde vino el cilindro. Dijeron que una mujer de un desguace lo había traído. Fue al depósito de chatarra y, antes de entrar, detectó radiación en todas partes.
El físico alertó a las autoridades estatales y a la Comisión Brasileña de Energía Nuclear. Su intención era detener la contaminación y, al mismo tiempo, evitar el pánico. Pero lejos de aquietarse, los temores sobre una fuga de radiación se expandieron por todo Brasil.
Se utilizaron autobuses de la policía, con el interior cubierto con láminas de plástico, para llevar a los posibles contaminados a un estadio de fútbol vacío, donde los alojaron en tiendas de campaña.
Allí se examinó a miles de personas en busca de rastros de radiación. Muchos fueron dados de alta después de un baño con agua y vinagre. Pero otros fueron enviados a un refugio temporal o un hospital local. Los casos más graves fueron llevados a un hospital militar en Río de Janeiro.
El miedo a la contaminación se extendió por todo el estado de Goiás. En total, más de 110.000 personas fueron examinadas. Se encontró que 249 tenían niveles significativos de material radioactivo en sus cuerpos.
Cientos de personas con contaminaciones leves tuvieron que permanecer en refugios especiales. Debían bañarse con agua, vinagre y jabón de coco y cambiarse la ropa cada media hora. Quien hoy es el presidente de la asociación de víctimas, que pasó tres meses en uno de ellos, relató: “Tomamos pastillas para ayudar a la descontaminación interna. También tuvimos que frotar nuestros pies, que eran las partes más contaminadas. No se nos permitió salir ni recibir visitas. No podíamos ver la televisión, no querían que supiéramos lo que estaba sucediendo afuera”.
El depósito de chatarra y decenas de casas fueron demolidas. Cientos de objetos, desde refrigeradores a sofás, calles enteras, vehículos, incluso árboles y animales, fueron destruidos. Se produjeron 6.000 toneladas de desechos, recolectados y enterrados en un centro especialmente preparado a 20 kilómetros de la ciudad.
La primera persona en morir fue la niña de 6 años que jugó con el polvo brillante e incluso se tragó un poco. Tanto ella como su tía, murieron de septicemia y sepsis un mes después de su exposición al cesio.
Su entierro en Goiânia estuvo lejos de ser un pacífico asunto familiar. Un vecino cuenta que cuando los ataúdes llegaron al cementerio, la gente comenzó a arrojarles piedras y ladrillos, tratando de detener el entierro. “Los cuerpos habían sido descontaminados y decidieron enterrarlos en pesados ataúdes de plomo como una precaución adicional para tranquilizar a las personas. Pero lo que ocurrió fue lo contrario. La gente entró en pánico”, relata el vecino.
En Brasil muchos creían que los productos agrícolas del estado de Goiás estaban contaminados. Eso no era cierto. Hubo mucha desinformación que ayudó a difundir el pánico.
Las otras dos víctimas fatales fueron hombres que trabajaban en el desguace. Increíblemente, los recolectores de basura sobrevivieron, al igual que el dueño de la chatarrería. Muchas otras víctimas se salvaron por el tratamiento que recibieron en el hospital.
Alrededor de 250 víctimas y otras 2.000 personas, incluidos bomberos, conductores y policías que trabajaron en las unidades de emergencia, etc. recibieron pensiones.
Los perjuicios a la salud que causa la radiactividad son graves y son una de las razones principales para prescindir de la energía nuclear.
Entrada relacionada:
Principales razones para rechazar la energía nuclear | 1.° parte
No hay comentarios:
Publicar un comentario