por Tatsujiro Suzuki
El 13 de febrero de 2021, un terremoto de magnitud 7,3 volvió a sacudir la costa de la prefectura de Fukushima. A muchos japoneses les recordó el Gran Terremoto de Tohoku, ocurrido el 11 de marzo de 2011, y el accidente nuclear de Fukushima Dai-ichi. Tokyo Electric Power Co (TEPCO), que gestiona el emplazamiento de Fukushima, informó el 19 de febrero de que había detectado un descenso de los niveles de agua en las Unidades 1 y 3, lo que sugiere que podría haber daños en las vasijas de contención de esos reactores debido al terremoto de 2021. Hasta el momento, no se ha informado de consecuencias graves, pero si la situación se deteriora, podría volver a producirse un escape radiactivo en el emplazamiento.
TEPCO también informó de que la maquinaria para el tratamiento del agua radiactiva del sitio Fukushima -más concretamente, los tanques de muestreo del equipo de remoción de multinúclidos (ALPS)- y los tanques que contienen el agua que ha sido tratada se desplazaron un máximo de 19 centímetros por el terremoto. Este incidente ilustró las dificultades de gestionar el agua contaminada que se ha ido acumulando en el lugar. Aunque liberar el agua en el mar se considera técnicamente la mejor opción, el hecho de que el agua contaminada contenga materiales altamente radiactivos dificulta esta operación. En agosto de 2018, se descubrió que parte del agua tratada aún contenía materiales radiactivos más allá de las normas reglamentarias. Los pescadores locales, preocupados por el posible impacto en su negocio pesquero, se opusieron firmemente al plan de liberar el agua que contiene tritio en el mar.
Aún no hay consenso sobre qué hacer con el agua.
El año pasado, el gobierno anunció que los residentes pueden volver a sus lugares de origen donde el nivel medio de radiación es inferior a 20 miliSieverts por año, que sigue siendo mucho más alto que la norma reglamentaria normal de 1 miliSievert. Alrededor de 36.000 personas siguen lejos de sus hogares, y el número de personas que han regresado a sus pueblos natales oscila entre un escaso 8,6 % y un 84,5 %, hasta marzo de 2020. La reconstrucción de la vida en Fukushima aún no ha concluido.
La cultura de seguridad de la industria nuclear japonesa también puede estar erosionándose de nuevo. TEPCO informó en febrero de 2021 que en septiembre de 2020 hubo una entrada ilegal de un empleado en la sala de control de la central nuclear de Kashiwazaki-Kariwa. Fuketa Toyoshi, presidente de la Autoridad de Regulación Nuclear (NRA) de Japón, criticó a TEPCO, diciendo que “esto demuestra que el personal no está educado, y la alta conciencia de la seguridad no es generalizada”.
Por último, aún no se ha recuperado la confianza pública perdida. A pesar del establecimiento de un regulador nuclear independiente y de unas normas reguladoras mucho más estrictas, sólo el 21,6 % del público japonés cree que es posible garantizar la seguridad de las centrales nucleares. Sólo el 12,3 % del público apoya el mantenimiento o la ampliación de la energía nuclear, y el 60,6 % apoya el abandono progresivo de la energía nuclear o el cierre inmediato de todos los reactores nucleares. Sin embargo, el gobierno y la industria nuclear apenas han cambiado su actitud hacia la energía nuclear. El 25 de diciembre de 2020, el Ministerio de Economía, Comercio e Industria publicó un informe en el que se detallaba la “Estrategia de Crecimiento Verde” de Tokio para lograr la neutralidad del carbono en 2050, que incluye la energía nuclear como “sector de crecimiento”. Parece que el gobierno y la industria nuclear han olvidado el accidente.
Es nuestra responsabilidad recordar lo que ocurrió y afrontar los legados del accidente.
El accidente aún no ha terminado.
Fuentes:
Tatsujiro Suzuki, Remember Fukushima: The accident is not over, 11 marzo 2021, Bulletin of the Atomic Scientists.
Este artículo fue adaptado al castellano por Cristian Basualdo.
La obra de arte que ilustra esta entrada es “Fukushima” de Patrick Jennings.
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